lunes, 19 de octubre de 2015

Dios el Espíritu Santo Parte VI


- Su Plenitud

I. Definición de la Plenitud del Espíritu Santo
En contraste con las obras del Espíritu Santo en la salvación (la regeneración, el morar, el sellado y el bautismo), la plenitud del Espíritu se relaciona con la experiencia cristiana, el poder y el servicio. Las obras del Espíritu en relación con la salvación se presentan en la conversión del creyente y se van desarrollando más y más, pero la plenitud del Espíritu es una experiencia reiterativa en la vida espiritual del creyente y se menciona frecuentemente en la Biblia.

La llenura del Espíritu Santo o de sus virtudes se manifestó aún en el A.T.:
* Llenura de sabiduría (Éx. 28:3).
* Llenura del Espíritu de Dios en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte (Éx. 31:3, 4).
* Llenura del espíritu de sabiduría (Dt. 34:9).
* Llenura del poder del Espíritu de Jehová (Miq. 3:8).

Sin lugar a dudas, hay muchos otros ejemplos donde el Espíritu de Dios vino sobre individuos y los capacitó en poder para el servicio en un plan divino específico; sin embargo, no muchos fueron llenos del Espíritu antes del día de Pentecostés porque la obra del Espíritu siempre ha estado relacionada con el soberano propósito de Dios. Así pues, no hay indicación de que la plenitud del Espíritu hubiera estado abierta a cada uno que rindiera su vida al Señor antes de Pentecostés. Por tanto, comenzando con el día de Pentecostés, amaneció una nueva edad en la cual el Espíritu Santo obraría en cada creyente para llenarlo de su presencia, su poder y sus virtudes. Entonces todos los creyentes salvos somos hechos morada del Espíritu y podemos ser llenos si él encuentra las condiciones propicias. Esta conclusión se confirma en numerosas referencias del N.T. (Hch. 2:4; 4:8, 31; 6:3, 5; 7:55; 9:17; 11:24; 13:9, 52; Ef. 5:18).

La plenitud del Espíritu puede definirse como un estado espiritual donde el Espíritu Santo está cumpliendo todo lo que él vino a hacer en el corazón y en la vida del creyente individual; obviamente, su trabajo es progresivo y no es solo un asunto de adquirir más del Espíritu, sino también que él vaya tomando control del individuo. En lugar de ser una situación poco frecuente, como lo era antes de Pentecostés, el ser lleno por el Espíritu en la edad presente es el objetivo de Dios, si bien no es lo usual en la experiencia del cristiano promedio por diversas razones que veremos en este estudio. Así pues, a cada cristiano se le anima a ser lleno del Espíritu (Ef. 5:18).

Hay una carencia notable en la vida espiritual de muchos cristianos y es que pocos se caracterizan por estar llenos del Espíritu. Esta falta, sin embargo, no se debe a una falla de parte de Dios en su provisión, sino más bien, es una falla del individuo al no apropiarse de esta provisión y no permitir al Espíritu Santo llenar su vida.

Un cristiano nuevo quien haya sido salvo recientemente puede ser lleno con el Espíritu y manifestar el poder del Espíritu Santo en su vida. Sin embargo, la madurez viene solo a través de una vida cristiana que se desarrolla por el conocimiento de las Escrituras y del carácter de Dios, por la obediencia a Dios y por la continua experiencia de ser lleno con el Espíritu. Así como un niño recién nacido puede ser apasionado y despierto, de la misma manera un cristiano puede ser lleno con el Espíritu, pero, al igual que un recién nacido, solo la vida y la experiencia pueden sacar a relucir las cualidades espirituales que pertenecen a la madurez. Por tal motivo hay numerosos pasajes de la Biblia que hablan del crecimiento espiritual; por ejemplo, el trigo crece hasta la cosecha (Mt. 13:30) y esto manifiesta la necesidad de permanecer creciendo siempre en la gracia y el conocimiento de Cristo. Además, Dios obra en su Iglesia a través de hombres dotados con dones espirituales para perfeccionar a los santos para la obra del ministerio y para edificar el cuerpo de Cristo de manera que los cristianos puedan crecer en fe y en estatura espiritual buscando ser más como Cristo (Ef. 4:11-16). Pedro habla de la necesidad de leche espiritual no adulterada (no contaminada ni cambiada) para crecer (1 Ped. 2:1-3), y exhorta a “crecer en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18).

Hay una relación obvia entre la plenitud del Espíritu y la madurez espiritual, y un cristiano lleno del Espíritu madurará más sólidamente y con mejores frutos que uno que no lo está. La plenitud del Espíritu y la madurez espiritual como resultado, son los dos factores más importantes en la ejecución de la voluntad de Dios en la vida de un cristiano y también en el propósito de Dios de prepararle para buenas obras (Ef. 2:10).

Por consiguiente, la plenitud del Espíritu se cumple en un creyente cuando está completamente rendido al Espíritu Santo y le permite tomar el control, recibiendo poder y gracia suficientes. Mientras que puede haber varios grados en la manifestación de la plenitud del Espíritu y grados en el poder divino, el pensamiento central en la plenitud es que el Espíritu de Dios es capaz de operar en y a través del individuo sin obstáculo, cumpliendo la voluntad perfecta de Dios para aquella persona. Sin embargo, el hecho de que el poder del Espíritu Santo se manifieste en una persona no indica que sea salva, que sea espiritual, que sea aprobada por Dios o que sea llena del Espíritu Santo (Mt. 7:21-23).

