jueves, 3 de noviembre de 2016

¿Cuál es la Verdad? Parte XX

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Sir John C. Eccles
Eccles fue sin duda una personalidad científica imprescindible en el campo de la neurofisiología en el siglo XX. En 1963 recibió el Premio Nobel por sus trabajos sobre el mecanismo iónico de excitación e inhibición de las sinapsis cerebrales. Eccles fue un dualista convencido; calificó su propuesta como “dualismo interaccionista” y defendió con profunda convicción la existencia de realidades o sustancias mentales frente a las puramente físicas en el universo. En su obra “The Wonder of Being Human” (New York, The Fee Press, 1984) expone los avances científicos que permiten localizar qué partes del cerebro están implicadas en los movimientos voluntarios, los cuales son irreductibles a explicaciones causales fisiológicas.

Eccles fue siempre un convencido detractor de las teorías emergentistas. El emergentismo referido a la evolución del ser humano implica, en definitiva, la propuesta de que las facultades mentales, la capacidad creativa y artística, la racionalidad, las emociones, el compendio de caracteres que constituyen la esencia diferencial de nuestra condición humana, han aparecido en el curso de la historia de la vida por azar, como efecto y producto de un dinamismo evolutivo no guiado a propósito alguno (que es la teoría de la evolución). En otras palabras, estos atributos serían meramente fruto de un proceso de auto-organización de la materia que permitiría la aparición de funciones novedosas en los seres vivos de forma gradual y paulatina. El emergentismo, sin caer en el materialismo radical fisicalista, asume la distinta naturaleza de las realidades mentales con relación a lo puramente físico pero las interpreta como propiedades que nacen como consecuencia de la mera organización de la materia por causas estrictamente naturales.

Para Eccles, el emergentismo era puramente un artificio dialéctico, una etiqueta que nada explica, un nombre sin contenido real. Hablar de emergencia es simplemente señalar que existe algo y que ese algo, en un momento anterior en el tiempo no existía. Es dar testimonio de una novedad, pura y simplemente. Existen dos tipos de explicación, una explicación puramente descriptiva y una explicación de naturaleza justificativa. El emergentismo forma parte del primer tipo y como tal, no nos sirve para entender y explicar la causa y el origen de la aparición de todas las facultades específicas del ser humano.
 
Para Eccles, decir que las características específicamente humanas surgen de la materia por “emergencia” (en la supuesta evolución) supone un ejercicio de materialismo reduccionista y pseudocientífico inaceptable, ya que, en su opinión, la ciencia no proporciona ninguna base para tal doctrina. Se trata en realidad de una consecuencia necesaria de la asunción del paradigma materialista como un prejuicio. Decía Eccles: “El materialismo carece de base científica y los científicos que lo defienden están, en realidad, creyendo en una superstición. Lleva a negar la libertad y los valores morales, pues la conducta sería el resultado de los estímulos materiales… niega las experiencias más importantes de la vida humana: nuestro mundo personal sería imposible… los sentimientos, las emociones, la percepción de la belleza, la creatividad, el amor, la amistad, los valores morales, los pensamientos, las intenciones… todo nuestro mundo en definitiva. Y todo ello se relaciona con la voluntad; es aquí donde cae por su base el materialismo, pues no explica el hecho de que yo quiera hacer algo y lo haga”.

Frente a esta reivindicación de espiritualidad en nuestra naturaleza humana, se ha difundido en las últimas décadas la visión de un profundo reduccionismo biológico que personifica como nadie el famoso divulgador científico Carl Sagan, quien dice en su obra “Cosmos” lo siguiente: “Yo soy un conjunto de agua, de calcio y de moléculas orgánicas llamado Carl Sagan. Tú eres un conjunto de moléculas casi idénticas, con una etiqueta colectiva diferente. Pero ¿es eso todo? ¿No hay nada más aparte de las moléculas? Hay quien encuentra esta idea algo degradante para la dignidad humana. Para mí es sublime que nuestro universo permita la evolución de maquinarias moleculares tan intrincadas y sutiles como nosotros”

