domingo, 13 de diciembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte X


c. ¿Qué es la vida eterna?

Muchas personas realmente no saben lo que es la vida eterna, y les basta el poder llegar a saberlo hasta que mueran. El problema es que si esperamos a morir para saberlo, ya será demasiado tarde, y nos sucederá lo que le aconteció al hombre rico del que habla Jesús en Lc. 16:19-31.

Dios quiere que sepamos lo que es la vida eterna y que la recibamos hoy… no hasta que muramos. ¿Quieres saber que es la vida eterna  y cómo obtenerla? Jesús nos explica…

“Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3).

La vida eterna es conocer al Padre y a su Hijo Jesucristo, a quien él envió para salvarnos de la paga del pecado que, en definitiva, es la muerte eterna (Rom. 6:23). Cuando conocemos al Padre y a Jesucristo como Salvador y Señor, obtenemos la vida eterna, la cual empieza en el momento que reconocemos esta verdad bíblica.

Es necesario buscarlo con un corazón dispuesto, abrir las Escrituras y meditar en ellas; ser pobres de espíritu reconociendo que necesitamos conocer al Dios verdadero y no al dios que nos hemos creado con nuestra mente.

Dios quiere que sepamos cómo obtener la vida eterna junto a él, una vida espiritual que comienza en el día que lo recibes en tu corazón.

Es en esta tierra, mientras nuestro cuerpo aún vive, que Dios quiere darnos la vida eterna que empieza cuando lo conocemos a él en una relación personal a través de Jesús.

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna…” (1 Jn. 5:13).

No es para los que creen en dios, en algún dios, sino para los que creen en el nombre del Hijo de Dios, en Jesucristo; éstos son los que tienen desde ahora la vida eterna.

Si aún no tienes la seguridad de la vida eterna, Dios quiere que sepas que la puedes obtener al creer de todo corazón en su Hijo Jesucristo. Recibe el regalo de la salvación hoy y Jesús entrará en tu corazón si tú se lo abres, y el Espíritu Santo te guiará a toda la verdad de la Palabra de Dios; él traerá convicción de pecado a tu vida, recibirás el don del arrepentimiento, sabrás que Jesús fue a la cruz para perdonar todos tus pecados, tus errores y tu ignorancia espiritual, y obtendrás una nueva vida en él y la certeza de la vida eterna. Haz a Jesucristo el Señor de tu vida y decide vivir bajo su señorío, porque él ha venido a darnos vida, y vida en abundancia (Jn. 10:10).

“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

Hoy podría ser el día de tu muerte…

El tiempo vuela. Los días, las semanas, los meses y los años se deslizan con una velocidad increíble, y se van antes que nosotros nos demos cuenta. Tal parece como si ellos tan pronto han comenzado, ya se acabaron. Los sucesos del día pronto preceden a una distancia pasada. Todo en este mundo es pasajero, nada es estable y duradero.

“Porque todos nuestros días declinan a causa de tu ira; acabamos nuestros años como un pensamiento. Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (Sal. 90:9, 10).

Es tan insignificante la vida del hombre en la tierra, en cuanto a la eternidad se refiere, que pudiera compararse con una gota de agua en el inmenso océano.

¿No le parece una necedad que el 90% de la gente gaste todo su tiempo y energía en cosas que se relacionan con esta corta vida, pasando completamente por alto cualquier preparación para la eternidad? 

Estando absorbidos cuidadosamente con las ocupaciones, labores y esfuerzos de la vida, somos más o menos insensibles a la ligereza del tiempo que pasa, del solemne hecho que la vida misma se nos va rápido, y que el fin de nuestra peregrinación terrenal se aproxima veloz y segura. Por eso, debemos ser conscientes de que nuestro tiempo se vuelve corto.

Cuán importante es que mantengamos en nuestra mente que nuestra muerte está siempre en el horizonte, que nosotros estamos separados solo por un latido del corazón, y que cuando llegue la muerte, seremos introducidos a la eternidad de la cual no hay regreso ni escape.

Ya que la muerte es tan común, no dedicamos suficiente pensamiento a esto. Parece que hemos desarrollado un sentido de inmunidad para tal experiencia, porque la muerte parece ser tan vaga, irreal e improbable, y fracasamos al no considerarla seriamente. Al contrario, vivimos como si estuviéramos muy seguros de tener muchos años de vida, cuando la Palabra de Dios fielmente nos advierte: “No te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará de sí el día” (Pr. 27:1).

Escuchamos y leemos del gran número de muertos en guerras y en accidentes, enfermedades, de miles de los que se mueren de hambre en el África y en la India, etc. Es más, la estadística habla de aproximadamente 2 muertos por segundo, 120 por minuto, 7200 por hora, 172.800 por día, 5.184.000 al mes y 62.208.000 al año, pero a esto no le dedicamos ningún pensamiento; no significa mucho para nosotros ya que no estamos personalmente envueltos. Un vecino de nuestra calle muere, o uno de nuestros seres queridos fallece. Quizás esto nos hace reflexionar por un momento, pero pronto se nos olvida y continuamos nuestro camino día tras día. Muchos se preocupan solo por lo material y por sus cuerpos pero descuidan totalmente los intereses de su alma que es lo más valioso que poseen.

Jesús dijo: “… ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mr. 8:36, 37).

Muchos se olvidan del valor de su alma y llevan una vida sin propósito en el aspecto espiritual, sin ninguna preocupación en cuanto a la eternidad; aparentemente ellos suponen que de alguna u otra manera todo les saldrá bien al final.

Muchos no están conscientes de su condición perdida. Aunque ellos no consideran ser perfectos, todavía no están enterados de que hay algo muy serio con ellos. Quizás son respetables ciudadanos de bien, y consideran que no son tan malos; quizás apenas leen la Biblia o entran a una iglesia, pero ellos esperan ir al cielo cuando mueran. Algunos admitirán que son pecadores, pero piensan que sus buenas obras sobrepasarán sus malas acciones y que Dios tendrá misericordia de ellos. Algunos se imaginan que todo estará muy bien con ellos porque se unieron a una iglesia, fueron bautizados y toman parte de la Cena del Señor. Por el contrario, la Palabra de Dios nos informa que somos salvos, “no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho” (Tito 3:5). Nuevamente se nos dice que “ninguno hay bueno sino uno: Dios” (Mt. 19:17); que “todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Rom. 3:23), y que la ira de Dios está sobre ellos (Jn. 3:36). Esta es la condición de cada pecador no salvo a la vista de Dios, sea un político, un empresario, un trabajador, un comerciante, un mendigo… sea rico o pobre.

Pon atención a la amonestación divina: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:6, 7).

Mira por fe a Cristo mientras tienes tiempo y oportunidad para arrepentirte y permite que él cambie tu corazón y tu vida entera porque es necesario que tengas una nueva vida si quieres entrar al cielo (Rom. 10:13; Jn. 3:3). Tú tienes su promesa: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, que yo os haré descansar” (Mt. 11:28), y “al que a mi viene, no le echo fuera” (Jn. 6:37).

