lunes, 26 de octubre de 2015

¿Quieres una prueba para demostrar que Dios existe?


Si una persona se opone aún a la posibilidad de que haya un Dios, podría cuestionar o descartar cualquier evidencia.

Cuando se refiere a la existencia de Dios, la Biblia dice que hay personas que han visto suficiente evidencia, pero que ellos han suprimido la verdad acerca de Dios: “porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Rom. 1:19-22).

En cambio, para aquellos que quieren saber si Dios está allí, él dice: “y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón” (Jer. 29:13).

Antes de ver los hechos y las evidencias que manifiestan la existencia de Dios, pregúntate: “¿Si Dios existe, quisiera conocerlo?” Si la respuesta es NO, no importa cuáles evidencias veas… tu corazón no podrá encontrarse con Dios; pero si tu respuesta es SI, entonces sigue leyendo.

La pregunta de si hay un argumento concluyente o una prueba siquiera para demostrar la existencia de Dios, ha sido debatida a través de la historia por gente de todo tipo (intelectuales, científicos, filósofos, escritores, agnósticos, ateos, etc.). En tiempos recientes, los argumentos contra de la posibilidad de la existencia de Dios han asumido un espíritu militante que acusa a cualquiera que se atreva a creer en Dios, como alguien delirante, irracional, fanático y religioso. Por ejemplo: Karl Marx aseguraba que cualquiera que creyera en Dios debía tener un desorden mental que causaba la invalidación del intelecto. El psiquiatra Sigmund Freud escribió que una persona que creyera en un Dios Creador, era una persona delirante, y que solo sostenía esas creencias debido a un factor de “cumplimiento de un deseo”, lo que causó que Freud lo considerara como una posición injustificable. El filósofo Frederick Nietzsche dijo abiertamente que la fe equivalía a negarse a conocer lo que es verdadero. Las voces de estas tres figuras de la historia (junto con otras), ahora son simplemente repetidas por una nueva generación de ateos quienes claman que la creencia en Dios está intelectualmente injustificada. 

¿Realmente es éste el caso? ¿El creer en Dios es mantener una posición racionalmente inaceptable? Fuera de lo referente a la Biblia, ¿puede establecerse un caso de la existencia de Dios que refute la posición tanto de los viejos como de los nuevos ateos, y ofrecer suficiente garantía para creer en un Creador? La respuesta es que sí se puede. Por otra parte, al demostrar la validez de un argumento a favor de la existencia de Dios, el caso del ateísmo resulta ser intelectualmente débil.

A continuación, revisemos la máxima evidencia de la existencia de Dios:

- La realidad del universo demanda que haya un Creador.

Para formar un argumento para la existencia de Dios, debemos comenzar por hacer las preguntas correctas. Comenzamos con la pregunta más básica: ¿Por qué tenemos algo, en vez de nada en absoluto? Esta es la pregunta básica de la existencia: ¿Por qué estamos aquí… por qué está la Tierra aquí… por qué está aquí el universo en vez de la nada? Comentando sobre este punto, un teólogo ha dicho: “En un sentido, el hombre no hace las preguntas acerca de Dios; su existencia misma levanta la pregunta acerca de Dios”.

Al considerar esta pregunta, hay cuatro posibles respuestas del por qué tenemos algo, en vez de nada en absoluto: 

1. La realidad es una ilusión.
2. La realidad es/fue auto-creada.
3. La realidad es auto-existente (eterna)
4. La realidad fue creada por algo que es auto-existente.

Así que, ¿cuál es la respuesta más lógica?
Comencemos con la realidad siendo simplemente una ilusión, lo cual es la creencia de un número de religiones orientales (hinduismo, budismo, entre otras). Esta opción fue excluida hace siglos por el filósofo Rene Descartes quien es famoso por su declaración, “Pienso, luego existo”. Descartes argumentó que si él estaba pensando, entonces él debía existir. En otras palabras, “Pienso, por lo tanto, no soy una ilusión”. Las ilusiones requieren de algo o alguien que experimente la ilusión, y por otra parte, tú no puedes dudar de la existencia de ti mismo sin probar tu existencia; es un argumento auto-excluyente. Así que la posibilidad de que la realidad sea una ilusión queda eliminada. 

La siguiente es la opción de que la realidad sea auto-creada. Cuando estudiamos filosofía, aprendemos sobre las declaraciones “analíticamente falsas”, lo que significa que son falsas por definición. La posibilidad de que la realidad sea auto-creada es uno de esos tipos de declaraciones por la simple razón de que algo no puede ser anterior a sí mismo. Si tú te creaste a ti mismo, entonces tú debes haber existido antes para que te crearas a ti mismo, pero eso simplemente no puede ser. En la evolución, a veces se refieren a esto como la “generación espontánea” (algo que procede de la nada); esta posición es absolutamente irracional simplemente porque no puedes obtener algo de la nada. Aún el ateo David Hume dijo: “Yo nunca juzgué tan absurda una proposición como la de que cualquier cosa puede surgir sin una causa”. Puesto que algo no puede proceder de nada, la alternativa de la realidad como algo auto-creado es excluida. 

Ahora quedan solo dos elecciones – una realidad eterna, o la realidad siendo creada por algo que es eterno; un universo eterno o un Creador eterno.

Así se podría resumir esta encrucijada: 

• Algo existe.
• La nada no puede crear algo.
• Por tanto, existe un “algo” necesario y eterno.

Tenemos que regresar a un “algo” eterno. El ateo que se burla del creyente en Dios por creer en un Creador eterno, debe recapacitar y aceptar la existencia de un universo eterno; es la única otra puerta que puede elegir. Pero ahora la pregunta es, ¿a dónde conduce la evidencia? ¿Acaso la evidencia apunta a la existencia de la materia antes que la mente, o a la mente antes que la materia?
 

Hasta ahora, todos los puntos clave de la evidencia científica y filosófica apuntan lejos de un universo eterno y hacia un Creador eterno. Desde el punto de vista científico, los científicos honestos admiten que el universo tuvo un principio, y todo lo que tiene un principio no es eterno. En otras palabras, todo lo que tiene un principio tiene una causa, y si el universo tuvo un principio, tuvo una causa.

Las leyes que rodean la causalidad hablan en contra de que el universo sea la causa última de todo lo que conocemos por este simple hecho: un efecto debe asemejarse a su causa. Siendo esto así, ningún ateo puede explicar cómo un universo impersonal, sin propósito, sin significado y amoral, accidentalmente produjo seres (nosotros) que están llenos de personalidad y obsesionados con el propósito, el significado y las leyes morales. Tal cosa, desde el punto de vista causal, refuta por completo la idea de un universo natural dando origen a todo lo que existe. Así que al final, el concepto de un universo eterno es eliminado.
 

El filósofo J. S. Mill (no un cristiano) resumió a lo que ahora hemos llegado: “Es evidente en sí, que solo la Mente puede crear mente”. La única conclusión racional y razonable es que un Creador eterno es el responsable por la realidad tal como la conocemos.

Ahora bien, si ponemos todo sobre la mesa, analicemos esta síntesis: 

• Existe algo.
• Tú no obtienes algo de nada.
• Por tanto, necesariamente existe “algo” eterno.
• Las únicas dos opciones son un universo eterno y un Creador eterno.
• La ciencia y la filosofía han descartado el concepto de un universo eterno.
• Por tanto, existe un Creador eterno.

