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MUERTE ETERNA
Ya
hemos confirmado en las Escrituras que la muerte física es la separación de la
parte material y la parte espiritual del ser humano, mientras que la muerte
espiritual es la separación de Dios y su criatura caída y culpable de pecado
mientras éste vive sobre la tierra; pero la muerte eterna es la total e
irreversible separación de Dios y el hombre pecador no arrepentido, por los
siglos de los siglos.
I. ¿Puede un
Dios de amor arrojar personas al infierno y al lago de fuego?
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El hombre no vacila en poner los enfermos en hospitales, los criminales en la
cárcel o los cadáveres en el cementerio. Eso no indica falta de amor de su
parte. Igualmente, aunque Dios es amor, también es Juez justo y no tiene por
inocente al culpable; por ende, es correcto pensar que Dios es amor (1 Jn.
4:8), pero él también es santo (1 Ped. 1:16) y debe juzgar el pecado; su amor
perfecto no contradice su justicia perfecta porque él no es alcahueta con el
pecado. Si él permitiera que el pecador no arrepentido entrara al cielo, sería
una contradicción con todo lo que Dios ha hecho para salvar a la humanidad a
través de Cristo en la cruz.
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Lucifer hizo su elección en el cielo y decidió desobedecer a Dios; por eso, fue
excluido de la presencia del Señor para siempre. Asimismo, el hombre hace su
elección durante el tiempo de su vida y al momento de la muerte, él ya ha
determinado su destino eterno. No hay purgatorio o lugar intermedio; esto es
una mentira y una contradicción a la Palabra de Dios porque ella claramente
enseña que hay solo dos destinos: el castigo eterno o la vida eterna (Mt.
25:46).
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Esto dice la Biblia sobre la justicia de Dios en el universo y en la tierra: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que
pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de
oscuridad, para ser reservados al juicio; y si no perdonó al mundo antiguo,
sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas,
trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos; y si condenó por destrucción
a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de
ejemplo a los que habían de vivir impíamente, y libró al justo Lot, abrumado
por la nefanda conducta de los malvados (porque este justo, que moraba entre
ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de
ellos), sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los
injustos para ser castigados en el día del juicio” (2 Ped. 2:4-9). Este es
el Dios vivo y verdadero; es un Dios de amor y misericordia, pero también es un
Dios de justicia que dará a cada uno conforme a sus obras. Hay un día de
rendición de cuentas y nadie podrá evadir al Creador para tratar de escapar de
su justo juicio.
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Si todavía tiene dudas acerca de la justicia de Dios, lea lo que dice la Biblia
en Jud. 1:3-7: “Amados, por la gran solicitud
que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario
escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una
vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los
que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos,
que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el
único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo. Mas quiero recordaros, ya que una
vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de
Egipto, después destruyó a los que no creyeron. Y a los ángeles que no
guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado
bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día; como Sodoma
y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos,
habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por
ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno”. Dios no es juego ni es una
marioneta que podemos mover a nuestro antojo; él no puede ser burlado y nos
demandará un día por nuestros pecados, pero si confiamos en Cristo y nos
arrepentimos de todo corazón, en él tenemos perdón, salvación y una vida nueva,
llena de frutos de justicia.
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El fuego eterno de la condenación ha sido preparado para el diablo y sus
ángeles rebeldes a Dios (Mt. 25:41), pero también está preparado para aquellos
que despreciaron las leyes de Dios y vivieron en la tierra sin un verdadero
arrepentimiento, ignorando la obra de Cristo a su favor.
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Dios es el dueño de nuestra vida y es digno de evaluar nuestras acciones y
darnos una recompensa justa, aunque queramos justificarnos y creernos buenos;
además, Dios da a cada persona la capacidad suficiente para distinguir entre el
bien y el mal (exceptuando los casos biológicos de una condición en donde Dios
sabe que no se puede tener un juicio adecuado y que él permite esta situación
según su soberanía, debido a una enfermedad o a un incidente particular);
asimismo, él da muchas oportunidades al ser humano para arrepentirse y respetar
sus leyes; por eso, Dios envió a su propio Hijo y él dio un testimonio
intachable que partió la historia en dos y dejó el evangelio para que fuera
predicado a todas las naciones para salvación a todo aquel que cree (Rom.