Cristo recibe a los pecadores; él dijo: “porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Mt. 9:13). ¿Vendrás tú a él? “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Cor. 6:2). 

domingo, 6 de diciembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte IX


b. La victoria de Cristo sobre la muerte

Como ya se ha expuesto antes, la muerte física, espiritual y eterna vinieron como consecuencia del pecado de Adán y Eva y del pecado de cada ser humano que ha vivido, vive y vivirá sobre la tierra mientras ésta exista; no obstante, Cristo hizo una obra maravillosa para vencer la muerte en estas tres formas y así nos da perdón de pecados y vida eterna. A continuación se van a ampliar estas verdades bíblicas:

- CRISTO EXPERIMENTÓ LA MUERTE FÍSICA

Cristo adoptó nuestra naturaleza, se hizo hombre y asumió la culpa de nuestros pecados “para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (Heb. 2:14). En la Biblia, el poder del diablo siempre se considera como sujeto al dominio de Dios (Job 2:6); por tal razón, de ningún modo Satanás tiene la muerte sujeta a su antojo sino que Dios es el dueño de la vida y solo él tiene el poder de darla y quitarla (Lc. 12:5).

- CRISTO VENCIÓ A LA MUERTE

Cristo vino para poner fin a la muerte en sus tres formas; como indica el pasaje de Heb. 2:14, fue por medio de la muerte que Cristo derrotó a Satanás y fue por medio de la muerte que quitó nuestros pecados y nos justificó por fe y por gracia divina. La Biblia dice: “Porque en cuanto murió, al pecado murió una vez por todas” (Rom. 6:10).

Sin la obra de Cristo en la cruz, la muerte física es un enemigo invencible y es el símbolo de nuestra separación de Dios; sin embargo, Cristo usó su propia muerte física para librar a los hombres de su poder destructivo; por eso, ellos deben creen en su obra de salvación y así pueden enfrentar la muerte en su nombre y tienen vida eterna en Cristo.

“¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor. 15:55-57).

Cristo es la esperanza de vida porque promete dar la vida eterna (Juan 10:27,28), quita la muerte y saca a luz la vida (2 Tim. 1:10), y tiene las llaves del infierno y de la muerte (Ap. 1:18), lo que significa que obtuvo una victoria absoluta sobre la muerte y sobre la condenación, y tiene en sus manos el juicio de los hombres.

- CRISTO MURIÓ PARA DARNOS VIDA ETERNA

Cristo murió para que los hombres arrepentidos y que creen en su obra de salvación, tengan vida eterna. Por esta razón, el N.T. dice que los creyentes “duermen” en lugar de decir que “mueren” (1 Ts. 4:13, 14). Jesús cargó con todo el horror de la muerte y los que están en Cristo solo duermen al morir, es decir, tienen un tiempo de reposo y luego serán resucitados para vida eterna.

- CRISTO RESUCITÓ ENTRE LOS MUERTOS

Este es el mayor signo de su victoria sobre la muerte.

“Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él; sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él” (Rom 6:8, 9).

“Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven” (Rom. 14:8, 9).

La resurrección es el gran acontecimiento triunfal, y la gran nota de victoria en todo el N.T. tiene su origen allí. Observemos que Cristo es llamado el Autor de la vida (Hch. 3:14, 15) y el Verbo de vida (1 Jn. 1:1); por consiguiente, su victoria sobre la muerte es completa, y esa victoria está a disposición de su pueblo.

La destrucción de la muerte es promesa segura de Dios (Ap. 21:4). La segunda muerte no tiene ninguna potestad sobre el creyente (Ap. 2:11; 20:6). El N.T. define la vida eterna no como la inmortalidad del alma en sí misma; más bien, la vida eterna será confirmada en la futura resurrección del cuerpo para estar con Dios o lejos de Dios. Así pues, no hay forma más gráfica de ilustrar el carácter definitivo y completo de la derrota de la muerte que la resurrección de Cristo.

No solamente existe un futuro glorioso, sino que hay un presente glorioso. El creyente ya ha pasado de muerte a vida (Jn. 5:24; 1 Jn. 3:14). El creyente fiel está libre de la ley del pecado y de la muerte y ya no hay condenación para él (Rom. 8:2). La muerte no lo puede separar de Dios (Rom. 8:38, 39). Jesús dijo: “El que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Jn. 8:51). Tales palabras no niegan la realidad de la muerte física; más bien nos encaminan hacia la verdad de que la muerte de Jesús significa que el creyente ha salido completamente de aquel estado de separación con Dios que es la muerte espiritual, y que ha sido introducido en un nuevo estado que es la vida eterna en Cristo. En su momento atravesará la puerta que llamamos la muerte física, pero el aguijón de la muerte (la condenación) ha sido extraído. Por ende, la muerte y la resurrección de Jesús representan la victoria sobre la muerte eterna para sus seguidores.

jueves, 3 de diciembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte VIII



- Otra vez Juan dice: “Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen” (Ap. 14:13. Estos creyentes son bienaventurados al morir en Cristo porque descansan en el cielo”; además, Heb. 4:10 dice: “Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas”. Por otra parte, los que no mueren en Cristo no son bendecidos sino que son desdichados porque no descansan en absoluto, y van al infierno, al lugar de tormentos. ¿Podría hallarse descanso en un lugar de tormentos, horrible, donde cientos y cientos de millones de almas lloran y crujen los dientes por el dolor insoportable que están sufriendo y por su conciencia culpable? Gracias a Dios por Cristo Jesús quien nos salva de este destino terrible y espantoso.
- Pablo dice: “Palabra fiel es ésta: si somos muertos con él, también viviremos con él” (2 Tim. 2:11). ¿Qué quiere decir esto? Que si morimos creyendo en Cristo, vamos a vivir en el cielo con Cristo; y esto inmediatamente después de la muerte. Luego de la resurrección (que sucederá en la venida de Cristo del cielo), obtendremos un cuerpo incorruptible que vestirá nuestra alma actual y con el cual saldremos de los sepulcros, y con ese cuerpo glorificado continuaremos viviendo con el Señor.
- También Pablo dijo: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (2 Tim. 4:18). Esta era la confianza de Pablo: que el Señor le daría la bienvenida en su reino celestial en el momento de su muerte. Y con esto concuerdan las palabras de Asaf que dijo por la inspiración del Espíritu Santo: “Me has guiado según tu consejo, y después me recibirás en gloria” (Sal. 73:24).
- Aunque el creyente fiel también experimenta la muerte física, su victoria sobre la muerte en sus tres tipos (física, espiritual y eterna) se manifiesta en la “esperanza de la vida eterna”; miremos lo que dice la Biblia: “en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos” (Tito 1:2); “para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna” (Tito 3:7).
- La resurrección del cuerpo físico del creyente fiel será un acontecimiento glorioso porque será el momento en el que su cuerpo será vestido de inmortalidad en la presencia de Dios para vivir eternamente en una comunión perfecta con su Creador.
- La Biblia dice: “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Heb. 10:26, 27). Podemos ver claramente el contraste entre la gozosa certeza del creyente y la expectación de juicio del pecador que es contado como adversario y enemigo de Dios porque persiste en el mal y no viene a Cristo con arrepentimiento sincero y genuino propósito de obedecer su voluntad.

Mientras que los pecadores van a un lugar donde van a estar mucho peor que en la tierra, nosotros los creyentes en Cristo, por la gracia de Dios, vamos a ir a un lugar muchísimo mejor. Mientras que los pecadores no saben a dónde van porque caminan en la oscuridad, nosotros sabemos muy bien hacia dónde vamos porque ahora sabemos cuál es el camino que conduce al lugar donde Jesús se fue después de hacer la purificación de los pecados, de acuerdo con lo que Jesús dijo: “Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino” (Jn. 14:4); Jesucristo es el camino que conduce al Padre, y debemos seguir sus pasos para entrar en su reino eterno. ¿Y la muerte? Es lamentable, por supuesto, porque para los que se quedan no es nada agradable ver el cuerpo sin vida de un creyente en Cristo, pero recuerden que “estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (Sal. 116:15).