El alguna vez ateo Lee Strobel, quien llegó a esta conclusión final hace muchos años, ha comentado: “esencialmente, me di cuenta de que siendo ateo, tendría que creer que la nada produce todo; que la no-vida produce vida; la aleatoriedad produce sincronización; que el caos produce información; que la inconsciencia produce consciencia; y la no-razón produce razón. Estos saltos de fe simplemente fueron demasiado grandes para que los aceptara, especialmente a la luz del caso afirmativo para la existencia de Dios… En otras palabras, en mi evaluación, la cosmovisión cristiana justificó la totalidad de la evidencia mucho mejor que la cosmovisión atea”.

Pero la próxima pregunta que debemos abordar es la siguiente: si existe un Creador eterno (y ya hemos demostrado que así es), ¿qué clase de Creador es él? ¿Podemos inferir opiniones acerca de él con base en las cosas que ha creado? En otras palabras ¿podremos entender la causa por sus efectos? La respuesta a esto es sí, podemos hacerlo, deduciendo las siguientes características:

• Él debe ser de naturaleza sobrenatural (puesto que él creó el tiempo y el espacio).
• Él debe ser omnipotente (excesivamente poderoso).
• Él debe ser eterno (auto-existente).
• Él debe ser omnipresente (él creó el espacio y no está limitado por él).
• Él debe ser eterno e inmutable (él creó el tiempo).
• Él debe ser inmaterial porque trasciende el espacio y lo físico.
• Él debe ser personal (lo impersonal no puede crear la personalidad).
• Él debe ser infinito y único ya que no puedes tener dos infinitos.
• Él debe ser plural y sin embargo tener unidad puesto que la unidad y la diversidad existen en la naturaleza.
• Él debe ser omnisciente (supremamente inteligente). Solo un ser cognoscitivo puede producir seres cognoscitivos.
• Él debe tener propósito puesto que creó todo deliberadamente.
• Él debe ser moral (ninguna ley moral puede obtenerse sin un dador).
• Él debe ser protector (o no habrían sido dadas leyes morales).

Siendo ciertas estas cosas por la evidencia presentada, ahora preguntamos si existe alguna filosofía, literatura,  sistema de creencias, religión (o como quieran llamarla) en el mundo que describa las características antes mencionadas de tal Creador. La respuesta a esto es sí: solo la Biblia describe al Dios que se ajusta perfectamente a este perfil.

Según este libro, Dios es sobrenatural (Gn. 1:1), todopoderoso (Jer. 32:17), eterno (Sal. 90:2), omnipresente (Sal. 139:7), eterno e inmutable (Mal. 3:6), inmaterial (Jn. 4:24), personal (Gn. 3:9), necesario (Col. 1:17), infinito y único (Jer. 23:24; Dt. 6:4), plural pero con unidad (Mt. 28:19), inteligente (Sal. 147:4, 5), con propósito (Jer. 29:11), moral (Dn. 9:14), y protector (1 Ped. 5:6, 7).

Otro punto por abordar sobre el tema de la existencia de Dios, es el asunto de cuán justificable es en realidad la posición del ateísmo. Puesto que el ateo afirma que la posición del creyente no es convincente, solo es razonable voltear la pregunta y dirigirla de regreso a él. Por ejemplo, alguien puede asegurar que las águilas rojas existen y alguien más puede asegurar que las águilas rojas no existen: el primero solo necesita encontrar una sola águila para probar su afirmación, pero el segundo debe revisar el universo entero y literalmente estar en todo lugar al mismo tiempo para asegurarse que él no ha pasado inadvertida ninguna águila roja en alguna parte y en algún momento, lo cual es imposible de hacer. Esto es por lo que los ateos intelectualmente honestos, admitirán que ellos no pueden probar que Dios no existe.

Así que ¿el creer en Dios tiene una garantía intelectual? ¿Existe un argumento racional, lógico y razonable para la existencia de Dios? Absolutamente. Mientras que los ateos tales como Freud aseguran que aquellos que creen en Dios simplemente quieren el cumplimiento de un deseo, tal vez es Freud y sus seguidores quienes realmente sufren del cumplimiento de un deseo: la esperanza y el deseo de que no haya un Dios, ni a quién entregar cuentas, y por lo tanto, tampoco un juicio. Pero refutando a Freud está el Dios de la Biblia, quien afirma su existencia y el hecho de que verdaderamente vendrá un juicio para aquellos que sabían dentro de ellos mismos la verdad de que él existe, pero que suprimieron esa verdad (
Rom. 1:20). Pero para aquellos que responden a la evidencia de que realmente existe un Creador, él ofrece el camino de salvación que ha sido logrado a través de su Hijo Jesucristo: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios.” (Jn. 1:12, 13).

miércoles, 21 de octubre de 2015

Dios el Espíritu Santo Parte VII


II. Condiciones para la plenitud del Espíritu
Frecuentemente se han señalado tres condiciones esenciales para ser llenos del Espíritu, las cuales se pueden extraer de las siguientes expresiones bíblicas: “no apaguéis al Espíritu” (1 Ts. 5:19), “no contristéis al Espíritu Santo de Dios” (Ef. 4:30) y “andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gál. 5:16).

Aunque existen otros pasajes similares que complementan estas condiciones básicas para ser llenos con el Espíritu, estos tres pasajes resumen la idea principal. A continuación, vamos a estudiarlos a profundidad:

1. “No apaguéis al Espíritu” (1 Ts. 5:19): el apóstol Pablo está usando la figura del fuego como un símbolo del Espíritu Santo. Por tanto, apagar el Espíritu es ahogar o reprimir al Espíritu y no permitirle que cumpla su obra en el creyente. Puede definirse simplemente como el decir «no» o no tener la voluntad de dejar al Espíritu trabajar en nuestra vida; en otras palabras, es desobedecer su palabra y limitar su intervención en nosotros.

De acuerdo a Ef. 6:16, “el escudo de la fe” es capaz de “apagar los dardos de fuego del maligno” porque resiste su obra maligna y limita su intervención mediante la fe en Dios y su palabra; del mismo modo, la falta de fe y obediencia al Espíritu Santo que nos guía a través de la palabra, estorba su obra en nosotros y apaga su manifestación a nuestro favor, quedando nosotros en una condición de decadencia espiritual. Por ende, Jesús dice: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Ap. 3:15, 16). Esto habla de una condición espiritual en la cual el creyente llega a tal estado de indiferencia a Cristo y al Espíritu Santo que su vida es desaprobada y ya no tiene parte en el reino de los cielos.

El pecado original de Satanás fue la rebelión contra Dios (Is. 14:14), y cuando un creyente dice «yo quiero» en lugar de decir como Cristo: “no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22:42), entonces está apagando al Espíritu.

Para que pueda experimentarse la plenitud del Espíritu es necesario para un cristiano que rinda su vida al Señor. Cristo enseñó que un hombre no puede servir a dos señores (Mt. 6:24), y a los cristianos se les exhorta constantemente a que se rindan a sí mismos a Dios. Al hablar de la rendición a la voluntad de Dios en la vida de un cristiano, Pablo escribió en Rom. 6:13: “ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”. Aquí se expresan claramente las 2 opciones que tiene cada cristiano: él puede rendirse a sí mismo a Dios o puede rendirse al pecado.

