c. ¿Qué es la
vida eterna?
Muchas
personas realmente no saben lo que es la vida eterna, y les basta el poder
llegar a saberlo hasta que mueran. El problema es que si esperamos a morir para
saberlo, ya será demasiado tarde, y nos sucederá lo que le aconteció al hombre
rico del que habla Jesús en Lc. 16:19-31.
Dios
quiere que sepamos lo que es la vida eterna y que la recibamos hoy… no hasta
que muramos. ¿Quieres saber que es la vida eterna y cómo obtenerla? Jesús nos explica…
“Y ésta es la
vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien has enviado”
(Jn. 17:3).
La
vida eterna es conocer al Padre y a su Hijo Jesucristo, a quien él envió para
salvarnos de la paga del pecado que, en definitiva, es la muerte eterna (Rom.
6:23). Cuando conocemos al Padre y a Jesucristo como Salvador y Señor,
obtenemos la vida eterna, la cual empieza en el momento que reconocemos esta
verdad bíblica.
Es
necesario buscarlo con un corazón dispuesto, abrir las Escrituras y meditar en
ellas; ser pobres de espíritu reconociendo que necesitamos conocer al Dios
verdadero y no al dios que nos hemos creado con nuestra mente.
Dios
quiere que sepamos cómo obtener la vida eterna junto a él, una vida espiritual
que comienza en el día que lo recibes en tu corazón.
Es
en esta tierra, mientras nuestro cuerpo aún vive, que Dios quiere darnos la
vida eterna que empieza cuando lo conocemos a él en una relación personal a
través de Jesús.
“Estas cosas os
he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis
que tenéis vida eterna…” (1 Jn. 5:13).
No
es para los que creen en dios, en algún dios, sino para los que creen en el
nombre del Hijo de Dios, en Jesucristo; éstos son los que tienen desde ahora la
vida eterna.
Si
aún no tienes la seguridad de la vida eterna, Dios quiere que sepas que la
puedes obtener al creer de todo corazón en su Hijo Jesucristo. Recibe el regalo
de la salvación hoy y Jesús entrará en tu corazón si tú se lo abres, y el
Espíritu Santo te guiará a toda la verdad de la Palabra de Dios; él traerá
convicción de pecado a tu vida, recibirás el don del arrepentimiento, sabrás
que Jesús fue a la cruz para perdonar todos tus pecados, tus errores y tu ignorancia
espiritual, y obtendrás una nueva vida en él y la certeza de la vida eterna.
Haz a Jesucristo el Señor de tu vida y decide vivir bajo su señorío, porque él
ha venido a darnos vida, y vida en abundancia (Jn. 10:10).
“Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).
Hoy podría ser
el día de tu muerte…
El
tiempo vuela. Los días, las semanas, los meses y los años se deslizan con una
velocidad increíble, y se van antes que nosotros nos demos cuenta. Tal parece
como si ellos tan pronto han comenzado, ya se acabaron. Los sucesos del día
pronto preceden a una distancia pasada. Todo en este mundo es pasajero, nada es
estable y duradero.
“Porque todos
nuestros días declinan a causa de tu ira; acabamos nuestros años como un
pensamiento. Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más
robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque
pronto pasan, y volamos” (Sal. 90:9, 10).
Es
tan insignificante la vida del hombre en la tierra, en cuanto a la eternidad se
refiere, que pudiera compararse con una gota de agua en el inmenso océano.
¿No
le parece una necedad que el 90% de la gente gaste todo su tiempo y energía en
cosas que se relacionan con esta corta vida, pasando completamente por alto
cualquier preparación para la eternidad?
Estando
absorbidos cuidadosamente con las ocupaciones, labores y esfuerzos de la vida,
somos más o menos insensibles a la ligereza del tiempo que pasa, del solemne
hecho que la vida misma se nos va rápido, y que el fin de nuestra peregrinación
terrenal se aproxima veloz y segura. Por eso, debemos ser conscientes de que
nuestro tiempo se vuelve corto.
