- Su Bautismo
I. El
significado del bautismo del Espíritu Santo
Probablemente
ninguna otra doctrina del Espíritu Santo ha sido objeto de más confusión que el
bautismo del Espíritu. La mayoría de veces esta confusión se da por el hecho de
que el bautismo del Espíritu comienza al mismo tiempo en que ocurren otras
grandes obras del Espíritu, tales como la regeneración, la morada y el sellado
(que son temas ya expuestos con detalle). También en algunas ocasiones el
bautismo del Espíritu y la plenitud del Espíritu ocurren al mismo tiempo, y
algunos predicadores o lectores de la Biblia hacen sinónimos de estos dos acontecimientos.
El conflicto en la interpretación, sin embargo, se resuelve si se examina
cuidadosamente lo que la Escritura dice con relación al bautismo del Espíritu y
ésta será la tarea que se realizará a continuación…
II. El bautismo
del Espíritu Santo antes de Pentecostés
En
el A.T. no se menciona el término bautismo del Espíritu Santo ya que este tema
solo se desarrolla a partir de la venida del Mesías en el N.T. y es él quien
bautiza con el Espíritu Santo a los creyentes. Al examinar las referencias en
los cuatro evangelios y en Hch 1:5, se aclara que el bautismo del Espíritu es
considerado en cada caso como un acontecimiento futuro, el cual nunca había
ocurrido antes. Así pues, en Mt. 3:11, Juan el Bautista predice que Cristo
bautizará en Espíritu Santo y fuego. La referencia al bautismo por fuego se
asocia con el poder divino que se ilustra con el fuego, el cual purifica e
ilumina la vida del creyente (Jer. 23:29; Mal. 3:2; Hch. 2:3).
En
relación al bautismo del Espíritu aparecen varias preposiciones para describir
esta obra de Cristo: “él os bautizará en
Espíritu Santo y fuego” (Mt. 3:11); “él
os bautizará con Espíritu Santo” (Mr. 1:8); “ése es el que bautiza con el Espíritu Santo” (Jn. 1:33). El
bautismo en cualquier caso es por medio del Espíritu Santo.
La
norma de la doctrina es expresada por Cristo mismo cuando él contrastó el
bautismo administrado por Juan con el futuro bautismo de los creyentes por
medio del Espíritu Santo, lo cual ocurriría después de su ascensión. Cristo
dijo: “Porque Juan ciertamente bautizó
con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no
muchos días” (Hch. 1:5).
Cuando
nos encontramos con el término bautismo
en la Biblia, tenemos que preguntarnos cuál es su significado y en qué contexto
se habló, porque hay varias referencias al respecto:
-
El bautismo en agua de Juan el Bautista (Hch. 19:3).
-
El bautismo en agua de los discípulos de Jesús (Jn. 4:2).
-
El bautismo en agua de los cristianos (Hch. 2:38).
-
El bautismo de Moisés (1 Cor. 10:2).
-
El bautismo con el Espíritu Santo y con fuego (Mt. 3:11; Hch. 1:5).
-
El bautismo simbólico de Jesús con sufrimiento (Lc. 12:50; Rom. 6:3).
-
El bautismo simbólico del creyente en Cristo (Gál. 3:27; 1 Ped. 3:21).
Notemos
que los tres primeros son bautismos literales que se realizan con agua pero los
últimos cuatro no implican el sumergirse en agua sino que tienen una
implicación espiritual.
Ahora,
el término bautismo proviene de la palabra griega baptizo que significa
“sumergir en”. Miremos una aplicación de la palabra bautizar aparte de
sumergirse en agua: cuando un fabricante de ropa sumergía su tela en la tinta
para darle color, se decía que la tela era bautizada en la tinta. Salía igual
que la tinta y se había identificado totalmente con ella.
-
El bautismo en agua de Juan y el de los discípulos de Jesús tenían como símbolo
la purificación de los pecados pero necesitaban la obra de Cristo en la cruz
para justificar al pecador por la fe. Mientras que el bautismo de los
cristianos (ordenado por Cristo) tenía como símbolo la identificación del
creyente con la muerte y la resurrección de Cristo. Estos tres tipos de
bautismo tienen como objetivo que el creyente se identifique con la justicia de
Dios y se acerque a él en arrepentimiento y conversión genuina.