Un pasaje similar se encuentra en Rom. 12:1, 2: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Aquí Pablo presenta la obra de salvación y santificación en la vida del creyente, y amonesta a los creyentes romanos a que se sometan a la perfecta voluntad de Dios.

En estos pasajes se usa la misma idea: «rendirse a Dios de una vez y para siempre». De acuerdo a esto, la experiencia de ser lleno con el Espíritu solo puede ser llevada a cabo cuando un cristiano toma el paso inicial de presentar su cuerpo y su vida entera en sacrificio vivo. El cristiano ha sido preparado para esto por medio de la salvación, lo cual hace al sacrificio santo y aceptable delante de Dios por la obra de Cristo a nuestro favor.

Al presentar su cuerpo y su vida entera, el cristiano enfrenta el hecho de que no debe conformarse al mundo, sino que debe ser transformado por el Espíritu Santo con el resultado de que su mente sea renovada para entender la voluntad de Dios que es buena, agradable y perfecta.

La rendición no se hace en referencia a algún punto en particular, sino que más bien discierne la voluntad de Dios para la vida en cada asunto particular. Es, por lo tanto, una actitud de estar deseoso de hacer cualquier cosa que Dios quiera que el creyente haga. Es el hacer la voluntad perfecta de Dios en su vida y estar dispuesto a hacer cualquier cosa cuando sea, donde sea y como Dios pueda dirigirla en armonía con las Escrituras.

El hecho de que la exhortación “no apaguéis el Espíritu” esté en tiempo presente, indica que ésta debe ser una experiencia continua, nutrida por un acto de rendición constante y diario.

Un cristiano que desea estar continuamente rendido a Dios encuentra que esta rendición se relaciona con todos los aspectos de su vida:

* Es, en primer lugar, una rendición a la Palabra de Dios en sus exhortaciones y su verdad. El Espíritu Santo es el Maestro, y a medida que va conociendo la verdad, un creyente debe rendirse a ésta a medida que la va comprendiendo. Por tanto, el rehusar someterse a la Palabra de Dios hace que la plenitud del Espíritu sea imposible.

* La rendición también se relaciona con la guía. En muchos casos la Palabra de Dios no es explícita en cuanto a decisiones que un cristiano tiene que enfrentar. Aquí el creyente debe ser guiado por los principios de la Palabra de Dios, y el Espíritu de Dios puede darle la guía sobre las bases de lo que la Escritura revela. De acuerdo a ello, la obediencia a la guía del Espíritu es necesaria para la plenitud del Espíritu (Rom. 8:14). En algunos casos el Espíritu puede ordenar a un cristiano que haga algo y en otras ocasiones puede prohibirle que siga el curso de una acción. Una ilustración es la experiencia de Pablo, quien fue impedido de predicar el evangelio en Asia y Bitinia en las primeras etapas de su ministerio y más tarde se le instruyó que fuera a estas mismas regiones a predicar (Hch. 16:6, 7; 19:10). La plenitud del Espíritu incluye el seguir la guía del Señor.

* Un cristiano también debe de estar rendido a los hechos providenciales de Dios, los cuales a menudo acarrean situaciones o experiencias que no son deseadas por el individuo (pruebas, dificultades, persecuciones, tentaciones, etc.). De acuerdo a ello, un creyente debe entender lo que es ser sumiso a la voluntad de Dios, aún cuando ello implique el sufrimiento y sendas que en sí mismas no son placenteras.

La suprema ilustración de lo que significa ser lleno con el Espíritu y rendido a Dios es el Señor Jesucristo mismo. En Fil. 2:5-11 se revela que Jesús, al venir a la tierra y morir por los pecados del mundo, estaba deseando ser lo que Dios había escogido, ir a donde Dios había elegido y hacer lo que Dios había decidido.

Un creyente que desea ser lleno con el Espíritu debe tener una actitud similar en cuanto a rendición y obediencia; no se trata solamente de orar mucho, hablar en otras lenguas, predicar con elocuencia, o ver milagros y sanidades. Estas cosas son una bendición pero no son las evidencias más importantes a la hora de evaluar quién está lleno del Espíritu Santo.

2. “No contristéis al Espíritu Santo de Dios” (Ef. 4:30). Así pues, se exhorta a los creyentes a no pecar, a no desobedecer los principios y los mandamientos de Dios, ya que esto trae tristeza y desagrado al Espíritu Santo. Cuando damos lugar al pecado, esto muestra nuestra falta de rendición en algún área. Por ende, para poder ser llenos con el Espíritu, debemos rendirnos de corazón a Dios y desistir de cualquier pecado que contrista al Espíritu Santo. Lamentablemente, cuando el Espíritu de Dios es contristado en el creyente, la comunión, guía, instrucción y poder del Espíritu son estorbados (aunque él podría manifestarse por su gracia y su soberanía) pero hay desaprobación de parte de Dios y vendrá la disciplina para corregir según el trato de Dios con cada uno; así pues, el Espíritu Santo está morando en el creyente, pero no está libre para cumplir su obra completa en su vida. Sin embargo, la Biblia advierte al creyente contra los serios resultados de estar contristando continuamente al Espíritu. Esto, a veces, resulta en el castigo de Dios para con el creyente con el propósito de restaurarle, como se menciona en Heb. 12:5, 6. Al cristiano se le advierte que, si él no se juzga a sí mismo, Dios necesitará intervenir con su disciplina (1 Cor. 11:31, 32).

Cuando un cristiano toma conciencia del hecho de que ha contristado al Espíritu Santo, el remedio está en cesar de contristar al Espíritu, procediendo al arrepentimiento y renunciando al pecado para obedecer a Dios. 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Este pasaje se refiere a un hijo de Dios que ha pecado contra Dios. La vía de restauración está abierta porque la muerte de Cristo es suficiente para todos sus pecados (1 Jn. 2:1, 2). Así, la manera de volver a la comunión con Dios para un creyente es confesar sus pecados a Dios, reconociendo nuevamente las bases para el perdón en la muerte de Cristo y deseando la restauración a una comunión íntima con Dios. El pasaje asegura que Dios es fiel y justo para perdonar el pecado y quitarlo como una barrera que se interpone en la comunión cuando un cristiano confiesa sinceramente su desobediencia ante Dios.

Ahora bien, hay situaciones donde la confesión del pecado puede requerir que se vaya a los individuos que han sido ofendidos y corregir las dificultades, pero la idea principal y la prioridad es establecer una nueva relación íntima con Dios mismo. Entonces, la restauración a la comunión está sujeta, por lo tanto, solo a la actitud humana de confesión y rendición.

En otro sentido, la experiencia de la plenitud del Espíritu no significa que estemos libres siempre de la ansiedad, el temor, la tristeza o la confusión ya que como humanos podemos enfrentar diversas dificultades, enfermedades, problemas, turbación, etc. El mismo apóstol que nos anima a ser llenos del Espíritu confiesa en 2 Cor. 1:8, 9 que él y otros creyentes fueron abrumados sobremanera más allá de sus fuerzas, de tal modo que aún perdieron la esperanza de conservar la vida. De acuerdo a ello, aún un cristiano lleno con el Espíritu puede experimentar algún trastorno interior temporal pero cuenta con la ayuda del Señor y es consolado en su corazón. Por eso, cuanto más grande sea la necesidad en las circunstancias del creyente, mayor es la necesidad de la plenitud del Espíritu y la rendición a la voluntad de Dios para que el poder del Espíritu pueda ser manifestado en su vida.