En la eternidad estaremos en la presencia de Dios, dándole alabanza y disfrutando de sus bendiciones gloriosas, llenos de paz y alegría. Allí no hay lágrimas, ni tristeza, ni algún tipo de dolor. Allí, la gloria de Dios ilumina todo y todos, y todo es esplendor y magnificencia.

Otra formar de definir la muerte física del creyente fiel a Dios en la Biblia es comparándola con el acto de dormir. Así como después de un arduo día de trabajo viene el sueño reparador, después de una vida larga y llena de trabajos, Dios nos concede un merecido sueño de descanso (Jn. 11:11-14).

“Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que durmieron en él. Por lo cual os decimos esto en palabra del Señor: que nosotros que vivimos, que habremos quedado hasta la venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Ts. 4:13-18).

La muerte no es el fin de todo. La despedida a un ser querido que murió en la justicia de Cristo no es definitiva… es simplemente un “hasta luego”. El cristiano que camina en el Espíritu espera la venida de Cristo en la cual se dará la resurrección de los justos (Is. 26:19).

 “Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:40).

Así pues, al resucitar, los creyentes salvos poseerán un cuerpo glorificado y transformado a la imagen de Cristo.

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas” (Fil. 3:20, 21).

“He aquí, os digo un misterio: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados. Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria” 1 Cor. 15:51-54.

En ese cuerpo glorioso, no habrá más muerte porque Dios la eliminará para siempre. Al reunirnos con nuestros seres amados que creyeron de verdad en Cristo, lo haremos con la plena seguridad de que nunca más se dirá adiós y que jamás habrá separación; sin embargo, si nuestros seres queridos rechazaron al Salvador y vivieron en el pecado sin un verdadero arrepentimiento, su destino será la condenación eterna.

“Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho” (Is. 25:8).

“Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Los hijos de este siglo se casan, y se dan en casamiento; mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección. Pero en cuanto a que los muertos han de resucitar, aun Moisés lo enseñó en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para él todos viven” (Lc. 20:34-38).

En ese cuerpo resucitado no habrá género sexual ni matrimonios ni reproducción porque seremos iguales a los ángeles de Dios; por ende, tendremos la capacidad de volar y desplazarnos a velocidades no conocidas aún por el ser humano porque estaremos en la dimensión espiritual; asimismo, podremos atravesar la materia y podremos viajar a cualquier lugar del universo en cuestión de segundos.

En el cielo compartiremos con Abraham, Isaac, Jacob y con todos los creyentes que alcanzaron la justicia de Dios, mientras que aquellos que no se arrepienten y persisten en el pecado, serán condenados y los veremos en el Juicio Final (Ap. 20:11-15).

“Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes” (Mt. 8:11, 12).

En síntesis, hay dos resurrecciones: una para vida (salvación eterna) y otra para condenación (muerte eterna).

“No os maravilléis de esto; porque vendrá la hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Jn. 5:28-29).

lunes, 30 de noviembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte VII


III. ¿A dónde va el pecador arrepentido y sincero en su fe en Cristo?

Para el pecador arrepentido y convertido a Cristo, el panorama será completamente diferente porque cuando una persona muere en la gracia de Cristo, es decir, cuando aceptó y reconoció de corazón a Jesucristo como Señor y Salvador (Rom. 10:9), su alma se va a un lugar de reposo a la espera de la resurrección de los justos cuando venga Jesucristo (1 Ts. 4:16); el creyente muere en la carne, pero su alma se aparta de su cuerpo y se va a vivir con el Señor en el cielo, totalmente consciente y en un estado de perfecta paz. Esta verdad se puede comprobar en las Escrituras:

- Aunque el creyente fiel tiene que morir físicamente (como todo ser humano), mientras él permanezca en Cristo, ya no hay muerte espiritual (la separación de Dios) ni muerte eterna (la condenación) porque en Cristo ha recibido la vida eterna, habiendo pasado, por la fe, de la muerte del pecado a la vida de la justicia de Cristo (Jn. 5:24). Jesús dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí no morirá eternamente” (Jn. 11:25, 26). “De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (Jn. 8:51). “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Jn. 10:27, 28). Esto significa que aunque un creyente muera según la carne, continuará viviendo en la gloria de Cristo en el tercer cielo, donde está el Señor. Es más, Jesús dijo: “donde yo estuviere, allí también estará mi servidor” (Jn. 12:26).
- Recordemos que desde el mismo instante de su muerte, Lázaro fue llevado por los ángeles al seno de Abraham que era un lugar de reposo para los muertos del A.T. (Lc. 16:22, 25). En este sentido, es bíblico y razonable pensar que Dios envíe sus ángeles santos a reclamar el alma de aquel que ha tenido el valor de creer en Jesús y seguir su palabra.
- La Biblia muestra que el cielo es un lugar real; Jesús dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:1-3).
- Pablo dijo: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Fil. 1:21-24). “Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos. Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial; pues así seremos hallados vestidos, y no desnudos. Porque asimismo los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia; porque no quisiéramos ser desnudados, sino revestidos, para que lo mortal sea absorbido por la vida. Mas el que nos hizo para esto mismo es Dios, quien nos ha dado las arras del Espíritu. Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor. Por tanto procuramos también, o ausentes o presentes, serle agradables” (2 Cor. 5:1-9). Para el creyente fiel, la muerte física es ganancia porque le permite estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor que esta vida terrenal; con esta esperanza, el creyente fiel procura agradar al Señor siempre y aborrece el pecado porque Cristo mora en su vida y es el centro de su existencia. Así que nosotros los creyentes tenemos una casa eterna en el cielo que no fue hecha por la mano del hombre, sino por Dios mismo. En esta casa van a habitar los que mueren con Cristo (viviendo en una fe genuina), desde el primer día de su partida.
- Pablo lo sigue confirmando: “Así que vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el cuerpo, estamos ausentes del Señor (porque por fe andamos, no por vista); pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Cor. 5:6-8).
- Pablo sigue ratificando esta realidad espiritual: “Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Fil. 1:23, 24).
- Por otra parte, Pedro dijo: “sabiendo que en breve debo abandonar el cuerpo, como nuestro Señor Jesucristo me ha declarado. También yo procuraré con diligencia que después de mi partida vosotros podáis en todo momento tener memoria de estas cosas” (2 Ped. 1:14, 15). El apóstol Pedro sabía que pronto moriría, y él iría a vivir en el cielo con el Señor, y hablaba de su muerte como una partida de su cuerpo porque él aseguró que no tardaría en abandonar su cuerpo. Ahora bien, si la muerte se llama PARTIDA significa que hay algo en el cuerpo que sale del mismo cuando muere; de lo contrario, no tendría sentido llamarla partida. Este algo es el alma que está en el hombre; y no solo eso, sino que, si el alma se va, tiene que existir también un lugar a dónde ir, porque de lo contrario no tendría sentido hablar de partida, y sabemos que este lugar es el paraíso, en el tercer cielo; éste es el mismo lugar a donde Pablo fue arrebatado y donde “oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar”; sin embargo, él no pudo decir si esto fue en el cuerpo o fuera del cuerpo (2 Cor. 12:4). Palabras inefables significa que son palabras que no se pueden explicar o describir.
- El mismo Juan, en la revelación de Dios que tuvo en la isla de Patmos vio, entre otras cosas, las almas de los creyentes que habían sido muertos en la tierra en el tiempo de la Gran Tribulación por causa de su fe en Cristo. Él dijo: “Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra? Y se les dieron vestiduras blancas, y se les dijo que descansasen todavía un poco de tiempo, hasta que se completara el número de sus consiervos y sus hermanos, que también habían de ser muertos como ellos” (Ap. 6:9-11). Leyendo estas palabras de Juan entendemos claramente que los que mueren en Cristo van al cielo, y allí tienen plena conciencia, memoria y capacidad para hablar con Dios y estar con él. Recordemos que Jesús dijo: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar” (Mt. 10:28); las almas que vio Juan eran de los que habían sido muertos por causa del nombre de Cristo. En verdad, ni siquiera la muerte puede separar a los discípulos de Cristo del amor de su Señor y Salvador.

