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Dios el Padre por relación íntima
El
concepto y relación del padre y el hijo se usan en el A.T. en muchas instancias
para relacionar a Dios con Israel. De acuerdo a Éx. 4:22, Moisés dijo al
Faraón: “Israel es mi hijo, mi
primogénito”. Esto era más que ser meramente su Creador y era menos que
decir que ellos eran regenerados, pues no todo Israel tenía vida espiritual
(como se afirma de los creyentes en Cristo). Así pues, esta relación especial
de cuidado divino y solicitud para con Israel es similar a la de un padre hacia
un hijo.
Posteriormente,
Dios reveló a David que su relación hacia Salomón sería como de un padre hacia
un hijo. El dijo a David: “Yo le seré a
él padre, y él me será a mí hijo” (2 Sam. 7:14). En general, Dios declara
que su cuidado como un Padre será sobre todos aquellos que confían en él como
su Dios. Sal. 103:13 dice: “Como el padre
se compadece de sus hijos, se compadece Jehová de los que le temen”.
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Dios como el Padre de nuestro Señor Jesucristo
La
revelación más importante y extensa con respecto a la paternidad de Dios se
relaciona con la vinculación de la Primera Persona a la Segunda Persona. La
Primera Persona se describe como “el Dios
y Padre de Nuestro Señor Jesucristo” (Ef. 1:3). Esta es la revelación
teológica más comprensiva del N.T.: Dios el Padre, la Primera Persona, es el
Padre del Señor Jesucristo, la Segunda Persona.
El
hecho de que Jesucristo en el N.T. sea llamado frecuentemente como el Hijo de
Dios, y que los atributos y obras de Dios le sean constantemente asignados, constituye
la prueba de la deidad de Jesucristo y la doctrina de la Trinidad como un todo,
con Cristo como la Segunda Persona en relación a la Primera Persona, así como
un hijo está relacionado a un padre.
Obviamente
los términos «padre» e «hijo» son usados de parte de Dios para describir la
íntima relación de la Primera y Segunda Persona, sin cumplir necesariamente
todos los aspectos que serían verdaderos en una relación humana de padre e
hijo. Esto es especialmente evidente en el hecho de que ambos, el Padre y el
Hijo, son eternos. Sin embargo, en el siglo IV d.C. Arrio dijo que el Hijo fue
el primero de todos los seres creados pero este error fue denunciado por la
Iglesia temprana como una herejía, en vista del hecho de que la Segunda Persona
es tan eterna como la Primera Persona. Realmente, la Segunda Persona ha sido un
Hijo en relación a la Primera Persona desde toda la eternidad y este título no
aplica solo al tiempo cuando se hizo hombre sino que ha sido una realidad en la
eternidad antes de la creación y sigue vigente para siempre por todos los siglos.
La
relación del Padre y el Hijo se refiere a una unidad perfecta desde toda la
eternidad, en contraste a la Encarnación, en la cual el Padre estaba
relacionado a la humanidad de Cristo, la cual empezó en el tiempo de su manifestación
en carne.
Usando
los términos Padre e Hijo para describir la Primera y Segunda Personas, los
términos son elevados a su más alto nivel, indicando unidad de vida, unidad de
carácter y atributos, y aún una relación en la cual el Padre pudiera dar y
enviar al Hijo, quien vino en obediencia para morir en la cruz. Así pues, la
obediencia de Cristo está basada sobre su calidad de Hijo, no en ninguna
desigualdad con Dios el Padre en la unidad de la Trinidad ni porque sea
inferior en ningún sentido.
La
relación entre la Primera y la Segunda Personas de la Trinidad es en realidad
como la de un padre con su hijo y la de un hijo con su padre (2 Cor. 1:3; Gál.
4:4; Heb. 1:2); esta ilustración bíblica se ha planteado debido a que los seres
humanos podemos identificarnos con esta realidad ya que hace parte de nuestra
experiencia.
Miremos
algunas declaraciones bíblicas que confirman esta enseñanza:
1.
Se declara que el Hijo de Dios ha sido engendrado por el Padre (Sal. 2:7; Jn.
1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn. 4:9). Obviamente, esto aplica a su encarnación.
2.
El Padre reconoce como su Hijo al Señor Jesucristo (Mt. 3:17; 17:5; Lc. 9:35).
3.