3. “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gál. 5:16). El andar en el Espíritu es un principio divino para ser llenos del Espíritu Santo y para apropiarse del poder y la bendición que es provista por el Espíritu que mora en el creyente. Dicho de otra manera, un verdadero cristiano debe mantenerse andando por medio del Espíritu porque la exigencia de la vida espiritual no es un juego; definitivamente, estamos en una guerra espiritual y la carne es nuestro peor enemigo (Rom. 6:6; 8:5-10; 2 Cor. 7:1; 10:1-4; Gál. 5:19-21; 6:8; Ef. 2:3), pero también tenemos una lucha contra las fuerzas del diablo y sus demonios (2 Cor. 4:4; 11:14; Ef. 6:12) y vivimos en un mundo corrompido que nos ofrece todo tipo de pecados y distracciones para no seguir de verdad a Cristo (Jn. 17:15; Rom. 12:2; 2 Cor. 6:14; Gál. 6:14; 1 Jn. 2:15).

La carne es la naturaleza caída que todos tenemos y que se inclina hacia el pecado y la rebelión contra Dios; entonces, si no andamos en el Espíritu (según la voluntad de Dios establecida en la Biblia), andamos en los deseos pecaminosos de la carne. No hay otra opción y la Escritura dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:1). Si yo digo estar en comunión con Cristo y vivir para él, debo demostrarlo andando según la palabra y según el fruto del Espíritu. Sin la obra del Espíritu en nosotros somos incapaces de cumplir la voluntad de Dios. Así pues, la provisión del Espíritu que mora en nosotros los creyentes hace posible estar andando por medio del poder y la guía del Espíritu.

El andar en el Espíritu es un acto de fe y es un reto para todos aquellos que se identifican con el carácter de Cristo y dicen seguir sus pisadas. En el tiempo de la gracia el modelo de vida en Cristo tiene altas normas de moral, santidad, amor y compromiso, y pocos quieren tomar con seriedad este llamado divino a ser como Cristo, amar como Cristo ama (Jn. 13:34, 35; 15:12-17) y llevar todo pensamiento, concepto e idea a la obediencia en Cristo (2 Cor. 10:5). Todo esto solo es posible si andamos en el Espíritu.

El fruto del Espíritu en el creyente se manifiesta en 9 virtudes representativas que realmente incluyen todos los valores del cristianismo y son: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gál. 5:22, 23). Todo esto solo es posible si andamos en el Espíritu.

En conclusión, solo la continua dependencia del Espíritu de Dios puede traer victoria sobre el pecado, sobre la naturaleza caída, sobre los demonios y sobre el mundo. De ahí la necesidad de caminar constantemente en el Espíritu para que se pueda llevar a cabo la voluntad de Dios en la vida de un creyente.

Al creyente le espera la resurrección del cuerpo y la gloria eterna con Dios, pero la lucha espiritual continuará sin cesar hasta la muerte o el arrebatamiento de la Iglesia al cielo cuando venga Cristo.

Todas estas verdades enfatizan la importancia de ajustarse al Espíritu, andando en su poder y guía y dejando que el Espíritu tome el control en nuestra vida diaria.

No apaguemos al Espíritu, no le contristemos y andemos siempre según su palabra, su dirección y su poder… solo así seremos realmente llenos de él y su fruto será la demostración más clara de lo que produce en aquellos que están en comunión íntima con él.

El creyente lleno del Espíritu Santo será cada día un reflejo de Cristo; sus virtudes y cualidades se verán latentes en su vida diaria.

III. Los resultados de la plenitud del Espíritu
Cuando un creyente está rendido a Dios y lleno del Espíritu, tienen que verse resultados maravillosos en su vida:

* Experimenta una santificación progresiva en su vida y el fruto del Espíritu se evidencia cada día. Esta es la suprema manifestación del poder del Espíritu y es la preparación terrenal para el tiempo cuando el creyente, en los cielos, será completamente transformado a la imagen de Cristo.

* Comprende cada día más la infinita verdad de la Palabra de Dios. Una de las funciones primordiales del Espíritu es enseñar al creyente las verdades espirituales a través de su guía e iluminación. Así como el Espíritu de Dios es necesario para revelar la verdad concerniente a la salvación antes de que una persona pueda ser salva (Jn. 16:7-11), así el Espíritu de Dios guía también al cristiano a toda verdad (Jn. 16:12-14). Las cosas profundas de Dios (las verdades que solo pueden ser comprendidas por un hombre enseñado por el Espíritu) son dadas a quien está andando en el Espíritu (1 Cor. 2:9-16; 3:1-3).

* Recibe dirección diaria del Espíritu Santo porque él es capaz de guiar a un cristiano y aplicar las verdades generales de la Palabra de Dios a cada situación particular del creyente (Rom. 12:2). Este nivel de dirección es la experiencia normal de los cristianos que están en una relación correcta con el Espíritu de Dios (Rom. 8:14).

* Tiene total seguridad de la salvación en Cristo porque hay una comunión íntima con el Espíritu. De acuerdo a Rom. 8:16, “el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios” (Gál. 4:6; 1 Jn. 3:24; 4:13). Es normal para un cristiano el tener la seguridad de su salvación, como lo es para un individuo el saber que está físicamente vivo.

* Adora a Dios y vive apasionado por él. Toda la adoración y el amor de Dios son posibles solamente cuando se está andando en el Espíritu. En el contexto de la exhortación de Ef. 5:18 a que seamos llenos del Espíritu, los versículos siguientes describen la vida normal de adoración y comunión con Dios (Ef. 5:19, 20). La adoración es un asunto del corazón, y como Cristo le dijo a la mujer samaritana: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn. 4:24). La verdadera alabanza y acción de gracias son imposibles aparte de la capacitación del Espíritu.

* Tiene una vida de oración ferviente. Uno de los aspectos más importantes de la vida de un creyente es su oración de comunión con el Señor. Aquí nuevamente el Espíritu de Dios debe guiar y dirigir la oración del creyente para que sea de acuerdo a la Palabra de Dios. Además de la oración del creyente mismo, Rom. 8:26 revela que el Espíritu intercede por el creyente. Entonces, una vida de oración efectiva depende del andar en el Espíritu.

* Desarrolla una vida de servicio al Señor y a los demás. Además de todas las cualidades ya mencionadas, toda la vida de servicio y el ejercicio de sus dones naturales y espirituales dependen del poder del Espíritu. Cristo se refirió a esto en Jn. 7:38, 39, donde describió la obra del Espíritu como un río de agua viva fluyendo del corazón del hombre. Por tal motivo, un cristiano puede tener grandes dones espirituales y no usarlos por no estar andando en el poder del Espíritu. En contraste, otros con relativamente pocos dones espirituales pueden ser usados grandemente por Dios porque están andando en el poder del Espíritu.


Realmente, la enseñanza de la Escritura sobre la plenitud del Espíritu es una de las prioridades que debe tener todo cristiano y todo predicador para comprender, aplicar y apropiarse de estas bendiciones, compartiendo con otros de este tesoro maravilloso.

lunes, 19 de octubre de 2015

Dios el Espíritu Santo Parte VI


- Su Plenitud

I. Definición de la Plenitud del Espíritu Santo
En contraste con las obras del Espíritu Santo en la salvación (la regeneración, el morar, el sellado y el bautismo), la plenitud del Espíritu se relaciona con la experiencia cristiana, el poder y el servicio. Las obras del Espíritu en relación con la salvación se presentan en la conversión del creyente y se van desarrollando más y más, pero la plenitud del Espíritu es una experiencia reiterativa en la vida espiritual del creyente y se menciona frecuentemente en la Biblia.