Cuán
importante es que mantengamos en nuestra mente que nuestra muerte está siempre
en el horizonte, que nosotros estamos separados solo por un latido del corazón,
y que cuando llegue la muerte, seremos introducidos a la eternidad de la cual
no hay regreso ni escape.
Ya
que la muerte es tan común, no dedicamos suficiente pensamiento a esto. Parece
que hemos desarrollado un sentido de inmunidad para tal experiencia, porque la
muerte parece ser tan vaga, irreal e improbable, y fracasamos al no
considerarla seriamente. Al contrario, vivimos como si estuviéramos muy seguros
de tener muchos años de vida, cuando la Palabra de Dios fielmente nos advierte:
“No te jactes del día de mañana; porque
no sabes qué dará de sí el día” (Pr. 27:1).
Escuchamos
y leemos del gran número de muertos en guerras y en accidentes, enfermedades,
de miles de los que se mueren de hambre en el África y en la India, etc. Es
más, la estadística habla de aproximadamente 2 muertos por segundo, 120 por
minuto, 7200 por hora, 172.800 por día, 5.184.000 al mes y 62.208.000 al año,
pero a esto no le dedicamos ningún pensamiento; no significa mucho para
nosotros ya que no estamos personalmente envueltos. Un vecino de nuestra calle
muere, o uno de nuestros seres queridos fallece. Quizás esto nos hace
reflexionar por un momento, pero pronto se nos olvida y continuamos nuestro
camino día tras día. Muchos se preocupan solo por lo material y por sus cuerpos
pero descuidan totalmente los intereses de su alma que es lo más valioso que
poseen.
Jesús
dijo: “… ¿qué aprovechará al hombre si
ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por
su alma?” (Mr. 8:36, 37).
Muchos
se olvidan del valor de su alma y llevan una vida sin propósito en el aspecto
espiritual, sin ninguna preocupación en cuanto a la eternidad; aparentemente
ellos suponen que de alguna u otra manera todo les saldrá bien al final.
Muchos
no están conscientes de su condición perdida. Aunque ellos no consideran ser
perfectos, todavía no están enterados de que hay algo muy serio con ellos.
Quizás son respetables ciudadanos de bien, y consideran que no son tan malos;
quizás apenas leen la Biblia o entran a una iglesia, pero ellos esperan ir al
cielo cuando mueran. Algunos admitirán que son pecadores, pero piensan que sus
buenas obras sobrepasarán sus malas acciones y que Dios tendrá misericordia de
ellos. Algunos se imaginan que todo estará muy bien con ellos porque se unieron
a una iglesia, fueron bautizados y toman parte de la Cena del Señor. Por el
contrario, la Palabra de Dios nos informa que somos salvos, “no por obras de justicia que nosotros
hubiéramos hecho” (Tito 3:5). Nuevamente se nos dice que “ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mt.
19:17); que “todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23), y que la ira de Dios está
sobre ellos (Jn. 3:36). Esta es la condición de cada pecador no salvo a la
vista de Dios, sea un político, un empresario, un trabajador, un comerciante,
un mendigo… sea rico o pobre.
Pon
atención a la amonestación divina: “Buscad
a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje
el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová,
el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en
perdonar” (Is. 55:6, 7).
Mira
por fe a Cristo mientras tienes tiempo y oportunidad para arrepentirte y permite
que él cambie tu corazón y tu vida entera porque es necesario que tengas una
nueva vida si quieres entrar al cielo (Rom. 10:13; Jn. 3:3). Tú tienes su
promesa: “Venid a mi todos los que estáis
trabajados y cargados, que yo os haré descansar” (Mt. 11:28), y “al que a mi viene, no le echo fuera”
(Jn. 6:37).
Cristo
recibe a los pecadores; él dijo: “porque
no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mt.
9:13). ¿Vendrás tú a él? “He aquí ahora
el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Cor. 6:2).