Las
Sagradas Escrituras son totalmente extraordinarias porque son una revelación
divina. “Toda la Escritura es inspirada
por Dios” (2 Tim. 3:16). Esto no
significa que Dios elevó la mente de
los hombres, sino que dirigió sus pensamientos. No es simplemente que él les
comunicó los conceptos sino que él guió las mismas palabras que usaron. “Porque nunca la profecía fue traída por
voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados
por el Espíritu Santo” (2 Ped. 1:21). Cualquier «teoría» humana que niega
la inspiración verbal de las Escrituras es un ataque a la verdad de Dios. La
imagen divina está estampada en cada página. Así pues, debido a las evidencias
espirituales, históricas, arqueológicas, geográficas y científicas que hay en
la Biblia, es imposible que haya sido creada por el hombre.
Las
Escrituras nos hacen conocer a un Dios vivo, personal, verdadero y real. La
imagen que la gente se ha hecho de Dios se aleja, en muchos sentidos, del
concepto bíblico sobre Dios. Miremos los siguientes síntomas que hay en el ser
humano que supuestamente tiene a Dios en su boca y en su mente:
-
La idolatría frecuente hacia otros seres humanos: en la música, en la TV, en el
cine, en los deportes, en la religión, en la política, etc.
-
El excesivo amor al placer pecaminoso.
-
El desorden social.
-
La aprobación de leyes que van en contra de las leyes de Dios.
-
El elogio al mal y a todo tipo de conductas perversas.
-
La falta de pudor en hombres y mujeres (de todas las edades).
-
La promiscuidad sexual.
-
El desprecio al modelo divino para la familia.
Estos
síntomas han estado presentes en todas las civilizaciones durante toda la
historia de la humanidad y revelan una enfermedad gravísima que se llama EL
PECADO. Esta enfermedad trajo la caída y la desaparición de grandes imperios
como Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia y Roma, entre otros.
La
verdad bíblica acerca de Dios está completamente desdibujada y el hombre ha
tenido y tiene una mentalidad errónea al respecto. El Dios revelado en las
Sagradas Escrituras está vestido de tales perfecciones y atributos que el mero
intelecto humano no podría haberlos inventado.
Dios
solo puede ser conocido por medio de su propia revelación natural (en la
creación) y por medio de su propia revelación especial (en la Biblia).
Si
hacemos un examen juicioso y serio sobre la historia de la humanidad y sobre
las religiones, comprenderemos que aparte de la Biblia, incluso una idea
teórica de Dios sería imposible. Todavía es verdad que el “mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría” (1 Cor. 1:21).
Donde no hay conocimiento de las Escrituras, no hay conocimiento de Dios. Él es
un Dios desconocido para aquellos que desconocen (por ignorancia voluntaria o
involuntaria) su revelación especial en la Biblia (Hch. 17:23).
Sin
embargo, se requiere algo más que leer las Escrituras para que el alma conozca
a Dios de modo real, personal y vital. Esto parece ser reconocido por pocos
hoy.
Las
prácticas prevalecientes consideran que se puede obtener un conocimiento de
Dios estudiando la Palabra, de la misma manera que se obtiene un conocimiento
de cualquier tema, estudiando libros de texto. Puede conseguirse un
conocimiento intelectual… pero no espiritual.
Un
Dios sobrenatural solo puede ser conocido de modo sobrenatural (es decir,
conocido de una manera por encima de lo que puede conseguir la mera
naturaleza), por medio de una revelación sobrenatural de él mismo en el corazón
del ser humano.
“Porque Dios,
que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en
nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en
la faz de Jesucristo”
(2 Cor. 4:6). El que ha sido favorecido con esta experiencia ha aprendido que
solo en su luz veremos la luz (Sal. 36:9).
Dios
puede ser conocido solo por medio de una facultad sobrenatural. Cristo dejó
este punto bien claro cuando dijo: “De cierto,
de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de
Dios” (Jn. 3:3). En otras palabras, además de leer la Biblia, se requiere
creer en la veracidad de las Escrituras para reconocer a Jesús como Salvador y
como único camino y verdad, el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim.
2:5). Por otra parte, debemos morir a nosotros mismos y vivir para Cristo,
obedeciendo su voluntad, la cual encontramos en las Escrituras. Esta nueva vida
es el nuevo nacimiento que viene de Dios y se recibe por fe y por gracia para
salvación eterna. Este nuevo nacimiento nos permite ver y experimentar el reino
de Dios en nosotros hoy y en la eternidad.
La
persona que no ha experimentado esta nueva vida no tiene conocimiento
espiritual de Dios; la Biblia dice: “pero
el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque
para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente” (1 Cor. 2:14).
“Y esta es la
vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a
quien has enviado”
(Jn. 17:3).
