domingo, 19 de julio de 2015

El significado de la Biblia



La palabra Biblia es de origen griego (el plural de biblion, «papiro para escribir» y también «libro»), y significa literalmente «los Libros». El gr. biblion es un diminutivo de biblos, que en la práctica denota cualquier tipo de documento escrito, pero originalmente un documento escrito sobre papiro (gr. byblos; el puerto fenicio de Biblos, por el que en la antigüedad se importaba el papiro desde Egipto). Del griego, ese término pasó al latín, y a través de él a las lenguas occidentales, ya no como nombre plural, sino como singular femenino: la Biblia, y es el Libro por excelencia. Con este término se designa ahora a la colección de escritos reconocidos como sagrados por el pueblo judío y por la iglesia cristiana.


El uso cristiano más antiguo de la palabra “Biblia” (‘los libros’) en este sentido se encuentra, según se cree, en 2 Clemente 14:2 (150 d.C): “los libros y los apóstoles declaran que la Biblia… ha existido desde el principio.” Además, en Dn. 9:2 dice: “yo Daniel miré atentamente en los libros" donde la referencia está vinculada al conjunto de escritos proféticos del AT. 

La Biblia es, en realidad, una colección de libros o escritos, de extensión, origen y contenido diversos; sin embargo, todos estos escritos tienen un valor espiritual especial, lo que les da una unidad propia. Los dos aspectos, la diversidad y la unidad, no se contraponen sino que se complementan.

La Biblia no solamente es un libro sagrado sino también histórico y contiene el mensaje más importante de todos los tiempos: el que Dios ha dirigido a los hombres para decirnos que nos ama, y el más grande ejemplo de su amor fue la entrega de su Hijo Jesucristo, para darnos perdón y salvación, porque la paga del pecado es muerte y Cristo murió, tomando nuestro lugar y Dios nos dio a través de él el regalo de la vida eterna (Rom. 6:23). Si creemos en Cristo y vivimos para obedecerle, seremos salvos; si rechazamos a Cristo, persistiendo en el pecado, seremos condenados porque pagaremos la deuda del pecado con Dios y nuestro final será la condenación eterna. Dios es amor pero también es justicia y no dejará al hombre culpable sin retribución.

Diversos nombres de la Biblia

Desde tiempos antiguos, la Biblia ha recibido diferentes nombres. La manera más común entre los judíos para referirse a los libros que son para ellos la Biblia (lo que constituye para los cristianos el AT) es la designación de las tres grandes secciones que la forman: la Ley, los Profetas y los Escritos. Esta designación se refleja en Lc. 24:44 (“la Ley de Moisés, los libros de los profetas y los Salmos”). En esta terminología, la Ley incluye los cinco primeros libros de la Biblia (también llamados Pentateuco); los Profetas se dividen en dos secciones: los Profetas anteriores, que comprenden Josué, Jueces, 1–2 Samuel y 1–2 Reyes, y los Profetas posteriores, que incluyen los libros de Isaías, Jeremías y Ezequiel, más los doce profetas menores; finalmente, la tercera sección, llamada “los Escritos”, comprende los demás libros (incluido el de Daniel).

En el judaísmo, a la Biblia se le distingue con la palabra Tanak, que en realidad es una sigla formada con las iniciales de Torah, Nebilim y Ketubim, es decir, de las tres partes o secciones en que se divide la Biblia hebrea: La Ley, los Profetas y los Escritos.

Tanto el AT como el NT—la tawrat (del heb. tôrâ) y el injil (del gr. euangelion)—se reconocen en el Corán (Sura 3) como revelaciones divinas anteriores. El AT en hebreo es la Biblia judía. El Pentateuco en hebreo es la Biblia samaritana.

Esta designación a veces se reducía a “la Ley y los Profetas”, como se encuentra en Mt. 5:17, y aún más, simplemente a “la Ley” (Jn. 10:34).