La llenura del Espíritu Santo o de sus virtudes se manifestó aún en el A.T.:
* Llenura de sabiduría (Éx. 28:3).
* Llenura del Espíritu de Dios en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte (Éx. 31:3, 4).
* Llenura del espíritu de sabiduría (Dt. 34:9).
* Llenura del poder del Espíritu de Jehová (Miq. 3:8).

Sin lugar a dudas, hay muchos otros ejemplos donde el Espíritu de Dios vino sobre individuos y los capacitó en poder para el servicio en un plan divino específico; sin embargo, no muchos fueron llenos del Espíritu antes del día de Pentecostés porque la obra del Espíritu siempre ha estado relacionada con el soberano propósito de Dios. Así pues, no hay indicación de que la plenitud del Espíritu hubiera estado abierta a cada uno que rindiera su vida al Señor antes de Pentecostés. Por tanto, comenzando con el día de Pentecostés, amaneció una nueva edad en la cual el Espíritu Santo obraría en cada creyente para llenarlo de su presencia, su poder y sus virtudes. Entonces todos los creyentes salvos somos hechos morada del Espíritu y podemos ser llenos si él encuentra las condiciones propicias. Esta conclusión se confirma en numerosas referencias del N.T. (Hch. 2:4; 4:8, 31; 6:3, 5; 7:55; 9:17; 11:24; 13:9, 52; Ef. 5:18).

La plenitud del Espíritu puede definirse como un estado espiritual donde el Espíritu Santo está cumpliendo todo lo que él vino a hacer en el corazón y en la vida del creyente individual; obviamente, su trabajo es progresivo y no es solo un asunto de adquirir más del Espíritu, sino también que él vaya tomando control del individuo. En lugar de ser una situación poco frecuente, como lo era antes de Pentecostés, el ser lleno por el Espíritu en la edad presente es el objetivo de Dios, si bien no es lo usual en la experiencia del cristiano promedio por diversas razones que veremos en este estudio. Así pues, a cada cristiano se le anima a ser lleno del Espíritu (Ef. 5:18).

Hay una carencia notable en la vida espiritual de muchos cristianos y es que pocos se caracterizan por estar llenos del Espíritu. Esta falta, sin embargo, no se debe a una falla de parte de Dios en su provisión, sino más bien, es una falla del individuo al no apropiarse de esta provisión y no permitir al Espíritu Santo llenar su vida.

Un cristiano nuevo quien haya sido salvo recientemente puede ser lleno con el Espíritu y manifestar el poder del Espíritu Santo en su vida. Sin embargo, la madurez viene solo a través de una vida cristiana que se desarrolla por el conocimiento de las Escrituras y del carácter de Dios, por la obediencia a Dios y por la continua experiencia de ser lleno con el Espíritu. Así como un niño recién nacido puede ser apasionado y despierto, de la misma manera un cristiano puede ser lleno con el Espíritu, pero, al igual que un recién nacido, solo la vida y la experiencia pueden sacar a relucir las cualidades espirituales que pertenecen a la madurez. Por tal motivo hay numerosos pasajes de la Biblia que hablan del crecimiento espiritual; por ejemplo, el trigo crece hasta la cosecha (Mt. 13:30) y esto manifiesta la necesidad de permanecer creciendo siempre en la gracia y el conocimiento de Cristo. Además, Dios obra en su Iglesia a través de hombres dotados con dones espirituales para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio y para edificar el cuerpo de Cristo de manera que los cristianos puedan crecer en fe y en estatura espiritual buscando ser más como Cristo (Ef. 4:11-16). Pedro habla de la necesidad de leche espiritual no adulterada (no contaminada ni cambiada) para crecer (1 Ped. 2:1-3), y exhorta a “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18).

Hay una relación obvia entre la plenitud del Espíritu y la madurez espiritual, y un cristiano lleno del Espíritu madurará más sólidamente y con mejores frutos que uno que no lo está. La plenitud del Espíritu y la madurez espiritual como resultado, son los dos factores más importantes en la ejecución de la voluntad de Dios en la vida de un cristiano y también en el propósito de Dios de prepararle para buenas obras (Ef. 2:10).

Por consiguiente, la plenitud del Espíritu se cumple en un creyente cuando está completamente rendido al Espíritu Santo y le permite tomar el control, recibiendo poder y gracia suficientes. Mientras que puede haber varios grados en la manifestación de la plenitud del Espíritu y grados en el poder divino, el pensamiento central en la plenitud es que el Espíritu de Dios es capaz de operar en y a través del individuo sin obstáculo, cumpliendo la voluntad perfecta de Dios para aquella persona. Sin embargo, el hecho de que el poder del Espíritu Santo se manifieste en una persona no indica que sea salva, que sea espiritual, que sea aprobada por Dios o que sea llena del Espíritu Santo (Mt. 7:21-23).

El concepto de la plenitud del Espíritu tiene múltiples evidencias en el N.T. Inicialmente, es ilustrado fundamentalmente en Jesucristo, quien, de acuerdo a Lc. 4:1, fue “lleno del Espíritu Santo”; además, en Lc. 4:16-21 Jesús aplica las palabras del profeta Isaías a sí mismo con respecto a la obra del Espíritu en su vida para dar buenas nuevas, pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos. Por otro lado, Juan el Bautista tuvo la experiencia excepcional de ser lleno del Espíritu desde que estaba en el vientre de su madre (Lc. 1:15), y esto sucedió cuando María entró a la casa de su madre Elizabet, estando en embarazo de Jesús, el Hijo de Dios (Lc. 1:39-44), quien fue concebido por el Espíritu Santo (Lc. 1:35); asimismo, su madre Elizabet y su padre Zacarías, fueron llenos del Espíritu (Lc. 1:41, 67). Estos casos se dieron antes del nuevo pacto (por la sangre de Cristo) porque él todavía no había ido a la cruz, no había resucitado ni había enviado al Espíritu Santo a morar en los creyentes; por ende, esta llenura del Espíritu era una obra soberana de Dios que no estaba al alcance de cada individuo.

No obstante, en el día de Pentecostés toda la multitud de 120 creyentes reunidos en Jerusalén fue llena con el Espíritu (Hch. 2:4). Asimismo, en la Iglesia primitiva, el Espíritu de Dios llenaba repetidamente a aquellos que buscaban la voluntad de Dios: por ejemplo, Pedro (Hch. 4:8); el grupo de cristianos que oraban pidiendo valor y poder de Dios (Hch. 4:24-31); y Pablo, después de su conversión (Hch. 9:17). Algunos se caracterizan por estar en un continuo estado de plenitud del Espíritu, como se ilustra en los primeros diáconos (Hch. 6:3-6; 7:55) y Bernabé (Hch. 11:24). Pablo fue lleno con el Espíritu repetidas veces (Hch. 13:9), y así lo fueron los discípulos del Señor (Hch. 13:52). En cada caso solamente los cristianos rendidos a Dios fueron llenos con el Espíritu.