El concepto de la plenitud del Espíritu tiene múltiples evidencias en el N.T. Inicialmente, es ilustrado fundamentalmente en Jesucristo, quien, de acuerdo a Lc. 4:1, fue “lleno del Espíritu Santo”; además, en Lc. 4:16-21 Jesús aplica las palabras del profeta Isaías a sí mismo con respecto a la obra del Espíritu en su vida para dar buenas nuevas, pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos. Por otro lado, Juan el Bautista tuvo la experiencia excepcional de ser lleno del Espíritu desde que estaba en el vientre de su madre (Lc. 1:15), y esto sucedió cuando María entró a la casa de su madre Elizabet, estando en embarazo de Jesús, el Hijo de Dios (Lc. 1:39-44), quien fue concebido por el Espíritu Santo (Lc. 1:35); asimismo, su madre Elizabet y su padre Zacarías, fueron llenos del Espíritu (Lc. 1:41, 67). Estos casos se dieron antes del nuevo pacto (por la sangre de Cristo) porque él todavía no había ido a la cruz, no había resucitado ni había enviado al Espíritu Santo a morar en los creyentes; por ende, esta llenura del Espíritu era una obra soberana de Dios que no estaba al alcance de cada individuo.

No obstante, en el día de Pentecostés toda la multitud de 120 creyentes reunidos en Jerusalén fue llena con el Espíritu (Hch. 2:4). Asimismo, en la Iglesia primitiva, el Espíritu de Dios llenaba repetidamente a aquellos que buscaban la voluntad de Dios: por ejemplo, Pedro (Hch. 4:8); el grupo de cristianos que oraban pidiendo valor y poder de Dios (Hch. 4:24-31); y Pablo, después de su conversión (Hch. 9:17). Algunos se caracterizan por estar en un continuo estado de plenitud del Espíritu, como se ilustra en los primeros diáconos (Hch. 6:3-6; 7:55) y Bernabé (Hch. 11:24). Pablo fue lleno con el Espíritu repetidas veces (Hch. 13:9), y así lo fueron los discípulos del Señor (Hch. 13:52). En cada caso solamente los cristianos rendidos a Dios fueron llenos con el Espíritu.

A los creyentes del A.T. nunca se les animaba a ser llenos con el Espíritu, aunque en algunas ocasiones fueron amonestados a creer en el poder del Espíritu para obtener las bendiciones de Dios; por ejemplo, en Zac. 4:6 dice: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”. No así, en este tiempo de la gracia, donde a cada cristiano se le anima a ser lleno del Espíritu; en Ef. 5:18 dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. El ser llenos con el Espíritu, así como el recibir la salvación por fe, no se cumple, sin embargo, por esfuerzo humano; más bien es por permitir a Dios que cumpla su obra en nosotros los creyentes. La plenitud del Espíritu, si bien puede ocurrir en el momento de la salvación, ocurre una y otra vez en la vida de un cristiano consagrado, y debería ser una experiencia normal que los cristianos tuviesen esta constante plenitud del Espíritu.

La expresión de Pablo “sed llenos del Espíritu” se entiende también como “manténganse llenos del Espíritu” porque ésta es la voluntad de Dios para todos sus hijos. En este texto Pablo habla del estado de alteración corporal que se produce cuando alguien ingiere vino y menciona uno de los efectos que se presentan en la conducta y en la mente, y es la disolución, es decir, el desorden y el desequilibrio. Comparando el vino con la llenura del Espíritu Santo, la gran diferencia es que el Espíritu divino trae orden, santidad, justicia, y toda virtud, pero también trae gozo verdadero, paz y plenitud al corazón del creyente. La plenitud del Espíritu no es, por lo tanto, una experiencia que sucede una vez y para siempre. No es correcto llamarla una segunda obra de gracia, puesto que ocurre una y otra vez. Indudablemente, la experiencia de ser lleno con el Espíritu por primera vez es muy especial en la vida del cristiano y puede elevar la experiencia cristiana a un nuevo nivel. Sin embargo, el cristiano depende de Dios para la continua plenitud del Espíritu, y ningún cristiano puede vivir en el poder espiritual de lo que recibió ayer. Por tal razón, todos los días el creyente debe buscar la llenura del Espíritu Santo para andar en el Espíritu, para dar el fruto completo del Espíritu y para ser un instrumento útil en las manos del Señor, sirviendo a los demás y compartiendo el evangelio de Cristo con eficacia a los que no conocen la salvación.

De la naturaleza de la plenitud del Espíritu puede concluirse que la amplia diferencia en la experiencia espiritual observada en cristianos y los diferentes niveles de obediencia y fidelidad a la voluntad de Dios pueden ser atribuidos a la presencia o ausencia de la plenitud del Espíritu. El que desea hacer la voluntad de Dios debe, por consiguiente, participar por completo en el privilegio que Dios le ha dado al ser morada del Espíritu y tener la capacidad de rendir completamente su vida al Espíritu de Dios, quien lo llenará a cada instante de amor, poder, sabiduría, santidad, y mucho más, mediante una vida dedicada a la oración y al estudio de la Palabra que es la inspiración del Espíritu Santo (2 Ped. 2:19-21). 

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