-
El bautismo de Moisés que menciona el apóstol Pablo se puede entender de la
siguiente forma: Moisés representa el pacto de Dios con el pueblo judío
mediante la Ley en el A.T., así como Jesús, el Hijo de Dios, representa el
nuevo pacto para la salvación de toda la humanidad (Jn. 1:17; Heb. 3:5, 6). El
pueblo de Israel fue convencido de que Moisés era un hombre escogido por Dios
por el milagro de la nube que los protegía y por haberlos conducido a salvo a
través del mar Rojo (entre otros milagros innumerables que Dios hizo por medio
de él); por tanto, se dice que fueron bautizados en Moisés. El término
“bautizados” aquí equivale a decir que se identificaron con Moisés y con el
propósito de Dios; otra forma de expresarlo es que los israelitas fueron
“iniciados” en el pacto de Dios que vendría luego por medio de Moisés en el
monte Sinaí (Éx. 14:31; 24:12).
Hay
una semejanza entre el bautismo en agua del N.T. y los símbolos de la nube y el
mar en el A.T. porque estos elementos tenían agua; de ahí que Pablo los
relacione. Ahora bien, los israelitas fueron bautizados simbólicamente en
Moisés pero esto no les salvó de los juicios de Dios cuando se rebelaron contra
sus leyes; de igual forma, el bautizarse en agua en el evangelio tampoco
garantiza la salvación porque es por gracia y por fe en Cristo; si fuese por
obras, ningún ser humano podría entrar al cielo porque todos somos pecadores y
muchas veces desobedecemos las leyes de Dios, pero en Cristo tenemos el único
sustituto que pagó con su muerte por nuestra redención y ya no tenemos que
enfrentar el juicio de Dios porque hemos creído en la obra perfecta que Cristo
consumó en la cruz, llevando el castigo por todos nuestros pecados. Sin embargo,
cuando un creyente persiste en el pecado y lo practica de forma abierta, será condenado
por su rechazo a la obra de Cristo que fue hecha para darle una nueva vida (aún
si es bautizado en las aguas).
-
En cuanto al bautismo del Espíritu Santo y con fuego, analicemos los siguientes
argumentos:
Pablo
dice: “Porque por un solo Espíritu fuimos
todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y
a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1 Cor. 12:13). La
identificación del creyente con Cristo por medio de la obra del Espíritu Santo
se hace efectiva cuando creemos en Cristo y hacemos parte del cuerpo de Cristo
que es la Iglesia. Esta realidad es para todos los creyentes en Cristo que han
sido salvos; sin embargo, hay muchos que creen que la señal de que hemos sido
bautizados con el Espíritu Santo es el hablar en otras lenguas pero esto no es
bíblico realmente porque las lenguas son un don del Espíritu Santo y no todos
los creyentes hablan en lenguas. Más bien, el bautismo por el Espíritu Santo
imparte seguridad de parte de Dios porque en Cristo tenemos la bendición de ser
salvos e ir al cielo, pero no es una señal de que estamos completamente
comprometidos con Dios (Ef. 1:13, 14; 5:18).
Este punto se ampliará más adelante.
-
El bautismo simbólico de Jesús con sufrimiento. En Lc. 12:50 dice: “De un bautismo tengo que ser bautizado; y
¡cómo me angustio hasta que se cumpla!”. Obviamente, estas palabras se
refieren al sufrimiento de Cristo al llevar todos nuestros pecados en la cruz
como nuestro sustituto. Él tenía que identificarse con nosotros, asumiendo la
culpa de todos nuestros pecados y esto le angustió profundamente porque él es
santo y sin mancha. Este bautismo es simbólico pero confirma el concepto de
identificarse con otro, al igual que todos los tipos de bautismo mencionados
antes.
-
El bautismo simbólico del creyente en Cristo se puede entender en Gál. 3:27 y 1
Ped. 3:21. En Gál. 3:27 se refiere a identificarnos con Cristo y ser semejantes
a él; por otra parte, 1 Ped. 3:21 en su contexto, está hablando de la
identificación con Cristo que nos lleva a ser librados del juicio de Dios, así
como Noé y su familia entraron al arca y fueron salvos del diluvio. Tengamos
presente que estos versos no enseñan que el bautismo con agua es necesario para
la salvación ni tampoco enseñan que hay que añadir otra obra para ser salvos.
