miércoles, 18 de enero de 2017

La Creación de Dios Parte VIII

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n. Materialismo

Para la élite ilustrada es inconcebible concederle algún límite a la comprensión humana. Si a algún pobre tipo se le ocurre sugerir que la incomprensibilidad del universo no toma en cuenta a un "poder superior", se verá rápidamente desterrado de la sociedad educada, acusado de cometer el pecado imperdonable de invocar al "Dios de las brechas".

El materialismo es una cosmovisión basada en una comprensión naturalista de la realidad. En el materialismo, el mundo natural es todo lo que existe. No existe lo sobrenatural—ni el espíritu, ni el alma, ni Dios. Solo existe la "naturaleza": la matriz cósmica de materia y energía operando según las leyes físicas. La realidad es lo que es objetivo, observable y reproducible. Para el materialista, la ciencia ya está "demostrada": todo es producto de procesos físicos. Superficialmente, esto parecería correcto.

Nuestra experiencia diaria es con materia y energía: programamos iPods, plantamos jardines, conducimos autos y nos maravillamos de las estrellas; luchamos contra una fuerza invisible cuando subimos las escaleras; somos víctima de una energía oculta al tocar la perilla de una puerta; y una fuerza invisible e intangible apunta la aguja de nuestra brújula hacia el norte.

Pero ¿qué son realmente estas cosas materia y energía? ¿Qué representa el mundo "físico"?

Al escribir este artículo sobre materialismo, estoy sentado frente a un escritorio hecho de tabla y es bastante resistente para soportar el peso de una computadora, una impresora, y demás aparatos periféricos, sin mencionar una pila de libros de consulta. Su apariencia y textura me llevan a creer que, de una manera fundamental, es sólido. Después de todo, la madera está hecha de sustancias químicas que están compuestas de átomos, los cuales son sólidos como una roca. ¿Es esto cierto? Nada que ver.

Considere uno de los átomos de carbón de mi escritorio de madera. Rodeando un núcleo compacto de seis protones y seis neutrones, existe una nube de seis electrones. Aunque el tamaño físico del átomo sea infinitesimal, la distancia relativa entre el núcleo y sus electrones es enorme. Es como nuestro sistema solar en una escala microcósmica. El sistema solar contiene una cantidad enorme de material en el sol, los planetas, y en medios interplanetarios; aún así, la materia física ocupa menos de una parte en un trillón de su volumen. Con todo ese espacio vacío, el sistema solar es un vacío gigantesco que contiene unas cuantas impurezas.

Ahora imagínese que alguien, por algún accidente (es solo un ejemplo de ficción), se encogiera a una escala sub-atómica y entrara en mi habitación, encontraría que cada uno de esa chorrera de átomos en mi escritorio es un diminuto micro-vacío que misteriosamente da lugar a nuestras percepciones de color, textura, y dureza. Si usted piensa que eso es raro, es solo la punta de las rarezas del "mundo físico".

En 1689, Isaac Newton proporcionó una explicación física y una herramienta predictiva para las leyes planetarias de Kepler. Lo completo de las brillantes formulaciones de Newton permitió a los investigadores determinar los movimientos precisos de todo, desde la caída de una manzana hasta la rotación de las galaxias. Provocó la creencia de que el universo era un "reloj" cósmico en el que el resultado de cualquier acontecimiento podía ser determinado una vez que todas las condiciones y fuerzas iniciales implicadas fueran conocidas, pero posteriormente, cuando los investigadores examinaron minuciosamente el interior del reloj, encontraron que los mecanismos de relojería no estaban tan bien definidos como Newton quizás había pensado. De hecho, estaban categóricamente indefinidos.

Considere uno de los átomos de mi escritorio de madera. Si yo tratara de determinar el movimiento de uno de sus electrones, encontraría rápidamente que podría medir su posición o su velocidad, pero no ambos. A diferencia de la órbita de la Tierra, la cual puede ser determinada con precisión, la trayectoria de movimiento del electrón y su localización entre cualquiera de las dos mediciones es incognoscible. Aunque yo podría estar tentado a considerar esto una limitación en mi técnica experimental, resulta ser una característica misteriosa del mundo sub-atómico mismo. Pero eso no es todo.

Sabemos por experiencia que cuando un objeto, como nuestro auto, absorbe energía al chocar con otro objeto, sufre daños. Si queremos tener nuestro auto reparado, no esperamos que vuelva a su condición original por sí mismo. En lugar de esto, lo llevamos a un taller de reparaciones, donde será restaurado por las manos diestras de técnicos entrenados.

Ahora, esto es extraño… cuando uno de los átomos de mi escritorio es dañado al chocar contra uno de sus vecinos, vuelve rápidamente a su condición original por sí mismo.