La cuestión no es si este reduccionismo biológico es “sublime” o “degradante”. Lo que importa es si existe base racional para sustentarlo sobre el conocimiento científico adquirido de la realidad. Veamos lo que dice al respecto el filósofo Carlos Javier Alonso en su libro “La agonía del cientificismo” (Eunsa, 1999): “Como estas tesis caen fuera del ámbito de la ciencia, Sagan las presenta como si fueran conclusiones científicas, recurriendo a veces a técnicas propagandísticas. No las argumenta; las repite una y otra vez, cantando sus excelencias, como si se tratara de convencer a su público mediante imágenes y eslóganes… Sagan intenta reducir toda la realidad a los datos de las ciencias naturales, pero (como todo reduccionismo) también el de Sagan lleva a un callejón sin salida. En efecto, que el hombre se reduzca a su composición físico-química no es una conclusión de la física ni de la química ni de la biología; es una afirmación filosófica. Las ciencias proporcionan datos sobre la constitución de la materia, pero no pueden afirmar que todo se reduce a estos datos. Esta afirmación no puede basarse en los métodos ni en los resultados de las ciencias”.

Sir John Eccles era muy contundente a este respecto. En una ocasión, en un debate televisivo Jacques Monod le tildó de “animista”. Eccles no dudó en calificar a Monod de “supersticioso”, según él mismo explicó, “porque presentaba su materialismo como si fuera científico, lo cual no es cierto: es una creencia y de tipo supersticioso”.

Para Eccles, los fenómenos del mundo material son causas necesarias pero no suficientes para las experiencias conscientes y para mi «yo» en cuanto sujeto de experiencias conscientes. Eccles creía que en nuestra existencia hay un misterio fundamental que trasciende toda explicación biológica del desarrollo del cuerpo (incluyendo el cerebro).

El emergentismo de la conciencia dice que la conciencia es un subproducto de la materia, y tratan de explicarlo a través de la evolución darwiniana o por la ciencia biológica, pero la conciencia tiene inmensas profundidades que no pueden explicarse a través de ninguna investigación sobre su instrumento físico de manifestación, es decir, el cerebro.

Algunos científicos han llegado a creer erróneamente que el yo, la conciencia, el alma o la percepción individual es un proceso de las células cerebrales únicamente, pero no han realizado ni un solo experimento para demostrar cómo las células en el cerebro, podrían conducir al pensamiento, la conciencia y la percepción individual del ser humano. Esto sería tan absurdo como si intentáramos fijarnos en una célula cerebral bajo un microscopio y decir: esta celda del cerebro piensa que estoy enamorado y esta otra piensa que hoy no quiero ir a trabajar; esto no tiene sentido pero algunos científicos de mentalidad ultra cerrada, pseudoescépticos, actualmente lo sostienen como algo “científico”.

Sir John C. Eccles indica que el cerebro no es una estructura lo suficientemente compleja para dar cuenta de los fenómenos relacionados con la conciencia, por lo que hay que admitir la existencia independiente de una mente autoconsciente, de una conciencia no local, de una psique, o de un alma, distinta del cerebro físico y que forma parte de una realidad no material, que ejerce una función superior de interpretación y control humana.

Tampoco los mecanicistas ortodoxos han hallado ni ofrecido los soportes biológico-neurológicos que servirían de estructura básica a las actividades de conciencia, libertad y voluntad propia. Tampoco han mostrado los mecanismos cerebrales que expliquen de manera exacta la interacción entre cuerpo y cerebro. Por otro lado, algunos científicos ortodoxos han tratado de llegar a la conclusión errónea, de que lo que observamos indica que las células originan conciencia como un subproducto; estos científicos dicen: "aquí está una foto de la tristeza; aquí está una foto de la alegría"… pero esto no es más que el efecto de la conciencia (no es algo que demuestre su causa o su origen), sino la consecuencia de la actividad que produce la misma conciencia.

