lunes, 28 de septiembre de 2015

Dios el Espíritu Santo Parte II

 

- Su Advenimiento

La venida del Espíritu al mundo en el día de Pentecostés debe analizarse en paralelo con su obra en otros tiempos de la historia bíblica. En el A.T. el Espíritu Santo estaba en el mundo como el Dios omnipresente y participó de la creación, entre otros aspectos; sin embargo, él vino al mundo en el día de Pentecostés en forma especial para cumplir un propósito definido en la Iglesia de Cristo en el N.T. Así pues, durante la edad presente, la Biblia muestra que él permanece en el mundo, pero que partirá fuera del mundo (en el mismo sentido como vino en el día de Pentecostés) cuando ocurra el arrebatamiento de la Iglesia. Por ende, con el fin de entender estas verdades sobre el Espíritu Santo, deben ser considerados varios aspectos de la relación del Espíritu con el mundo y con la Iglesia de Cristo.       

I. El Espíritu Santo en el A.T.
A través del extenso período antes de la primera venida de Cristo (su encarnación), el Espíritu estaba presente en el mundo en el mismo sentido en el cual está presente en cualquier parte, y él obraba en y a través del pueblo de Dios de acuerdo a su divina voluntad (Gn. 41:38; Éx. 31:3; Sal. 139:7; Hag. 2:4, 5; Zac. 4:6). En estos pasajes notamos la presencia y la obra del Espíritu de Dios a favor de los creyentes del A.T. pero no se puede decir que moraba en ellos en el sentido que lo describe el N.T. con los creyentes salvos en Cristo (este punto lo analizaremos luego).

Como ya se ha expuesto, en el A.T. el Espíritu de Dios participa en la creación del mundo en unidad con el Padre y el Hijo; igualmente, él tuvo parte en la revelación de la verdad divina a los escritores bíblicos del A.T. (además del N.T.). El inspiró las Sagradas Escrituras y ha tenido un ministerio en general hacia el mundo restringiendo el pecado, capacitando a los creyentes para el servicio y ejecutando milagros. Todas estas actividades indican que el Espíritu Santo estuvo muy activo en el A.T. pero no hay mención de la obra de morar, sellar, regenerar del Espíritu o acerca del bautismo o la plenitud en el Espíritu Santo antes del día de Pentecostés. De acuerdo a ello, podría afirmarse que después de Pentecostés hay una obra mucho mayor del Espíritu de Dios que en las edades precedentes.
  
II. El Espíritu Santo durante la vida de Cristo en la tierra
La presencia encarnada y activa de la Segunda Persona de la Trinidad en el mundo (Cristo hecho hombre) necesitaría la obra del Espíritu, y esto es confirmado por las Escrituras.

- En relación a Cristo, el Espíritu era el poder generador por medio del cual el Dios-hombre fue formado en la matriz virginal de María (Mt. 1:20).
- El Espíritu es visto, descendiendo sobre Cristo en la forma de una paloma, en el momento de su bautismo (Mt. 3:16).
- Al morir en la cruz se revela que Cristo se ofreció a sí mismo a Dios el Padre a través del Espíritu eterno (Heb. 9:14).

Ahora bien, la relación del Espíritu Santo para con los hombres durante el ministerio terrenal de Cristo era progresiva porque Cristo les dio primeramente a sus discípulos la seguridad de que ellos podrían recibir el Espíritu, pidiéndolo (Lc. 11:13). Aunque el Espíritu había venido previamente sobre los hombres de acuerdo a la soberana voluntad de Dios y se manifestó de diversas formas, ésta es una promesa divina que otorga un regalo especial para el creyente y no tiene paralelo en el A.T. Por consiguiente, al término de su ministerio y justamente antes de su muerte, Cristo dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:16, 17). Esto es un privilegio único y exclusivo para los creyentes del N.T. y no fue una experiencia en el pueblo de Israel. De igual manera, después de su resurrección el Señor sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22); pero, a pesar de este anticipo del Espíritu, ellos deberían permanecer en Jerusalén hasta que fueran investidos permanentemente con poder de lo alto (Lc. 24:49; Hch. 1:4).

III. La venida del Espíritu Santo en Pentecostés
Hemos confirmado por la Biblia que el Espíritu, como Dios Omnipresente, siempre ha estado presente en el mundo, pero él vino en el día de Pentecostés a desarrollar un propósito especial en la Iglesia de Cristo y a favor de la humanidad a través de la predicación del evangelio. Así pues, él vino como un regalo del Padre mediante la intervención del Hijo (Jn. 14:16, 17, 26; 16:7).

La importancia de su venida en el día de Pentecostés se comprende en el contexto del N.T. porque él vendría a hacer su morada y cumpliría su ministerio de gracia en el mundo.

Dios el Padre, aunque Omnipresente (Ef. 4:6), es, en cuanto a su morada, el Padre que está en los cielos (Mt. 6:9). De la misma manera, Dios el Hijo, aunque Omnipresente (Mt. 18:20; Col. 1:27), en cuanto a su morada, ahora está sentado a la diestra de Dios (Heb. 1:3; 10:12). Del mismo modo, el Espíritu Santo, aunque Omnipresente (2 Cor. 3:17), en cuanto a su morada, está ahora aquí en la tierra. El hecho de ocupar su morada en la tierra es el sentido en el cual el Espíritu vino en el día de Pentecostés. Así pues, se podría decir que su lugar de habitación fue cambiado del cielo a la tierra porque la Deidad, el Dios trino, siempre ha estado en perfecta unidad (en el cielo y en la tierra); se podría decir que esta venida del Espíritu es similar a la venida de Cristo para tomar un cuerpo humano (en el sentido de que vino a cumplir un propósito). Fue por esta venida del Espíritu al mundo que se dijo a los discípulos que esperaran en Jerusalén hasta recibir esta promesa del Padre (Lc. 24:49). El nuevo ministerio de esta edad de gracia no podría comenzar aparte de la venida del Espíritu divino.

En los capítulos que siguen será presentada la obra del Espíritu en la edad presente que es el tiempo de la gracia en Cristo. El Espíritu de Dios primeramente tiene un ministerio hacia el mundo, como se indica en Jn. 16:7-11 y su tarea es convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio en relación con la obra de salvación de Cristo para preparar a un individuo para recibirlo como Salvador; ésta es una labor especial del Espíritu Santo, en su gracia, la cual ilumina en las mentes de los pecadores, cegados por Satanás, respecto a tres grandes doctrinas:

* El Espíritu le hace entender al hombre que el pecado de la incredulidad en Jesucristo como su Salvador personal es el único pecado que permanece entre él y su salvación. No es cuestión de su justicia, sus sentimientos o cualquier otro factor. El pecado de la incredulidad es el pecado que impide su salvación (Jn. 3:18).
* El incrédulo es informado en lo que concierne a la justicia de Dios. Mientras que en la tierra Cristo fue la viva ilustración de la justicia de Dios, luego de su partida, el Espíritu es enviado para revelar la justicia de Dios hacia el mundo. Esto incluye el hecho de que Dios es justo, y demanda mucho más de lo que cualquier hombre puede hacer por sí mismo, y esto elimina cualquier posibilidad de obras humanas como base para la salvación. Más importante, el Espíritu de Dios revela que hay una justicia obtenible por la fe en Cristo, y que cuando se cree en Jesucristo se puede ser declarado justo, justificado por la fe y aceptado por su fe en Cristo, quien es justo en ambas cosas, su persona y su obra en la cruz (Rom. 1:16, 17; 3:22; 4:5).
* Se revela el hecho de que el príncipe de este mundo, esto es, el mismo Satanás, ha sido juzgado en la cruz y está sentenciado al castigo eterno. Esto revela el hecho de que la obra en la cruz está terminada, que ese juicio ha tenido lugar, que Satanás ha sido vencido y que la salvación es obtenible para quienes ponen su confianza en Cristo.

