II. Condiciones
para la plenitud del Espíritu
Frecuentemente
se han señalado tres condiciones esenciales para ser llenos del Espíritu, las
cuales se pueden extraer de las siguientes expresiones bíblicas: “no apaguéis al Espíritu” (1 Ts. 5:19),
“no contristéis al Espíritu Santo de
Dios” (Ef. 4:30) y “andad en el
Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gál. 5:16).
Aunque
existen otros pasajes similares que complementan estas condiciones básicas para
ser llenos con el Espíritu, estos tres pasajes resumen la idea principal. A
continuación, vamos a estudiarlos a profundidad:
1.
“No apaguéis al Espíritu” (1 Ts.
5:19): el apóstol Pablo está usando la figura del fuego como un símbolo del
Espíritu Santo. Por tanto, apagar el Espíritu es ahogar o reprimir al Espíritu
y no permitirle que cumpla su obra en el creyente. Puede definirse simplemente
como el decir «no» o no tener la voluntad de dejar al Espíritu trabajar en nuestra
vida; en otras palabras, es desobedecer su palabra y limitar su intervención en
nosotros.
De
acuerdo a Ef. 6:16, “el escudo de la fe”
es capaz de “apagar los dardos de fuego
del maligno” porque resiste su obra maligna y limita su intervención
mediante la fe en Dios y su palabra; del mismo modo, la falta de fe y
obediencia al Espíritu Santo que nos guía a través de la palabra, estorba su
obra en nosotros y apaga su manifestación a nuestro favor, quedando nosotros en
una condición de decadencia espiritual. Por ende, Jesús dice: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni
caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío
ni caliente, te vomitaré de mi boca” (Ap. 3:15, 16). Esto habla de una
condición espiritual en la cual el creyente llega a tal estado de indiferencia
a Cristo y al Espíritu Santo que su vida es desaprobada y ya no tiene parte en
el reino de los cielos.
El
pecado original de Satanás fue la rebelión contra Dios (Is. 14:14), y cuando un
creyente dice «yo quiero» en lugar de decir como Cristo: “no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc. 22:42), entonces está
apagando al Espíritu.
Para
que pueda experimentarse la plenitud del Espíritu es necesario para un
cristiano que rinda su vida al Señor. Cristo enseñó que un hombre no puede
servir a dos señores (Mt. 6:24), y a los cristianos se les exhorta
constantemente a que se rindan a sí mismos a Dios. Al hablar de la rendición a
la voluntad de Dios en la vida de un cristiano, Pablo escribió en Rom. 6:13: “ni tampoco presentéis vuestros miembros al
pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios
como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos
de justicia”. Aquí se expresan claramente las 2 opciones que tiene cada
cristiano: él puede rendirse a sí mismo a Dios o puede rendirse al pecado.
Un
pasaje similar se encuentra en Rom. 12:1, 2: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que
presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es
vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por
medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea
la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. Aquí Pablo presenta la
obra de salvación y santificación en la vida del creyente, y amonesta a los
creyentes romanos a que se sometan a la perfecta voluntad de Dios.
En
estos pasajes se usa la misma idea: «rendirse a Dios de una vez y para
siempre». De acuerdo a esto, la experiencia de ser lleno con el Espíritu solo
puede ser llevada a cabo cuando un cristiano toma el paso inicial de presentar
su cuerpo y su vida entera en sacrificio vivo. El cristiano ha sido preparado
para esto por medio de la salvación, lo cual hace al sacrificio santo y
aceptable delante de Dios por la obra de Cristo a nuestro favor.
Al
presentar su cuerpo y su vida entera, el cristiano enfrenta el hecho de que no
debe conformarse al mundo, sino que debe ser transformado por el Espíritu Santo
con el resultado de que su mente sea renovada para entender la voluntad de Dios
que es buena, agradable y perfecta.
La
rendición no se hace en referencia a algún punto en particular, sino que más
bien discierne la voluntad de Dios para la vida en cada asunto particular. Es,
por lo tanto, una actitud de estar deseoso de hacer cualquier cosa que Dios
quiera que el creyente haga. Es el hacer la voluntad perfecta de Dios en su
vida y estar dispuesto a hacer cualquier cosa cuando sea, donde sea y como Dios
pueda dirigirla en armonía con las Escrituras.
El
hecho de que la exhortación “no apaguéis
el Espíritu” esté en tiempo presente, indica que ésta debe ser una
experiencia continua, nutrida por un acto de rendición constante y diario.
