b. La victoria
de Cristo sobre la muerte
Como
ya se ha expuesto antes, la muerte física, espiritual y eterna vinieron como
consecuencia del pecado de Adán y Eva y del pecado de cada ser humano que ha
vivido, vive y vivirá sobre la tierra mientras ésta exista; no obstante, Cristo
hizo una obra maravillosa para vencer la muerte en estas tres formas y así nos
da perdón de pecados y vida eterna. A continuación se van a ampliar estas
verdades bíblicas:
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CRISTO EXPERIMENTÓ LA MUERTE FÍSICA
Cristo
adoptó nuestra naturaleza, se hizo hombre y asumió la culpa de nuestros pecados
“para destruir por medio de la muerte al
que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Heb. 2:14). En la
Biblia, el poder del diablo siempre se considera como sujeto al dominio de Dios
(Job 2:6); por tal razón, de ningún modo Satanás tiene la muerte sujeta a su
antojo sino que Dios es el dueño de la vida y solo él tiene el poder de darla y
quitarla (Lc. 12:5).
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CRISTO VENCIÓ A LA MUERTE
Cristo
vino para poner fin a la muerte en sus tres formas; como indica el pasaje de
Heb. 2:14, fue por medio de la muerte que Cristo derrotó a Satanás y fue por
medio de la muerte que quitó nuestros pecados y nos justificó por fe y por
gracia divina. La Biblia dice: “Porque en
cuanto murió, al pecado murió una vez por todas” (Rom. 6:10).
Sin
la obra de Cristo en la cruz, la muerte física es un enemigo invencible y es el
símbolo de nuestra separación de Dios; sin embargo, Cristo usó su propia muerte
física para librar a los hombres de su poder destructivo; por eso, ellos deben
creen en su obra de salvación y así pueden enfrentar la muerte en su nombre y
tienen vida eterna en Cristo.
“¿Dónde está, oh
muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la
muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a
Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor.
15:55-57).
Cristo
es la esperanza de vida porque promete dar la vida eterna (Juan 10:27,28),
quita la muerte y saca a luz la vida (2 Tim. 1:10), y tiene las llaves del
infierno y de la muerte (Ap. 1:18), lo que significa que obtuvo una victoria
absoluta sobre la muerte y sobre la condenación, y tiene en sus manos el juicio
de los hombres.
-
CRISTO MURIÓ PARA DARNOS VIDA ETERNA
Cristo
murió para que los hombres arrepentidos y que creen en su obra de salvación,
tengan vida eterna. Por esta razón, el N.T. dice que los creyentes “duermen” en
lugar de decir que “mueren” (1 Ts. 4:13, 14). Jesús cargó con todo el horror de
la muerte y los que están en Cristo solo duermen al morir, es decir, tienen un
tiempo de reposo y luego serán resucitados para vida eterna.
-
CRISTO RESUCITÓ ENTRE LOS MUERTOS
Este
es el mayor signo de su victoria sobre la muerte.
“Y si morimos
con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo
resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él” (Rom 6:8, 9).
“Pues si
vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues,
sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió
y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que
viven”
(Rom. 14:8, 9).
La
resurrección es el gran acontecimiento triunfal, y la gran nota de victoria en
todo el N.T. tiene su origen allí. Observemos que Cristo es llamado el Autor de
la vida (Hch. 3:14, 15) y el Verbo de vida (1 Jn. 1:1); por consiguiente, su
victoria sobre la muerte es completa, y esa victoria está a disposición de su
pueblo.
La
destrucción de la muerte es promesa segura de Dios (Ap. 21:4). La segunda
muerte no tiene ninguna potestad sobre el creyente (Ap. 2:11; 20:6). El N.T.
define la vida eterna no como la inmortalidad del alma en sí misma; más bien,
la vida eterna será confirmada en la futura resurrección del cuerpo para estar
con Dios o lejos de Dios. Así pues, no hay forma más gráfica de ilustrar el
carácter definitivo y completo de la derrota de la muerte que la resurrección
de Cristo.
No
solamente existe un futuro glorioso, sino que hay un presente glorioso. El
creyente ya ha pasado de muerte a vida (Jn. 5:24; 1 Jn. 3:14). El creyente fiel
está libre de la ley del pecado y de la muerte y ya no hay condenación para él
(Rom. 8:2). La muerte no lo puede separar de Dios (Rom. 8:38, 39). Jesús dijo: “El que guarda mi palabra, nunca verá
muerte” (Jn. 8:51). Tales palabras no niegan la realidad de la muerte
física; más bien nos encaminan hacia la verdad de que la muerte de Jesús
significa que el creyente ha salido completamente de aquel estado de separación
con Dios que es la muerte espiritual, y que ha sido introducido en un nuevo
estado que es la vida eterna en Cristo. En su momento atravesará la puerta que
llamamos la muerte física, pero el aguijón de la muerte (la condenación) ha
sido extraído. Por ende, la muerte y la resurrección de Jesús representan la
victoria sobre la muerte eterna para sus seguidores.
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