5:6-8).
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¿Qué acerca de los que nunca han oído el evangelio? Como el resto de la
humanidad, ellos son pecadores y solamente Cristo puede salvarles pero si nunca
escuchan el evangelio, ellos pueden conocer que hay un Dios a través de las
obras de la Creación (Rom. 1:20; Sal. 19:1) y por sus propias conciencias
pueden distinguir el bien y el mal (Rom. 2:15). Si ellos responden a este
testimonio y a esta luz que tienen, Dios les dará mayor luz (Hch. 10 y 11);
solo él conoce los pensamientos y las intenciones del corazón y él será justo,
suficiente y soberano para juzgar a cada ser humano que ha vivido o vivirá
sobre la tierra.
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Dios no quiere que ningún alma se pierda. Cielo o infierno es el destino que
viene por las decisiones personales que cada individuo toma mientras está aquí
en el planeta Tierra. Si el hombre rechaza al Salvador, irá al infierno por su
propia elección. Dios respeta de tal manera la libertad de decisión de cada ser
humano que si elige ir al infierno, en vez de ir al cielo, él le dejará ir.
Recordemos que todo el que va al infierno lo hará por su propia elección. Dios
no quiere tener personas en el cielo por presión o por obligación; es una
decisión personal.
Cristo
es la luz del mundo y dijo: “Y esta es la
condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas
que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo,
aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.
Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus
obras son hechas en Dios” (Jn. 3:19-21).
Para
quienes dicen seguir a Cristo pero practican el pecado y hacen lo que les
parece, la Biblia dice: “Estos son
manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se
apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los
vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras
ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales
está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas” (Jud. 1:12, 13).
Así
pues, la muerte eterna es una segunda muerte porque define la eterna separación
de Dios de aquellos que no tomaron en serio su llamado a vivir conforme a su
voluntad… no importa si decían ser cristianos o si decían creer en Dios. Lo que
Cristo destaca es que para escapar de la perdición eterna y de sus
consecuencias, es necesario vencer el pecado y la victoria está en él, si
seguimos sus pasos y somos honestos en nuestra fe porque Dios no puede ser
burlado ni engañado.
Cristo
siempre se destacó por decir la verdad y él no está jugando cuando menciona la
realidad del castigo eterno para los que persisten en la desobediencia a su
evangelio; ésta es la muerte eterna y no consiste en dejar de existir sino en
estar eternamente separados de la comunión con Dios y de su presencia.
Estas
son algunas de las palabras de Jesús acerca del tema:
“Por eso os dije
que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros
pecados moriréis”
(Jn. 8:24). En otras palabras, cuando el pecador rechaza a Jesús como Salvador
y vive a su manera, persistiendo en el mal, entonces cuando muera tendrá que
comparecer ante Dios por sus pecados y no tendrá a Cristo como el abogado que
lo puede defender; por lo cual será hallado culpable y será condenado por toda
la eternidad.
“El que tiene
oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá
daño de la segunda muerte” (Ap. 2:11).
“Entonces dirá
también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41).
De
igual forma, bajo la inspiración del Espíritu Santo, los autores del N.T.
ratifican la realidad del castigo eterno; por ejemplo, el apóstol Pablo habla
acerca de la venida de Cristo… “en llama
de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al
evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna
perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”
(2 Ts. 1:8, 9).
Por
otro lado, el A.T. ya había anticipado el uso general del fuego para expresar
el juicio de Dios sobre el ser humano (Gn. 19:24; Sal. 21:9; Is. 66:15; Dt.
32:22; Dn. 7:10).
Dios
no quiere la muerte eterna del pecador sino su salvación pero cada uno escoge
si acepta al Salvador o si le rechaza. Mire lo que dice la Escritura: “¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová
el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos? (Ez. 18:23); “porque no quiero la muerte del que muere,
dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ez. 18:32); sin
embargo, aunque el pecador no arrepentido puede parecer impune durante mucho
tiempo mientras está en la tierra, haciendo lo malo de forma reiterativa (Sal.
73:3-20), su destino final será el justo juicio de Dios que le conducirá a la
perdición eterna.
¿A
dónde irás el día de tu muerte? Tú tomas la decisión.
Sigue leyendo y tendrás mayores
respuestas…
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