sábado, 28 de noviembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte VI


EL JUICIO FINAL Y EL LAGO DE FUEGO
- La Biblia dice: “Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego” (Ap. 20:11-15). En este Juicio del Gran Trono Blanco, las almas que están el infierno (o Hades) serán unidas a sus cuerpos, los cuales serán resucitados de sus tumbas (o del lugar donde quedaron sus restos mortales). Cristo entonces pronunciará la sentencia final de juicio sobre los muertos impíos, y serán arrojados al Lago de Fuego, el eterno lugar de los perdidos. Por ende, la expresión “y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego” demuestra que ya la muerte y el infierno no tendrán lugar ni existirán más porque la condenación eterna para los pecadores será el lago de fuego que es la muerte segunda, es decir, la eterna separación del hombre y su Creador. No obstante, para quienes están inscritos en el Libro de la Vida del Cordero solo habrá paz, gloria e inmortalidad en la presencia de Dios: a) los que murieron en la justicia de Dios antes de la encarnación de Cristo (aunque no conocieron a Cristo, vivieron según la ley de Dios escrita en sus conciencias y cuando Cristo descendió a las partes más bajas de la tierra y les anunció el evangelio, sus nombres fueron escritos en el Libro de la Vida); b) los que murieron en la justicia de Dios después de la encarnación de Cristo (vivieron según la ley de Dios escrita en sus conciencias aunque no conocieron el evangelio-solo Dios conoce el corazón de cada persona y solo él tiene la capacidad de juzgar y saber lo que hay en cada uno); c) los que escucharon el evangelio y creyeron en Cristo, hicieron la voluntad del Padre y perseveraron en la justicia de Cristo hasta el día de su muerte.
- Podemos relacionar al Hades (el infierno) como una cárcel local donde los prisioneros temporalmente aguardan su sentencia. Luego son tomados de esa cárcel para comparecer ante el Juez para el veredicto final. Por eso, el Lago de Fuego puede ser descrito como una prisión de máxima seguridad en la cual son recluidos aquellos que quedaron bajo la sentencia divina como convictos por su eterna existencia.
- La Biblia dice: “Y el tercer ángel los siguió, diciendo a gran voz: Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero; y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche los que adoran a la bestia y a su imagen, ni nadie que reciba la marca de su nombre. Aquí está la paciencia de los santos, los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Ap. 14:9-12). Aunque en este pasaje se habla de los que adoraron al anticristo en la Gran Tribulación que la Biblia anuncia después del rapto de la Iglesia, este mismo tormento está determinado para todos aquellos que rechazan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús. Aquí se describe el lago de fuego como un lugar donde el ser humano (perdido por causa de sus pecados) es atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero como testigos de la justicia de Dios.
- El anticristo y el falso profeta serán los primeros en ser lanzados al lago de fuego y luego Satanás junto a todos los demonios, serán lanzados allí para ser atormentados por los siglos de los siglos (Ap. 19:20; 20:10).
- La Biblia dice: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:8). Este será el destino de los que se complacen en el pecado y desprecian a Cristo y su palabra (aún si dicen creer en ella o la predican).

Conclusiones
- Bajo el gobierno de un Dios infinitamente santo, justo, sabio y amoroso, guiado por su carácter perfecto y por el cuidado que tiene del bienestar de su universo a expresar su aborrecimiento hacia el pecado, la existencia de un castigo eterno es una necesidad (Rom. 6:23; 2 Ts. 1:6-11; Ap. 20:11-15). Los que son castigados en el infierno (y posteriormente en el lago de fuego) son criaturas libres, responsables, pecadoras e impenitentes, que han empleado mal el tiempo de prueba que se les ha concedido y han rechazado la gracia y las oportunidades que Dios les ha ofrecido para proceder al arrepentimiento genuino. El deseo de Dios es librar a los hombres de la condenación eterna y esto se manifiesta en las obras maravillosas de su creación para revelar su poder y deidad, en la conciencia del bien y del mal que nos ha dado, en la muerte de Cristo y en las amonestaciones dirigidas a los pecadores en la Biblia. Ninguna interpretación seria y concienzuda de la Biblia puede hacer caso omiso del castigo eterno, del infierno y del lago de fuego.
- Las penas del infierno y del lago de fuego consistirán en la privación de la presencia y del amor de Dios, la ausencia de toda felicidad, la perpetuidad del pecado en los que vivieron lejos de la voluntad de Dios, el remordimiento de conciencia por las culpas pasadas, la convicción personal de ser objeto de la justa ira de Dios, y todos los demás sufrimientos del alma en este eterno fuego espiritual. Además, el grado de los tormentos será proporcional al grado de conciencia y de culpa de cada persona (Mt. 10:15; 23:14; Lc. 12:47, 48). Este castigo será eterno, como lo será también la felicidad en la presencia de Dios para los salvos. La ira de Dios nunca dejará de existir sobre las almas perdidas (Mt. 25:46). Nada en todo el universo debe temerse tanto como una eternidad en el tormento lejos de Dios.

Usted decide dónde quiere pasar la eternidad.