Un
cristiano que desea estar continuamente rendido a Dios encuentra que esta
rendición se relaciona con todos los aspectos de su vida:
*
Es, en primer lugar, una rendición a la Palabra de Dios en sus exhortaciones y
su verdad. El Espíritu Santo es el Maestro, y a medida que va conociendo la
verdad, un creyente debe rendirse a ésta a medida que la va comprendiendo. Por
tanto, el rehusar someterse a la Palabra de Dios hace que la plenitud del
Espíritu sea imposible.
*
La rendición también se relaciona con la guía. En muchos casos la Palabra de
Dios no es explícita en cuanto a decisiones que un cristiano tiene que
enfrentar. Aquí el creyente debe ser guiado por los principios de la Palabra de
Dios, y el Espíritu de Dios puede darle la guía sobre las bases de lo que la
Escritura revela. De acuerdo a ello, la obediencia a la guía del Espíritu es
necesaria para la plenitud del Espíritu (Rom. 8:14). En algunos casos el
Espíritu puede ordenar a un cristiano que haga algo y en otras ocasiones puede
prohibirle que siga el curso de una acción. Una ilustración es la experiencia
de Pablo, quien fue impedido de predicar el evangelio en Asia y Bitinia en las
primeras etapas de su ministerio y más tarde se le instruyó que fuera a estas
mismas regiones a predicar (Hch. 16:6, 7; 19:10). La plenitud del Espíritu
incluye el seguir la guía del Señor.
*
Un cristiano también debe de estar rendido a los hechos providenciales de Dios,
los cuales a menudo acarrean situaciones o experiencias que no son deseadas por
el individuo (pruebas, dificultades, persecuciones, tentaciones, etc.). De
acuerdo a ello, un creyente debe entender lo que es ser sumiso a la voluntad de
Dios, aún cuando ello implique el sufrimiento y sendas que en sí mismas no son
placenteras.
La
suprema ilustración de lo que significa ser lleno con el Espíritu y rendido a
Dios es el Señor Jesucristo mismo. En Fil. 2:5-11 se revela que Jesús, al venir
a la tierra y morir por los pecados del mundo, estaba deseando ser lo que Dios
había escogido, ir a donde Dios había elegido y hacer lo que Dios había
decidido.
Un
creyente que desea ser lleno con el Espíritu debe tener una actitud similar en
cuanto a rendición y obediencia; no se trata solamente de orar mucho, hablar en
otras lenguas, predicar con elocuencia, o ver milagros y sanidades. Estas cosas
son una bendición pero no son las evidencias más importantes a la hora de
evaluar quién está lleno del Espíritu Santo.
2.
“No contristéis al Espíritu Santo de
Dios” (Ef. 4:30). Así pues, se exhorta a los creyentes a no pecar, a no
desobedecer los principios y los mandamientos de Dios, ya que esto trae
tristeza y desagrado al Espíritu Santo. Cuando damos lugar al pecado, esto
muestra nuestra falta de rendición en algún área. Por ende, para poder ser
llenos con el Espíritu, debemos rendirnos de corazón a Dios y desistir de
cualquier pecado que contrista al Espíritu Santo. Lamentablemente, cuando el
Espíritu de Dios es contristado en el creyente, la comunión, guía, instrucción
y poder del Espíritu son estorbados (aunque él podría manifestarse por su
gracia y su soberanía) pero hay desaprobación de parte de Dios y vendrá la
disciplina para corregir según el trato de Dios con cada uno; así pues, el
Espíritu Santo está morando en el creyente, pero no está libre para cumplir su
obra completa en su vida. Sin embargo, la Biblia advierte al creyente contra
los serios resultados de estar contristando continuamente al Espíritu. Esto, a
veces, resulta en el castigo de Dios para con el creyente con el propósito de
restaurarle, como se menciona en Heb. 12:5, 6. Al cristiano se le advierte que,
si él no se juzga a sí mismo, Dios necesitará intervenir con su disciplina (1
Cor. 11:31, 32).
Cuando
un cristiano toma conciencia del hecho de que ha contristado al Espíritu Santo,
el remedio está en cesar de contristar al Espíritu, procediendo al
arrepentimiento y renunciando al pecado para obedecer a Dios. 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel
y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Este
pasaje se refiere a un hijo de Dios que ha pecado contra Dios. La vía de
restauración está abierta porque la muerte de Cristo es suficiente para todos
sus pecados (1 Jn. 2:1, 2). Así, la manera de volver a la comunión con Dios
para un creyente es confesar sus pecados a Dios, reconociendo nuevamente las
bases para el perdón en la muerte de Cristo y deseando la restauración a una
comunión íntima con Dios. El pasaje asegura que Dios es fiel y justo para
perdonar el pecado y quitarlo como una barrera que se interpone en la comunión
cuando un cristiano confiesa sinceramente su desobediencia ante Dios.