A los creyentes del A.T. nunca se les animaba a ser llenos con el Espíritu, aunque en algunas ocasiones fueron amonestados a creer en el poder del Espíritu para obtener las bendiciones de Dios; por ejemplo, en Zac. 4:6 dice: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”. No así, en este tiempo de la gracia, donde a cada cristiano se le anima a ser lleno del Espíritu; en Ef. 5:18 dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. El ser llenos con el Espíritu, así como el recibir la salvación por fe, no se cumple, sin embargo, por esfuerzo humano; más bien es por permitir a Dios que cumpla su obra en nosotros los creyentes. La plenitud del Espíritu, si bien puede ocurrir en el momento de la salvación, ocurre una y otra vez en la vida de un cristiano consagrado, y debería ser una experiencia normal que los cristianos tuviesen esta constante plenitud del Espíritu.

La expresión de Pablo “sed llenos del Espíritu” se entiende también como “manténganse llenos del Espíritu” porque ésta es la voluntad de Dios para todos sus hijos. En este texto Pablo habla del estado de alteración corporal que se produce cuando alguien ingiere vino y menciona uno de los efectos que se presentan en la conducta y en la mente, y es la disolución, es decir, el desorden y el desequilibrio. Comparando el vino con la llenura del Espíritu Santo, la gran diferencia es que el Espíritu divino trae orden, santidad, justicia, y toda virtud, pero también trae gozo verdadero, paz y plenitud al corazón del creyente. La plenitud del Espíritu no es, por lo tanto, una experiencia que sucede una vez y para siempre. No es correcto llamarla una segunda obra de gracia, puesto que ocurre una y otra vez. Indudablemente, la experiencia de ser lleno con el Espíritu por primera vez es muy especial en la vida del cristiano y puede elevar la experiencia cristiana a un nuevo nivel. Sin embargo, el cristiano depende de Dios para la continua plenitud del Espíritu, y ningún cristiano puede vivir en el poder espiritual de lo que recibió ayer. Por tal razón, todos los días el creyente debe buscar la llenura del Espíritu Santo para andar en el Espíritu, para dar el fruto completo del Espíritu y para ser un instrumento útil en las manos del Señor, sirviendo a los demás y compartiendo el evangelio de Cristo con eficacia a los que no conocen la salvación.

De la naturaleza de la plenitud del Espíritu puede concluirse que la amplia diferencia en la experiencia espiritual observada en cristianos y los diferentes niveles de obediencia y fidelidad a la voluntad de Dios pueden ser atribuidos a la presencia o ausencia de la plenitud del Espíritu. El que desea hacer la voluntad de Dios debe, por consiguiente, participar por completo en el privilegio que Dios le ha dado al ser morada del Espíritu y tener la capacidad de rendir completamente su vida al Espíritu de Dios, quien lo llenará a cada instante de amor, poder, sabiduría, santidad, y mucho más, mediante una vida dedicada a la oración y al estudio de la Palabra que es la inspiración del Espíritu Santo (2 Ped. 2:19-21). 

domingo, 11 de octubre de 2015

Dios el Espíritu Santo Parte V


- Su Bautismo

I. El significado del bautismo del Espíritu Santo 
 
Probablemente ninguna otra doctrina del Espíritu Santo ha sido objeto de más confusión que el bautismo del Espíritu. La mayoría de veces esta confusión se da por el hecho de que el bautismo del Espíritu comienza al mismo tiempo en que ocurren otras grandes obras del Espíritu, tales como la regeneración, la morada y el sellado (que son temas ya expuestos con detalle). También en algunas ocasiones el bautismo del Espíritu y la plenitud del Espíritu ocurren al mismo tiempo, y algunos predicadores o lectores de la Biblia hacen sinónimos de estos dos acontecimientos. El conflicto en la interpretación, sin embargo, se resuelve si se examina cuidadosamente lo que la Escritura dice con relación al bautismo del Espíritu y ésta será la tarea que se realizará a continuación…

II. El bautismo del Espíritu Santo antes de Pentecostés
 
En el A.T. no se menciona el término bautismo del Espíritu Santo ya que este tema solo se desarrolla a partir de la venida del Mesías en el N.T. y es él quien bautiza con el Espíritu Santo a los creyentes. Al examinar las referencias en los cuatro evangelios y en Hch 1:5, se aclara que el bautismo del Espíritu es considerado en cada caso como un acontecimiento futuro, el cual nunca había ocurrido antes. Así pues, en Mt. 3:11, Juan el Bautista predice que Cristo bautizará en Espíritu Santo y fuego. La referencia al bautismo por fuego se asocia con el poder divino que se ilustra con el fuego, el cual purifica e ilumina la vida del creyente (Jer. 23:29; Mal. 3:2; Hch. 2:3).

En relación al bautismo del Espíritu aparecen varias preposiciones para describir esta obra de Cristo: “él os bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Mt. 3:11); “él os bautizará con Espíritu Santo” (Mr. 1:8); “ése es el que bautiza con el Espíritu Santo” (Jn. 1:33). El bautismo en cualquier caso es por medio del Espíritu Santo.
 
La norma de la doctrina es expresada por Cristo mismo cuando él contrastó el bautismo administrado por Juan con el futuro bautismo de los creyentes por medio del Espíritu Santo, lo cual ocurriría después de su ascensión. Cristo dijo: “Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hch. 1:5).

Cuando nos encontramos con el término bautismo en la Biblia, tenemos que preguntarnos cuál es su significado y en qué contexto se habló, porque hay varias referencias al respecto:

- El bautismo en agua de Juan el Bautista (Hch. 19:3).
- El bautismo en agua de los discípulos de Jesús (Jn. 4:2).
- El bautismo en agua de los cristianos (Hch. 2:38).
- El bautismo de Moisés (1 Cor. 10:2).
- El bautismo con el Espíritu Santo y con fuego (Mt. 3:11; Hch. 1:5).
- El bautismo simbólico de Jesús con sufrimiento (Lc. 12:50; Rom. 6:3).
- El bautismo simbólico del creyente en Cristo (Gál. 3:27; 1 Ped. 3:21).

Notemos que los tres primeros son bautismos literales que se realizan con agua pero los últimos cuatro no implican el sumergirse en agua sino que tienen una implicación espiritual.

Ahora, el término bautismo proviene de la palabra griega baptizo que significa “sumergir en”. Miremos una aplicación de la palabra bautizar aparte de sumergirse en agua: cuando un fabricante de ropa sumergía su tela en la tinta para darle color, se decía que la tela era bautizada en la tinta. Salía igual que la tinta y se había identificado totalmente con ella.

- El bautismo en agua de Juan y el de los discípulos de Jesús tenían como símbolo la purificación de los pecados pero necesitaban la obra de Cristo en la cruz para justificar al pecador por la fe. Mientras que el bautismo de los cristianos (ordenado por Cristo) tenía como símbolo la identificación del creyente con la muerte y la resurrección de Cristo. Estos tres tipos de bautismo tienen como objetivo que el creyente se identifique con la justicia de Dios y se acerque a él en arrepentimiento y conversión genuina.

