jueves, 8 de octubre de 2015

Dios el Espíritu Santo Parte IV


- Su Morada y Sellamiento

I. Una nueva característica en el tiempo de la gracia
Aunque el Espíritu de Dios estaba con los creyentes en el A.T. y era la fuente de sabiduría, fortaleza, victoria y dirección para sus vidas, no hay evidencia de que todos los creyentes en el A.T. tenían al Espíritu morando en ellos de forma continua, mientras que sí existen muchas referencias sobre la manifestación del Espíritu de Dios que venía sobre los creyentes del A.T. para un propósito específico.

Ahora bien, hay algunos pasajes en donde se podría afirmar que el Espíritu de Dios estuvo manifestándose en medio de la nación de Israel (Is. 63:11, 14), en diversos personajes bíblicos (Gn. 41:38; Éx. 31:1-5; Sal. 51:11) y en todos los escritores bíblicos del A.T. (2 Ped. 1:19-21; 1 Ped. 1:10-12) y hasta se podría expresar que el Espíritu Santo no tenía morada permanente en todos los creyentes del A.T. como es el caso de los creyentes del N.T que reciben mejores promesas en Cristo. Por consiguiente, en el A.T. no se confirma esta realidad espiritual; de igual forma, Jesucristo evidencia este pensamiento cuando dice a sus discípulos que el Espíritu Santo moraba con ellos pero que estaría en ellos (Jn. 14:17); esto contrasta la situación del A.T. con la edad presente de la gracia. Así pues, el creyente como morada del Espíritu es una característica de la edad presente de la gracia (Ef. 2:19-22) que se repetirá en el reino milenial, pero que no se encuentra en otro período.

II. La morada universal del Espíritu Santo en los creyentes
Aunque la manifestación del fruto, del poder y de la presencia del Espíritu Santo en los cristianos puede variar, la Escritura enseña plenamente que cada verdadero cristiano debe tener al Espíritu de Dios morando en él. El hecho de su morada está mencionado en múltiples pasajes de la Biblia; por tanto, es una verdad confirmada ampliamente por la Palabra de Dios (Jn. 7:37-39; Hch. 11:17; Rom. 5:5; 8:9-11; 1 Cor. 2:12; Gál. 3:2; 4:6; 1 Jn. 3:24; 4:13). Estos textos dejan en claro que después de Pentecostés la obra normal del Espíritu ha sido el morar en cada cristiano salvo y nacido de nuevo.

De igual manera, en Judas 1:19, a los no creyentes (los sensuales, los que viven según sus sentidos y no por la fe bíblica) se les describe como personas que no tienen al Espíritu. Por tanto, todo creyente salvo es un templo y una morada del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19, 20).

Se declara repetidamente que el Espíritu Santo es un don de Dios, y un don, por su naturaleza, es algo sin mérito de parte del que lo recibe. De igual manera, el alto nivel de vida que se requiere de los cristianos que quieren caminar con el Señor presupone la presencia interna del Espíritu Santo para proveer la capacitación divina necesaria para hacer la voluntad de Dios.

III. Condiciones en la doctrina del morar del Espíritu
En el A.T. hallamos que el Espíritu de Dios se apartaba de quienes tenían su manifestación debido a una vida de decadencia espiritual y desobediencia abierta contra Dios, como fue el caso de Saúl (1 Sam. 16:14). Por consiguiente, la oración de David es para que no le fuera quitado el Espíritu de Dios (Sal. 51:11), como fue la experiencia de Saúl. Así pues, el Espíritu de Dios, el cual era repartido o manifestado de forma soberana por la providencia de Dios, podría ser quitado según la ocasión. Es más, la Biblia evidencia que la nación de Israel se rebeló contra las leyes de Dios y el Espíritu de Dios se enojó contra ellos, se volvió su enemigo y peleó contra ellos (Is. 63:10), es decir, se apartó de la nación y trajo castigo.

En el N.T. la situación es similar porque un creyente que persiste en el pecado y se rebela contra la voluntad de Dios, está pecando contra el Espíritu Santo (Hch. 5:3), está resistiendo o rechazando su obra (Hch. 7:51), le está contristando y afligiendo (Ef. 4:30), le está afrentando y deshonrando (Heb. 10:29) y el Espíritu de Dios no podrá permanecer morando en su vida. Por eso, cuando un creyente vive en esta condición, la conclusión es que no tiene al Espíritu Santo (Jud. 1:19; 1 Jn. 3:24; 4:13). Entonces, si el Espíritu mora en un creyente, tiene que mostrarse un fruto digno de su carácter, su santidad y su naturaleza divina (1 Ped. 1:2, 22).