Ahora
bien, hay situaciones donde la confesión del pecado puede requerir que se vaya
a los individuos que han sido ofendidos y corregir las dificultades, pero la
idea principal y la prioridad es establecer una nueva relación íntima con Dios
mismo. Entonces, la restauración a la comunión está sujeta, por lo tanto, solo a
la actitud humana de confesión y rendición.
En
otro sentido, la experiencia de la plenitud del Espíritu no significa que
estemos libres siempre de la ansiedad, el temor, la tristeza o la confusión ya
que como humanos podemos enfrentar diversas dificultades, enfermedades,
problemas, turbación, etc. El mismo apóstol que nos anima a ser llenos del
Espíritu confiesa en 2 Cor. 1:8, 9 que él y otros creyentes fueron abrumados
sobremanera más allá de sus fuerzas, de tal modo que aún perdieron la esperanza
de conservar la vida. De acuerdo a ello, aún un cristiano lleno con el Espíritu
puede experimentar algún trastorno interior temporal pero cuenta con la ayuda
del Señor y es consolado en su corazón. Por eso, cuanto más grande sea la
necesidad en las circunstancias del creyente, mayor es la necesidad de la
plenitud del Espíritu y la rendición a la voluntad de Dios para que el poder
del Espíritu pueda ser manifestado en su vida.
3.
“Andad en el Espíritu, y no satisfagáis
los deseos de la carne” (Gál. 5:16). El andar en el Espíritu es un
principio divino para ser llenos del Espíritu Santo y para apropiarse del poder
y la bendición que es provista por el Espíritu que mora en el creyente. Dicho
de otra manera, un verdadero cristiano debe mantenerse andando por medio del
Espíritu porque la exigencia de la vida espiritual no es un juego;
definitivamente, estamos en una guerra espiritual y la carne es nuestro peor
enemigo (Rom. 6:6; 8:5-10; 2 Cor. 7:1; 10:1-4; Gál. 5:19-21; 6:8; Ef. 2:3),
pero también tenemos una lucha contra las fuerzas del diablo y sus demonios (2
Cor. 4:4; 11:14; Ef. 6:12) y vivimos en un mundo corrompido que nos ofrece todo
tipo de pecados y distracciones para no seguir de verdad a Cristo (Jn. 17:15;
Rom. 12:2; 2 Cor. 6:14; Gál. 6:14; 1 Jn. 2:15).
La
carne es la naturaleza caída que todos tenemos y que se inclina hacia el pecado
y la rebelión contra Dios; entonces, si no andamos en el Espíritu (según la
voluntad de Dios establecida en la Biblia), andamos en los deseos pecaminosos
de la carne. No hay otra opción y la Escritura dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo
Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”
(Rom. 8:1). Si yo digo estar en comunión con Cristo y vivir para él, debo
demostrarlo andando según la palabra y según el fruto del Espíritu. Sin la obra
del Espíritu en nosotros somos incapaces de cumplir la voluntad de Dios. Así
pues, la provisión del Espíritu que mora en nosotros los creyentes hace posible
estar andando por medio del poder y la guía del Espíritu.
El
andar en el Espíritu es un acto de fe y es un reto para todos aquellos que se
identifican con el carácter de Cristo y dicen seguir sus pisadas. En el tiempo
de la gracia el modelo de vida en Cristo tiene altas normas de moral, santidad,
amor y compromiso, y pocos quieren tomar con seriedad este llamado divino a ser
como Cristo, amar como Cristo ama (Jn. 13:34, 35; 15:12-17) y llevar todo
pensamiento, concepto e idea a la obediencia en Cristo (2 Cor. 10:5). Todo esto
solo es posible si andamos en el Espíritu.
El
fruto del Espíritu en el creyente se manifiesta en 9 virtudes representativas
que realmente incluyen todos los valores del cristianismo y son: amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gál. 5:22, 23).
Todo esto solo es posible si andamos en el Espíritu.
En
conclusión, solo la continua dependencia del Espíritu de Dios puede traer
victoria sobre el pecado, sobre la naturaleza caída, sobre los demonios y sobre
el mundo. De ahí la necesidad de caminar constantemente en el Espíritu para que
se pueda llevar a cabo la voluntad de Dios en la vida de un creyente.