- El bautismo de Moisés que menciona el apóstol Pablo se puede entender de la siguiente forma: Moisés representa el pacto de Dios con el pueblo judío mediante la Ley en el A.T., así como Jesús, el Hijo de Dios, representa el nuevo pacto para la salvación de toda la humanidad (Jn. 1:17; Heb. 3:5, 6). El pueblo de Israel fue convencido de que Moisés era un hombre escogido por Dios por el milagro de la nube que los protegía y por haberlos conducido a salvo a través del mar Rojo (entre otros milagros innumerables que Dios hizo por medio de él); por tanto, se dice que fueron bautizados en Moisés. El término “bautizados” aquí equivale a decir que se identificaron con Moisés y con el propósito de Dios; otra forma de expresarlo es que los israelitas fueron “iniciados” en el pacto de Dios que vendría luego por medio de Moisés en el monte Sinaí (Éx. 14:31; 24:12).

Hay una semejanza entre el bautismo en agua del N.T. y los símbolos de la nube y el mar en el A.T. porque estos elementos tenían agua; de ahí que Pablo los relacione. Ahora bien, los israelitas fueron bautizados simbólicamente en Moisés pero esto no les salvó de los juicios de Dios cuando se rebelaron contra sus leyes; de igual forma, el bautizarse en agua en el evangelio tampoco garantiza la salvación porque es por gracia y por fe en Cristo; si fuese por obras, ningún ser humano podría entrar al cielo porque todos somos pecadores y muchas veces desobedecemos las leyes de Dios, pero en Cristo tenemos el único sustituto que pagó con su muerte por nuestra redención y ya no tenemos que enfrentar el juicio de Dios porque hemos creído en la obra perfecta que Cristo consumó en la cruz, llevando el castigo por todos nuestros pecados. Sin embargo, cuando un creyente persiste en el pecado y lo practica de forma abierta, será condenado por su rechazo a la obra de Cristo que fue hecha para darle una nueva vida (aún si es bautizado en las aguas).

- En cuanto al bautismo del Espíritu Santo y con fuego, analicemos los siguientes argumentos:

Pablo dice: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Cor. 12:13). La identificación del creyente con Cristo por medio de la obra del Espíritu Santo se hace efectiva cuando creemos en Cristo y hacemos parte del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Esta realidad es para todos los creyentes en Cristo que han sido salvos; sin embargo, hay muchos que creen que la señal de que hemos sido bautizados con el Espíritu Santo es el hablar en otras lenguas pero esto no es bíblico realmente porque las lenguas son un don del Espíritu Santo y no todos los creyentes hablan en lenguas. Más bien, el bautismo por el Espíritu Santo imparte seguridad de parte de Dios porque en Cristo tenemos la bendición de ser salvos e ir al cielo, pero no es una señal de que estamos completamente comprometidos con Dios (Ef. 1:13, 14; 5:18). Este punto se ampliará más adelante.

- El bautismo simbólico de Jesús con sufrimiento. En Lc. 12:50 dice: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y ¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”. Obviamente, estas palabras se refieren al sufrimiento de Cristo al llevar todos nuestros pecados en la cruz como nuestro sustituto. Él tenía que identificarse con nosotros, asumiendo la culpa de todos nuestros pecados y esto le angustió profundamente porque él es santo y sin mancha. Este bautismo es simbólico pero confirma el concepto de identificarse con otro, al igual que todos los tipos de bautismo mencionados antes.

- El bautismo simbólico del creyente en Cristo se puede entender en Gál. 3:27 y 1 Ped. 3:21. En Gál. 3:27 se refiere a identificarnos con Cristo y ser semejantes a él; por otra parte, 1 Ped. 3:21 en su contexto, está hablando de la identificación con Cristo que nos lleva a ser librados del juicio de Dios, así como Noé y su familia entraron al arca y fueron salvos del diluvio. Tengamos presente que estos versos no enseñan que el bautismo con agua es necesario para la salvación ni tampoco enseñan que hay que añadir otra obra para ser salvos.

III. Todos los cristianos son bautizados por el Espíritu en el tiempo de la gracia

A causa de la confusión en cuanto a la naturaleza y tiempo del bautismo del Espíritu, no siempre ha sido reconocido que cada cristiano es bautizado por el Espíritu dentro del cuerpo de Cristo en el momento de su salvación. Este hecho es destacado en el pasaje central sobre el bautismo del Espíritu en el N.T. en 1 Cor. 12:13. Como ya se ha dicho, allí se declara: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”.
 
La expresión “por un solo Espíritu” significa “por medio del Espíritu Santo”. En otras palabras, Cristo nos bautiza por medio del Espíritu Santo.

La frase “fuimos todos bautizados en un cuerpo” se refiere claramente a todos los cristianos salvos y no se enfoca en algún grupo de cristianos en particular porque habla del cuerpo de Cristo que es la Iglesia, compuesta por personas de diferentes naciones y condiciones sociales.

La verdad bíblica sobre el bautismo entonces se puede resumir en lo siguiente: cada cristiano, desde el momento que es salvo, es bautizado por Cristo por medio del Espíritu dentro de su cuerpo que es la iglesia. Ahora bien, existen diversas formas del bautismo en agua, pero hay un solo bautismo del Espíritu.

La universalidad de esta obra se destaca por el hecho de que en la Escritura el cristiano nunca es animado a pedir el bautismo por el Espíritu, mientras que sí se le exhorta a ser lleno del Espíritu (Ef. 5:18).

IV. El bautismo del Espíritu dentro del cuerpo de Cristo
 
Como se ha dicho, por medio del bautismo del Espíritu, el creyente es ubicado dentro del cuerpo de Cristo en la unión viviente de todos los creyentes verdaderos en la edad presente. Aquí el bautismo apunta al hecho de tener una relación nueva y permanente con Cristo y con la familia de la fe por medio del Espíritu Santo (Hch. 2:47; 1 Cor. 12:12-14; Ef. 2:16; 4:3, 4, 15, 16; 5:30-32; Col. 2:19). Cristo es la Cabeza de su cuerpo y el único que dirige a su pueblo (1 Cor. 11:3; Ef. 1:22, 23; 5:23; Col. 1:18). El cuerpo así formado y dirigido por Cristo también es nutrido y cuidado por Cristo (Ef. 5:29; Fil. 4:13; Col. 2:19). Una de las obras de Cristo es la de santificar su Cuerpo (que es la Iglesia) en preparación para su presentación en gloria (Ef. 5:25-27).

Como miembro del cuerpo de Cristo, al creyente se le dan también dones o funciones específicas en el cuerpo de Cristo (Rom. 12:3-8; 1 Cor. 12:4-11, 27, 28; Ef. 4:7-16). Siendo colocado dentro del cuerpo de Cristo por medio del Espíritu Santo, no solo es segura la unidad del Cuerpo, sin distinción de raza, cultura o condición social, sino que también es seguro que cada creyente tiene su lugar y sus funciones particulares y su oportunidad para servir a Dios y a los demás. El cuerpo como un todo está unido entre sí; es decir, aunque los miembros sean individuos, el cuerpo como un todo está bien coordinado y unido por medio del Espíritu Santo.
 
V. El bautismo del Espíritu en Cristo
 
Como el creyente está en Cristo por medio del Espíritu, hay una identidad y una participación con la obra de Cristo en su muerte, resurrección y glorificación. Esto se presenta en Rom. 6:1-4: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”. Aquí se declara que el creyente es bautizado en Jesucristo y en su muerte, y si lo es en su muerte, está sepultado y resucitado con Cristo. Esto ha sido tomado a menudo para representar el bautismo en agua, pero también implica la obra del Espíritu Santo, sin la cual el bautismo en agua sería carente de significado. Un pasaje similar se encuentra en Col. 2:12. Así pues, nuestra identificación con Cristo a través del Espíritu es la base de todo lo que Dios hace en el tiempo presente y en la eternidad.
 