lunes, 23 de noviembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte V


- La palabra infierno es de origen latino (infernus significa “la parte de abajo”). Se usa en distintas versiones de la Biblia para traducir la voz hebrea Seol en el A.T. y las voces griegas Hades, Gehenna y Tártaro en el N.T. Seol aparece en el texto hebreo del A.T. sesenta y cinco veces. Se traduce en la Reina Valera de 1960 por sepulcro, sepultura, infierno, profundo, sima y otras palabras.
- “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 Ped. 2:4). Solamente en este versículo encontramos el verbo tártaro, traducido en Reina Valera 1960 como “infierno”, y en la Peshitta (versión siriaca) “regiones inferiores”. Tártaro es la palabra clásica para el lugar de castigo eterno, pero aquí se aplica al castigo para los ángeles caídos (Satánas y sus demonios). Tártaro es el nombre usado en la mitología greco-romana para designar el abismo infernal donde dioses y seres humanos fueron castigados. De acuerdo a la mitología griega, el Tártaro es un profundo abismo usado como una mazmorra de sufrimiento y una prisión para los titanes (una raza de poderosos dioses griegos). Este lugar se encontraba bajo el inframundo y allí las almas eran juzgadas después de la muerte y los malvados eran castigados. En la mitología griega, el Tártaro es tanto una deidad como un lugar del Inframundo, más profundo incluso que el Hades.
- Al traducir el A.T. al griego (en la versión llamada la Septuaginta) fue necesario buscar una palabra que fuera equivalente al hebreo Seol. Así pues, se escogió Hades porque en la cultura griega ese nombre se aplicaba primero al rey del mundo invisible y posteriormente al lugar de los espíritus. Para los griegos la morada de los muertos era subterránea, era un sitio oscuro, triste y sombrío, donde reinaba Plutón. Consecuentemente, donde el A.T. pone el término Seol, los traductores pusieron “Hades”. Los autores del N.T. heredan ese uso y por eso, Hades aparece once veces en el N.T.
- Para los griegos, al Hades lo gobernaba un dios independiente de los dioses del cielo y de la tierra; pero los hebreos creían que aún en el Seol, el reino y el dominio de Dios sigue vigente (Sal. 139:8; Pr. 15:11). Los griegos pensaban que no existía salida del Hades, pero los piadosos hebreos, si bien contemplaban el Seol con cierto temor, esperaban salir de allí pues creían en la resurrección del cuerpo (Dn. 12:2; Hch. 26:6-8). Sin embargo, la revelación bíblica en el A.T. sobre el estado futuro del creyente después de la muerte física ha sido parcial; pero en el N.T. la revelación divina trajo mayor luz al respecto y Pablo afirma que fue Cristo el que sacó a luz la vida y la inmortalidad (2 Tim. 1:10). Además, Cristo dice que las puertas del Hades no prevalecerán contra su Iglesia, lo cual significa que la obra de Satanás no podrá destruir a los creyentes fieles (Mt. 16:18).
- En el A.T., la palabra Seol, hacía referencia a un lugar en el fondo de la tierra, donde bajaban todos los muertos, buenos y malos, sin distinción alguna, del que no podían subir. Ya en el N.T. Cristo nos da mayor entendimiento para aclarar que había dos compartimentos que separaban a los justos de los injustos según Lc. 16:19-31.
- Para los hebreos, el Seol era el mundo de los muertos (Gn. 37:35). Asimismo, se utilizan muchas otras expresiones y palabras para aludir al destino de los muertos: debajo de la tierra (1 Sam. 28:13; Jon. 2:6), las tinieblas y la tierra del olvido (Sal. 88:12), el polvo (Gn. 3:19; Ecl. 12:7), el sepulcro (Pr. 28:17), el silencio (Sal. 94:17; 115:17), lo profundo de la tierra y la fosa (Ez. 31:14), tierra de tinieblas y de sombra de muerte (Job 10:21, 22). Además, el Seol se describe como un lugar a los lados del abismo (Is. 14:15).
- En la Biblia, descender al Seol es morir (Gn. 42:38). Job dice que “el que desciende al Seol no subirá” (Job 7:9), pero Ana expresó que Dios “hace descender al Seol y hace subir” (1 Sam. 2:6).
- El Seol es un sitio ubicado abajo, en la profundidad de la tierra (Job 11:8); es descrito como un sitio de tinieblas (Job 17:13); está descubierto delante de Dios (Job 26:6; Pr. 15:11); allí van los malos (Sal. 9:17); pero el Mesías no sería dejado allí (Sal. 16:10); nadie puede evitar el poder del Seol (Sal. 89:48); pero ni aún el Seol está fuera del alcance de Dios (Sal. 139:8). Debe notarse que el Seol, presentado como morada de los muertos, es una manera en que el A.T. se refiere a algún tipo de existencia posterior a la muerte.
- Abadón es sinónimo de Seol y significa “lugar de destrucción o perdición”; este término viene de una raíz que significa “corromper”. Señala el oscuro lugar de los muertos. Job lo menciona junto con la muerte (Job 28:22) y el Seol (Job 26:6); también Proverbios hace lo mismo (Pr. 27:20), señalando que es un lugar a donde van continuamente los pecadores (Job 31:9-12). Allí no se proclama la verdad de Dios ni se cuenta su misericordia (Sal. 88:11), pero aún así el conocimiento ilimitado de Dios alcanza hasta allí (Pr. 15:11). En el N.T. solo hay una mención de Abadón, en Ap. 9:11, donde se nos presenta al “ángel del abismo”, rey de unos seres que salen del “pozo del abismo”. Su nombre es Abadón, y en griego, se llama Apolión.
- El abismo es otro término usado para referirse a las profundidades de la tierra. En el A.T. hace referencia a la profundidad de los océanos (Gn. 1:1; 7:11; 8:2; Job 36:30; 38:16; Sal. 69:15; 104:6; Pr. 8:27-29; Is. 51:10; Jon. 2:6) y en otro caso, se denomina de forma figurativa a la morada de los muertos (Sal. 71:20). En el N.T. se describe como un lugar que sirve de prisión a los espíritus malignos y a donde ellos no quieren ir porque son encerrados allí según la soberanía de Dios (Lc. 8:31; Ap. 9:1-5; 2 Ped. 2:4); es más, la Biblia señala que de allí subirá la bestia, es decir, el espíritu inmundo que poseerá al anticristo (Ap. 11:7; 17:8); por otro lado, Satanás mismo será encadenado y echado al abismo por mil años (Ap. 20:1-3). Este lugar es descrito también como un pozo (Ap. 9:1, 2).
-  Cristo, al bajar al Hades (Hch. 2:27-31) o a las partes más bajas de la tierra (Ef. 4:9), proclamó allí las buenas nuevas de la redención efectuada en la cruz a las almas de los que habían muerto para testimonio de su obra de salvación (1 Ped. 3:18-20). Habiendo preparado un lugar en la casa de su Padre, llevó cautiva la cautividad (Ef. 4:8), es decir, llevó al mismo cielo los creyentes que se hallaban en el seno de Abraham. Estos no habían ido antes al cielo pero habían sido redimidos mediante el sacrificio de animales según la Ley del A.T. o habían alcanzado la justicia de Dios mediante una vida que se rigió por su conciencia, aunque no conocieran la Ley de Dios o el evangelio de Cristo (Rom. 2:14-16). Por tanto, no hubo salvación completa sino hasta que Cristo derramó su sangre en la cruz y proclamó aún a los muertos no condenados su obra perfecta. Desde entonces no hay redimidos en el lugar de los muertos (en las partes más bajas de la tierra), sino solamente injustos en el infierno.
- Jesús nombra la condenación eterna como las tinieblas de afuera (Mt. 8:12; 22:13; 25:30) porque el alma es excluida de la luz eterna de la gloria de Dios; además, describe el tormento de los pecadores no arrepentidos como el lloro y el crujir de dientes (Mt. 8:12) puesto que en esa condición, el alma estará en angustia, desesperación y amargura por los siglos de los siglos.
- Jesús menciona el castigo de los pecadores no arrepentidos como ser echado en el fuego eterno (Mt. 18:8; 25:41), ser echado al infierno (Mt. 5:29), ser echado en el horno de fuego (Mt. 13:42, 50); además, Jesús habló sobre el infierno de fuego (Mt. 5:22).
- Jesús describe que los pecadores no arrepentidos verán a los creyentes que fueron salvos en el reino de Dios y que ellos serán conscientes de que fueron excluidos de ese reino celestial por causa de su desobediencia a Dios (Lc. 13:28). Esto sucederá en el día del Juicio Final (lo cual estudiaremos luego más a fondo).
- Jesús describe que los pecadores no arrepentidos serán castigados duramente y que Dios pondrá su parte con los hipócritas (Mt. 24:51), los cuales estarán juntos confinados en un lugar de tormentos (el infierno y posteriormente, el lago de fuego).
- La Biblia describe a los pecadores no arrepentidos como aquellos que pierden su alma y su herencia en el reino de Dios (1 Cor. 1:18; 2 Cor. 4:3); esto sucede porque no reciben la palabra de la predicación del evangelio de Cristo. Estas almas no heredarán el reino de Dios porque se complacieron en toda clase de pecados; por ejemplo, miremos lo que dice la Biblia: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (1 Cor. 6:10). 
- En Stg. 3:6 se describe cómo desde el infierno (desde la influencia de Satanás y los demonios) existe una intervención en la tierra para promover el pecado y la maldad; en este caso, se menciona el mal uso de la lengua pero aplica en cualquier aspecto de la vida del hombre que da lugar al pecado, en todas sus manifestaciones. En este sentido, Jesús habló de los hijos del infierno (y por tanto, del diablo) cuando mencionó a quienes seguían el camino del mal, la hipocresía y la desobediencia a la palabra de Dios: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito y, cuando lo conseguís, lo hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mt. 23:15).
- La Biblia muestra que es imposible huir de la ira venidera (Mt. 3:7-9); por tanto, quien no crea en el infierno o quien trate de justificar sus pecados, diciendo que Dios es todo amor y que no castigará con un infierno de fuego, no podrá evadir su responsabilidad ni detener la justicia de Dios, porque ella no se basa en nuestras opiniones sino en la verdad bíblica; solo en Cristo hay perdón, reconciliación y justificación ante Dios por medio de su muerte en la cruz para llevar todas nuestras culpas.