Al
creyente le espera la resurrección del cuerpo y la gloria eterna con Dios, pero
la lucha espiritual continuará sin cesar hasta la muerte o el arrebatamiento de
la Iglesia al cielo cuando venga Cristo.
Todas
estas verdades enfatizan la importancia de ajustarse al Espíritu, andando en su
poder y guía y dejando que el Espíritu tome el control en nuestra vida diaria.
No
apaguemos al Espíritu, no le contristemos y andemos siempre según su palabra,
su dirección y su poder… solo así seremos realmente llenos de él y su fruto
será la demostración más clara de lo que produce en aquellos que están en
comunión íntima con él.
El
creyente lleno del Espíritu Santo será cada día un reflejo de Cristo; sus
virtudes y cualidades se verán latentes en su vida diaria.
III. Los
resultados de la plenitud del Espíritu
Cuando
un creyente está rendido a Dios y lleno del Espíritu, tienen que verse
resultados maravillosos en su vida:
*
Experimenta una santificación progresiva en su vida y el fruto del Espíritu se evidencia
cada día. Esta es la suprema manifestación del poder del Espíritu y es la
preparación terrenal para el tiempo cuando el creyente, en los cielos, será
completamente transformado a la imagen de Cristo.
*
Comprende cada día más la infinita verdad de la Palabra de Dios. Una de las
funciones primordiales del Espíritu es enseñar al creyente las verdades
espirituales a través de su guía e iluminación. Así como el Espíritu de Dios es
necesario para revelar la verdad concerniente a la salvación antes de que una
persona pueda ser salva (Jn. 16:7-11), así el Espíritu de Dios guía también al
cristiano a toda verdad (Jn. 16:12-14). Las cosas profundas de Dios (las verdades
que solo pueden ser comprendidas por un hombre enseñado por el Espíritu) son
dadas a quien está andando en el Espíritu (1 Cor. 2:9-16; 3:1-3).
*
Recibe dirección diaria del Espíritu Santo porque él es capaz de guiar a un
cristiano y aplicar las verdades generales de la Palabra de Dios a cada
situación particular del creyente (Rom. 12:2). Este nivel de dirección es la
experiencia normal de los cristianos que están en una relación correcta con el
Espíritu de Dios (Rom. 8:14).
*
Tiene total seguridad de la salvación en Cristo porque hay una comunión íntima
con el Espíritu. De acuerdo a Rom. 8:16, “el
Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”
(Gál. 4:6; 1 Jn. 3:24; 4:13). Es normal para un cristiano el tener la seguridad
de su salvación, como lo es para un individuo el saber que está físicamente
vivo.
*
Adora a Dios y vive apasionado por él. Toda la adoración y el amor de Dios son
posibles solamente cuando se está andando en el Espíritu. En el contexto de la
exhortación de Ef. 5:18 a que seamos llenos del Espíritu, los versículos
siguientes describen la vida normal de adoración y comunión con Dios (Ef. 5:19,
20). La adoración es un asunto del corazón, y como Cristo le dijo a la mujer
samaritana: “Dios es Espíritu; y los que
le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” (Jn. 4:24). La
verdadera alabanza y acción de gracias son imposibles aparte de la capacitación
del Espíritu.
*
Tiene una vida de oración ferviente. Uno de los aspectos más importantes de la
vida de un creyente es su oración de comunión con el Señor. Aquí nuevamente el
Espíritu de Dios debe guiar y dirigir la oración del creyente para que sea de
acuerdo a la Palabra de Dios. Además de la oración del creyente mismo, Rom.
8:26 revela que el Espíritu intercede por el creyente. Entonces, una vida de
oración efectiva depende del andar en el Espíritu.
*
Desarrolla una vida de servicio al Señor y a los demás. Además de todas las
cualidades ya mencionadas, toda la vida de servicio y el ejercicio de sus dones
naturales y espirituales dependen del poder del Espíritu. Cristo se refirió a
esto en Jn. 7:38, 39, donde describió la obra del Espíritu como un río de agua
viva fluyendo del corazón del hombre. Por tal motivo, un cristiano puede tener
grandes dones espirituales y no usarlos por no estar andando en el poder del
Espíritu. En contraste, otros con relativamente pocos dones espirituales pueden
ser usados grandemente por Dios porque están andando en el poder del Espíritu.
Realmente,
la enseñanza de la Escritura sobre la plenitud del Espíritu es una de las
prioridades que debe tener todo cristiano y todo predicador para comprender,
aplicar y apropiarse de estas bendiciones, compartiendo con otros de este
tesoro maravilloso.
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