Igualmente extraño resulta el fenómeno de la "órbita" electrónica. A diferencia de la Tierra, cuya órbita gira lentamente en espiral hacia el sol, los electrones en el átomo están sujetados en regiones fijas. Pero el verdadero acertijo es por qué, teniendo un núcleo con carga positiva y un electrón con carga negativa, el átomo no se auto-destruye rápidamente. De hecho, según las leyes de la electrodinámica, la aniquilación atómica debe ocurrir en menos de un micro-segundo.

La estabilidad y existencia misma del átomo sugiere la mano conductora de un Agente exterior. Pero en el materialismo no puede existir tal Agente… solo existe la materia física y los procesos físicos, lo que deja a los misteriosos fenómenos del microcosmos para ser explicados a través de la filosofía del mecanismo.

Según el mecanismo, la rareza atómica surge porque partículas diminutas, como los electrones de mi escritorio, no existen en ningún sentido objetivo. Más bien son productos que dependen del observador, resultado de nuestra alteración investigadora de algo llamado: el "potencial cuántico".

No siendo materia ni energía propiamente, el potencial cuántico es, como su nombre lo indica, "potencialidad"—un sustrato invisible que impregna todo el cosmos y proporciona el potencial de ser. Por esto, cuando los físicos hablan de un electrón, de lo que hablan realmente de es de una abstracción cuya existencia es descrita por medio de construcciones matemáticas y funciones de probabilidad. Como el pionero de la teoría cuántica, Werner Heisenberg, escribió una vez: "partículas elementales... forman un mundo de potencialidades o posibilidades en vez de uno de cosas y hechos".

Entonces, a pesar de su apariencia, mi escritorio barato es un objeto hueco constituido por una vasta multitud de "potencialidades" materializadas por alteraciones físicas en la niebla cuántica, dándole a mi escritorio las propiedades sensoriales de color, rigidez, textura, y masa. Resulta ser que esta "niebla" es el fundamento de la naturaleza, a la que se le acredita todo, desde mantener los átomos de mi escritorio intactos hasta mantener el universo mismo en funcionamiento.

Según los modelos actuales de cosmogenesis, todo el contenido del universo surgió de una explosión después de una fluctuación anormal del potencial cuántico. Así, en un ejemplo extremo de obtener algo de la nada, el potencial cuántico es la fuente de toda existencia.

Más aún, el potencial cuántico es también el final de todas las cosas. Como sugieren algunas teorías, la atracción gravitacional superará finalmente a la expansión cósmica hasta que todo el universo sea aplastado de nuevo en una pepita cuántica de potencial puro.

Hace más de 2.500 años, el filósofo griego Anaximandro postuló una sustancia eterna y ubicua que denominó el "áperion". Como el potencial cuántico, el áperion de Anaximandro fue considerado el origen de toda la realidad.

En el intervalo no hemos avanzado más hacia una comprensión fundamental de esta sustancia misteriosa. Ahora, al igual que entonces, continúan las preguntas: ¿dónde se originó? ¿Qué lo impulsa? ¿Por qué su capacidad creadora es ilimitada? ¿Es el potencial cuántico siquiera un "algo" en el sentido materialista?

Aquellos que están bajo el paradigma del materialismo contestarán que "Sí". Para ellos, cualquier agujero en nuestra comprensión de la naturaleza debe ser rellenado con mortero físico. Pero, ya que este "mortero" no es ni materia ni energía, no es físico. Y a causa de su naturaleza sobrenatural, tampoco puede ser observado. En cambio, debe ser inferido a partir de su influencia sobre lo que es observable.

Si usted piensa que esto se parece mucho al "Dios de las brechas" tiene razón. La principal distinción es que este "dios" ni comunica, ni establece deberes morales. Y ése es el punto.

o. ¿Es Real Dios?

Sorpresivamente, esta pregunta fundamental es simplista en su naturaleza. Esto se resuelve al formular otra pregunta: "¿De dónde vino todo?" ¿De dónde vino el espacio, el tiempo, la materia, la energía y la información? Los teístas han reconocido siempre a un Diseñador Inteligente como el autor de todas las cosas. Los ateos, por otra parte, creen que no existe un Ser Supremo. Antes del siglo XX, la mayoría de los ateos sostenían que el universo era eterno, sin necesidad de un Creador. Sin embargo, leyes tales como la de la Termodinámica, y descubrimientos como el del movimiento galáctico y la descomposición de proteínas, han llevado a las autoridades a esta certeza absoluta: el universo comenzó en un punto determinado. Las implicaciones de estas observaciones científicas han provocado la búsqueda, por parte de los ateos, de un mecanismo mediante el cual el universo pudo haberse creado y desarrollado a sí mismo por medio del azar, sin ningún Director Inteligente. La necesidad de dicho mecanismo es fundamental para los ateos, porque si no son capaces de identificar tal mecanismo, tendrían que reconocer la necesidad de un Dios Creador, o simplemente aceptar el hecho de que se aferran a una visión del mundo que es irracional.