La
vida eterna debe ser impartida antes que pueda ser conocido el «verdadero
Dios». Esto se afirma claramente en 1 Jn. 5:20: “Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento
para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo
Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna”.
En
síntesis, primero debe haber una nueva vida en Cristo y luego habrá un
conocimiento espiritual y sobrenatural acerca de Dios. No se trata solo de
adquirir información sino de lograr una nueva visión acerca de Dios y de
nosotros mismos a la luz de la Biblia. Mientras estamos sin este conocimiento
espiritual, justificamos nuestros pecados y vemos a Dios de una forma distorsionada
y a la conveniencia nuestra; sin embargo, cuando decidimos creer a Dios y a su
Palabra, vemos en el espejo de la ley de Dios toda nuestra rebelión porque no
hemos obedecido ni siquiera los 10 mandamientos. Esta percepción clara de
nuestro fracaso para agradar a Dios nos lleva a mirar a Jesús como el único
hombre perfecto y como el puente para volvernos a Dios de todo corazón y no
solo de labios. Así pues, el deseo de ser más como Jesús se convierte en el
modelo de vida que Dios demanda de nosotros y el Espíritu Santo viene a morar
en nosotros para formar a Cristo en todas las áreas de nuestra vida.
Este
conocimiento sobrenatural de Dios produce una experiencia sobrenatural, y esto
es algo que desconoce la inmensa mayoría de la gente y aún muchos cristianos
que no han tenido un nuevo nacimiento.
La
mayor parte de la gente tiene una fe religiosa pero sin una experiencia real
con el Cristo de la Biblia. Podemos tener conceptos bíblicos en nuestra
doctrina pero no conocer a Dios de verdad.
Los
judíos eran muy religiosos pero Cristo les dijo:
“El que me envió
es verdadero, al cual vosotros no conocéis, pero yo le conozco, porque de él
procedo, y él me envió” (Jn. 7:28, 29).
“Ni a mí me
conocéis, ni a mi Padre; si a mí me conocieseis, también a mi Padre
conoceríais”
(Jn. 8:19).
“Si yo me
glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el
que vosotros decís que es vuestro Dios. Pero vosotros no le conocéis; mas yo le
conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le
conozco, y guardo su palabra” (Jn. 8:54, 55).
Note
que los judíos tenían las Escrituras, las estudiaban y las reconocían como la
Palabra de Dios. Conocían a Dios teóricamente, pero no tenían de él un
conocimiento espiritual que lograra transformar su corazón y su vida, porque
sus frutos mostraban el carácter que había en ellos.
¿De qué sirve
creen en Dios y en la Biblia, si nuestros frutos son malos?
El
carácter del fruto revela el carácter del árbol que lo da; la naturaleza del agua
nos hace conocer la fuente de la cual mana. Un conocimiento sobrenatural de
Dios produce una experiencia sobrenatural, y una experiencia sobrenatural
produce un fruto sobrenatural. Es decir, cuando Dios vive en el corazón,
revoluciona y transforma la vida. Se produce lo que la mera naturaleza no puede
producir; más aún, lo que es directamente contrario a ella.
El
Hijo de Dios mostró un fruto perfecto y aquellos que dicen ser hijos de Dios y
seguidores de Cristo, deben mostrar un fruto de santidad, obediencia, amor, fe,
humildad, etc. Humanamente, es imposible ser como Jesús pero cuando morimos a
nosotros mismos por la obra del Espíritu Santo a través de la Biblia, entonces
tenemos la facultad sobrenatural de dar frutos como Cristo para glorificar a
Dios en medio de una generación corrompida, perversa, incrédula y pecadora, que
se complace en la maldad y rechaza la justicia de Dios; así fue la vida del
Hijo de Dios sobre la tierra. Por tanto, la Biblia dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas
viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Cor. 5:17). Estar en
Cristo es vivir en Cristo, es tener comunión con Cristo; pero si estamos lejos
de Cristo, nuestros frutos serán de pecado y desobediencia.
La
experiencia sobrenatural del cristiano se ve en su relación con Dios y con el
prójimo, porque ha sido partícipe de la naturaleza santa y gloriosa de Dios a
través de Cristo (2 Ped. 1:4). Esta naturaleza le lleva a amar lo que Dios ama
(lo santo, lo justo) y a aborrecer lo que Dios aborrece (lo malo, lo injusto).
Todo
aquel que ama lo que Dios aborrece y aborrece lo que Dios ama, no ha nacido de
nuevo, no ha visto el reino de Dios y no será salvo cuando la muerte le
sorprendiere. Es así de sencillo. No importa cuánto conocimiento tenga de la
Biblia, no importa qué buenas obras realice ante los ojos de los hombres… el
fruto debe ser coherente con las demandas de la Biblia en aquellos que dicen
seguir a Cristo.
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