Estas doctrinas esenciales de la Biblia son confirmadas por el Espíritu Santo en el pecador arrepentido en la medida en que éste se acerca a Cristo a través de las Escrituras; por este motivo, era indispensable que el Espíritu viniera a la esfera del mundo e hiciera de ella su residencia mediante la Iglesia de Cristo. Así como la venida de Cristo (encarnación) fue esencial para la salvación y la reconciliación para todo el mundo (especialmente para aquellos que creerían), la venida del Espíritu Santo fue esencial para hacer efectiva la salvación en los creyentes.

En su venida al mundo en el día de Pentecostés, la obra del Espíritu en la Iglesia tomó lugar en muchos aspectos nuevos y esto será considerado en los siguientes estudios. Por el momento se hará una exposición general y luego se ampliará de forma más detallada:

- El Espíritu Santo regenera a cada creyente y lo transforma diariamente a la imagen de Cristo, es decir, lo hace una nueva creación, una nueva persona que refleje el carácter de Cristo.
- El Espíritu Santo mora en cada creyente que está siendo regenerado y transformado por su poder. Habitando en el creyente, el Espíritu Santo es nuestro sello hasta el día de la redención. Así pues, cada hijo de Dios es bautizado dentro del cuerpo de Cristo por el Espíritu. Todas estas acciones del Espíritu se aplican igualmente a cada creyente verdadero en esta edad presente. En adición a estas obras que están relacionadas a la salvación del creyente, está la bendición del ser lleno del Espíritu y el andar por el Espíritu, lo cual abre la puerta a la plenitud del Espíritu en cuanto al creyente. Estas grandes obras del Espíritu son la llave, no solamente de la salvación, sino también de una vida cristiana efectiva, abundante y victoriosa.

Cuando el propósito de Dios en esta edad de gracia sea completado por el arrebatamiento de la Iglesia con Cristo, el Espíritu Santo habrá cumplido el propósito de su especial advenimiento al mundo y partirá del mundo en el mismo sentido de que él vino en el día de Pentecostés y además, participará en la resurrección de los salvos que han muerto y en el arrebatamiento y la transformación de los salvos que estén vivos cuando Cristo venga por su Iglesia (Rom. 8:11). Puede verse un paralelo entre la venida de Cristo a la tierra para cumplir su obra y su partida hacia el cielo. Como Cristo, sin embargo, el Espíritu Santo continuará siendo omnipresente y seguirá una obra a favor de la humanidad después del arrebatamiento similar a aquella que fue verdadera antes del día de Pentecostés.

La época presente es, de acuerdo a esto, en muchos aspectos, la edad del Espíritu, una edad en la cual el Espíritu de Dios está obrando en una manera especial para llamar a una compañía de creyentes de todo pueblo y nación, de toda lengua y cultura, judíos y gentiles, a formar el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Luego, el Espíritu Santo continuará trabajando después del arrebatamiento, como lo hará también en la edad del reino, cuando Cristo venga a reinar mil años sobre la tierra; sin embargo, es probable que en este reinado divino, el Espíritu Santo ejecute en la humanidad gobernada por Cristo las acciones que realizara en el tiempo de la gracia (regeneración, morada, santificación, llenura, entre otras) a fin de que todas las naciones obedezcan, sirvan y adoren a Jesucristo, el Rey de reyes y Señor de señores.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Dios el Espíritu Santo Parte I


- Su Personalidad

I. La importancia de su personalidad
En la enseñanza de las verdades fundamentales relativas al Espíritu Santo debería hacerse un énfasis especial sobre el hecho de su personalidad. Esto es porque el Espíritu no habla ahora de sí mismo; más bien, él habla lo que él oye (Jn. 16:13; Hch. 13:2), y él ha venido al mundo para glorificar a Cristo (Jn. 16:14). En contraste con esto, la Escritura representa a ambos, el Padre y el Hijo, como hablando de sí mismos; y esto, no solo con autoridad final y por medio del uso del pronombre personal Yo, sino que también se les presenta en una inmediata comunión y cooperación el uno con el otro. Algunos han tomado esto de forma negativa y tienden a reducir el valor de la personalidad del Espíritu Santo. Como consecuencia, en la historia de la iglesia, la personalidad del Espíritu fue descuidada por algunos siglos; solo cuando la doctrina del Padre y del Hijo fue definida públicamente, como sucedió en el Credo de Nicea (325 d.C.), el Espíritu Santo fue reconocido con una personalidad en los credos de la iglesia cristiana.

Más tarde, se estableció la verdad escritural de que Dios subsiste o existe en tres Personas diferentes pero no independientes (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). La Escritura es completamente clara cuando manifiesta que el Espíritu Santo es una persona tanto como Dios el Padre y como Dios el Hijo, y aún así, como se ve en el estudio de la doctrina de la Trinidad, las tres Personas forman un Dios y no tres.

II. La personalidad del Espíritu Santo en las Escrituras

1. El Espíritu Santo hace aquello que solo una persona puede hacer:
- El Espíritu convence: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio” (Jn. 16:8).
- El Espíritu enseña: “El os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn. 14:26). Lea también Neh. 9:20; Jn. 16:13-15; 1 Jn. 2:27).
- El Espíritu clama: “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones al Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gál. 4:6). Los hebreos dicen “Abba” (palabra aramea) y los griegos dicen “Padre” (“Pater”, palabra griega en el original); ambas expresan una exclamación de reconocimiento a Dios el Padre; el hecho de que se repita el término Abba (Padre), Padre, evidencia el valor y la importancia de invocar al Padre por el Espíritu Santo.
- El Espíritu intercede: “Pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles…” (Rom. 8:26).
- El Espíritu habla: “le dijo el Espíritu” (Hch. 8:29; 10:19, 20; 16:6, 7; 20:23).
- El Espíritu guía: “guiados por el Espíritu” (Gál. 5:18; Rom. 8:14).
- El Espíritu señala a los hombres para un servicio específico: “dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado” (Hch. 13:2; Hch. 20:28).
- El Espíritu está sujeto a un plan específico en la Trinidad (Jn. 15:26).
  
2. Él, como una persona, puede ser influido por otros seres:
- El Padre le envía al mundo (Jn. 14:16, 26) y el Hijo le envía al mundo (Jn. 16:7), ante lo cual él responde favorablemente y se sujeta en unidad y amor a la Deidad, siendo co-igual en todo sentido y aspecto al Padre y al Hijo.
- Los hombres pueden hacer enojar al Espíritu Santo (Is. 63:10), pueden contristarle (Ef. 4:30), pueden disipar su intervención (1 Ts. 5:19), pueden resistirle (Hch. 7:51), pueden blasfemarle (Mt. 12:31), pueden hablar en contra de él (Mt. 12:32), pueden mentirle (Hch. 5:3) y pueden hacerle afrenta u ofenderle (Heb. 10:29). En el caso contrario, también los hombres, en el nombre de Cristo y mediante una fe genuina, pueden alegrarle, atraer su interés, estimular su intervención, aceptar su dirección y su obra, hablar bien de él, alabarle, adorarle y hallar su favor. El Espíritu Santo llama, insiste, interviene pero espera que el corazón del hombre responda a su obra porque conoce cada pensamiento, cada intención, cada palabra y cada obra al detalle (pasado, presente y futuro), y sabe a la perfección qué acontecerá en cada vida; por tanto, no necesita que nadie le ayude o le cuente acerca de lo que hay en el hombre pues él es omnipotente, omnipresente y omnisapiente. Así pues, dejemos que él trabaje a su manera y en su tiempo porque él es todosuficiente.