¿Es real Dios? Si le pregunta al naturalista británico Charles Darwin, la respuesta es NO. En 1859, Darwin propuso un mecanismo por el cual el descenso evolucionista a partir de un ancestro común se consideró posible sin recurrir a un Dios Creador. Y así comenzó la campaña para excluir a Dios de la ciencia. ¿El mecanismo? La Selección Natural. Desde entonces se ha tratado de demostrar que la Selección Natural es un proceso conservador, no un mecanismo creativo. No obstante, los ateos se aferran entusiásticamente a la teoría Neo-darwinista. De una manera dramática, la Evolución se ha convertido en una "religión," en donde la fe triunfa sobre la ciencia empírica.

H.S. Lipson, Profesor de Física de la Universidad de Manchester, en el Reino Unido, concuerda: "De hecho, la evolución se convirtió, de cierta forma, en una religión científica; casi todos los científicos la han aceptado, y muchos están dispuestos a "torcer" sus observaciones para que encajen con ella" ("A Physicist Looks at Evolution", Physics Bulletin, vol. 31, Mayo 1980, pg. 138).

La teoría evolucionista parecía plausible en el siglo XIX, y hasta a mediados del siglo XX. En ese tiempo, nuestro conocimiento de la biología molecular y la genética era bastante limitado. Luego, comenzando en 1950, nuestro conocimiento del mundo microscópico alrededor nuestro (y dentro de nosotros) comenzó a crecer a pasos agigantados. Hoy, nuestro conocimiento de la complejidad biológica externa e interna, de ingeniería, y del diseño, es asombroso. Con descubrimientos sin precedentes en los campos de biología molecular, anatomía, bioquímica, y genética, se ha hecho cada vez más obvio que la vida es el resultado de un Diseño Inteligente. Lo "simple" ya no se considera "simple" en lo absoluto. Por ejemplo, ahora podemos ver el intrincado mundo de una bacteria "simple," y darnos cuenta de que solamente su mecanismo de propulsión es más complejo que un motor fuera de borda de un barco pesquero. La Teoría del Diseño nos dice que ciertas cosas, como este Flagelo Bacteriano, son "irreduciblemente complejas". Por otro lado, la Teoría de la Información dice que el diseño es el resultado de la inteligencia. Entonces, si el diseño obvio de los sistemas vivos es el resultado de una mente, ¿de la mente de quién? ¡La mente de Dios!

Pregúntele a un humanista: "¿Es real Dios?" y obtendrá un rotundo "¡No!" ¿Qué es un humanista? Un humanista es aquel que se adhiere a la filosofía humanista que es en realidad una "ideología" atea, construida sobre fundamentos de los siglos XIX y XX, tales como el Big Bang y la Evolución. En 1933, los humanistas se reunieron y pusieron su doctrina por escrito. El documento fue apodado "El Manifiesto Humanista". La primera tabla de este primer Manifiesto establece: "Los humanistas religiosos consideran al universo como auto-existente y no creado." La segunda tabla afirma: "Los humanistas creen que el hombre es una parte de la naturaleza y que ha surgido como resultado de un proceso continuo" (Los Humanistas actualizaron su Manifiesto en los años 1970). Generalmente, los humanistas creen que el Big Bang (o una de las teorías relacionadas de la Inflación del Universo) ocasionó el origen del universo como lo conocemos. De allí en adelante, los humanistas mantienen la idea de que procesos al azar, macro-evolucionistas crearon a la humanidad por billones de años.

p. Dios Lo Hizo

"Pero por siglos de investigación hemos aprendido que la idea de 'Dios lo hizo' nunca ha mejorado nuestra comprensión de la naturaleza ni una pizca, y es por eso que la abandonamos" (Jerry Coyne)

En un ensayo reciente en The New Republic, el científico evolucionista, Jerry Coyne, preguntó: "¿Contradice la naturaleza empírica de la ciencia a la naturaleza reveladora de la fe? ¿Son los vacíos entre ellas tan grandes que las dos instituciones deben ser consideradas esencialmente antagónicas?" Coyne está seguro que la respuesta es sí.

Según esta posición, la religión es tan irremediablemente hostil al progreso científico que cualquier tentativa para reconciliarlos es inútil. Como Coyne explica: "Aceptar a la ciencia y a la fe convencional lo deja a uno con un doble estándar". Y para asegurarse de que usted tiene claro de qué religión se habla, Coyne agrega que es "racional acerca del origen de la coagulación de sangre, irracional acerca de la Resurrección; racional acerca de los dinosaurios, irracional acerca de nacimientos vírginales".