Partiendo del uso del NT, ha sido común entre los cristianos referirse a toda la Biblia con el nombre de “las Sagradas Escrituras”, “la Sagrada Escritura”, o simplemente “las Escrituras” o “la Escritura” (Mt. 21:42; Jn. 5:39; Rom. 1:2). Con frecuencia, el término “la Escritura” se refiere a un pasaje concreto (Mr. 12:10; Jn. 19:24).

Los términos Antiguo y Nuevo Testamento, como nombres de estos escritos, solo empezaron a usarse entre los cristianos a fines del siglo II d.C., aunque tiene su base en textos como 1 Cor. 3:14. La palabra “testamento” designa, en este caso, la alianza o pacto entre Dios y su pueblo, y hace referencia a la primera alianza hecha por Dios con el pueblo de Israel (Ex. 24:8; Sal. 106:45) y a la nueva alianza anunciada por los profetas y sellada con la sangre de Jesucristo (Jer. 31:31-34; Mt. 26:28; Heb. 10:29).

A primera vista, la palabra «testamento» se presta a un equívoco, porque no se ve muy bien en qué sentido puede aplicarse a la Biblia. Sin embargo, la dificultad se aclara si se tiene en cuenta la vinculación de la palabra latina testamentum con el hebreo berit, «pacto» o «alianza».

Berit es uno de los términos fundamentales de la teología bíblica. Con él se designa el lazo de unión que el Señor estableció con su pueblo en el monte Sinaí. A este pacto, alianza o lazo de unión establecido por intermedio de Moisés, los profetas anunciaron una «nueva alianza», que no estaría escrita, como la antigua, sobre tablas de piedra, sino en el corazón de las personas por el Espíritu del Señor (Jer. 31:31-34; Ez. 36:26,27). De ahí la distinción entre la «nueva» y la «antigua alianza»: la primera, sellada en el Sinaí, fue ratificada con sacrificios de animales; la segunda, incomparablemente superior, fue establecida con la sangre de Cristo.

Ahora bien, el término hebreo berit se tradujo al griego con la palabra diatheke, que significa «disposición», «arreglo», y de ahí «última disposición» o «última voluntad», es decir, «testamento». De este modo, la versión griega de la Biblia, conocida con el nombre de Septuaginta o traducción de los Setenta (LXX), quiso poner de relieve que el pacto o alianza era un don y una gracia de Dios, y no el fruto o el resultado de una decisión humana.

La palabra griega diatheke fue luego traducida al latín por testamentum, y de allí pasó a las lenguas modernas. Por eso, se habla corrientemente del Antiguo y del Nuevo Testamento.

El número de libros incluidos en la Biblia varía según el canon que cada denominación acepta. En general, la mayoría de las iglesias cristianas concuerdan en los 27 libros del Nuevo Testamento, pero el número de libros del Antiguo Testamento varía según una iglesia siga el canon griego (como la iglesia católica romana y la ortodoxa griega), o el canon hebreo (como las iglesias protestantes).

Casi todo el AT se escribió originalmente en hebreo, aunque algunas porciones están en arameo, el idioma que se hizo común entre los judíos unos pocos siglos a.C. También hay algunos libros del AT católico-romano que al parecer se escribieron originalmente en griego y que forman parte de los libros apócrifos. En general, estos libros forman parte de la Biblia griega y latina, pero no de la hebrea. En general, el NT se escribió originalmente en griego, que era la lengua común del comercio y la comunicación de la época de Jesucristo; sin embargo, hay partes escritas en arameo.

De todos los libros que la humanidad ha conocido, ninguno ha ejercido tanta influencia como la Biblia. Sobre ella se han escrito millares de estudios; autores famosos han tomado de ella temas para sus obras; pensadores y científicos se han inspirado en ella; y aun movimientos antagónicos al cristianismo, como el islam y el marxismo, han tomado de ella buena parte de sus doctrinas. Completa o en parte se ha traducido a más de 1000 idiomas, y brinda la base doctrinal a centenares de iglesias en culturas y situaciones muy diversas.