3. Todos los términos bíblicos relativos al Espíritu implican su personalidad.
- El es llamado «otro Consolador»; esta palabra viene del griego parakletos y significa consolador, intercesor y abogado, lo cual indica que él es una persona, tanto como lo es Cristo (Jn. 14:16, 17, 26; 16:7; 1 Jn. 2:1, 2).     
- A él se le llama Señor en el sentido divino (2 Cor. 3:17). Esta palabra Señor viene del griego kúrios de kúros (supremacía), lo que indica que el Espíritu Santo es supremo en autoridad, es Rey, es Señor, merece todo respeto, adoración, obediencia y amor. Este término también significa soberano, amo, Dios y dueño.
- Los pronombres usados para el Espíritu Santo implican su personalidad y en ocasiones, se le llama el Espíritu (Rom. 8:16, 26) y el Consolador (Jn. 16:7). Además, Cristo habla de él como una persona (Jn. 16:14, 15).

III. Como una persona de la Trinidad, el Espíritu Santo es co-igual con el Padre y el Hijo

- Él es Dios.
* El es llamado Dios (Hch. 5:3, 4).
* El Espíritu Santo habló por medio de todos los escritores de la Biblia (2 Ped. 1:21; Hch. 28:25, 26; Heb. 10:15-17), lo cual demuestra su omnipresencia en todos los tiempos que ellos vivieron y su omnisapiencia para conocer en detalle todo lo que sucede en el pasado, en el presente y en el futuro.

- Él tiene los atributos de Dios
* Participó en la creación de forma activa porque también es Creador en unidad con el Padre y el Hijo (Gn. 1:2; Job 26:13)
* Escudriña todo, aún lo profundo de Dios porque es omnisapiente (1 Cor. 2:9-11).
* Es llamado el Espíritu eterno porque siempre ha existido y siempre existirá (Heb. 9:14).

- El Espíritu Santo ejecuta las obras de la Trinidad
* En la creación de cada ser humano (Job 33:4).
* En la creación de cada forma de vida en la tierra (Sal. 104:30).
* En el lavamiento, la santificación y la justificación de cada creyente en Cristo (1 Cor. 6:11).
* En la dirección diaria de todos los creyentes (Lc. 12:11, 12).
* En el ministerio cristiano de cada iglesia local (Hch. 20:28).

- Se presenta al Espíritu Santo en la Escritura como objeto personal de fe
* Es quien acompaña al creyente fiel en su vida diaria (Sal. 51:11).
* Su nombre es incluido en la fórmula bautismal de Cristo para el nuevo creyente (Mt. 28:19).
* Puede hablar, guiar y capacitar a los creyentes para hacer la voluntad de Dios (Hch. 10:19, 20).

* El también es Alguien a quien se le debe obedecer. El creyente en Cristo, caminando en compañerismo con el Espíritu, experimenta su poder, su guía, su instrucción y su suficiencia, y confirma experimentalmente las grandes doctrinas concernientes a la personalidad del Espíritu, la cual es revelada ampliamente en la Escritura. 

sábado, 19 de septiembre de 2015

Dios el Hijo Parte VII



IV. La obra presente de Cristo en los cielos
En su posición a la diestra del Padre, Cristo cumple las siete figuras que lo relacionan con la iglesia:
- Cristo como el último Adán y cabeza de una nueva creación.
- Cristo como la Cabeza del cuerpo.
- Cristo como el Gran Pastor de sus ovejas.
- Cristo como la Vid Verdadera en relación a las ramas.
- Cristo como la principal Piedra de Ángulo (fundamento) en relación a la iglesia como piedras de un edificio.
- Cristo como nuestro Sumo Sacerdote en relación a la iglesia.
- Cristo como el Esposo en relación a la iglesia como su novia.

Todas estas figuras están llenas de significado para describir su obra presente; no obstante, su ministerio principal es como Sumo Sacerdote, representando a la Iglesia ante el trono de Dios.

Cuatro importantes verdades en su obra como Sumo Sacerdote:
1. Como Sumo Sacerdote sobre el verdadero tabernáculo en lo alto, el Señor Jesucristo ha entrado en el mismo cielo para ministrar como Sacerdote en favor de aquellos que son su propiedad en el mundo (Heb. 8:1, 2). El hecho de que él, cuando ascendió, fue recibido por su Padre en los cielos, es una evidencia de que su ministerio terrenal fue aceptado. El que se sentara a la diestra del Padre indicó que su obra a favor del mundo estaba completada. Ahora bien, el que se sentara en el trono de su Padre y no en su propio trono, revela la verdad, tan constante y consistentemente enseñada en las Escrituras, de que él no estableció un reino humano en la tierra en su primera venida al mundo, pero que él está ahora «esperando» hasta el tiempo cuando aquel reino vendrá a la tierra y lo divino será hecho en la tierra, así como en el cielo.

“Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Ap. 11:15). Estas palabras tendrán lugar durante los juicios de Dios sobre la tierra en el tiempo conocido como la Gran Tribulación y serán confirmadas cuando Cristo venga a reinar mil años sobre la tierra.

Además, se cumplirá a cabalidad la palabra profética de Sal. 2:7-12: “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás. Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían”.

Mientras este reino universal es manifestado y confirmado en la tierra, Cristo está llamando gente de toda tribu y nación para que sea su pueblo, su cuerpo y su novia, y pronto él volverá a la tierra para reinar sobre todos los hombres y se cumplirá la palabra profética de Hch. 15:15-18: “Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar,  para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos”.

Cristo es un Rey-Sacerdote de acuerdo al tipo de Melquisedec (Heb. 5:10; 7:1-3), él está ahora sirviendo como Sacerdote en el cielo y es Rey de gloria, pero cuando venga otra vez a la tierra será proclamado Rey de reyes en todas las naciones (Ap. 19:16).

2. Como nuestro Sumo Sacerdote, Cristo es el dador de los dones espirituales. De acuerdo al N.T., un don es una capacitación divina traída al creyente a través del Espíritu Santo que mora en él. Es el Espíritu trabajando para cumplir ciertos propósitos divinos y usar a quien él habita para este fin. No es de ninguna manera una obra humana ayudada por el Espíritu.

Aunque ciertos dones generales están mencionados en las Escrituras (Rom. 12:3-5; 1 Cor. 12:4-11; Ef. 4:7-16), la variedad posible es innumerable, puesto que nunca se desarrollan dos vidas exactamente bajo las mismas condiciones. Sin embargo, a cada creyente le es dado algún don; pero la bendición y el poder del don divino serán mayores cuando la vida del creyente está totalmente rendida a Dios y cuando éste los utiliza de forma apropiada (Rom. 12:1, 2, 6-8). Cada don tiene como objetivo servir y cada creyente debe descubrir cómo puede hacerlo mejor, y en qué áreas debe intervenir para cumplir con el plan específico de Dios.

Habrá poca necesidad de exhortación para un servicio honrado por Dios y para aquel que está lleno con el Espíritu Santo, porque Dios estará trabajando en él en ambos sentidos, tanto para querer como para hacer su buena voluntad (Fil. 2:13).

3. El Cristo ascendido como Sacerdote vive siempre para hacer intercesión por los suyos. Este ministerio comenzó antes de que él dejara la tierra (Jn. 17), y está más enfocado en los salvos porque él es su abogado y su mediador ante Dios, aunque incluye a todos los hombres para salvación (Jn. 17:9); además, este sacerdocio continúa en los cielos tanto tiempo como los suyos estén en el mundo. Su obra de intercesión tiene que ver con la debilidad, la necesidad de ayuda y la inmadurez de los santos que están sobre la tierra. Cristo conoce las limitaciones de los suyos, y el poder y la estrategia del enemigo con quien ellos tienen que luchar y por eso, Cristo es Pastor y Obispo (que significa supervisor) para sus almas. Su cuidado es una ilustración de esta verdad maravillosa (Lc. 22:31, 32).

La intercesión sacerdotal de Cristo no es solo eficaz, sino que también es incesante. Los sacerdotes de la antigüedad desaparecieron a causa de su muerte física, pero Cristo, puesto que vive para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. La Biblia dice: “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25).