Suponiendo que esa teoría es cierta, la cual afirma que solamente las células y los químicos son los que "generan" la conciencia, no debería haber ningún informe de personas que pueden oír o ver cosas y mantener recuerdos, después de que toda actividad en su cerebro, medida con un electroencefalograma, se ha detenido, como es el caso de cientos y miles de personas que se han mencionado en las investigaciones antes relacionadas y en las que seguiremos exponiendo (un trabajo de más de 30 años y que se sigue desarrollando en la actualidad).

Si la gente puede mantener la conciencia, después de que su cerebro no refleja actividad electroquímica alguna, esto demuestra la idea de que la conciencia no local, información individual, psique o el alma, sobrevive más allá de lo físico.

Es por ello que el materialismo carece de base científica, y los científicos que lo defienden están, en realidad, creyendo en una superstición que lleva a negar algo que ellos mismos viven en su día a día (la libertad de decisión, la voluntad propia, los gustos, las interpretaciones, la individualidad, las emociones, etc.). Si la conducta es solamente el resultado de los estímulos materiales o electroquímicos, entonces el amor sería reducido al instinto sexual, pero esta teoría simplista por ejemplo, no explicaría cómo una persona se enamora y vive con otra persona, y no con una pareja distinta, aún teniendo esta otra persona que usted no elige, las mismas o mejores condiciones fisiológicas, biológicas, químicas y reproductivas, que la que usted decide que sea su pareja. Se puede decir que el materialismo, si se lleva a sus consecuencias, niega las experiencias palpables por cualquiera, como lo son la propia conciencia, la percepción de la belleza, la creatividad, el amor, la amistad, los pensamientos, las intenciones, etc., y todo esto se relaciona con la voluntad; es aquí donde se desmorona todo el materialismo científico, pues no explica el hecho de que yo quiera hacer algo y lo haga, o de que no quiera hacer algo y no lo haga. El materialismo no explica ninguna de estas realidades de forma clara.

Eccles también expresa que ningún científico ha podido demostrar o explicar cómo funciona la conciencia individual en cada ser humano, qué elementos electroquímicos o fisiológicos formarían esta conciencia individual y las diferencias de inteligencias y actitudes entre cada ser humano, pues cada uno es único. Tampoco han podido definir qué crea la conciencia y cómo se ejecuta, pero hay quienes de manera absurda se cierran a siquiera investigar o atacan prejuiciosamente a quienes se atreven a investigar de forma seria y objetiva estos temas.

Por otro lado, muchos ignoran uno de los más grandes misterios del universo, ese que nos indica que apenas aproximadamente el 5% de nuestro cosmos está hecho por átomos que conformarían la materia sólida, y que el 95% restante, está conformado por espacio (compuesto de Energía Oscura en un 70% y Materia Oscura un 25%). Esto no es ciencia ficción o charlatanería… es una verdad demostrada por la ciencia oficial actual (léase sobre la composición del universo). Ese 95% restante, que es la mayoría del Universo, no ha podido ser explicado ni por los científicos más sesudos. Lo más asombroso es que de ese 5% de materia ordinaria, que sí se ha podido detectar y que se calcula matemática y científicamente, se dice que "debe estar ahí", pero se desconoce dónde está detalladamente (debido a la complejidad de cada elemento). Es por ello que es una actitud dogmática, ciega y necia aquella de cerrarse a siquiera investigar o descalificar a ultranza a aquellos científicos serios que se atreven a indagar, saliéndose del campo de ese limitado 5% del mundo material que actualmente estudia la ciencia oficial.

La ciencia materialista ignora que somos materia-energía y conciencia, y que la vida humana es el resultado de la acción de estos elementos, de manera dinámica, como un todo y no como elementos separados. La conciencia (alma, psique y voluntad propia) es el elemento integrador que dota de unidad a cada ser (y en esto somos diferentes, superiores y mucho más complejos que todo organismo vivo conocido en el planeta tierra). El ser consciente se percibe a sí mismo, como una unidad de materia, psique y alma.

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