Los primeros cristianos creían firmemente que Dios inspiró el AT y cuando usaban el término Escrituras se referían solo a esta parte, pues el NT aún no se había escrito ni compilado. Sin embargo, esto creaba varios problemas. Para los cristianos, la interpretación tradicional del AT estaba equivocada, pues los judíos no admitían a Jesucristo como culminación de las promesas dadas a Israel. En Jn. 5:39, Jesús mismo advierte a los judíos que es en él, y no solo en las Escrituras, donde hay vida eterna. Luego, los cristianos tenían que demostrar que Jesucristo era la culminación de las Escrituras y ellos eran el nuevo Israel.

El modo más sencillo de mostrar esto era apelando a las profecías del AT, y mostrar su cumplimiento en Jesucristo. De ahí que en los Evangelios, al narrar los acontecimientos de la vida de Jesús, aparezca a menudo la frase «para que se cumpliese lo que fue dicho» (Mt. 1:22; 4:14; 8:17; Jn. 17:12; 19:24), o la frase «conforme a las Escrituras» (1 Cor. 15:3s). Este método de interpretación bíblica no lo crearon los cristianos, sino que ya existía desde mucho antes. A decir verdad, en la misma época de Jesús hubo varias personas que pretendieron ser el cumplimiento de las profecías. El argumento poderoso que utilizaban los cristianos, para entender los episodios de la vida de Jesús, era la relación con las profecías antiguas. Por consiguiente, el método más común para interpretar el AT fue el de buscar en él profecías de los hechos mencionados en el NT. Sin embargo, esto no bastaba para interpretar todo el AT, ya que buena parte de él no consistía en profecías que se pudiesen relacionar directamente con el NT. Por esta razón, algunos cristianos recurrieron a un método de interpretar el AT, también conocido entre judíos y griegos: el alegórico. Según esta interpretación hay pasajes en el AT que no solo deben entenderse literalmente, sino también como una alegoría en la que se expresa una verdad en lenguaje simbólico. El apóstol Pablo utiliza este método en 1 Cor 9:8ss, donde interpreta la antigua ley judía «no pondrás bozal al buey que trilla», no en el sentido literal, «como si Dios se ocupase de los bueyes», sino en un sentido simbólico.

No obstante, el método alegórico no es común en el NT, pues encierra dos peligros serios: en primer lugar, tiende a dejar a un lado el carácter histórico de las narraciones del Antiguo Testamento, y por tanto, puede olvidar que el Dios allí descrito se revela en la historia, en medio de las acciones de los hombres. En segundo lugar, el método alegórico puede llevar fácilmente a las más absurdas interpretaciones del texto, y en esto tenemos que ser cuidadosos: no debemos ser erróneamente alegóricos (saliéndonos del contexto bíblico) ni debemos prestar atención a quienes así proceden.

Para evitar los riesgos anteriores, la mayoría de los autores del NT interpretan el AT mediante una clase de alegoría modificada llamada tipología. Según esta interpretación, los hechos relatados en el AT son reales y en ellos Dios dio una señal de los acontecimientos que ocurrirían en el NT. Para entenderlo mejor, tómese Gál. 4:21-31; donde Pablo se refiere «al hijo de la sierva y al de la libre» como una alegoría. Aquí Pablo no niega el hecho histórico que está discutiendo. Al contrario, da por sentado que lo narrado en el texto del Génesis sucedió de verdad; pero entonces le añade al acontecimiento histórico un sentido simbólico: nosotros no somos hijos de la esclava, sino de la libre. Otro ejemplo de este método puede verse en 1 Cor. 10:1-11, donde Pablo interpreta la situación histórica de Israel en Éxodo como un hecho real que prefigura la vida de la Iglesia.

En resumen, los escritores del NT, y la mayoría de los más antiguos autores cristianos, veían en la Biblia de su tiempo, es decir en el AT, la Palabra de Dios, pero la interpretaban desde un punto de vista cristocéntrico. Los pasajes proféticos referentes a Jesucristo, debían entenderse como tales. La alegoría era lícita y hasta necesaria, pero tanto la profecía como la alegoría tenían que entenderse a la luz del Señor de la Iglesia, quien era para los primeros cristianos el centro de la Biblia.

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