III. Todos los
cristianos son bautizados por el Espíritu en el tiempo de la gracia
A
causa de la confusión en cuanto a la naturaleza y tiempo del bautismo del
Espíritu, no siempre ha sido reconocido que cada cristiano es bautizado por el
Espíritu dentro del cuerpo de Cristo en el momento de su salvación. Este hecho
es destacado en el pasaje central sobre el bautismo del Espíritu en el N.T. en
1 Cor. 12:13. Como ya se ha dicho, allí se declara: “Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean
judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un
mismo Espíritu”.
La
expresión “por un solo Espíritu”
significa “por medio del Espíritu Santo”. En otras palabras, Cristo nos bautiza
por medio del Espíritu Santo.
La
frase “fuimos todos bautizados en un
cuerpo” se refiere claramente a todos los cristianos salvos y no se enfoca
en algún grupo de cristianos en particular porque habla del cuerpo de Cristo
que es la Iglesia, compuesta por personas de diferentes naciones y condiciones
sociales.
La
verdad bíblica sobre el bautismo entonces se puede resumir en lo siguiente:
cada cristiano, desde el momento que es salvo, es bautizado por Cristo por
medio del Espíritu dentro de su cuerpo que es la iglesia. Ahora bien, existen
diversas formas del bautismo en agua, pero hay un solo bautismo del Espíritu.
La
universalidad de esta obra se destaca por el hecho de que en la Escritura el
cristiano nunca es animado a pedir el bautismo por el Espíritu, mientras que sí
se le exhorta a ser lleno del Espíritu (Ef. 5:18).
IV. El bautismo
del Espíritu dentro del cuerpo de Cristo
Como
se ha dicho, por medio del bautismo del Espíritu, el creyente es ubicado dentro
del cuerpo de Cristo en la unión viviente de todos los creyentes verdaderos en
la edad presente. Aquí el bautismo apunta al hecho de tener una relación nueva
y permanente con Cristo y con la familia de la fe por medio del Espíritu Santo
(Hch. 2:47; 1 Cor. 12:12-14; Ef. 2:16; 4:3, 4, 15, 16; 5:30-32; Col. 2:19).
Cristo es la Cabeza de su cuerpo y el único que dirige a su pueblo (1 Cor.
11:3; Ef. 1:22, 23; 5:23; Col. 1:18). El cuerpo así formado y dirigido por
Cristo también es nutrido y cuidado por Cristo (Ef. 5:29; Fil. 4:13; Col.
2:19). Una de las obras de Cristo es la de santificar su Cuerpo (que es la Iglesia)
en preparación para su presentación en gloria (Ef. 5:25-27).
Como
miembro del cuerpo de Cristo, al creyente se le dan también dones o funciones
específicas en el cuerpo de Cristo (Rom. 12:3-8; 1 Cor. 12:4-11, 27, 28; Ef.
4:7-16). Siendo colocado dentro del cuerpo de Cristo por medio del Espíritu
Santo, no solo es segura la unidad del Cuerpo, sin distinción de raza, cultura
o condición social, sino que también es seguro que cada creyente tiene su lugar
y sus funciones particulares y su oportunidad para servir a Dios y a los demás.
El cuerpo como un todo está unido entre sí; es decir, aunque los miembros sean
individuos, el cuerpo como un todo está bien coordinado y unido por medio del
Espíritu Santo.
V. El bautismo
del Espíritu en Cristo
Como
el creyente está en Cristo por medio del Espíritu, hay una identidad y una
participación con la obra de Cristo en su muerte, resurrección y glorificación.
Esto se presenta en Rom. 6:1-4: “¿Qué,
pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En
ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en
él? ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos
sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para
muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la
gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva”. Aquí se
declara que el creyente es bautizado en Jesucristo y en su muerte, y si lo es
en su muerte, está sepultado y resucitado con Cristo. Esto ha sido tomado a
menudo para representar el bautismo en agua, pero también implica la obra del
Espíritu Santo, sin la cual el bautismo en agua sería carente de significado.
Un pasaje similar se encuentra en Col. 2:12. Así pues, nuestra identificación
con Cristo a través del Espíritu es la base de todo lo que Dios hace en el
tiempo presente y en la eternidad.