viernes, 20 de noviembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte IV


Ahora bien, para comprender en qué consiste la muerte eterna de forma completa, es necesario analizar los siguientes conceptos bíblicos:

II. ¿A dónde va el pecador no arrepentido cuando muere?

La Biblia habla de la segunda muerte y consiste es ser lanzado al lago de fuego; éste se define como la muerte segunda. En este lago de fuego, los impenitentes, ya resucitados en un cuerpo inmortal pero sin admisión a la gloria de Dios, serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos. Es por ello que Cristo habla de “sufrir daño de la segunda muerte” (Ap. 2:11). Además, dice: “El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Ap. 21:7, 8). 

Ahora bien, cuando un pecador no arrepentido muere, no va al lago de fuego de inmediato, sino que va al infierno primero, en espera del juicio de Dios al final de los tiempos y después de la resurrección de los muertos; a continuación se va a ampliar este tema:

LA MUERTE Y EL INFIERNO
- La existencia del infierno y del castigo eterno fue parte de las enseñanzas de Jesucristo y sus palabras confirman las afirmaciones de los profetas del A.T., pero no constituyen una doctrina exclusivamente cristiana, sino que es una creencia presente en casi todas las civilizaciones de la historia.
- En cuanto a la muerte física, ésta es descrita por Cristo como el momento en que el alma es reclamada (Lc. 12:20); para entender este lenguaje es necesario que leamos la historia del rico y Lázaro (Lc. 16:23-25); esta narración no es una parábola porque las parábolas no incluyen nombres personales… esto es un evento real y por eso, Cristo explica cómo Lázaro fue llevado por los ángeles a un lugar de reposo y consuelo, pero Cristo no describe el mismo destino para el rico (Lc. 16:22, 23). Como el rico fue al infierno después de morir, precisamente no fueron los ángeles de Dios quienes lo llevaron a este lugar; aunque Cristo no lo afirma, sería lógico pensar que su alma fuera reclamada y llevada por los demonios, quienes fueron los que guiaron a este hombre pecador no arrepentido por el camino de la desobediencia a Dios y esta decisión de no respetar a Dios fue lo que lo llevó a la perdición. De igual forma, existen testimonios de personas que han visto morir a otros y notan en su rostro y en su expresión un terror inexplicable al morir… y algunos han dicho que ven demonios que vienen por ellos al momento de morir. Así pues, no sería descabellado ni antibíblico pensar que una persona que muere físicamente y que en su vida no mostró un verdadero arrepentimiento ante Dios, sino que anduvo en el pecado, sin reconocer a Cristo de forma sincera como Salvador, los demonios vendrán a reclamar su alma para llevarla a un lugar de condenación que la Biblia llama el infierno; allí tendrá que esperar la resurrección de los muertos para luego presentarse ante el juicio final de Dios y dará cuenta de sus obras y de sus pecados (Heb. 9:27). En este mismo lugar, el que muere en sus pecados se encontrará con los espíritus encarcelados que también están a la espera del justo juicio de Dios (1 Ped. 3:18-20).
- Según la historia del rico y Lázaro, desde el mismo instante de la muerte, quien parte de este mundo en sus pecados entra a un lugar de tormentos, y está en plena posesión de su conciencia y de su memoria para ser responsable de quién fue y por qué ha sido llevado al infierno, según el nivel de su conciencia y el conocimiento de la Palabra de Dios (Rom. 1:18-32). Allí estará separado de toda comunicación con el cielo y con la tierra. En el caso del rico, es un caso especial que Dios permitió (y que Cristo relató para darnos claridad sobre el infierno) ya que el rico pudo hablar con Abraham, y Cristo nombra el lugar de descanso de los justos como el seno de Abraham y por la descripción que hace Cristo, había una gran sima que separaba el seno de Abraham y el infierno (Lc. 16:26); la palabra sima significa abismo y por tanto, no era posible pasar de un lugar a otro, pero en este relato Cristo habla de un diálogo (que es único en la Biblia) en el cual un pecador en el infierno tiene contacto con un creyente salvo en la gracia de Dios (en este caso fue Abraham, el padre de la fe).
- Lc. 16:27-31 dice: “Entonces le dijo: Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento. Y Abraham le dijo: A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos. El entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán. Mas Abraham le dijo: Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos”. Jesús relató que el rico perdido en el infierno pidió misericordia y solicitó que alguien se levantara de los muertos para testificar a sus 5 hermanos en la tierra a fin de convencerlos de no venir a este lugar, pero Abraham respondió: “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos”. El rico insistió en que la gente se arrepentiría si alguno de los muertos va a testificar acerca del infierno pero la respuesta fue contundente de parte de Abraham, quien dijo: “Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levante de los muertos”. Oír a Moisés y a los Profetas hace referencia a recibir la Palabra de Dios (que es la Biblia), la cual ha sido dada para que el hombre aprenda y camine en la perfecta voluntad de Dios, apartándose del pecado definitivamente con la gracia de Dios.
- Hay personas que dicen: ¿quién ha muerto y ha venido a contar qué hay después de la muerte? La tendencia del corazón humano al pecado es tan fuerte que ni escuchando un testimonio de este tipo se compromete a obedecer a Dios de verdad. El mayor ejemplo lo dio Cristo, quien se levantó de los muertos y presentó pruebas irrefutables de su divinidad, y la gran mayoría de los que escucharon el mensaje de la Palabra de Dios no creyeron y no fueron salvos por la dureza de su corazón.
- Describiendo el infierno, nuestro Señor Jesucristo habló acerca del gusano que no muere y del fuego que nunca se apaga (Mr. 9:43-48). Así pues, el infierno es un lugar de sufrimiento consciente y es un lugar de fuego que atormenta pero el mayor sufrimiento será la conciencia culpable y el remordimiento de saber que se pudo haber tomado la decisión de hacer la voluntad de Dios pero se escogió el camino de la desobediencia, rechazando a Cristo el Salvador. Algunos interpretan que el gusano que nunca muere es la conciencia culpable y el remordimiento eterno que atormenta el alma del pecador no arrepentido.
- La palabra infierno es la traducción de la palabra Gehenna (Ge-hinón o Valle de Hinom); éste era el nombre de un valle al sur de Jerusalén donde, en una época de la historia de Israel, se hicieron sacrificios de niños a dioses paganos, pasándolos por fuego (2 Crón. 28:3; Jer. 32:35) y este lugar se convirtió en estercolero y basurero de Jerusalén; además, allí era donde se quemaban las inmundicias de la ciudad, los desechos y los animales muertos, por lo cual salía de él humo día y noche. Por ende, los escritores judíos emplearon este término de forma figurativa para aludir a la realidad del castigo eterno y al lugar de condenación; por eso, Jesús y los apóstoles adoptaron este uso en el N.T. (Mt. 5:22, 29, 30; Lc. 12:5; Stg. 3:6). Gehenna aparece unas doce veces en el N.T.
- Por otro lado, el profeta Jeremías anunció por revelación de Dios que en este valle serían enterrados los cadáveres de los israelitas que Dios juzgaría debido a sus malos caminos y que las aves de los cielos vendrían a comer sus cadáveres, y que nadie podría espantarlas (Jer. 7:32). En este sentido, el profeta Isaías es inspirado por el Espíritu Santo para hablar del juicio de Dios sobre los que se rebelan contra sus leyes y usa la misma ilustración de cadáveres y asimismo, emplea las expresiones que Cristo uso para referirse al tormento eterno: “su gusano nunca morirá, ni su fuego se apagará” (Is. 66:24).
- De igual forma, Juan el Bautista habló del fuego de condenación y dijo acerca de Cristo: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era; y recogerá su trigo en el granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará” (Mt. 3:12).
- Jesús dijo: Y si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga (Mr. 9:47, 48).