Dado que un creyente está en Cristo, él también tiene la vida de Cristo, la cual es compartida por la Cabeza con el Cuerpo. La relación de Cristo con su Cuerpo como su Cabeza también se relaciona con la dirección soberana de Cristo de su Cuerpo, así como el cerebro dirige al cuerpo humano. Por ende, la obediencia completa e inmediata a Cristo en la gracia y en el poder del Espíritu Santo es el principio fundamental de esta relación.
 
VI. El bautismo del Espíritu en relación con la experiencia espiritual
 
En vista del hecho de que cada cristiano es bautizado por el Espíritu en el momento de su salvación, está claro que el bautismo es una obra de Dios para ser comprendida y recibida por la fe. Ahora bien, aunque la experiencia espiritual subsiguiente confirma el bautismo del Espíritu, el bautismo no es una experiencia en sí misma. Por ser universal y por estar relacionado con nuestra posición en Cristo, el bautismo es un acto instantáneo de Dios y no es una obra para ser buscada después de haber nacido de nuevo.
 
Se ha originado mucha confusión por la afirmación de que los cristianos deberían buscar el bautismo del Espíritu, especialmente como se manifestó en el hablar en lenguas en la Iglesia primitiva en tres casos particulares (Hch. 2:1-11; 10:44-47; 19:1-7). Esta manifestación no fue ni es la regla para todos los creyentes en el tiempo de la gracia y no hay más referencias para decir que siempre hubo lenguas cuando el Espíritu Santo vino sobre los nuevos creyentes. En los 3 casos descritos en el libro de Hechos los creyentes hablaron en lenguas en el tiempo de su bautismo por el Espíritu, pero esto fue excepcional y tuvo un propósito en el contexto histórico del libro de Hechos. Ahora bien, pudo darse en otras ocasiones pero no fue registrado en el N.T; es más, podría darse en el tiempo presente de la iglesia pero no es la regla porque en todos los otros ejemplos del N.T. donde se describe la salvación y la conversión de los creyentes no hay mención del hablar en lenguas como algo que acompañe al bautismo del Espíritu. Un ejemplo de ello lo encontramos en Hch. 8:14-17, donde se relata que el Espíritu Santo vino sobre los nuevos creyentes en Samaria y no se menciona que hablaran en lenguas.

Por otro lado, es bastante claro que mientras todos los cristianos son bautizados por el Espíritu (1 Cor. 12:13), no todos los cristianos hablaron en lenguas en la Iglesia primitiva ni todos los cristianos en la actualidad hablan en lenguas. Pablo lo dice claramente: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos maestros? ¿hacen todos milagros?¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos? Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente” (1 Cor. 12:28-30). Notemos que Pablo habla de los dones, los ministerios y las capacidades que Dios otorga a los creyentes pero no todos hablan en lenguas; además, Pablo recomienda a los creyentes procurar los dones, es decir, buscarlos. Por lo tanto, el concepto de buscar el bautismo del Espíritu relacionado con hablar en lenguas en la vida del cristiano es sin fundamento escritural. Más adelante veremos que aún la plenitud del Espíritu no se manifiesta en hablar en lenguas, sino mejor en el fruto del Espíritu, como se menciona en Gál. 5:22, 23. Una ilustración clara es que los cristianos corintios hablaron en lenguas sin estar llenos del Espíritu y Pablo los llama carnales y niños en Cristo porque no andaban en el Espíritu (1 Cor. 3:1).
 
Otro error que se comete es pensar hay dos bautismos del Espíritu: uno en Hechos 2 y el otro en 1 Corintios 12:13, pero no hay argumentos bíblicos suficientes para semejante afirmación.

Una comparación de Hch. 10 con Hch 2, aclara que lo que le ocurrió a Cornelio y a sus invitados (todos gentiles) fue exactamente lo mismo que les ocurrió a los discípulos en el día de Pentecostés. Pedro dice en Hch. 11:15-17: “Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acordé de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si Dios, pues, les concedió también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?”. Considerando que el bautismo del Espíritu coloca al creyente dentro del cuerpo de Cristo, ambos pasajes presentan la obra del Espíritu en los judíos y en los gentiles que creyeron en Cristo. De igual modo sucedió en  Hch. 19 con otro grupo de gentiles.
 
En síntesis, el bautismo del Espíritu Santo nos coloca a todos los creyentes salvos en una nueva unión con Cristo y nuestros hermanos creyentes; ésta es la obra de Dios.

Otro error que se comete es enseñar que el bautismo del Espíritu, con la señal de lenguas como regla universal, trae beneficios individuales para la vida espiritual de los creyentes que hablan en lenguas y que es una investidura de poder especial que no la tienen todos los creyentes salvos; para ello toman algunos pasajes fuera de contexto (Lc. 24:49; Hch. 1:8) pero si estudiamos bien la Biblia, hallaremos que el poder del Espíritu Santo está en todo creyente que recibe a Cristo como Salvador. 

Notemos que Pablo escribe a Timoteo acerca del poder del Espíritu que todos los creyentes hemos recibido y que este poder divino está disponible para testificar del evangelio: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles. Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros” (2 Tim. 1:7-14). 

Obviamente, el grado de manifestación y poder del Espíritu Santo puede variar entre creyentes por diversas razones (esto se estudiará posteriormente en el tema de la plenitud del Espíritu) pero no tiene ninguna relación con el bautismo del Espíritu en sí mismo.

Entre los supuestos beneficios que se presentan para quienes hablan en lenguas (como señal de bautismo del Espíritu) están los siguientes aspectos:
* Mayor sensibilidad al pecado que aflige al Espíritu Santo; mayor búsqueda de la justicia, y conciencia de juicio, de la injusticia y la impiedad.
* Una vida que glorifica a Jesucristo.
* Mayor deseo de orar.
* Amor y entendimiento más profundo por la Palabra de Dios.
* Conocimiento creciente de Dios.
* Victoria sobre Satanás y el pecado.
* Eficacia para predicar el evangelio.
* Pasión por las almas perdidas.
* Se evita la tibieza espiritual.
* Edificación de la vida del creyente.
* Se recibe poder en el servicio del Señor.
* Manifestación de los diversos dones del Espíritu.

Todos estos beneficios están en la Biblia para todo creyente que ha sido salvo y precisamente, es el Espíritu Santo quien vino a morar en su corazón y su obra consiste en regenerarle, transformarle a la imagen de Cristo y guiar su vida a la victoria pero nunca estos beneficios se asocian a hablar en lenguas o algo similar.

Por otro lado, en el A.T. los creyentes gozaron de algunos de estos beneficios cuando tuvieron una relación personal con Dios de fe, fidelidad y obediencia; entonces, no debemos pensar que éstos sean exclusivamente para quienes hablan en lenguas. Además, Pablo dice: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Cor. 13:1-3).

Definitivamente, la prioridad de Dios (y la nuestra) es el fruto del Espíritu y toda buena obra, por encima del poder, de los dones y de cualquier manifestación espiritual, porque podríamos ver la gloria de Dios en nuestra vida y en otros, pero estar perdidos en nuestros pecados y siendo una vergüenza para el evangelio a causa de nuestro mal testimonio.

Esta es la razón por la cual debemos procurar la plenitud del Espíritu… y será el próximo tema del estudio bíblico.