4. Cristo se presenta actualmente por los suyos en la presencia de Dios el Padre. A menudo, el creyente salvo es culpable de algún pecado que le separaría completamente de Dios si no estuviera de por medio la abogacía de Cristo y la obra que él efectuó por su muerte en la cruz, aunque el efecto del pecado sobre el cristiano es la pérdida de gozo, y poder espiritual. Por otra parte, estas bendiciones se restauran según la gracia infinita de Dios sobre la sola base de la confesión del pecado (1 Jn. 1:9).

Por medio de la presente abogacía sacerdotal de Cristo en los cielos, hay absoluta seguridad de salvación para los hijos del Padre Celestial. Un abogado es aquel que expone y defiende la causa de otro ante los tribunales públicos. En el desempeño de sus funciones de abogado, Cristo está ahora en el cielo, interviniendo a favor de los suyos (Heb. 9:24) cuando ellos pecan (1 Jn. 2:1). Se revela que su defensa la hace ante el Padre, y que Satanás está allí también acusando sin cesar día y noche a los hermanos (creyentes salvos), en la presencia de Dios (Ap. 12:10). Es posible que al cristiano le parezca que el pecado que ha cometido es insignificante; pero no es así para el Dios santo, quien no podría nunca tratar con ligereza lo que representa una ofensa a su divina justicia. Aún el pecado que es secreto en la tierra es un gran escándalo en el cielo. En la gracia maravillosa de Dios, y sin necesidad de que intervenga solicitud alguna de parte de los hombres, el Abogado divino defiende la causa del cristiano culpable, y lo que el Abogado hace para garantizar así la seguridad del creyente está de acuerdo con la justicia divina porque él es llamado, en relación con este ministerio, para abogar por los suyos, y su nombre es «Jesucristo el justo». El defiende a los hijos de Dios con base en la sangre que fue derramada en la cruz, y en esta forma tiene completa libertad para defenderles contra toda acusación proveniente de Satanás o de los hombres y contra todo juicio que en otras circunstancias el pecado impondría sobre el pecador; y todo esto se hace posible porque Cristo, a través de su muerte, llegó a ser la «propiciación por nuestros pecados» (1 Jn. 2:2).

La verdad referente al ministerio sacerdotal de Cristo en los cielos no está de ninguna manera facilitando para los verdaderos cristianos la práctica del pecado. Al contrario, estas mismas cosas son escritas para que no pequemos (1 Jn. 2:1); porque ninguno puede pecar con ligereza o descuido cuando considera el amor divino y la bondad inmerecida que el Padre mostró al enviar a su Hijo al mundo para morir en lugar del pecador; además, el precio de la sangre del Cordero de Dios es algo que nunca debemos olvidar; por otra parte, recordemos la enorme tarea de defensa que a causa del pecado del cristiano tiene que realizar necesariamente el Abogado Cristo Jesús. Todo esto nos hace comprender la dimensión del pecado y como hemos nacido de nuevo, no queremos pecar porque va en contra de la naturaleza divina que hemos recibido; mientras que el creyente falso pretende seguir a Cristo pero practica el pecado de forma reiterativa y con complacencia, lo cual le hace un esclavo de diablo (1 Jn. 3:8).

Puede decirse, en conclusión, que Cristo cumple su ministerio de Intercesor y Abogado para la eterna seguridad de aquellos que ya son salvos en él (Rom. 8:34).

V. La obra presente de Cristo sobre la tierra
Cristo está también obrando en su iglesia sobre la tierra al mismo tiempo que está a la diestra del Padre en el cielo. En numerosos pasajes se dice que Cristo habita en su iglesia y está con su iglesia (Mt. 28:18-20; Col. 1:27). El está en su iglesia porque es quien le da vida (Jn. 10:10; 14:6; Col. 3:4; 1 Jn. 5:12).

Se puede concluir que la obra presente de Cristo es la clave para entender la presente tarea de Dios de llamar a un pueblo para formar el cuerpo de Cristo; así pues, Dios es quien otorga el poder y la santificación a este pueblo para ser testigos de Cristo hasta lo último de la tierra. Su obra presente es preliminar y a ella seguirán los eventos que tienen relación con su segunda venida, lo cual será tema de estudio en otra serie.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Dios el Hijo Parte VI


- Su Ascensión y Sacerdocio

I. El hecho de la ascensión de Cristo
Dios el Padre exaltó a Cristo y Pablo lo describe así: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil. 2:9-11).

La resurrección de Cristo es el primer paso en una serie de exaltaciones de Cristo; por tanto, su ascensión a los cielos puede ser considerada como el segundo paso y esta verdad bíblica está registrada en Mr. 16:19; Lc. 24:50, 51 y Hch. 1:9-11.

La pregunta que se ha formulado es si Cristo ascendió a los cielos antes de su ascensión formal; sin embargo, hay varias referencias bíblicas que apuntan a que esto no fue posible; por ejemplo, se citan a menudo las palabras de Cristo a María Magdalena en Jn. 20:17, donde Cristo dijo: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Aunque los expositores han diferido en sus opiniones, la mayoría de los estudiosos de la Biblia interpretan el tiempo presente de Jn. 20:17 «subo» como un anuncio de lo que estaría a punto de hacer en un futuro cercano y no como una acción en el presente.

También se cita la tipología del A.T. donde el sacerdote, después del sacrificio, traía la sangre una sola vez al lugar Santísimo (Heb. 9:12, 23-26); por ende, Cristo entró una vez al trono del Padre para cumplir este parámetro divino que se estableció en la Ley de Moisés, anunciando el sacrificio perfecto del Cordero de Dios. Las expresiones en Hebreos de que Cristo entró al cielo con su sangre se traducen más correctamente «por medio de su sangre» o «a través de su sangre»; en otras palabras, la aplicación física de la sangre solo ocurrió en la cruz pero los beneficios de la obra consumada de Cristo al derramar su sangre continúan vigentes a los creyentes durante todo el tiempo de la voluntad de Dios para salvación (1 Jn. 1:7).

Por otra parte, en Hechos 1 se confirma la ascensión de Cristo porque todo el pasaje sostiene completamente el hecho de que Cristo literalmente fue al cielo, tanto como él vino literalmente a la tierra cuando fue concebido y nacido. Hechos 1 usa cuatro palabras griegas para describir la ascensión: «Fue alzado» (v. 9); «le recibió una nube que le ocultó de sus ojos» (v. 9); «El se iba» (v. 10); y «ha sido tomado de vosotros al cielo» (v. 11). Estas cuatro declaraciones son significativas porque en el v. 11 está predicho que su segunda venida será de igual manera; esto es, su ascensión y su segunda venida son visibles, en un cuerpo glorificado y con nubes. Esto se refiere a su venida para establecer su reino, más que al rapto de la iglesia (o también llamado el arrebatamiento).

II. Evidencia para la llegada de Cristo al cielo
La evidencia de la ascensión de Cristo desde la tierra al cielo es completa y este hecho se afirma constantemente en el N.T. Miremos algunos pasajes bíblicos que describen cómo Cristo subió al cielo y está sentado a la diestra del Padre, exaltado sobre todo nombre: Hch. 2:33-36; 3:21; 7:55, 56; Rom. 8:34; Ef. 1:19-23; 4:8-10; Fil. 2:6-11; 3:20; 1 Ts. 1:10; 4:16; 1 Tim. 3:16; Heb. 1:3, 13; 4:14; 6:20; 7:26, 27; 8:1; 9:24; 10:12, 13; 12:2; 1 Jn. 2:1; Ap. 5:5-14; 6:9-17; 7:9-17; 14:1-5; 19:11-16). Como se puede notar, los apóstoles y los escritores del N.T. dieron testimonio genuino de la ascensión de Cristo al cielo y esto fue lo que proclamaron.

