sábado, 25 de julio de 2015

Un conocimiento extraordinario


Las Sagradas Escrituras son totalmente extraordinarias porque son una revelación divina. “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Tim. 3:16). Esto no significa que Dios elevó la mente de los hombres, sino que dirigió sus pensamientos. No es simplemente que él les comunicó los conceptos sino que él guió las mismas palabras que usaron. “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21). Cualquier «teoría» humana que niega la inspiración verbal de las Escrituras es un ataque a la verdad de Dios. La imagen divina está estampada en cada página. Así pues, debido a las evidencias espirituales, históricas, arqueológicas, geográficas y científicas que hay en la Biblia, es imposible que haya sido creada por el hombre.

Las Escrituras nos hacen conocer a un Dios vivo, personal, verdadero y real. La imagen que la gente se ha hecho de Dios se aleja, en muchos sentidos, del concepto bíblico sobre Dios. Miremos los siguientes síntomas que hay en el ser humano que supuestamente tiene a Dios en su boca y en su mente:

- La idolatría frecuente hacia otros seres humanos: en la música, en la TV, en el cine, en los deportes, en la religión, en la política, etc.
- El excesivo amor al placer pecaminoso.
- El desorden social.
- La aprobación de leyes que van en contra de las leyes de Dios.
- El elogio al mal y a todo tipo de conductas perversas.
- La falta de pudor en hombres y mujeres (de todas las edades).
- La promiscuidad sexual.
- El desprecio al modelo divino para la familia.

Estos síntomas han estado presentes en todas las civilizaciones durante toda la historia de la humanidad y revelan una enfermedad gravísima que se llama EL PECADO. Esta enfermedad trajo la caída y la desaparición de grandes imperios como Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, entre otros.

La verdad bíblica acerca de Dios está completamente desdibujada y el hombre ha tenido y tiene una mentalidad errónea al respecto. El Dios revelado en las Sagradas Escrituras está vestido de tales perfecciones y atributos que el mero intelecto humano no podría haberlos inventado.

Dios solo puede ser conocido por medio de su propia revelación natural (en la creación) y por medio de su propia revelación especial (en la Biblia).

Si hacemos un examen juicioso y serio sobre la historia de la humanidad y sobre las religiones, comprenderemos que aparte de la Biblia, incluso una idea teórica de Dios sería imposible. Todavía es verdad que el “mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría” (1 Cor. 1:21). Donde no hay conocimiento de las Escrituras, no hay conocimiento de Dios. Él es un Dios desconocido para aquellos que desconocen (por ignorancia voluntaria o involuntaria) su revelación especial en la Biblia (Hch. 17:23).

Sin embargo, se requiere algo más que leer las Escrituras para que el alma conozca a Dios de modo real, personal y vital. Esto parece ser reconocido por pocos hoy.

Las prácticas prevalecientes consideran que se puede obtener un conocimiento de Dios estudiando la Palabra, de la misma manera que se obtiene un conocimiento de cualquier tema, estudiando libros de texto. Puede conseguirse un conocimiento intelectual… pero no espiritual.

Un Dios sobrenatural solo puede ser conocido de modo sobrenatural (es decir, conocido de una manera por encima de lo que puede conseguir la mera naturaleza), por medio de una revelación sobrenatural de él mismo en el corazón del ser humano.

“Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4:6). El que ha sido favorecido con esta experiencia ha aprendido que solo en su luz veremos la luz (Sal. 36:9).

Dios puede ser conocido solo por medio de una facultad sobrenatural. Cristo dejó este punto bien claro cuando dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (Jn. 3:3). En otras palabras, además de leer la Biblia, se requiere creer en la veracidad de las Escrituras para reconocer a Jesús como Salvador y como único camino y verdad, el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim. 2:5). Por otra parte, debemos morir a nosotros mismos y vivir para Cristo, obedeciendo su voluntad, la cual encontramos en las Escrituras. Esta nueva vida es el nuevo nacimiento que viene de Dios y se recibe por fe y por gracia para salvación eterna. Este nuevo nacimiento nos permite ver y experimentar el reino de Dios en nosotros hoy y en la eternidad.

La persona que no ha experimentado esta nueva vida no tiene conocimiento espiritual de Dios; la Biblia dice: “pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Cor. 2:14).

“Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3).

La vida eterna debe ser impartida antes que pueda ser conocido el «verdadero Dios». Esto se afirma claramente en 1 Jn. 5:20: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna”.