Dado
que un creyente está en Cristo, él también tiene la vida de Cristo, la cual es
compartida por la Cabeza con el Cuerpo. La relación de Cristo con su Cuerpo
como su Cabeza también se relaciona con la dirección soberana de Cristo de su Cuerpo,
así como el cerebro dirige al cuerpo humano. Por ende, la obediencia completa e
inmediata a Cristo en la gracia y en el poder del Espíritu Santo es el
principio fundamental de esta relación.
VI. El bautismo
del Espíritu en relación con la experiencia espiritual
En
vista del hecho de que cada cristiano es bautizado por el Espíritu en el
momento de su salvación, está claro que el bautismo es una obra de Dios para
ser comprendida y recibida por la fe. Ahora bien, aunque la experiencia
espiritual subsiguiente confirma el bautismo del Espíritu, el bautismo no es
una experiencia en sí misma. Por ser universal y por estar relacionado con
nuestra posición en Cristo, el bautismo es un acto instantáneo de Dios y no es
una obra para ser buscada después de haber nacido de nuevo.
Se
ha originado mucha confusión por la afirmación de que los cristianos deberían
buscar el bautismo del Espíritu, especialmente como se manifestó en el hablar
en lenguas en la Iglesia primitiva en tres casos particulares (Hch. 2:1-11;
10:44-47; 19:1-7). Esta manifestación no fue ni es la regla para todos los
creyentes en el tiempo de la gracia y no hay más referencias para decir que
siempre hubo lenguas cuando el Espíritu Santo vino sobre los nuevos creyentes.
En los 3 casos descritos en el libro de Hechos los creyentes hablaron en
lenguas en el tiempo de su bautismo por el Espíritu, pero esto fue excepcional
y tuvo un propósito en el contexto histórico del libro de Hechos. Ahora bien,
pudo darse en otras ocasiones pero no fue registrado en el N.T; es más, podría
darse en el tiempo presente de la iglesia pero no es la regla porque en todos
los otros ejemplos del N.T. donde se describe la salvación y la conversión de
los creyentes no hay mención del hablar en lenguas como algo que acompañe al
bautismo del Espíritu. Un ejemplo de ello lo encontramos en Hch. 8:14-17, donde
se relata que el Espíritu Santo vino sobre los nuevos creyentes en Samaria y no
se menciona que hablaran en lenguas.
Por
otro lado, es bastante claro que mientras todos los cristianos son bautizados
por el Espíritu (1 Cor. 12:13), no todos los cristianos hablaron en lenguas en
la Iglesia primitiva ni todos los cristianos en la actualidad hablan en
lenguas. Pablo lo dice claramente: “Y a
unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo
tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que
ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas. ¿Son todos
apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos maestros? ¿hacen todos milagros?¿Tienen
todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos? Procurad,
pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente” (1
Cor. 12:28-30). Notemos que Pablo habla de los dones, los ministerios y las
capacidades que Dios otorga a los creyentes pero no todos hablan en lenguas;
además, Pablo recomienda a los creyentes procurar los dones, es decir,
buscarlos. Por lo tanto, el concepto de buscar el bautismo del Espíritu
relacionado con hablar en lenguas en la vida del cristiano es sin fundamento
escritural. Más adelante veremos que aún la plenitud del Espíritu no se
manifiesta en hablar en lenguas, sino mejor en el fruto del Espíritu, como se
menciona en Gál. 5:22, 23. Una ilustración clara es que los cristianos
corintios hablaron en lenguas sin estar llenos del Espíritu y Pablo los llama
carnales y niños en Cristo porque no andaban en el Espíritu (1 Cor. 3:1).
Otro
error que se comete es pensar hay dos bautismos del Espíritu: uno en Hechos 2 y
el otro en 1 Corintios 12:13, pero no hay argumentos bíblicos suficientes para
semejante afirmación.