III. El significado de la ascensión
La ascensión señaló el fin de su ministerio terrenal. Así como Cristo había venido como hombre, nacido en Belén, también ahora él había retornado al Padre. Este hecho marcó el retorno a su gloria manifiesta, la cual estaba oculta en su vida terrena aún después de su resurrección. Su entrada en los cielos fue un gran triunfo, significando el final de su obra en la tierra y una entrada dentro de su nueva esfera de trabajo a la diestra del Padre como abogado, mediador e intercesor en los cielos a favor de los que creen en su nombre y en su obra de salvación.

La posición de Cristo en los cielos es de señorío universal, mientras espera su último triunfo en su segunda venida para reinar sobre la tierra por mil años (este tema de ampliará en otro estudio); así pues, se presenta frecuentemente a Cristo a la diestra del Padre (Sal. 110:1; Mt. 22:41-46; Mr. 16:19; Lc. 22:66-71; Col. 3:1; 1 Ped. 3:22). El trono que Cristo ocupa en los cielos es el trono del Padre; no debe confundirse con el trono davídico, el cual es terrenal. La tierra aún espera el tiempo cuando el planeta será hecho el estrado de sus pies y su trono será establecido sobre la tierra (Mt. 25:31). Su posición presente es, por supuesto, de honor y autoridad, y manteniéndose siempre como Cabeza de la Iglesia.

martes, 15 de septiembre de 2015

Dios el Hijo Parte V


- Su Resurrección

I. La resurrección en el A.T.
La doctrina de la resurrección de todos los hombres, así como la resurrección de Cristo, se enseña en el A.T. La doctrina aparece tan tempranamente como en el tiempo de Job, probablemente un contemporáneo de Abraham, y se expresa en su declaración de fe en Job 19:25-27: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro, aunque mi corazón desfallece dentro de mí”. Aquí Job afirma no solamente su propia resurrección personal, sino la verdad de que su Redentor vive y que se manifestará en su vida. Además, en el N.T. se revela cómo todos los hombres serán al fin resucitados (Jn. 5:28, 29; Ap. 20:4-6, 12, 13).

Por otra parte, hay muchas referencias específicas en el A.T. que anticipan la resurrección del cuerpo humano; por ejemplo, en Job 14:13-15; 17:15; 49:15; Is. 26:19; Dn. 12:2; Os. 13:14. Otra mención interesante la hallamos en el Sal. 16:9, 10, donde el salmista David declara: “Se alegró, por tanto, mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará confiadamente; porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción”.  Aquí David no solo muestra que él espera personalmente la resurrección, sino que sus palabras también aplican a Jesucristo, porque él no estaría en la tumba el tiempo suficiente para que su cuerpo se corrompiera. Este pasaje es citado por Pedro en Hch. 2:24-31 y por Pablo en Hch. 13:34-37 señalando la resurrección de Cristo.

Asimismo, la resurrección de Cristo se menciona también en el Salmo 22, donde Cristo declara de forma profética que él anunciará su nombre a sus hermanos (Sal. 22:22). En el Sal. 118:22-24 la exaltación de Cristo de convertirse en la piedra angular se define en Hch. 4:10, 11, resaltando la resurrección de Cristo como prueba de su divinidad. Además, la resurrección de Cristo se encuentra anticipada en la tipología del A.T. en el sacerdocio de Melquisedec (Gn. 14:18; Heb. 7:15-17, 23-25).

En síntesis, la doctrina de la resurrección de todos los hombres, tanto como la resurrección de Cristo, se establece así desde el A.T.

II. Las predicciones de Cristo de su propia resurrección
Frecuentemente, en los evangelios, Cristo predice ambas cosas, su propia muerte y su resurrección (Mt. 16:21; 17:22, 23; 20:17-19; 26:12, 28-32; Mr. 9:30-32; 14:28; Lc. 9:22; 18:31-34; Jn. 2:19-22; 10:17, 18). Las predicciones son tan frecuentes, tan explícitas y dadas en tan numerosos y diferentes contextos que no puede haber duda alguna de que Cristo predijo su propia muerte y resurrección, y el cumplimiento de estas predicciones verifica la exactitud de la profecía. Si no fuese real y preciso que Cristo resucitó, entonces tendríamos que concluir que el cristianismo sería una farsa y que Cristo sería un personaje falso y mentiroso; sin embargo, en el punto que sigue veremos que Cristo ciertamente cumplió sus promesas y se levantó entre los muertos, y hay múltiples pruebas de ello.

III. Pruebas de la resurrección de Cristo
El N.T. presenta pruebas históricas auténticas de la resurrección de Cristo; a continuación, revisemos las apariciones y las revelaciones de Cristo que ocurrieron después de su resurrección:

1. Aparición a María Magdalena (Jn. 20:11-17; Mr. 16:9-11).
2. Aparición a María Magdalena y a la otra María (Mt. 28:9, 10).
3. Aparición a Pedro (Lc. 24:34; 1 Cor. 15:5).
4. Aparición de Cristo a los diez discípulos, que se refiere colectivamente como «los once», estando Tomás ausente (Jn. 20:19-24).
5. Aparición a los once discípulos una semana después de su resurrección, estando presente Tomás (Jn. 20:24-29).
6. Aparición a siete de los discípulos en el Mar de Galilea (Jn. 21:1-23).
7. Aparición a los quinientos creyentes (1 Cor. 15:6).
8. Aparición a Santiago el hermano del Señor (1 Cor. 15:7).
9. Aparición a los once discípulos en la montaña en Galilea (Mt. 28:16-20; 1 Cor. 15:7).
10. Aparición a sus discípulos con ocasión de su ascensión desde el Monte de los Olivos (Mr. 16:14; Lc. 24:36-53; Hch. 1:1-9).
11. Revelación a Esteban del Cristo resucitado y sentado a la diestra de Dios, momentos antes de su martirio (Hch. 7:55, 56).
12. Aparición a Pablo en el camino a Damasco (Hch. 9:3-6, 27; 22:6-11; 26:12-18; 1 Cor. 15:8).
13. Aparición de Cristo a Pablo en el templo (Hch. 22:17-21).
14. Aparición de Cristo a Pablo cuando estaba en prisión (Hch. 23:11).
15. Aparición de Cristo al apóstol Juan (Ap. 1:9-20).

El número de estas apariciones, la gran variedad de circunstancias y las evidencias que confirman todo lo que rodea a estas apariciones, constituyen la más poderosa evidencia histórica de que Cristo se levantó de los muertos.

Además de las pruebas que nos dan sus apariciones, puede aún citarse más evidencia que sostiene este hecho:

*La tumba estaba vacía después de su resurrección (Mt. 28:6; Mr. 16:6; Lc. 24:1-12; Jn. 20:1-8).
*Los testigos de la resurrección de Cristo no eran gente tonta ni fácil de engañar. De hecho, ellos eran lentos para comprender la evidencia (Jn. 20:9-29) pero una vez convencidos de la realidad de su resurrección, deseaban morir por su fe en Cristo y así lo hicieron según los registros de la historia universal.
* Es también evidente que hubo un gran cambio en los discípulos después de la resurrección y su pena fue reemplazada con gozo y fe debido a las apariciones del Cristo resucitado.
* Más adelante, el libro de los Hechos testifica del poder divino del Espíritu Santo en los discípulos después de la resurrección de Cristo, el poder del evangelio el cual ellos proclamaron, y las evidencias de los milagros que Dios hizo a través de ellos de forma reiterativa.
* El día de Pentecostés en Jerusalén es otra prueba importante, ya que el Espíritu Santo descendió sobre 120 discípulos de Cristo y hablaron en lenguas diversas que nunca habían estudiado, proclamando las maravillas de Dios; luego, el apóstol Pedro predica del Cristo resucitado y tres mil judíos creen en Cristo, en su muerte y en su resurrección, y son bautizados en Cristo.
* Por otro lado, la costumbre de la Iglesia primitiva de observar el primer día de la semana para reunirse (el domingo), el momento de celebrar la Cena del Señor y traer sus ofrendas, es otra evidencia histórica (Hch. 20:7; 1 Cor. 16:2).
- El mismo hecho de que la Iglesia primitiva nació y se desarrolló a pesar de la persecución y muerte de los apóstoles, es una evidencia de que los discípulos y los nuevos creyentes tenían la completa certeza de la resurrección de Cristo.
- El evangelio ha sido predicado durante aproximadamente dos mil años, millones de personas han creído en Cristo y experimentan que él está vivo; todo aquel que ha invocado el nombre de Cristo y ha puesto su confianza en él de verdad, ha tenido la bendición de recibir una nueva vida, sus pecados han sido perdonados, su forma de pensar, hablar y vivir ha sido renovada, y la presencia de Cristo se ha hecho real en su corazón. Todo esto y más evidencia claramente que Cristo no se quedó en la tumba como muchos pensadores, líderes y religiosos de la historia (Buda, Mahoma, Confucio, etc.). Él está vivo; la promesa de la Biblia y de Dios es que todo aquel que invoca su nombre y cree en él, tendrá una experiencia personal y genuina con su amor, su gracia y su perdón. Si todavía no lo has experimentado, te invito a que invoques su nombre y reconozcas que él es el único y suficiente Salvador, que perdona tus pecados y cambia tu vida para que seas una nueva criatura y realmente puedas agradar a Dios en toda tu manera de vivir. Ya no tengas más culpas ni temor si confías en su sangre y en su obra en la cruz, porque llevó todos tus pecados y te dará vida eterna.

