- Su Plenitud
I. Definición de
la Plenitud del Espíritu Santo
En
contraste con las obras del Espíritu Santo en la salvación (la regeneración, el
morar, el sellado y el bautismo), la plenitud del Espíritu se relaciona con la
experiencia cristiana, el poder y el servicio. Las obras del Espíritu en
relación con la salvación se presentan en la conversión del creyente y se van
desarrollando más y más, pero la plenitud del Espíritu es una experiencia
reiterativa en la vida espiritual del creyente y se menciona frecuentemente en
la Biblia.
La
llenura del Espíritu Santo o de sus virtudes se manifestó aún en el A.T.:
*
Llenura de sabiduría (Éx. 28:3).
*
Llenura del Espíritu de Dios en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en
todo arte (Éx. 31:3, 4).
*
Llenura del espíritu de sabiduría (Dt. 34:9).
*
Llenura del poder del Espíritu de Jehová (Miq. 3:8).
Sin
lugar a dudas, hay muchos otros ejemplos donde el Espíritu de Dios vino sobre
individuos y los capacitó en poder para el servicio en un plan divino
específico; sin embargo, no muchos fueron llenos del Espíritu antes del día de
Pentecostés porque la obra del Espíritu siempre ha estado relacionada con el
soberano propósito de Dios. Así pues, no hay indicación de que la plenitud del
Espíritu hubiera estado abierta a cada uno que rindiera su vida al Señor antes
de Pentecostés. Por tanto, comenzando con el día de Pentecostés, amaneció una
nueva edad en la cual el Espíritu Santo obraría en cada creyente para llenarlo
de su presencia, su poder y sus virtudes. Entonces todos los creyentes salvos
somos hechos morada del Espíritu y podemos ser llenos si él encuentra las
condiciones propicias. Esta conclusión se confirma en numerosas referencias del
N.T. (Hch. 2:4; 4:8, 31; 6:3, 5; 7:55; 9:17; 11:24; 13:9, 52; Ef. 5:18).
La
plenitud del Espíritu puede definirse como un estado espiritual donde el
Espíritu Santo está cumpliendo todo lo que él vino a hacer en el corazón y en
la vida del creyente individual; obviamente, su trabajo es progresivo y no es
solo un asunto de adquirir más del Espíritu, sino también que él vaya tomando
control del individuo. En lugar de ser una situación poco frecuente, como lo
era antes de Pentecostés, el ser lleno por el Espíritu en la edad presente es
el objetivo de Dios, si bien no es lo usual en la experiencia del cristiano
promedio por diversas razones que veremos en este estudio. Así pues, a cada
cristiano se le anima a ser lleno del Espíritu (Ef. 5:18).
Hay
una carencia notable en la vida espiritual de muchos cristianos y es que pocos
se caracterizan por estar llenos del Espíritu. Esta falta, sin embargo, no se
debe a una falla de parte de Dios en su provisión, sino más bien, es una falla
del individuo al no apropiarse de esta provisión y no permitir al Espíritu
Santo llenar su vida.
Un
cristiano nuevo quien haya sido salvo recientemente puede ser lleno con el
Espíritu y manifestar el poder del Espíritu Santo en su vida. Sin embargo, la
madurez viene solo a través de una vida cristiana que se desarrolla por el conocimiento
de las Escrituras y del carácter de Dios, por la obediencia a Dios y por la
continua experiencia de ser lleno con el Espíritu. Así como un niño recién
nacido puede ser apasionado y despierto, de la misma manera un cristiano puede
ser lleno con el Espíritu, pero, al igual que un recién nacido, solo la vida y
la experiencia pueden sacar a relucir las cualidades espirituales que
pertenecen a la madurez. Por tal motivo hay numerosos pasajes de la Biblia que hablan
del crecimiento espiritual; por ejemplo, el trigo crece hasta la cosecha (Mt.
13:30) y esto manifiesta la necesidad de permanecer creciendo siempre en la
gracia y el conocimiento de Cristo. Además, Dios obra en su Iglesia a través de
hombres dotados con dones espirituales para perfeccionar a los santos para la
obra del ministerio y para edificar el cuerpo de Cristo de manera que los
cristianos puedan crecer en fe y en estatura espiritual buscando ser más como Cristo
(Ef. 4:11-16). Pedro habla de la necesidad de leche espiritual no adulterada
(no contaminada ni cambiada) para crecer (1 Ped. 2:1-3), y exhorta a “crecer en la gracia y el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Ped. 3:18).
Hay
una relación obvia entre la plenitud del Espíritu y la madurez espiritual, y un
cristiano lleno del Espíritu madurará más sólidamente y con mejores frutos que
uno que no lo está. La plenitud del Espíritu y la madurez espiritual como
resultado, son los dos factores más importantes en la ejecución de la voluntad
de Dios en la vida de un cristiano y también en el propósito de Dios de prepararle
para buenas obras (Ef. 2:10).
Por
consiguiente, la plenitud del Espíritu se cumple en un creyente cuando está
completamente rendido al Espíritu Santo y le permite tomar el control,
recibiendo poder y gracia suficientes. Mientras que puede haber varios grados
en la manifestación de la plenitud del Espíritu y grados en el poder divino, el
pensamiento central en la plenitud es que el Espíritu de Dios es capaz de
operar en y a través del individuo sin obstáculo, cumpliendo la voluntad
perfecta de Dios para aquella persona. Sin embargo, el hecho de que el poder
del Espíritu Santo se manifieste en una persona no indica que sea salva, que
sea espiritual, que sea aprobada por Dios o que sea llena del Espíritu Santo
(Mt. 7:21-23).