En síntesis, primero debe haber una nueva vida en Cristo y luego habrá un conocimiento espiritual y sobrenatural acerca de Dios. No se trata solo de adquirir información sino de lograr una nueva visión acerca de Dios y de nosotros mismos a la luz de la Biblia. Mientras estamos sin este conocimiento espiritual, justificamos nuestros pecados y vemos a Dios de una forma distorsionada y a la conveniencia nuestra; sin embargo, cuando decidimos creer a Dios y a su Palabra, vemos en el espejo de la ley de Dios toda nuestra rebelión porque no hemos obedecido ni siquiera los 10 mandamientos. Esta percepción clara de nuestro fracaso para agradar a Dios nos lleva a mirar a Jesús como el único hombre perfecto y como el puente para volvernos a Dios de todo corazón y no solo de labios. Así pues, el deseo de ser más como Jesús se convierte en el modelo de vida que Dios demanda de nosotros y el Espíritu Santo viene a morar en nosotros para formar a Cristo en todas las áreas de nuestra vida.

Este conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y esto es algo que desconoce la inmensa mayoría de la gente y aún muchos cristianos que no han tenido un nuevo nacimiento.

La mayor parte de la gente tiene una fe religiosa pero sin una experiencia real con el Cristo de la Biblia. Podemos tener conceptos bíblicos en nuestra doctrina pero no conocer a Dios de verdad.

Los judíos eran muy religiosos pero Cristo les dijo:

“El que me envió es verdadero, al cual vosotros no conocéis, pero yo le conozco, porque de él procedo, y él me envió” (Jn. 7:28, 29).

“Ni a mí me conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre conoceríais” (Jn. 8:19).

“Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis; mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra” (Jn. 8:54, 55).

Note que los judíos tenían las Escrituras, las estudiaban y las reconocían como la Palabra de Dios. Conocían a Dios teóricamente, pero no tenían de él un conocimiento espiritual que lograra transformar su corazón y su vida, porque sus frutos mostraban el carácter que había en ellos.

¿De qué sirve creen en Dios y en la Biblia, si nuestros frutos son malos?

El carácter del fruto revela el carácter del árbol que lo da; la naturaleza del agua nos hace conocer la fuente de la cual mana. Un conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y una experiencia sobrenatural produce un fruto sobrenatural. Es decir, cuando Dios vive en el corazón, revoluciona y transforma la vida. Se produce lo que la mera naturaleza no puede producir; más aún, lo que es directamente contrario a ella.

El Hijo de Dios mostró un fruto perfecto y aquellos que dicen ser hijos de Dios y seguidores de Cristo, deben mostrar un fruto de santidad, obediencia, amor, fe, humildad, etc. Humanamente, es imposible ser como Jesús pero cuando morimos a nosotros mismos por la obra del Espíritu Santo a través de la Biblia, entonces tenemos la facultad sobrenatural de dar frutos como Cristo para glorificar a Dios en medio de una generación corrompida, perversa, incrédula y pecadora, que se complace en la maldad y rechaza la justicia de Dios; así fue la vida del Hijo de Dios sobre la tierra. Por tanto, la Biblia dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). Estar en Cristo es vivir en Cristo, es tener comunión con Cristo; pero si estamos lejos de Cristo, nuestros frutos serán de pecado y desobediencia.

La experiencia sobrenatural del cristiano se ve en su relación con Dios y con el prójimo, porque ha sido partícipe de la naturaleza santa y gloriosa de Dios a través de Cristo (2 Ped. 1:4). Esta naturaleza le lleva a amar lo que Dios ama (lo santo, lo justo) y a aborrecer lo que Dios aborrece (lo malo, lo injusto).

Todo aquel que ama lo que Dios aborrece y aborrece lo que Dios ama, no ha nacido de nuevo, no ha visto el reino de Dios y no será salvo cuando la muerte le sorprendiere. Es así de sencillo. No importa cuánto conocimiento tenga de la Biblia, no importa qué buenas obras realice ante los ojos de los hombres… el fruto debe ser coherente con las demandas de la Biblia en aquellos que dicen seguir a Cristo.

La experiencia sobrenatural que sucede en el creyente que viene a la Biblia con un corazón sincero, es obrada en él por el Espíritu de Dios. La Palabra de Dios convence de pecado, santifica, da seguridad eterna y guía a toda verdad.

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