Sir John C. Eccles
Eccles fue sin duda una personalidad
científica imprescindible en el campo de la neurofisiología en el siglo XX. En
1963 recibió el Premio Nobel por sus trabajos sobre el mecanismo iónico de
excitación e inhibición de las sinapsis cerebrales. Eccles fue un dualista
convencido; calificó su propuesta como “dualismo interaccionista” y defendió
con profunda convicción la existencia de realidades o sustancias mentales
frente a las puramente físicas en el universo. En su obra “The Wonder of Being
Human” (New York, The Fee Press, 1984) expone los avances científicos que
permiten localizar qué partes del cerebro están implicadas en los movimientos
voluntarios, los cuales son irreductibles a explicaciones causales fisiológicas.
Eccles fue siempre un convencido
detractor de las teorías emergentistas. El emergentismo referido a la evolución
del ser humano implica, en definitiva, la propuesta de que las facultades
mentales, la capacidad creativa y artística, la racionalidad, las emociones, el
compendio de caracteres que constituyen la esencia diferencial de nuestra
condición humana, han aparecido en el curso de la historia de la vida por azar,
como efecto y producto de un dinamismo evolutivo no guiado a propósito alguno
(que es la teoría de la evolución). En otras palabras, estos atributos serían
meramente fruto de un proceso de auto-organización de la materia que permitiría
la aparición de funciones novedosas en los seres vivos de forma gradual y
paulatina. El emergentismo, sin caer en el materialismo radical fisicalista,
asume la distinta naturaleza de las realidades mentales con relación a lo
puramente físico pero las interpreta como propiedades que nacen como
consecuencia de la mera organización de la materia por causas estrictamente
naturales.
Para Eccles, el emergentismo era
puramente un artificio dialéctico, una etiqueta que nada explica, un nombre sin
contenido real. Hablar de emergencia es simplemente señalar que existe algo y
que ese algo, en un momento anterior en el tiempo no existía. Es dar testimonio
de una novedad, pura y simplemente. Existen dos tipos de explicación, una
explicación puramente descriptiva y una explicación de naturaleza
justificativa. El emergentismo forma parte del primer tipo y como tal, no nos
sirve para entender y explicar la causa y el origen de la aparición de todas
las facultades específicas del ser humano.
Para Eccles, decir que las
características específicamente humanas surgen de la materia por “emergencia”
(en la supuesta evolución) supone un ejercicio de materialismo reduccionista y
pseudocientífico inaceptable, ya que, en su opinión, la ciencia no proporciona
ninguna base para tal doctrina. Se trata en realidad de una consecuencia
necesaria de la asunción del paradigma materialista como un prejuicio. Decía
Eccles: “El materialismo carece de base científica y los científicos que lo
defienden están, en realidad, creyendo en una superstición. Lleva a negar la
libertad y los valores morales, pues la conducta sería el resultado de los
estímulos materiales… niega las experiencias más importantes de la vida humana:
nuestro mundo personal sería imposible… los sentimientos, las emociones, la
percepción de la belleza, la creatividad, el amor, la amistad, los valores
morales, los pensamientos, las intenciones… todo nuestro mundo en definitiva. Y
todo ello se relaciona con la voluntad; es aquí donde cae por su base el
materialismo, pues no explica el hecho de que yo quiera hacer algo y lo haga”.