martes, 17 de noviembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte III


- MUERTE ETERNA

Ya hemos confirmado en las Escrituras que la muerte física es la separación de la parte material y la parte espiritual del ser humano, mientras que la muerte espiritual es la separación de Dios y su criatura caída y culpable de pecado mientras éste vive sobre la tierra; pero la muerte eterna es la total e irreversible separación de Dios y el hombre pecador no arrepentido, por los siglos de los siglos.

I. ¿Puede un Dios de amor arrojar personas al infierno y al lago de fuego?

- El hombre no vacila en poner los enfermos en hospitales, los criminales en la cárcel o los cadáveres en el cementerio. Eso no indica falta de amor de su parte. Igualmente, aunque Dios es amor, también es Juez justo y no tiene por inocente al culpable; por ende, es correcto pensar que Dios es amor (1 Jn. 4:8), pero él también es santo (1 Ped. 1:16) y debe juzgar el pecado; su amor perfecto no contradice su justicia perfecta porque él no es alcahueta con el pecado. Si él permitiera que el pecador no arrepentido entrara al cielo, sería una contradicción con todo lo que Dios ha hecho para salvar a la humanidad a través de Cristo en la cruz.
- Lucifer hizo su elección en el cielo y decidió desobedecer a Dios; por eso, fue excluido de la presencia del Señor para siempre. Asimismo, el hombre hace su elección durante el tiempo de su vida y al momento de la muerte, él ya ha determinado su destino eterno. No hay purgatorio o lugar intermedio; esto es una mentira y una contradicción a la Palabra de Dios porque ella claramente enseña que hay solo dos destinos: el castigo eterno o la vida eterna (Mt. 25:46).
- Esto dice la Biblia sobre la justicia de Dios en el universo y en la tierra: “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio; y si no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos; y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente, y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados (porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos), sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio” (2 Ped. 2:4-9). Este es el Dios vivo y verdadero; es un Dios de amor y misericordia, pero también es un Dios de justicia que dará a cada uno conforme a sus obras. Hay un día de rendición de cuentas y nadie podrá evadir al Creador para tratar de escapar de su justo juicio.
- Si todavía tiene dudas acerca de la justicia de Dios, lea lo que dice la Biblia en Jud. 1:3-7: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos. Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo. Mas quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron. Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día; como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno”. Dios no es juego ni es una marioneta que podemos mover a nuestro antojo; él no puede ser burlado y nos demandará un día por nuestros pecados, pero si confiamos en Cristo y nos arrepentimos de todo corazón, en él tenemos perdón, salvación y una vida nueva, llena de frutos de justicia.
- El fuego eterno de la condenación ha sido preparado para el diablo y sus ángeles rebeldes a Dios (Mt. 25:41), pero también está preparado para aquellos que despreciaron las leyes de Dios y vivieron en la tierra sin un verdadero arrepentimiento, ignorando la obra de Cristo a su favor.
- Dios es el dueño de nuestra vida y es digno de evaluar nuestras acciones y darnos una recompensa justa, aunque queramos justificarnos y creernos buenos; además, Dios da a cada persona la capacidad suficiente para distinguir entre el bien y el mal (exceptuando los casos biológicos de una condición en donde Dios sabe que no se puede tener un juicio adecuado y que él permite esta situación según su soberanía, debido a una enfermedad o a un incidente particular); asimismo, él da muchas oportunidades al ser humano para arrepentirse y respetar sus leyes; por eso, Dios envió a su propio Hijo y él dio un testimonio intachable que partió la historia en dos y dejó el evangelio para que fuera predicado a todas las naciones para salvación a todo aquel que cree (Rom. 5:6-8).
- ¿Qué acerca de los que nunca han oído el evangelio? Como el resto de la humanidad, ellos son pecadores y solamente Cristo puede salvarles pero si nunca escuchan el evangelio, ellos pueden conocer que hay un Dios a través de las obras de la Creación (Rom. 1:20; Sal. 19:1) y por sus propias conciencias pueden distinguir el bien y el mal (Rom. 2:15). Si ellos responden a este testimonio y a esta luz que tienen, Dios les dará mayor luz (Hch. 10 y 11); solo él conoce los pensamientos y las intenciones del corazón y él será justo, suficiente y soberano para juzgar a cada ser humano que ha vivido o vivirá sobre la tierra.
- Dios no quiere que ningún alma se pierda. Cielo o infierno es el destino que viene por las decisiones personales que cada individuo toma mientras está aquí en el planeta Tierra. Si el hombre rechaza al Salvador, irá al infierno por su propia elección. Dios respeta de tal manera la libertad de decisión de cada ser humano que si elige ir al infierno, en vez de ir al cielo, él le dejará ir. Recordemos que todo el que va al infierno lo hará por su propia elección. Dios no quiere tener personas en el cielo por presión o por obligación; es una decisión personal.

Cristo es la luz del mundo y dijo: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios” (Jn. 3:19-21).

Para quienes dicen seguir a Cristo pero practican el pecado y hacen lo que les parece, la Biblia dice: “Estos son manchas en vuestros ágapes, que comiendo impúdicamente con vosotros se apacientan a sí mismos; nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados; fieras ondas del mar, que espuman su propia vergüenza; estrellas errantes, para las cuales está reservada eternamente la oscuridad de las tinieblas” (Jud. 1:12, 13).

Así pues, la muerte eterna es una segunda muerte porque define la eterna separación de Dios de aquellos que no tomaron en serio su llamado a vivir conforme a su voluntad… no importa si decían ser cristianos o si decían creer en Dios. Lo que Cristo destaca es que para escapar de la perdición eterna y de sus consecuencias, es necesario vencer el pecado y la victoria está en él, si seguimos sus pasos y somos honestos en nuestra fe porque Dios no puede ser burlado ni engañado.

Cristo siempre se destacó por decir la verdad y él no está jugando cuando menciona la realidad del castigo eterno para los que persisten en la desobediencia a su evangelio; ésta es la muerte eterna y no consiste en dejar de existir sino en estar eternamente separados de la comunión con Dios y de su presencia.

