domingo, 13 de diciembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte X


c. ¿Qué es la vida eterna?

Muchas personas realmente no saben lo que es la vida eterna, y les basta el poder llegar a saberlo hasta que mueran. El problema es que si esperamos a morir para saberlo, ya será demasiado tarde, y nos sucederá lo que le aconteció al hombre rico del que habla Jesús en Lc. 16:19-31.

Dios quiere que sepamos lo que es la vida eterna y que la recibamos hoy… no hasta que muramos. ¿Quieres saber que es la vida eterna  y cómo obtenerla? Jesús nos explica…

“Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3).

La vida eterna es conocer al Padre y a su Hijo Jesucristo, a quien él envió para salvarnos de la paga del pecado que, en definitiva, es la muerte eterna (Rom. 6:23). Cuando conocemos al Padre y a Jesucristo como Salvador y Señor, obtenemos la vida eterna, la cual empieza en el momento que reconocemos esta verdad bíblica.

Es necesario buscarlo con un corazón dispuesto, abrir las Escrituras y meditar en ellas; ser pobres de espíritu reconociendo que necesitamos conocer al Dios verdadero y no al dios que nos hemos creado con nuestra mente.

Dios quiere que sepamos cómo obtener la vida eterna junto a él, una vida espiritual que comienza en el día que lo recibes en tu corazón.

Es en esta tierra, mientras nuestro cuerpo aún vive, que Dios quiere darnos la vida eterna que empieza cuando lo conocemos a él en una relación personal a través de Jesús.

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna…” (1 Jn. 5:13).

No es para los que creen en dios, en algún dios, sino para los que creen en el nombre del Hijo de Dios, en Jesucristo; éstos son los que tienen desde ahora la vida eterna.

Si aún no tienes la seguridad de la vida eterna, Dios quiere que sepas que la puedes obtener al creer de todo corazón en su Hijo Jesucristo. Recibe el regalo de la salvación hoy y Jesús entrará en tu corazón si tú se lo abres, y el Espíritu Santo te guiará a toda la verdad de la Palabra de Dios; él traerá convicción de pecado a tu vida, recibirás el don del arrepentimiento, sabrás que Jesús fue a la cruz para perdonar todos tus pecados, tus errores y tu ignorancia espiritual, y obtendrás una nueva vida en él y la certeza de la vida eterna. Haz a Jesucristo el Señor de tu vida y decide vivir bajo su señorío, porque él ha venido a darnos vida, y vida en abundancia (Jn. 10:10).

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

Hoy podría ser el día de tu muerte…

El tiempo vuela. Los días, las semanas, los meses y los años se deslizan con una velocidad increíble, y se van antes que nosotros nos demos cuenta. Tal parece como si ellos tan pronto han comenzado, ya se acabaron. Los sucesos del día pronto preceden a una distancia pasada. Todo en este mundo es pasajero, nada es estable y duradero.

“Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira; acabamos nuestros años como un pensamiento. Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (Sal. 90:9, 10).

Es tan insignificante la vida del hombre en la tierra, en cuanto a la eternidad se refiere, que pudiera compararse con una gota de agua en el inmenso océano.

¿No le parece una necedad que el 90% de la gente gaste todo su tiempo y energía en cosas que se relacionan con esta corta vida, pasando completamente por alto cualquier preparación para la eternidad? 

Estando absorbidos cuidadosamente con las ocupaciones, labores y esfuerzos de la vida, somos más o menos insensibles a la ligereza del tiempo que pasa, del solemne hecho que la vida misma se nos va rápido, y que el fin de nuestra peregrinación terrenal se aproxima veloz y segura. Por eso, debemos ser conscientes de que nuestro tiempo se vuelve corto.

Cuán importante es que mantengamos en nuestra mente que nuestra muerte está siempre en el horizonte, que nosotros estamos separados solo por un latido del corazón, y que cuando llegue la muerte, seremos introducidos a la eternidad de la cual no hay regreso ni escape.

Ya que la muerte es tan común, no dedicamos suficiente pensamiento a esto. Parece que hemos desarrollado un sentido de inmunidad para tal experiencia, porque la muerte parece ser tan vaga, irreal e improbable, y fracasamos al no considerarla seriamente. Al contrario, vivimos como si estuviéramos muy seguros de tener muchos años de vida, cuando la Palabra de Dios fielmente nos advierte: “No te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará de sí el día” (Pr. 27:1).

Escuchamos y leemos del gran número de muertos en guerras y en accidentes, enfermedades, de miles de los que se mueren de hambre en el África y en la India, etc. Es más, la estadística habla de aproximadamente 2 muertos por segundo, 120 por minuto, 7200 por hora, 172.800 por día, 5.184.000 al mes y 62.208.000 al año, pero a esto no le dedicamos ningún pensamiento; no significa mucho para nosotros ya que no estamos personalmente envueltos. Un vecino de nuestra calle muere, o uno de nuestros seres queridos fallece. Quizás esto nos hace reflexionar por un momento, pero pronto se nos olvida y continuamos nuestro camino día tras día. Muchos se preocupan solo por lo material y por sus cuerpos pero descuidan totalmente los intereses de su alma que es lo más valioso que poseen.

Jesús dijo: “… ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mr. 8:36, 37).

Muchos se olvidan del valor de su alma y llevan una vida sin propósito en el aspecto espiritual, sin ninguna preocupación en cuanto a la eternidad; aparentemente ellos suponen que de alguna u otra manera todo les saldrá bien al final.

Muchos no están conscientes de su condición perdida. Aunque ellos no consideran ser perfectos, todavía no están enterados de que hay algo muy serio con ellos. Quizás son respetables ciudadanos de bien, y consideran que no son tan malos; quizás apenas leen la Biblia o entran a una iglesia, pero ellos esperan ir al cielo cuando mueran. Algunos admitirán que son pecadores, pero piensan que sus buenas obras sobrepasarán sus malas acciones y que Dios tendrá misericordia de ellos. Algunos se imaginan que todo estará muy bien con ellos porque se unieron a una iglesia, fueron bautizados y toman parte de la Cena del Señor. Por el contrario, la Palabra de Dios nos informa que somos salvos, “no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho” (Tito 3:5). Nuevamente se nos dice que “ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mt. 19:17); que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23), y que la ira de Dios está sobre ellos (Jn. 3:36). Esta es la condición de cada pecador no salvo a la vista de Dios, sea un político, un empresario, un trabajador, un comerciante, un mendigo… sea rico o pobre.

Pon atención a la amonestación divina: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:6, 7).

Mira por fe a Cristo mientras tienes tiempo y oportunidad para arrepentirte y permite que él cambie tu corazón y tu vida entera porque es necesario que tengas una nueva vida si quieres entrar al cielo (Rom. 10:13; Jn. 3:3). Tú tienes su promesa: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar” (Mt. 11:28), y “al que a mi viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37).

Cristo recibe a los pecadores; él dijo: “porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mt. 9:13). ¿Vendrás tú a él? “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Cor. 6:2). 

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