IV. Razones para la resurrección de Cristo

Por lo menos pueden citarse siete razones importantes para la resurrección de Cristo:

1. Cristo resucitó debido a quien es él: el Autor de la vida (Hch. 2:24; 3:15).
2. Cristo resucitó para cumplir con el pacto de Dios con David (2 Sam. 7:12-16; Sal. 89:20-37; Is. 9:6, 7; Lc. 1:31-33; Hch. 2:25-32).
3. Cristo resucitó para ser el dador de la vida resucitada a los creyentes en la gloria eterna de Dios (Jn. 10:10, 11; 11:25, 26; Ef. 2:6; Col. 3:1-4; 1 Jn. 5:11, 12).
4. Cristo resucitó de modo que él sea la fuente del poder de la resurrección (Mt. 28:18; Ef. 1:19-21).
5. Cristo resucitó para ser la Cabeza sobre la Iglesia (Ef. 1:22, 23).
6. Cristo resucitó para que nuestra justificación sea cumplida (Rom. 4:25).
7. Cristo resucitó para ser las primicias (el comienzo, el primer fruto) de la resurrección (1 Cor. 15:20-23).

V. El significado de la resurrección de Cristo


La resurrección de Cristo, a causa de su carácter histórico, constituye la prueba más importante de la deidad de Jesucristo. Esta fue una gran victoria sobre el pecado y la muerte, y es también una prueba de la validez del poder divino, como está declarado en Ef. 1:19-21. Dado que la resurrección es una doctrina tan sobresaliente, el primer día de la semana en esta dispensación ha sido apartado para la conmemoración de la resurrección de Jesucristo, y, de acuerdo a ello, toma un lugar primordial en el cristianismo. La resurrección es, por lo tanto, la piedra angular de nuestra fe cristiana, y como Pablo lo expresa en 1 Cor. 15:17: “Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados”. Por haber resucitado Cristo, nuestra fe cristiana es segura y eficaz, la victoria final de Cristo es cierta y nuestra vida está completamente justificada ante Dios.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Dios el Hijo Parte IV


- La muerte de Cristo está representada como un acto de obediencia a la ley que los pecadores han quebrantado, cuyo hecho constituye una propiciación o satisfacción de todas las justas demandas de Dios sobre el pecador. La palabra griega hilasterion se usa para el «propiciatorio» (Heb. 9:5), el cual era la tapa del arca en el lugar Santísimo, y que cubría la ley en el arca. En el Día de la Expiación el propiciatorio era rociado con sangre desde el altar (Lv. 16:14) y esto cambiaba el lugar de juicio en un lugar de misericordia (Heb. 9:11-15). De manera similar, el trono de Dios se convierte en un trono de gracia (Heb. 4:14-16) a través de la propiciación de la muerte de Cristo. Una palabra griega similar es hilasmos y se refiere al acto de propiciación (1 Jn. 2:2; 4:10); el significado es que Cristo, muriendo en la cruz, satisfizo completamente todas las demandas justas de Dios en cuanto al juicio para el pecado de la Humanidad. En Rom. 3:25, 26 Dios declara, por tanto, que él perdona en su justicia los pecados, sobre la base de que Cristo moriría y satisfaría completamente la ley de la justicia. En todo esto, Dios no es descrito como alguien que se deleita en la venganza sobre el pecador, sino más bien, un Dios el cual, a causa de su amor, se deleita en misericordia para el pecador. En la redención y propiciación, por lo tanto, el creyente en Cristo está seguro de que el precio ha sido pagado en su totalidad, que él ha sido puesto libre como pecador y que todas las demandas justas de Dios para el juicio sobre él, debido a sus pecados, han sido satisfechas.
 
- La muerte de Cristo no solo satisfizo a un Dios Santo, sino que proveyó el único medio para que el mundo fuese reconciliado con Dios. La palabra griega katallasso, que significa «reconciliar», tiene en sí el pensamiento de traer a Dios y al hombre juntos por medio de un cambio completo en el hombre. Aparece frecuentemente en varias formas en el N.T. (Rom. 5:10, 11; 11:15; 1 Cor. 7:11; 2 Cor. 5:18-20; Ef. 2:16; Col. 1:20, 21). El concepto en cuanto a reconciliación no significa que Dios cambie, sino que su relación hacia el hombre cambia debido a la obra redentora de Cristo. El hombre es perdonado, justificado y resucitado espiritualmente al nivel donde es reconciliado con Dios. El pensamiento no es que Dios sea reconciliado con el pecador, esto es, ajustado a un estado pecaminoso, sino más bien que el pecador es ajustado al carácter santo de Dios con un cambio y una nueva vida a través de Cristo. La reconciliación es para todo el mundo, puesto que Dios redimió al mundo y es la propiciación para los pecados de todo el mundo (2 Cor. 5:19; 1 Jn. 2:1, 2). Esta maravillosa provisión de Dios es completa y de largo alcance en la redención, propiciación y reconciliación para todo aquel que cree, no importando su condición de pecado.
 
- La muerte de Cristo quitó todos los impedimentos morales en la mente de Dios porque él ha sido satisfecho y el hombre es reconciliado con Dios si cree en la obra de Cristo. No hay más obstáculo para Dios en aceptar libremente y justificar a cualquiera que cree en Jesucristo como su Salvador (Rom. 3:26). A partir de la muerte de Cristo, el infinito amor y el poder de Dios se ven libres de toda restricción para salvar, por haberse cumplido en ella todos los juicios que la justicia divina podría demandar contra el pecador.

- En su muerte, Cristo llegó a ser el sustituto que sufrió la pena o castigo que merecía el pecador (Lv. 16:21; Is. 53:6; Mt. 20:28; Jn. 10:11; Lc. 22:37; Rom. 5:6-8; 1 Ped. 3:18). Esta verdad es la garantía para todo aquel que se acerque a Dios en busca de salvación. Además, éste es un hecho que cada individuo debe creer concerniente a su propia relación con Dios en lo que respecta al problema del pecado. Creer en forma general que Cristo murió por el mundo no es suficiente; se demanda en las Escrituras una convicción personal de que el pecado de uno mismo fue el que Cristo, nuestro sustituto, llevó completamente en la cruz. Esta es la fe que lleva a una experiencia de perdón, descanso interior, gozo inexplicable y gratitud profunda hacia él (Heb. 9:14; 10:2; Rom. 15:13). La salvación es una obra poderosa de Dios que se realiza en aquel que cree en Cristo Jesús de verdad como Salvador.
 