Estas son algunas de las palabras de Jesús acerca del tema:

“Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Jn. 8:24). En otras palabras, cuando el pecador rechaza a Jesús como Salvador y vive a su manera, persistiendo en el mal, entonces cuando muera tendrá que comparecer ante Dios por sus pecados y no tendrá a Cristo como el abogado que lo puede defender; por lo cual será hallado culpable y será condenado por toda la eternidad.

“El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte” (Ap. 2:11).

“Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41). 

De igual forma, bajo la inspiración del Espíritu Santo, los autores del N.T. ratifican la realidad del castigo eterno; por ejemplo, el apóstol Pablo habla acerca de la venida de Cristo… “en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Ts. 1:8, 9). 

Por otro lado, el A.T. ya había anticipado el uso general del fuego para expresar el juicio de Dios sobre el ser humano (Gn. 19:24; Sal. 21:9; Is. 66:15; Dt. 32:22; Dn. 7:10).

Dios no quiere la muerte eterna del pecador sino su salvación pero cada uno escoge si acepta al Salvador o si le rechaza. Mire lo que dice la Escritura: “¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos? (Ez. 18:23); “porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis” (Ez. 18:32); sin embargo, aunque el pecador no arrepentido puede parecer impune durante mucho tiempo mientras está en la tierra, haciendo lo malo de forma reiterativa (Sal. 73:3-20), su destino final será el justo juicio de Dios que le conducirá a la perdición eterna.

¿A dónde irás el día de tu muerte? Tú tomas la decisión.

Sigue leyendo y tendrás mayores respuestas…

miércoles, 4 de noviembre de 2015

La muerte y la vida eterna Parte II


- MUERTE ESPIRITUAL

Ya vimos que la muerte física implica la separación de la parte material y la parte espiritual, pero también la Biblia enseña claramente que existe una muerte espiritual donde el hombre experimenta una separación con Dios por causa de su pecado mientras vive sobre la tierra.
  
Después que Adán y Eva pecaron contra Dios, él expresó las consecuencias que vendrían pero una de ellas fue la siguiente: “He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre” (Gn. 3:22).

Este árbol simboliza el hecho de que la vida del hombre no es algo inherente en su naturaleza física, sino que viene como don de Dios y eso lo demuestra la Biblia en Génesis: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). No obstante, la vida de Dios implicaba también compañerismo con el Creador infinito; por tanto, la muerte espiritual significa la interrupción de ese compañerismo.

El fruto del árbol de la vida podía comerse en el paraíso, pero a causa de la rebelión de Adán y Eva, a ellos se les desterró del Edén y no se les permitió el acceso al árbol; por ende, el efecto de comer de este árbol en la condición de pecado y en la separación de la comunión con Dios hubiera representado una existencia eterna lejos de Dios y caídos de su gracia, sin oportunidad de redención (como es el caso de Satanás y los demonios, quienes fueron excluidos del cielo a causa de su desobediencia y están destinados a una eterna condenación).

Dios tampoco destruyó el árbol de la vida porque tiene un significado profundo; además, éste aparece en el libro de Apocalipsis, representando la eternidad del hombre redimido por Cristo y en la comunión con Dios; este simbolismo tiene una relación directa con la promesa de un Redentor, hecha en el Edén después de la caída de Adán y Eva: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Gn. 3:15).

La simiente de Eva apunta a Cristo, quien sometió al pecado, a la muerte y a Satanás en la cruz, aplastándole la cabeza como señal de absoluta victoria para salvar a todo aquel que cree en él y le sirve de todo corazón, abandonando la práctica del pecado. Así pues, por la fe en la obra expiatoria del Redentor, el hombre tiene acceso a una comunión eterna con Dios a través de Cristo. La Biblia dice: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios” (Ap. 2:7); “Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad” (Ap. 22:14). En la eternidad el creyente salvo podrá tomar del árbol de la vida porque vivirá en comunión íntima con Dios para siempre.

Adán y Eva comieron del árbol de la ciencia del bien y del mal; luego podrían comer del árbol de la vida; con el primer árbol llegaron al conocimiento y a la experiencia del pecado (la desobediencia a Dios) pero con el segundo árbol llegarían a la experiencia de la eternidad en una condición de pecado, separados del compañerismo con Dios para siempre.

El apóstol Pablo dijo a los creyentes salvos en Cristo: “Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef. 2:1).

La muerte advertida por Dios en el huerto del Edén también incluía para el pecador un distanciamiento de Dios a causa de su desobediencia; en otras palabras, el pecado trajo muerte física y muerte espiritual. La muerte espiritual se produjo inmediatamente después del pecado de Adán y Eva pero la muerte física vino después como una demostración del juicio de Dios sobre su creación, hecha a su imagen y semejanza.

“Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz”, escribe Pablo (Rom. 8:6); notemos que él no dice que el ocuparse de la carne ha de producir la muerte sino que es muerte, y agrega: “por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Rom. 8:7, 8).

La misma verdad se expresa de una manera distinta cuando Juan dice: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte” (1 Jn. 3:14). Cuando entendemos la verdad divina de que la muerte espiritual es un estado de separación con Dios, nos damos cuenta de la imposibilidad de que el hombre pecador no arrepentido se salve por su propio esfuerzo, si no es a través de Cristo, quien murió en nuestro lugar y llevó nuestra culpa para darnos perdón y justificación por gracia y no por obras humanas. Entonces, para ser salvo, el hombre debe pasar de muerte a vida a través de Cristo y de su palabra. Jesús dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Jn. 5:24). Así pues, los frutos del arrepentimiento mostrarán si la fe de una persona en Cristo es auténtica o si es falsa; si realmente ha recibido nueva vida o sigue muerto (separado de Dios) por causa de una vida inclinada al pecado y a la desobediencia a la voluntad de Dios.

Cristo presenta la parábola del Hijo Pródigo y en ella se usa la ilustración de la muerte como una descripción del distanciamiento entre el padre y el hijo que se ha alejado de su casa (Lc. 15:24); sin embargo, vemos que él reflexiona y vuelve en sí para retornar al hogar y es recibido con amor y alegría para quedarse otra vez al lado del padre; este simbolismo es hermoso y evidencia el amor del Padre celestial para que todo ser humano vuelva a una comunión personal con él a través de Cristo.

En resumen, desde su caída, Adán y Eva fueron echados de la presencia de Dios y fueron privados de su comunión (Gn. 3:22-24). Desde entonces, todos los pecadores (todos los seres humanos) se hallan muertos en delitos y pecados (Ef. 2:1). Ésta es la razón por la cual el pecador tiene necesidad de la regeneración del alma y de la resurrección del cuerpo. Así pues, Jesús insiste en la necesidad que tiene todo hombre de nacer otra vez (espiritualmente), aparte del nacimiento físico (Jn. 3:3-8); este paso de la muerte espiritual a la vida eterna se opera por la acción del Espíritu Santo y se recibe por la fe en Cristo y las Escrituras (Jn. 5:24; 6:63). Esta resurrección de nuestro ser interior es producida por el Espíritu de Dios (Col. 2:12, 13) y anticipa la resurrección del cuerpo en el tiempo que Dios ha establecido para ello. Entonces, el que decide perder su vida (morir al pecado y a sí mismo), resucita con Cristo (nace de nuevo) y está plenamente vivo con él porque tiene una nueva vida que refleja el carácter de Cristo (Rom. 6:4, 8, 13); por otra parte, el pecador no arrepentido vive lejos de Dios (así crea en Dios y profese una religión), está muerto espiritualmente y un día recibirá el justo juicio de Dios para ser condenado eternamente.