miércoles, 22 de julio de 2015

El mensaje de la Biblia - Parte I


La Biblia ha representado, y sigue representando hoy, un papel notable en la historia de la civilización. Muchas lenguas tienen forma escrita gracias al hecho de que se les ha ideado un alfabeto a fin de que la Biblia, en su totalidad o en parte, pudiese ser traducida a dichas lenguas y publicada en forma escrita. Y esto no es más que una pequeña muestra de la misión civilizadora de la Biblia en el mundo. Esta labor es resultado directo del mensaje central de la Biblia. Aunque parece sorprendente que se pueda hablar de un mensaje central en una colección de escritos que refleja la historia de la civilización en el Cercano Oriente a lo largo de varios milenios, pero tiene una idea central en efecto, y es el reconocimiento de este hecho lo que ha llevado a considerar a la Biblia como un libro, y no simplemente una colección de libros, así como el plural griego biblia (“libros”) se convirtió en el singular latino biblia (“el libro”).

El mensaje central de la Biblia es la historia de la salvación, y a través de ambos testamentos tres hilos pueden distinguirse en el desenvolvimiento de dicha historia: el portador de la salvación, el camino de salvación, y los herederos de la salvación. Esto podría expresarse en función del concepto del pacto, diciendo que el mensaje central de la Biblia es el pacto de Dios con los hombres, y que los hilos lo constituyen el mediador del pacto, la base del pacto, y el pueblo del pacto. Dios mismo es el Salvador de su pueblo; es él quien confirma su misericordia para con ellos de conformidad con el pacto. El portador de la salvación, el mediador del pacto, es Jesucristo, el Hijo de Dios, el Verbo hecho carne. El camino de salvación, la base del pacto, es la gracia de Dios, que provoca en su pueblo una respuesta de fe y obediencia. Los herederos de la salvación, el pueblo del pacto, están constituidos por el Israel de Dios o la iglesia de Dios; en otras palabras, todos aquellos que creen en Jesucristo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo y le reciben como su Salvador, entregando sus vidas para seguirle y obedecerle.

La continuidad del pueblo del pacto (el pueblo de Dios) entre el A.T. y el N.T. no parece muy clara al leer la Biblia traducida a nuestro idioma actual porque “iglesia” es una palabra exclusivamente neotestamentaria y, naturalmente, el lector piensa que se trata de algo que comenzó en el período del N.T. pero el lector de la Biblia griega no se encontraba con ninguna palabra nueva cuando leía ekklēsia en el NT; ya la había visto en la Versión Septuaginta LXX como una de las palabras utilizadas para denotar a Israel como la “asamblea” de Jehová. Por cierto que en el N.T. tiene un significado nuevo y más completo. Además, Jesús dijo: “edificaré mi iglesia” (Mt. 16:18), porque el pueblo del pacto anterior tenía que morir (a sus propias ideas y conceptos personales) con él a fin de resucitar con él a nueva vida, en la que desaparecían las restricciones nacionales (como un pensamiento netamente judío) y venia el evangelio para formar su carácter en Cristo. Así pues, Cristo mismo provee la continuidad vital entre la vieja Israel y la nueva (que es la Iglesia de Cristo), y sus fieles seguidores eran tanto el remanente justo de la antigua como el núcleo de la nueva.

El mensaje de la Biblia es el mensaje de Dios al hombre, comunicado “muchas veces y de muchas maneras” (Heb. 1:1), y finalmente encarnado en Cristo. Así, “la autoridad de la Sagrada Escritura, por la que debe ser aceptada y obedecida, no depende del testimonio de ningún hombre o iglesia, sino enteramente de Cristo (quien es la verdad misma y el autor de ella); y por lo tanto ha de ser recibida, porque es la palabra de Dios” (Confesión de fe de Westminster, 1. 4).

El Dios que se revela en la Biblia ha intervenido en la historia humana para hacer de ella una historia santa. Los acontecimientos del A.T. anunciaban, prefiguraban y realizaban parcialmente lo que en el N.T. llegaría a su pleno cumplimiento. Si la Pascua de Cristo trae al mundo la plenitud de la salvación, la pascua de Moisés fue la aurora (el anuncio inicial) de nuestra salvación. La liberación del pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto preanunciaba asimismo la liberación de toda la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte. Este mismo movimiento de la historia continúa, se prolonga y se expande en la vida de la Iglesia, que escucha, vive y anuncia la Palabra hasta los confines de la tierra (Hch 1:8).  

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