Una
comparación de Hch. 10 con Hch 2, aclara que lo que le ocurrió a Cornelio y a
sus invitados (todos gentiles) fue exactamente lo mismo que les ocurrió a los
discípulos en el día de Pentecostés. Pedro dice en Hch. 11:15-17: “Y cuando comencé a hablar, cayó el Espíritu
Santo sobre ellos también, como sobre nosotros al principio. Entonces me acordé
de lo dicho por el Señor, cuando dijo: Juan ciertamente bautizó en agua, mas
vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo. Si Dios, pues, les concedió
también el mismo don que a nosotros que hemos creído en el Señor Jesucristo,
¿quién era yo que pudiese estorbar a Dios?”. Considerando que el bautismo
del Espíritu coloca al creyente dentro del cuerpo de Cristo, ambos pasajes
presentan la obra del Espíritu en los judíos y en los gentiles que creyeron en
Cristo. De igual modo sucedió en Hch. 19
con otro grupo de gentiles.
En
síntesis, el bautismo del Espíritu Santo nos coloca a todos los creyentes
salvos en una nueva unión con Cristo y nuestros hermanos creyentes; ésta es la
obra de Dios.
Otro
error que se comete es enseñar que el bautismo del Espíritu, con la señal de
lenguas como regla universal, trae beneficios individuales para la vida espiritual
de los creyentes que hablan en lenguas y que es una investidura de poder
especial que no la tienen todos los creyentes salvos; para ello toman algunos
pasajes fuera de contexto (Lc. 24:49; Hch. 1:8) pero si estudiamos bien la
Biblia, hallaremos que el poder del Espíritu Santo está en todo creyente que
recibe a Cristo como Salvador.
Notemos
que Pablo escribe a Timoteo acerca del poder del Espíritu que todos los
creyentes hemos recibido y que este poder divino está disponible para
testificar del evangelio: “Porque no nos
ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí,
preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de
Dios, quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras
obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo
Jesús antes de los tiempos de los siglos, pero que ahora ha sido manifestada
por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó
a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio, del cual yo fui constituido
predicador, apóstol y maestro de los gentiles. Por lo cual asimismo padezco
esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que
es poderoso para guardar mi depósito para aquel día. Retén la forma de las
sanas palabras que de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús. Guarda
el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros” (2 Tim. 1:7-14).
Obviamente,
el grado de manifestación y poder del Espíritu Santo puede variar entre
creyentes por diversas razones (esto se estudiará posteriormente en el tema de
la plenitud del Espíritu) pero no tiene ninguna relación con el bautismo del
Espíritu en sí mismo.
Entre
los supuestos beneficios que se presentan para quienes hablan en lenguas (como
señal de bautismo del Espíritu) están los siguientes aspectos:
*
Mayor sensibilidad al pecado que aflige al Espíritu Santo; mayor búsqueda de la
justicia, y conciencia de juicio, de la injusticia y la impiedad.
*
Una vida que glorifica a Jesucristo.
*
Mayor deseo de orar.
*
Amor y entendimiento más profundo por la Palabra de Dios.
*
Conocimiento creciente de Dios.
*
Victoria sobre Satanás y el pecado.
*
Eficacia para predicar el evangelio.
*
Pasión por las almas perdidas.
*
Se evita la tibieza espiritual.
*
Edificación de la vida del creyente.
*
Se recibe poder en el servicio del Señor.
*
Manifestación de los diversos dones del Espíritu.
Todos
estos beneficios están en la Biblia para todo creyente que ha sido salvo y
precisamente, es el Espíritu Santo quien vino a morar en su corazón y su obra
consiste en regenerarle, transformarle a la imagen de Cristo y guiar su vida a
la victoria pero nunca estos beneficios se asocian a hablar en lenguas o algo
similar.
Por
otro lado, en el A.T. los creyentes gozaron de algunos de estos beneficios
cuando tuvieron una relación personal con Dios de fe, fidelidad y obediencia;
entonces, no debemos pensar que éstos sean exclusivamente para quienes hablan
en lenguas. Además, Pablo dice: “Si yo
hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal
que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos
los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que
trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis
bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser
quemado, y no tengo amor, de nada me sirve” (1 Cor. 13:1-3).
Definitivamente,
la prioridad de Dios (y la nuestra) es el fruto del Espíritu y toda buena obra,
por encima del poder, de los dones y de cualquier manifestación espiritual,
porque podríamos ver la gloria de Dios en nuestra vida y en otros, pero estar
perdidos en nuestros pecados y siendo una vergüenza para el evangelio a causa
de nuestro mal testimonio.
Esta
es la razón por la cual debemos procurar la plenitud del Espíritu… y será el próximo
tema del estudio bíblico.
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