Frente a esta reivindicación de
espiritualidad en nuestra naturaleza humana, se ha difundido en las últimas
décadas la visión de un profundo reduccionismo biológico que personifica como
nadie el famoso divulgador científico Carl Sagan, quien dice en su obra
“Cosmos” lo siguiente: “Yo soy un conjunto de agua, de calcio y de moléculas
orgánicas llamado Carl Sagan. Tú eres un conjunto de moléculas casi idénticas,
con una etiqueta colectiva diferente. Pero ¿es eso todo? ¿No hay nada más
aparte de las moléculas? Hay quien encuentra esta idea algo degradante para la
dignidad humana. Para mí es sublime que nuestro universo permita la evolución
de maquinarias moleculares tan intrincadas y sutiles como nosotros”
La cuestión no es si este
reduccionismo biológico es “sublime” o “degradante”. Lo que importa es si
existe base racional para sustentarlo sobre el conocimiento científico
adquirido de la realidad. Veamos lo que dice al respecto el filósofo Carlos
Javier Alonso en su libro “La agonía del cientificismo” (Eunsa, 1999): “Como
estas tesis caen fuera del ámbito de la ciencia, Sagan las presenta como si
fueran conclusiones científicas, recurriendo a veces a técnicas
propagandísticas. No las argumenta; las repite una y otra vez, cantando sus
excelencias, como si se tratara de convencer a su público mediante imágenes y
eslóganes… Sagan intenta reducir toda la realidad a los datos de las ciencias
naturales, pero (como todo reduccionismo) también el de Sagan lleva a un
callejón sin salida. En efecto, que el hombre se reduzca a su composición
físico-química no es una conclusión de la física ni de la química ni de la
biología; es una afirmación filosófica. Las ciencias proporcionan datos sobre
la constitución de la materia, pero no pueden afirmar que todo se reduce a
estos datos. Esta afirmación no puede basarse en los métodos ni en los
resultados de las ciencias”.
Sir John Eccles era muy contundente
a este respecto. En una ocasión, en un debate televisivo Jacques Monod le tildó
de “animista”. Eccles no dudó en calificar a Monod de “supersticioso”, según él
mismo explicó, “porque presentaba su materialismo como si fuera científico, lo
cual no es cierto: es una creencia y de tipo supersticioso”.
Para Eccles, los fenómenos del mundo
material son causas necesarias pero no suficientes para las experiencias
conscientes y para mi «yo» en cuanto sujeto de experiencias conscientes. Eccles
creía que en nuestra existencia hay un misterio fundamental que trasciende toda
explicación biológica del desarrollo del cuerpo (incluyendo el cerebro).
El emergentismo de la conciencia dice
que la conciencia es un subproducto de la materia, y tratan de explicarlo a
través de la evolución darwiniana o por la ciencia biológica, pero la
conciencia tiene inmensas profundidades que no pueden explicarse a través de
ninguna investigación sobre su instrumento físico de manifestación, es decir,
el cerebro.
Algunos científicos han llegado a
creer erróneamente que el yo, la conciencia, el alma o la percepción individual
es un proceso de las células cerebrales únicamente, pero no han realizado ni un
solo experimento para demostrar cómo las células en el cerebro, podrían
conducir al pensamiento, la conciencia y la percepción individual del ser
humano. Esto sería tan absurdo como si intentáramos fijarnos en una célula
cerebral bajo un microscopio y decir: esta celda del cerebro piensa que estoy
enamorado y esta otra piensa que hoy no quiero ir a trabajar; esto no tiene
sentido pero algunos científicos de mentalidad ultra cerrada, pseudoescépticos,
actualmente lo sostienen como algo “científico”.
Sir John C. Eccles indica que el
cerebro no es una estructura lo suficientemente compleja para dar cuenta de los
fenómenos relacionados con la conciencia, por lo que hay que admitir la
existencia independiente de una mente autoconsciente, de una conciencia no local,
de una psique, o de un alma, distinta del cerebro físico y que forma parte de
una realidad no material, que ejerce una función superior de interpretación y
control humana.
Tampoco los mecanicistas ortodoxos
han hallado ni ofrecido los soportes biológico-neurológicos que servirían de
estructura básica a las actividades de conciencia, libertad y voluntad propia.
Tampoco han mostrado los mecanismos cerebrales que expliquen de manera exacta
la interacción entre cuerpo y cerebro. Por otro lado, algunos científicos
ortodoxos han tratado de llegar a la conclusión errónea, de que lo que
observamos indica que las células originan conciencia como un subproducto;
estos científicos dicen: "aquí está una foto de la tristeza; aquí está una
foto de la alegría"… pero esto no es más que el efecto de la conciencia
(no es algo que demuestre su causa o su origen), sino la consecuencia de la
actividad que produce la misma conciencia.
