jueves, 3 de diciembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte VIII



- Otra vez Juan dice: “Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Ap. 14:13. Estos creyentes son bienaventurados al morir en Cristo porque descansan en el cielo”; además, Heb. 4:10 dice: “Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas”. Por otra parte, los que no mueren en Cristo no son bendecidos sino que son desdichados porque no descansan en absoluto, y van al infierno, al lugar de tormentos. ¿Podría hallarse descanso en un lugar de tormentos, horrible, donde cientos y cientos de millones de almas lloran y crujen los dientes por el dolor insoportable que están sufriendo y por su conciencia culpable? Gracias a Dios por Cristo Jesús quien nos salva de este destino terrible y espantoso.
- Pablo dice: “Palabra fiel es ésta: si somos muertos con él, también viviremos con él” (2 Tim. 2:11). ¿Qué quiere decir esto? Que si morimos creyendo en Cristo, vamos a vivir en el cielo con Cristo; y esto inmediatamente después de la muerte. Luego de la resurrección (que sucederá en la venida de Cristo del cielo), obtendremos un cuerpo incorruptible que vestirá nuestra alma actual y con el cual saldremos de los sepulcros, y con ese cuerpo glorificado continuaremos viviendo con el Señor.
- También Pablo dijo: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (2 Tim. 4:18). Esta era la confianza de Pablo: que el Señor le daría la bienvenida en su reino celestial en el momento de su muerte. Y con esto concuerdan las palabras de Asaf que dijo por la inspiración del Espíritu Santo: “Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria” (Sal. 73:24).
- Aunque el creyente fiel también experimenta la muerte física, su victoria sobre la muerte en sus tres tipos (física, espiritual y eterna) se manifiesta en la “esperanza de la vida eterna”; miremos lo que dice la Biblia: “en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos” (Tito 1:2); “para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:7).
- La resurrección del cuerpo físico del creyente fiel será un acontecimiento glorioso porque será el momento en el que su cuerpo será vestido de inmortalidad en la presencia de Dios para vivir eternamente en una comunión perfecta con su Creador.
- La Biblia dice: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Heb. 10:26, 27). Podemos ver claramente el contraste entre la gozosa certeza del creyente y la expectación de juicio del pecador que es contado como adversario y enemigo de Dios porque persiste en el mal y no viene a Cristo con arrepentimiento sincero y genuino propósito de obedecer su voluntad.

Mientras que los pecadores van a un lugar donde van a estar mucho peor que en la tierra, nosotros los creyentes en Cristo, por la gracia de Dios, vamos a ir a un lugar muchísimo mejor. Mientras que los pecadores no saben a dónde van porque caminan en la oscuridad, nosotros sabemos muy bien hacia dónde vamos porque ahora sabemos cuál es el camino que conduce al lugar donde Jesús se fue después de hacer la purificación de los pecados, de acuerdo con lo que Jesús dijo: “Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (Jn. 14:4); Jesucristo es el camino que conduce al Padre, y debemos seguir sus pasos para entrar en su reino eterno. ¿Y la muerte? Es lamentable, por supuesto, porque para los que se quedan no es nada agradable ver el cuerpo sin vida de un creyente en Cristo, pero recuerden que “estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (Sal. 116:15).

En la eternidad estaremos en la presencia de Dios, dándole alabanza y disfrutando de sus bendiciones gloriosas, llenos de paz y alegría. Allí no hay lágrimas, ni tristeza, ni algún tipo de dolor. Allí, la gloria de Dios ilumina todo y todos, y todo es esplendor y magnificencia.

Otra formar de definir la muerte física del creyente fiel a Dios en la Biblia es comparándola con el acto de dormir. Así como después de un arduo día de trabajo viene el sueño reparador, después de una vida larga y llena de trabajos, Dios nos concede un merecido sueño de descanso (Jn. 11:11-14).

“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Ts. 4:13-18).

La muerte no es el fin de todo. La despedida a un ser querido que murió en la justicia de Cristo no es definitiva… es simplemente un “hasta luego”. El cristiano que camina en el Espíritu espera la venida de Cristo en la cual se dará la resurrección de los justos (Is. 26:19).

 “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:40).

Así pues, al resucitar, los creyentes salvos poseerán un cuerpo glorificado y transformado a la imagen de Cristo.

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:20, 21).

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” 1 Cor. 15:51-54.

En ese cuerpo glorioso, no habrá más muerte porque Dios la eliminará para siempre. Al reunirnos con nuestros seres amados que creyeron de verdad en Cristo, lo haremos con la plena seguridad de que nunca más se dirá adiós y que jamás habrá separación; sin embargo, si nuestros seres queridos rechazaron al Salvador y vivieron en el pecado sin un verdadero arrepentimiento, su destino será la condenación eterna.

“Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho” (Is. 25:8).

“Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven” (Lc. 20:34-38).

En ese cuerpo resucitado no habrá género sexual ni matrimonios ni reproducción porque seremos iguales a los ángeles de Dios; por ende, tendremos la capacidad de volar y desplazarnos a velocidades no conocidas aún por el ser humano porque estaremos en la dimensión espiritual; asimismo, podremos atravesar la materia y podremos viajar a cualquier lugar del universo en cuestión de segundos.

En el cielo compartiremos con Abraham, Isaac, Jacob y con todos los creyentes que alcanzaron la justicia de Dios, mientras que aquellos que no se arrepienten y persisten en el pecado, serán condenados y los veremos en el Juicio Final (Ap. 20:11-15).

“Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mt. 8:11, 12).

En síntesis, hay dos resurrecciones: una para vida (salvación eterna) y otra para condenación (muerte eterna).

“No os maravilléis de esto; porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn. 5:28-29).

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