FALACIAS CONCERNIENTES A LA MUERTE DEL HIJO
 
La muerte de Cristo es a menudo mal interpretada. Cada cristiano hará bien en entender completamente la falacia de las enseñanzas erróneas que sobre este tema se están propagando extensamente en el día de hoy:
 
* Se afirma que la doctrina de la sustitución es inmoral o injusta porque, según se dice, Dios no podía, actuando en estricta justicia, colocar sobre una víctima inocente los pecados del culpable. Esta enseñanza podría merecer más seria consideración si se pudiera probar que Cristo fue una víctima involuntaria; pero, por el contrario, la Biblia revela que él estaba en completa afinidad con la voluntad de su Padre y era impulsado por el mismo infinito amor (Jn. 13:1; Heb. 10:7). De la misma manera, en el misterio de la Divinidad, era Dios quien «estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo» (2 Cor. 5:19). Lejos de ser la muerte de Cristo una imposición, era Dios mismo, el Juez justo, quien en un acto de amor y sacrificio de sí mismo, sufrió todo el castigo que su propia santidad demandaba para el pecador.
* Se asegura que Cristo murió como un mártir y que el valor de su muerte consiste en su ejemplo de valor y lealtad a sus convicciones. Basta contestar a esta afirmación errónea que, siendo Cristo el Cordero ofrecido en sacrificio por Dios, su vida no fue arrebatada por hombre alguno, sino que él la puso de sí mismo para volverla a tomar (Jn. 10:18; Hch. 2:23).
* Se dice que Cristo murió para ejercer cierta influencia de carácter moral, es decir, que los hombres que contemplan el hecho extraordinario del Calvario serán movidos a dejar su vida pecaminosa porque en la cruz se revela con singular intensidad lo que es el concepto divino acerca del pecado. Esta teoría, que no tiene ningún fundamento en las Escrituras, da por establecido que Dios está buscando actualmente la reformación de los hombres, cuando en realidad la cruz es la base para su regeneración, no por el acto en sí de morir sino por la sustitución de Cristo, llevando el castigo que todos nosotros merecemos por nuestros pecados.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Dios el Hijo Parte III


III. Su Muerte Vicaria

En la Escritura se revela la muerte de Cristo como un sacrificio por los pecados de todo el mundo. De acuerdo a ello, Juan el Bautista presentó a Jesús con las palabras: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn. 1:29). Jesús, en su muerte, fue el sustituto muriendo en el lugar de todos los hombres y esta verdad se confirma constantemente en las Escrituras. Por medio de la muerte vicaria (como representante del hombre) los juicios justos de Dios contra el pecador fueron llevados por Cristo. El resultado de esta sustitución es tan simple y definitivo como una transacción porque el Salvador ya ha cargado con los juicios divinos contra el pecador a total satisfacción de Dios. Para recibir la salvación que Dios ofrece, se les pide a los hombres que crean en esta obra de Cristo, reconociendo que él murió por sus pecados y por este medio reclamar a Jesucristo como su Salvador personal.
 
La palabra «sustitución» expresa solo parcialmente todo lo que se llevó a cabo en la muerte de Cristo. En realidad, no hay un término que pudiéramos decir que incluye el todo de esa obra incomparable. El uso popular ha tratado de introducir para este propósito la palabra expiación; pero este vocablo no aparece ni una sola vez en el N.T.; no obstante, en Heb. 2:17 aparece este vocablo referido a Cristo y, de acuerdo a su uso en el A.T., significa solamente cubrir el pecado. Esto proveía una base para un perdón temporal “a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados” (Rom. 3:25). Aunque en los tiempos del A.T. se requería nada más que el sacrificio de un animal para remitir los pecados («tolerar», «pasar por alto» sin castigo, Hch. 17:30), Dios estaba actuando en perfecta justicia al hacer este requerimiento, puesto que él miraba hacia la manifestación de su Cordero, el cual vendría no solamente a pasar por alto o cubrir el pecado, sino a quitarlo de una vez y para siempre (Jn. 1:29).
 
LO QUE IMPLICA LA MUERTE DEL HIJO
 
Al considerar el valor total de la muerte de Cristo deben distinguirse los siguientes hechos:
 
- La muerte de Cristo nos da seguridad del amor de Dios hacia el pecador (Jn. 3:16; Rom. 5:8; 1 Jn. 3:16; 4:9); sin embargo, Dios espera de los creyentes salvos una vida digna de su llamamiento y demanda un cambio en cada área para ser luz en medio de una sociedad que vive lejos de la voluntad perfecta de Dios (2 Cor. 5:14-17; 1 Ped. 2:11-25).

- La muerte de Cristo es una redención o rescate pagando las demandas santas de Dios para el pecador y para liberar al pecador de la justa condenación. Es significativo que la palabra «por» significa «en lugar de» o «en favor de», y es usada en cada pasaje en el N.T. donde se menciona la muerte de Cristo como un rescate (Mt. 20:28; 1 Tim. 2:6). La muerte de Cristo fue un castigo necesario, el cual él cargó por el pecador (Rom. 4:25; 2 Cor. 5:21; Gál. 1:4; Heb. 9:28). Al pagar el precio de nuestro rescate Cristo nos redimió y en el N.T. se usan tres importantes palabras griegas para expresar esta idea:

a) Agorazo: quiere decir «comprar en un mercado» (agora significa «mercado»). El hombre, en su pecado, es considerado bajo la sentencia de muerte (Jn. 3:18, 19; Rom. 6:23), un esclavo «vendido bajo pecado» (Rom. 7:14), pero en el acto de la redención es comprado por Cristo a través del derramamiento de su sangre (1 Cor. 6:20; 7:23; 2 Ped. 2:1; Ap. 5:9; 14:3, 4).
b) Exagorazo: significa «comprar y sacar del mercado de la venta», lo que agrega el pensamiento no solo de la compra, sino también de que nunca más estará expuesto a la venta (Gál. 3:13; 4:5), indicando que la redención es una vez y para siempre.
c) Lutroo: «dejar libre» (Lc. 24:21; Tito 2:14; 1 Ped. 1:18). La misma idea se encuentra en el vocablo lutrosis (Lc. 2:38; Heb. 9:12), y otra expresión similar, epoiesen lutrosin (Lc. 1:68), y otra forma usada frecuentemente, apolutrosis, indicando que se libera a un esclavo (Lc. 21:28; Rom. 3:24; 8:23; 1 Cor. 1:30; Ef. 1:7, 14; 4:30; Col. 1:14; Heb. 11:35). El concepto de la redención incluye la compra, el quitar de la venta, y la completa libertad del rescate individual a través de la muerte de Cristo y la aplicación de la redención por medio del Espíritu Santo.
Así, también, la muerte de Cristo fue una ofrenda por el pecado, no semejante a las ofrendas de animales presentadas en tiempos del A.T., las cuales podían solamente cubrir el pecado, en el sentido de dilatar el tiempo del justo y merecido juicio contra el pecador. En su sacrificio Cristo llevó sobre «su cuerpo en el madero» nuestros pecados, quitándolos de una vez y para siempre (Is. 53:7-12; Jn. 1:29; 1 Cor. 5:7; Ef. 5:2; Heb. 9:22, 26; 10:14). 

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Dios el Hijo Parte II


Al considerar la encarnación deben de admitirse dos verdades importantes: 1) Cristo fue al mismo tiempo, y en un sentido absoluto, verdadero Dios y verdadero hombre; y 2) al hacerse él carne, aunque dejó a un lado su gloria, en ningún sentido dejó a un lado su deidad. En su encarnación él retuvo cada atributo esencial de su deidad porque su total deidad y su completa humanidad fueron esenciales para su obra en la cruz. Si él no hubiera sido hombre, no podría haber muerto y si él no hubiera sido Dios, su muerte no hubiera tenido tan infinito valor.