En Hch. 5:32 dice: “el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen”. Sin embargo, la obediencia, aquí, es la obediencia al Evangelio, el creer en Cristo y seguir su camino; es decir, cuando un pecador oye el evangelio, cree de todo corazón y se arrepiente de verdad, está obedeciendo a Dios y él depositará su Espíritu para cumplir en el creyente su propósito perfecto.

Por otro lado, la Escritura indica claramente que todos somos parcialmente desobedientes y fallamos de muchas formas aunque poseemos al Espíritu; entonces, su deseo es gobernar nuestra vida, purificar y transformar nuestro corazón, y él conoce a quienes son realmente de Cristo porque hay temor de Dios, respeto, sinceridad y disposición para madurar, crecer y superar cualquier falencia delante de Dios y de los hombres.

IV. El morar del Espíritu en contraste con otras obras del Espíritu
Dado que algunas obras del Espíritu acontecen simultáneamente en el creyente en el momento de su nuevo nacimiento, debe hacerse una cuidadosa distinción entre estas obras del Espíritu. Por consiguiente, el morar del Espíritu no es lo mismo que la regeneración del Espíritu, aunque acontecen al mismo tiempo. De igual manera, la regeneración y el morar del Espíritu Santo no son lo mismo que el bautismo del Espíritu (este punto será tratado en un próximo capítulo). De igual manera, el morar del Espíritu no es lo mismo que la plenitud del Espíritu, puesto que todos los cristianos son morada del Espíritu pero no todos están llenos del Espíritu. Además, el morar del Espíritu sucede en el momento de recibir la salvación y el perdón de pecados, mientras que la plenitud del Espíritu puede ocurrir muchas veces en la experiencia cristiana. Lo que sí se puede afirmar por la Biblia es que el morar del Espíritu es lo mismo que la unción del Espíritu y el sellamiento del Espíritu. Obviamente, el Espíritu Santo sigue manifestándose y provee de unción y poder al creyente durante su vida cristiana, pero en este caso se está refiriendo a recibir la unción cuando se cree en Cristo como Salvador y comienza una nueva vida en el Señor.

Por medio del morar del Espíritu o recibir su unción el creyente es santificado o apartado para Dios. En el A.T. el aceite de la unción material anuncia la unción espiritual presente por medio del Espíritu, siendo el aceite uno de los símbolos del Espíritu:

- Cualquier objeto o persona tocada con el aceite de la unción material era, por lo tanto, santificada (Éx. 40:9-15). De igual manera, el Espíritu ahora santifica a quien recibe su unción espiritual (Rom. 15:16; 1 Cor. 6:11; 1 Ped. 1:2).
- El profeta era santificado con aceite (1 Rey. 9:16); de igual forma, Cristo fue un profeta por el Espíritu (Is. 61:1; Lc. 4:18) y el creyente es un testigo por el Espíritu (Hch. 1:8).
- El sacerdote era santificado con aceite (Éx. 40:15); de igual forma, Cristo fue santificado en su sacrificio por medio del Espíritu (Heb. 9:14), y el creyente es santificado por medio del Espíritu (2 Ts. 2:13).
- El rey era santificado con aceite (1 Sam. 16:12, 13); de igual modo, Cristo el Rey fue santificado por medio del Espíritu (Sal. 45:6, 7), y el creyente está llamado a reinar por medio del Espíritu (Rom. 5:17).
- El aceite de la unción era usado para sanidades (Lc. 10:34); de igual modo, la sanidad del alma en la salvación de Cristo viene por la obra del Espíritu.
- El aceite hace que la cara brille, y se llama el óleo de alegría (Sal. 45:7); además, para ungir se usaba el aceite fresco (Sal. 92:10). Asimismo, el fruto del Espíritu es gozo (Gál. 5:22).
- En el mobiliario para el tabernáculo se especifica el aceite para las lámparas (Éx. 25:6). Asimismo, el Espíritu de Dios es aceite que mantiene encendida la luz de Cristo en el creyente fiel.

El pábilo o la mecha de una lámpara debe tener contacto continuo con el aceite para disponer del combustible suficiente y dar luz permanente; así el creyente debe vivir y andar en el Espíritu (Rom. 8:1-9; Gál. 5:16). El pábilo debe estar libre de obstrucción; así el creyente no debe resistir ni apagar al Espíritu (1 Ts. 5:19). El pábilo debe estar arreglado; así el creyente debe ser limpiado constantemente por la confesión del pecado (1 Jn. 1:9) y por la Palabra de Dios (Jn. 15:3).