Suponiendo que esa teoría es cierta,
la cual afirma que solamente las células y los químicos son los que
"generan" la conciencia, no debería haber ningún informe de personas
que pueden oír o ver cosas y mantener recuerdos, después de que toda actividad
en su cerebro, medida con un electroencefalograma, se ha detenido, como es el caso
de cientos y miles de personas que se han mencionado en las investigaciones
antes relacionadas y en las que seguiremos exponiendo (un trabajo de más de 30
años y que se sigue desarrollando en la actualidad).
Si la gente puede mantener la
conciencia, después de que su cerebro no refleja actividad electroquímica
alguna, esto demuestra la idea de que la conciencia no local, información
individual, psique o el alma, sobrevive más allá de lo físico.
Es por ello que el materialismo
carece de base científica, y los científicos que lo defienden están, en
realidad, creyendo en una superstición que lleva a negar algo que ellos mismos
viven en su día a día (la libertad de decisión, la voluntad propia, los gustos,
las interpretaciones, la individualidad, las emociones, etc.). Si la conducta
es solamente el resultado de los estímulos materiales o electroquímicos,
entonces el amor sería reducido al instinto sexual, pero esta teoría simplista
por ejemplo, no explicaría cómo una persona se enamora y vive con otra persona,
y no con una pareja distinta, aún teniendo esta otra persona que usted no
elige, las mismas o mejores condiciones fisiológicas, biológicas, químicas y
reproductivas, que la que usted decide que sea su pareja. Se puede decir que el
materialismo, si se lleva a sus consecuencias, niega las experiencias palpables
por cualquiera, como lo son la propia conciencia, la percepción de la belleza,
la creatividad, el amor, la amistad, los pensamientos, las intenciones, etc., y
todo esto se relaciona con la voluntad; es aquí donde se desmorona todo el
materialismo científico, pues no explica el hecho de que yo quiera hacer algo y
lo haga, o de que no quiera hacer algo y no lo haga. El materialismo no explica
ninguna de estas realidades de forma clara.
Eccles también expresa que ningún
científico ha podido demostrar o explicar cómo funciona la conciencia individual en cada ser
humano, qué elementos electroquímicos o fisiológicos formarían esta conciencia
individual y las diferencias de inteligencias y actitudes entre cada ser humano,
pues cada uno es único. Tampoco han podido definir qué crea la conciencia y
cómo se ejecuta, pero hay quienes de manera absurda se cierran a siquiera
investigar o atacan prejuiciosamente a quienes se atreven a investigar de forma
seria y objetiva estos temas.
Por otro lado, muchos ignoran uno de
los más grandes misterios del universo, ese que nos indica que apenas
aproximadamente el 5% de nuestro cosmos está hecho por átomos que conformarían
la materia sólida, y que el 95% restante, está conformado por espacio
(compuesto de Energía Oscura en un 70% y Materia Oscura un 25%). Esto no es
ciencia ficción o charlatanería… es una verdad demostrada por la ciencia
oficial actual (léase sobre la composición del universo). Ese 95% restante, que
es la mayoría del Universo, no ha podido ser explicado ni por los científicos
más sesudos. Lo más asombroso es que de ese 5% de materia ordinaria, que sí se
ha podido detectar y que se calcula matemática y científicamente, se dice que
"debe estar ahí", pero se desconoce dónde está detalladamente (debido
a la complejidad de cada elemento). Es por ello que es una actitud dogmática,
ciega y necia aquella de cerrarse a siquiera investigar o descalificar a
ultranza a aquellos científicos serios que se atreven a indagar, saliéndose del
campo de ese limitado 5% del mundo material que actualmente estudia la ciencia
oficial.
La ciencia materialista ignora que
somos materia-energía y conciencia, y que la vida humana es el resultado de la
acción de estos elementos, de manera dinámica, como un todo y no como elementos
separados. La conciencia (alma, psique y voluntad propia) es el elemento
integrador que dota de unidad a cada ser (y en esto somos diferentes,
superiores y mucho más complejos que todo organismo vivo conocido en el planeta
tierra). El ser consciente se percibe a sí mismo, como una unidad de materia,
psique y alma.
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