lunes, 30 de noviembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte VII


III. ¿A dónde va el pecador arrepentido y sincero en su fe en Cristo?

Para el pecador arrepentido y convertido a Cristo, el panorama será completamente diferente porque cuando una persona muere en la gracia de Cristo, es decir, cuando aceptó y reconoció de corazón a Jesucristo como Señor y Salvador (Rom. 10:9), su alma se va a un lugar de reposo a la espera de la resurrección de los justos cuando venga Jesucristo (1 Ts. 4:16); el creyente muere en la carne, pero su alma se aparta de su cuerpo y se va a vivir con el Señor en el cielo, totalmente consciente y en un estado de perfecta paz. Esta verdad se puede comprobar en las Escrituras:

- Aunque el creyente fiel tiene que morir físicamente (como todo ser humano), mientras él permanezca en Cristo, ya no hay muerte espiritual (la separación de Dios) ni muerte eterna (la condenación) porque en Cristo ha recibido la vida eterna, habiendo pasado, por la fe, de la muerte del pecado a la vida de la justicia de Cristo (Jn. 5:24). Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente” (Jn. 11:25, 26). “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Jn. 8:51). “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:27, 28). Esto significa que aunque un creyente muera según la carne, continuará viviendo en la gloria de Cristo en el tercer cielo, donde está el Señor. Es más, Jesús dijo: “donde yo estuviere, allí también estará mi servidor” (Jn. 12:26).
- Recordemos que desde el mismo instante de su muerte, Lázaro fue llevado por los ángeles al seno de Abraham que era un lugar de reposo para los muertos del A.T. (Lc. 16:22, 25). En este sentido, es bíblico y razonable pensar que Dios envíe sus ángeles santos a reclamar el alma de aquel que ha tenido el valor de creer en Jesús y seguir su palabra.
- La Biblia muestra que el cielo es un lugar real; Jesús dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:1-3).
- Pablo dijo: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Fil. 1:21-24). “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables” (2 Cor. 5:1-9). Para el creyente fiel, la muerte física es ganancia porque le permite estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor que esta vida terrenal; con esta esperanza, el creyente fiel procura agradar al Señor siempre y aborrece el pecado porque Cristo mora en su vida y es el centro de su existencia. Así que nosotros los creyentes tenemos una casa eterna en el cielo que no fue hecha por la mano del hombre, sino por Dios mismo. En esta casa van a habitar los que mueren con Cristo (viviendo en una fe genuina), desde el primer día de su partida.
- Pablo lo sigue confirmando: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Cor. 5:6-8).
- Pablo sigue ratificando esta realidad espiritual: “Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Fil. 1:23, 24).
- Por otra parte, Pedro dijo: “sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas” (2 Ped. 1:14, 15). El apóstol Pedro sabía que pronto moriría, y él iría a vivir en el cielo con el Señor, y hablaba de su muerte como una partida de su cuerpo porque él aseguró que no tardaría en abandonar su cuerpo. Ahora bien, si la muerte se llama PARTIDA significa que hay algo en el cuerpo que sale del mismo cuando muere; de lo contrario, no tendría sentido llamarla partida. Este algo es el alma que está en el hombre; y no solo eso, sino que, si el alma se va, tiene que existir también un lugar a dónde ir, porque de lo contrario no tendría sentido hablar de partida, y sabemos que este lugar es el paraíso, en el tercer cielo; éste es el mismo lugar a donde Pablo fue arrebatado y donde “oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”; sin embargo, él no pudo decir si esto fue en el cuerpo o fuera del cuerpo (2 Cor. 12:4). Palabras inefables significa que son palabras que no se pueden explicar o describir.
- El mismo Juan, en la revelación de Dios que tuvo en la isla de Patmos vio, entre otras cosas, las almas de los creyentes que habían sido muertos en la tierra en el tiempo de la Gran Tribulación por causa de su fe en Cristo. Él dijo: “Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos” (Ap. 6:9-11). Leyendo estas palabras de Juan entendemos claramente que los que mueren en Cristo van al cielo, y allí tienen plena conciencia, memoria y capacidad para hablar con Dios y estar con él. Recordemos que Jesús dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar” (Mt. 10:28); las almas que vio Juan eran de los que habían sido muertos por causa del nombre de Cristo. En verdad, ni siquiera la muerte puede separar a los discípulos de Cristo del amor de su Señor y Salvador.

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