El aceite de la santa unción (Éx. 30:22-25) estaba compuesto por cuatro especias añadidas al aceite como base. Estas especias representan todas las virtudes que se encuentran en Cristo. Así, este compuesto simboliza al Espíritu tomando la misma vida y carácter de Cristo y aplicándola al creyente. Este aceite en ninguna manera podía ser aplicado a la carne humana (Éx. 30:32; Jn. 3:6; Gál. 5:17). No podía ser imitado (Éx. 30:32), lo cual indica que Dios no puede aceptar nada sino la manifestación de la vida del Espíritu en Cristo. Además, cada artículo del mobiliario en el tabernáculo debía de ser ungido y, por consiguiente, apartado para Dios, lo que sugiere que la dedicación del creyente debe ser completa (Rom. 12:1, 2).

V. El sellamiento del Espíritu
Como se ha planteado antes, el morar del Espíritu Santo se representa como el sello de Dios en los creyentes convertidos a Cristo en el N.T. (2 Cor. 1:22; Ef. 1:13; 4:30). Este sello del Espíritu es enteramente una obra de Dios. A los cristianos nunca se les anima a buscar el sellamiento del Espíritu, puesto que cada cristiano salvo ya ha sido sellado. El sellamiento del Espíritu Santo, por lo tanto, es universal como la morada del Espíritu Santo y ocurre en el momento de la salvación.

Ef. 1:13 dice: “Habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa”. En otras palabras, el creer y el recibir ocurren al mismo tiempo. No es, por lo tanto, ni un trabajo subsiguiente de la gracia ni una recompensa por la espiritualidad. No obstante, los cristianos somos exhortados a no contristar al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuimos sellados para el día de la redención (Ef. 4:30). Aún cuando pequemos y contristemos al Espíritu (buscando el perdón y la reconciliación continua con Dios), sin embargo, estamos sellados para el día de la redención, esto es, hasta el día de la resurrección o transformación, cuando recibamos nuevos cuerpos y ya no pequemos más; no obstante, el que practica el pecado y persiste en él, aleja la presencia del Espíritu Santo y pierde el sello que ha recibido porque la salvación de Cristo no es efectiva en una persona que no persevera en la fe genuina y que piensa que la gracia es una licencia para pecar. El que tal hace no ha entendido de verdad la obra de Cristo y la obra del Espíritu Santo en su vida, porque no ha permitido que Dios le haga una nueva criatura, una nueva persona, donde las cosas viejas pasan y todo es hecho nuevo (2 Cor. 5:17); otra opción es que haya nacido de nuevo pero que se haya descuidado en su vida espiritual, dando lugar al pecado y perdiendo así la presencia del Espíritu Santo. Así pues, esta persona no puede ver el reino de Dios en su vida hoy ni disfrutará de él en la eternidad porque no entrará al cielo (Jn. 3:3).
Como el morar del Espíritu, el sellamiento del Espíritu no es una experiencia, sino un hecho para ser aceptado por la fe. El sellamiento del Espíritu es una parte tremendamente significativa de la salvación del cristiano e indica su seguridad, y que es propiedad de Dios. En adición a lo anterior, es el símbolo de una transacción terminada. El verdadero cristiano está sellado hasta el día de la redención de su cuerpo y su presentación ante Dios en la eternidad. Tomado como un todo, la doctrina de la presencia moradora del Espíritu Santo como nuestro sello trae gran seguridad y confortamiento al corazón de cada creyente que entienda esta poderosa verdad.

Así como los reyes y sacerdotes eran ungidos y puestos aparte para sus tareas sagradas, de igual forma, el cristiano es ungido por el Espíritu Santo en el momento de la salvación, y por la presencia interna del Espíritu Santo es puesto aparte para su nueva vida en Cristo; por ende, se habla del sello del Espíritu Santo.

En el contexto del N.T., un sello era una marca que le aseguraba a alguien la posesión de propiedad porque confirmaba su autenticidad. Así pues, cuando el Espíritu Santo viene a morar en el creyente salvo, se refleja que pertenece a Cristo y recibe dirección, instrucción y formación en su carácter por parte del mismo Espíritu para mostrar fruto y glorificar a Dios en toda su manera de vivir (1 Jn. 2:20, 27). También se habla de las arras o de las primicias del Espíritu (2 Cor. 1:21, 22; Rom. 8:23); el término arras hace referencia al dinero dado por el comprador como prenda del pago completo de la suma prometida. En este simbolismo, se entiende que el Espíritu Santo es dado al creyente (ahora en la tierra) como primera cuota o garantía para asegurarle que la herencia completa como hijo de Dios será suya más adelante (Ef. 1:13, 14) en el día de la redención, es decir, cuando llegue a la gloria celestial. En otras palabras, el Espíritu es la garantía divina del cumplimiento de todas sus promesas.

En síntesis, la morada del Espíritu es el sello de propiedad que Cristo pone sobre los creyentes y cuando esto ocurre, la unción del Espíritu Santo viene sobre el creyente para enseñarle a ser cada día más como Cristo.

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