El
concepto de la plenitud del Espíritu tiene múltiples evidencias en el N.T.
Inicialmente, es ilustrado fundamentalmente en Jesucristo, quien, de acuerdo a
Lc. 4:1, fue “lleno del Espíritu Santo”;
además, en Lc. 4:16-21 Jesús aplica las palabras del profeta Isaías a sí mismo
con respecto a la obra del Espíritu en su vida para dar buenas nuevas, pregonar
libertad a los cautivos y vista a los ciegos. Por otro lado, Juan el Bautista
tuvo la experiencia excepcional de ser lleno del Espíritu desde que estaba en el
vientre de su madre (Lc. 1:15), y esto sucedió cuando María entró a la casa de
su madre Elizabet, estando en embarazo de Jesús, el Hijo de Dios (Lc. 1:39-44),
quien fue concebido por el Espíritu Santo (Lc. 1:35); asimismo, su madre
Elizabet y su padre Zacarías, fueron llenos del Espíritu (Lc. 1:41, 67). Estos
casos se dieron antes del nuevo pacto (por la sangre de Cristo) porque él
todavía no había ido a la cruz, no había resucitado ni había enviado al
Espíritu Santo a morar en los creyentes; por ende, esta llenura del Espíritu
era una obra soberana de Dios que no estaba al alcance de cada individuo.
No
obstante, en el día de Pentecostés toda la multitud de 120 creyentes reunidos
en Jerusalén fue llena con el Espíritu (Hch. 2:4). Asimismo, en la Iglesia
primitiva, el Espíritu de Dios llenaba repetidamente a aquellos que buscaban la
voluntad de Dios: por ejemplo, Pedro (Hch. 4:8); el grupo de cristianos que
oraban pidiendo valor y poder de Dios (Hch. 4:24-31); y Pablo, después de su
conversión (Hch. 9:17). Algunos se caracterizan por estar en un continuo estado
de plenitud del Espíritu, como se ilustra en los primeros diáconos (Hch. 6:3-6;
7:55) y Bernabé (Hch. 11:24). Pablo fue lleno con el Espíritu repetidas veces
(Hch. 13:9), y así lo fueron los discípulos del Señor (Hch. 13:52). En cada
caso solamente los cristianos rendidos a Dios fueron llenos con el Espíritu.
A
los creyentes del A.T. nunca se les animaba a ser llenos con el Espíritu,
aunque en algunas ocasiones fueron amonestados a creer en el poder del Espíritu
para obtener las bendiciones de Dios; por ejemplo, en Zac. 4:6 dice: “No con ejército, ni con fuerza, sino con mi
Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos”. No así, en este tiempo de la
gracia, donde a cada cristiano se le anima a ser lleno del Espíritu; en Ef.
5:18 dice: “No os embriaguéis con vino,
en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu”. El ser
llenos con el Espíritu, así como el recibir la salvación por fe, no se cumple,
sin embargo, por esfuerzo humano; más bien es por permitir a Dios que cumpla su
obra en nosotros los creyentes. La plenitud del Espíritu, si bien puede ocurrir
en el momento de la salvación, ocurre una y otra vez en la vida de un cristiano
consagrado, y debería ser una experiencia normal que los cristianos tuviesen
esta constante plenitud del Espíritu.
La
expresión de Pablo “sed llenos del
Espíritu” se entiende también como “manténganse llenos del Espíritu” porque
ésta es la voluntad de Dios para todos sus hijos. En este texto Pablo habla del
estado de alteración corporal que se produce cuando alguien ingiere vino y
menciona uno de los efectos que se presentan en la conducta y en la mente, y es
la disolución, es decir, el desorden y el desequilibrio. Comparando el vino con
la llenura del Espíritu Santo, la gran diferencia es que el Espíritu divino
trae orden, santidad, justicia, y toda virtud, pero también trae gozo
verdadero, paz y plenitud al corazón del creyente. La plenitud del Espíritu no
es, por lo tanto, una experiencia que sucede una vez y para siempre. No es
correcto llamarla una segunda obra de gracia, puesto que ocurre una y otra vez.
Indudablemente, la experiencia de ser lleno con el Espíritu por primera vez es
muy especial en la vida del cristiano y puede elevar la experiencia cristiana a
un nuevo nivel. Sin embargo, el cristiano depende de Dios para la continua
plenitud del Espíritu, y ningún cristiano puede vivir en el poder espiritual de
lo que recibió ayer. Por tal razón, todos los días el creyente debe buscar la
llenura del Espíritu Santo para andar en el Espíritu, para dar el fruto
completo del Espíritu y para ser un instrumento útil en las manos del Señor,
sirviendo a los demás y compartiendo el evangelio de Cristo con eficacia a los
que no conocen la salvación.
De
la naturaleza de la plenitud del Espíritu puede concluirse que la amplia
diferencia en la experiencia espiritual observada en cristianos y los
diferentes niveles de obediencia y fidelidad a la voluntad de Dios pueden ser
atribuidos a la presencia o ausencia de la plenitud del Espíritu. El que desea
hacer la voluntad de Dios debe, por consiguiente, participar por completo en el
privilegio que Dios le ha dado al ser morada del Espíritu y tener la capacidad
de rendir completamente su vida al Espíritu de Dios, quien lo llenará a cada
instante de amor, poder, sabiduría, santidad, y mucho más, mediante una vida
dedicada a la oración y al estudio de la Palabra que es la inspiración del
Espíritu Santo (2 Ped. 2:19-21).
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