Juan declara que Cristo, quien era uno con Dios y era Dios desde toda la eternidad, se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn. 1:1, 14). Pablo, asimismo, declara que Cristo, quien era en forma de Dios, tomó sobre sí mismo la semejanza de hombre (Fil. 2:6, 7); «Dios fue manifestado en carne» (1 Tim. 3:16); y él, quien fue la total revelación de la gloria de Dios, fue la exacta imagen de su persona (Heb. 1:3). Lucas, en más amplios detalles, presenta el hecho histórico de su encarnación, así como su concepción y su nacimiento (Lc. 1:26-38; 2:1-7).

La Biblia presenta muchos contrastes, pero ninguno más sorprendente que aquel que Cristo, en su persona, debería ser al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. Las evidencias de estos contrastes en las Escrituras son muchas: él estuvo cansado (Jn. 4:6), y él ofreció descanso a los que estaban trabajados y cargados (Mt. 11:28); él tuvo hambre (Mt. 4:2), y él era «el pan de vida» (Jn. 6:35); él tuvo sed (Jn. 19:28), y él era el agua de vida (Jn. 7:37). Él estuvo en agonía (Lc. 22:44), y curó toda clase de enfermedades y alivió todo dolor (Hch. 10:38). Aunque había existido desde la eternidad (Jn. 8:58), él creció «en edad» como crecen todos los hombres (Lc. 2:40). Sufrió la tentación (Mt. 4:1) y, como Dios, no podía ser tentado (Stg. 1:13). Se limitó a sí mismo en su conocimiento (Lc. 2:52), aún cuando en él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col. 2:3).

Refiriéndose a su humillación, él fue hecho un poco menor que los ángeles (Heb. 2:6-10), aunque también dijo: “Mi Padre es mayor que yo” (Jn. 14:28); “Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30); y “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9).

Él oraba (Lc. 6:12), y él contestaba las oraciones (Mt. 8:1-4). Lloró ante la tumba de Lázaro (Jn. 11:35), y después resucitó al muerto (Jn. 11:43). Él preguntó: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mt. 16:13), aunque él no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre (Jn. 2:25). Cuando estaba en la cruz exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mr. 15:34), pero el Padre estaba en aquel momento en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo (2 Cor. 5:19). Él es la vida eterna; sin embargo, murió por nosotros. Él es el hombre ideal para Dios y el Dios ideal para el hombre. De todo esto se desprende que el Señor Jesucristo vivió a veces su vida terrenal en la esfera de lo que es perfectamente humano, y en otras ocasiones, en la esfera de lo que es perfectamente divino. Y es necesario tener presente que el hecho de su humanidad nunca puso límite, de ningún modo, a su Ser divino, ni le impulsó a echar mano de sus recursos divinos para suplir sus necesidades humanas en momentos de dificultad porque la voluntad del Padre fue su prioridad; solo manifestó su gloria y mostró su poder extraordinario cuando fue parte del plan de Dios. Cuando estuvo en el desierto, él tenía el poder de convertir las piedras en pan a fin de saciar su hambre, pero no lo hizo (Mt. 4:1-4); asimismo, cuando fue apresado por los romanos y torturado, pudo escapar para evadir el sufrimiento que esto representaba y cuando estuvo en la cruz, pudo haberse bajado de allí para librar su vida de la muerte, pero no lo hizo por amor de nosotros y para darnos el perdón de pecados y la vida eterna.

I. El hecho de la humanidad de Cristo

1. La humanidad de Cristo fue determinada antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4-7; 3:11; Ap. 13:8). El principal significado del tipo del Cordero está en el cuerpo físico que se ofrece en sacrificio cruento a Dios.
2. Cada tipo y profecía del A.T. concerniente a Cristo anticipa el advenimiento del Hijo de Dios en su encarnación.
3. El hecho de la humanidad de Cristo se ve en la anunciación del ángel a María y en el nacimiento de Jesús como un niño en su vientre (Lc. 1:31-35).
4. La vida terrenal de Cristo revela su humanidad: a) Por sus nombres: «el Hijo del hombre», «el Hijo de David», y otros semejantes; b) por su ascendencia terrenal: se le menciona como «el primogénito de María» (Lc. 2:7), «la descendencia de David» (Hch. 2:30; 13:23), «la descendencia de Abraham» (Mt. 1:1-17; Heb. 2:16, 17), «nacido de mujer» (Gál. 4:4), «vástago de Judá» (Is. 11:1); c) por el hecho de que él poseía parte material y parte inmaterial como humano  (Mt. 26:38; Jn. 13:21; 1 Jn. 4:2, 3); y d) por las limitaciones humanas que él mismo se impuso.
5. La humanidad de Cristo se manifiesta en su muerte y resurrección. Fue un cuerpo humano el que sufrió la muerte en la cruz, y fue ese mismo cuerpo el que surgió de la tumba en gloriosa resurrección.
6. La realidad de la humanidad de Cristo se ve también en su ascensión a los cielos y en el hecho de que él está allí, en su cuerpo humano glorificado, intercediendo por los suyos.
7. Y en su segunda venida se manifestará en el mismo cuerpo, aunque ya glorificado, el cual adoptó en el milagro de la encarnación y con el cual murió en la cruz (Zac. 12:10; Jn. 19:37).

II. Las razones bíblicas de la encarnación

1. Cristo vino al mundo para revelar al Padre ante los hombres (Mt. 11:27; Jn. 1:18; 14:9; Rom. 5:8). Por medio de la encarnación de Cristo, el Dios a quien los hombres no podían comprender, se revela en términos que son accesibles al entendimiento humano.
2. Cristo vino a revelar la condición caída del hombre y el ideal de Dios para el hombre; por eso, él es el hombre ideal según el diseño de Dios, y como tal, se presenta como un ejemplo para los que creen en él (1 Ped. 2:21), pues su objetivo es transformarlos a su imagen para que vivan en la perfecta voluntad del Padre.
3. Cristo vino a ofrecer un sacrificio por el pecado. Por esta causa, él da alabanza por su cuerpo a Dios, y esto lo hace en relación con el sacrificio perfecto y único que él ofreció en la cruz por nuestro pecado (Heb. 10:1-10).
4. Cristo se hizo carne a fin juzgar al diablo y destruir sus obras (Jn. 12:31; 16:11; Col. 2:13-15; Heb. 2:14; 1 Jn. 3:8).
5. Cristo vino al mundo para ser “misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere” (Heb. 2:16, 17; 8:1; 9:11, 12, 24).
6. Cristo se hizo carne para cumplir el pacto de Dios con David (2 Sam. 7:16; Hch. 2:30, 31; Rom. 15:8-12). Él aparecerá en su cuerpo humano resucitado y glorificado, y reinará como “Rey de reyes y Señor de señores”, y se sentará en el trono de David su padre (Lc. 1:31-33; Ap. 19:16).
7. Por medio de su encarnación, Cristo llegó a ser “cabeza sobre todas las cosas y de la iglesia, la cual es su cuerpo” (Ef. 1:22, 23). En la encarnación, el Hijo de Dios tomó para sí, no solamente un cuerpo humano, sino también un alma y un espíritu humanos. Y poseyendo de este modo tanto la parte material como la inmaterial de la existencia humana, llegó a ser un hombre en todo el sentido que esta palabra encierra; por tanto, se identifica tan estrecha y permanentemente con los hijos de los hombres, que él es correctamente llamado “el postrer Adán”; y “el cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21) que está resucitado, es ahora una realidad que permanece para siempre y la promesa para los creyentes es que tendremos un cuerpo semejante al suyo en la resurrección de los muertos y en la eternidad.

El Cristo que es el Hijo Eterno, fue también el hijo de María, el niño de Nazaret, el Maestro de Judea y Galilea, y el Cordero del Calvario. Y un día se manifestará como el Rey de gloria, así como ahora es el Salvador de los hombres, el Sumo Sacerdote que está en los cielos, el Esposo que viene por su Iglesia, y el Señor de todo.