¿Está siquiera permitida la idea de que "Dios Lo Hizo" en la ciencia convencional? Aunque organizaciones consagradas, como la Academia Nacional de las Ciencias, afirman públicamente que la fe y la ciencia no son contrarias, en privado, la mentalidad es que la religión es un obstáculo de la ciencia.

Contrariamente a la crítica moderna, el científico que enfoca el mundo como un producto de la inteligencia de un ser superior, en lugar de materia y movimiento, tiene menos probabilidades de detenerse justo antes de realizar un descubrimiento. En vez de descartar una característica que a primera vista parece inerte, innecesaria o simplemente común, está más inclinado a ampliar los límites de la investigación para descubrir su función y propósito.

En lugar de obstruir a la ciencia, el Cristianismo, con su énfasis en un Creador personal, inspiró una era de descubrimientos que abrió el camino para la ciencia.

Los antiguos generalmente veían al mundo como un lugar imprevisible, gobernado por el destino o por los caprichos de los dioses. Pero una vez que los investigadores comprendieron el universo como una creación—la obra de un ser supremo inteligente con principios racionales—se atrevieron a imaginar que el descubrimiento era posible. Uno de los primeros fue un astrónomo cuyas teorías impulsaron la revolución científica.

Las especulaciones acerca de un universo con el sol como centro habían existido por algún tiempo, pero los desafíos al modelo Aristotélico refinado por Tolomeo no capturaron seriamente la atención hasta el "Giro Copernicano" en el siglo XVI.

Nicolás Copérnico fue un cristiano que entendió el universo como una creación inteligible que operaba según principios matemáticamente consistentes. Su atracción inicial hacia el heliocentrismo no fue el resultado de nuevos datos de observación, sino de su idea de que el sol—simbólico de Dios como Luz y Lámpara—parecía un centro irregular de actividad divina. Él creía, junto con otros primeros investigadores, que la elegante estructura observada en la creación debía ser descrita de una manera elegante. Por esto, cuando el heliocentrismo demostró ser matemáticamente más sencillo que el modelo reinante, con la tierra como centro, poco a poco ganó adeptos.

Al igual que Copérnico, Johannes Kepler fue un hombre de fe que creía que los misterios de la naturaleza podían ser descubiertos con la llave de las matemáticas. Kepler lo dijo de esta manera: "El objetivo principal de todas las investigaciones del mundo exterior debería ser descubrir el orden racional y la armonía que han sido impuestos en él por Dios, y que él nos han revelado en el lenguaje de las matemáticas".

La creencia de Kepler en la precisión matemática del universo lo llevó al descubrimiento de tres leyes fundamentales de movimiento planetario—la primera, que las órbitas planetarias son elípticas, en lugar de circulares, como fueron modeladas por Copérnico.

Aunque el descubrimiento de la elegancia matemática fue el producto de la fe para estos pioneros, ha sido la fuente de la fe para otros. En su libro, Truth Decay, Douglas Groothuis cuenta el relato de un físico ruso que dice: "Estuve en Siberia y allí encontré a Dios mientras trabajaba en mis ecuaciones. De pronto me di cuenta que la belleza de estas ecuaciones tenía que tener un propósito y diseño de fondo, y sentí profundamente en mi espíritu que Dios me estaba hablando a través de estas ecuaciones". En ese momento, el joven científico saltó sobre el abismo, del ateísmo al teísmo, y por último, al cristianismo.

Los cristianos que utilizaron la ciencia para demostrar que "Dios Lo Hizo" continuaron a la vanguardia de los descubrimientos científicos hasta el siglo XIX. Avances innovadores en electromagnetismo, microbiología, medicina, genética, química, teoría atómica, y agricultura fueron trabajos de hombres como John Dalton, Andre Ampere, Georg Ohm, Michael Faraday, Louis Pasteur, William Kelvin, Gregor Mendel, y George Washington Carver—todos ellos creyentes, cuyos logros fueron resultado de su fe cristiana.

Científicos en el más verdadero sentido de la palabra, éstos fueron investigadores que siguieron tenazmente la evidencia dondequiera que los condujo, enfrentando las brechas del entendimiento no con resignación sino con expectativa de que "Dios lo hizo".

Ya sea que lo reconozcan o no, todo científico, incluso Jerry Coyne, se apoya en los hombros de estos gigantes. Como el físico alemán Ernst Mach reconoció una vez: "Toda mente imparcial debe admitir que la era en que tuvo lugar el mayor desarrollo de la ciencia de la mecánica fue una era de reparto predominantemente teológico".

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