El Señor Jesucristo reconoce a la Primera Persona de la Trinidad como su Padre
(Mt. 11:27; 26:63, 64; Lc. 22:29; Jn. 8:16-29, 33-44; 17:1).
4.
Los hombres reconocen que Dios el Padre es el Padre del Señor Jesucristo (Mt.
16:16; Mr. 15:39; Jn. 1:34, 49; Hch. 3:13).
5.
El Hijo manifiesta su reconocimiento del Padre, sometiéndose a él (Jn. 8:29,
49).
6.
Aún los demonios reconocen la relación que existe entre el Padre y el Hijo (Mt.
8:29).
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Dios como el Padre de todos los que creen en Jesucristo como Salvador y Señor
En
contraste al concepto de Dios el Padre como el Creador, el cual se extiende a
todas las criaturas, está la verdad bíblica de que Dios es el Padre, en una
manera espiritual, de aquellos que creen en Cristo y que han recibido perdón de
sus pecados y vida eterna.
El
hecho de que Dios es el Padre de toda la creación no asegura la salvación de
todos los hombres ni tampoco les da a todos vida eterna. La Escritura declara
que hay salvación solo para aquellos que han recibido a Cristo por la fe como
su Salvador. La afirmación de que Dios el Padre es el Padre de toda la
Humanidad, y que hay, por lo tanto, una hermandad universal entre los hombres
como criaturas, no significa que todos son salvos e irán al cielo. La Escritura
enseña, en lugar de lo anterior, que solo aquellos que creen en Cristo para
salvación son hijos de Dios en un sentido espiritual. Esto no se debe entender
en el terreno del nacimiento natural dentro de la raza humana, ni en el terreno
en el cual Dios es su Creador, sino que está basado sobre el segundo nacimiento
(espiritual) que es el nacimiento dentro de la familia de Dios en el cual el creyente
es llamado hijo de Dios (Gál. 3:26; Ef. 2:19; 5:1).
Por
medio de la obra de regeneración que efectúa el Espíritu Santo, el creyente es
hecho un hijo legítimo de Dios y siendo Dios su Padre en verdad, el redimido es
impulsado por el Espíritu a exclamar: “Abba,
Padre” (Gál. 4:4-7).
Los
hebreos, en el siglo I, utilizaban tres lenguas. En el culto del Templo
empleaban el hebreo; en las tareas administrativas y oficiales se valían del
griego; en la vida familiar, con los amigos, y en la oración personal, usaban
el arameo.
La
palabra aramea “abba” fue originalmente (II a.C.) un término del lenguaje
infantil: significaba “papá”. En la época del N.T. (I d.C.), el uso no se
limitaba al habla de los niños, también la utilizaban los jóvenes y adultos
para dirigirse a su padre, cuando la relación era muy entrañable. La mejor
traducción de “abba” es “padre mío querido”. La voz “abba” denota
que la relación padre-hijo reposa en la confianza, el respeto, el cuidado, la
responsabilidad, el cariño y el conocimiento: el hijo está sostenido en las
buenas manos del padre; él sabe que el padre nunca le abandonará sino que le
cuidará con amor.
La
religión judía del siglo I raramente se dirigía a Dios como Padre. En cambio
Jesús, al comunicarse con Dios, le llama Padre (Lc. 10:21); y matiza el
significado de Padre con la denominación “Abba,
Padre” (Mr. 14:36): el Padre no es alguien distante, sino quien sostiene
con ternura la vida de Jesús y la alienta con su misericordia.
Jesús
proclama que Dios es nuestro Padre (Mt. 5:45): el “abba” que especialmente
cuida de nosotros. Jesús, al enseñarnos el “Padre nuestro” (Mt. 6:9-13), nos
invita a dejarnos abrazar por Dios, y a vivir con alegría el evangelio para
sembrarlo en el corazón del mundo, tan necesitado de gracia y de ternura.
Por
otro lado, por haber nacido de Dios, el creyente ya es participante de la
naturaleza divina y sobre la base de ese nacimiento, ha llegado a ser un
heredero de Dios y coheredero con Cristo (Jn. 3:3-6; Rom. 8:16, 17; Tito 3:4-7;
1 Ped. 1:3-5).
Existe
otra prueba de que todos los hombres no son, por su nacimiento natural, hijos
espirituales de Dios. Jesús dijo a los judíos incrédulos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Jn. 8:44). Y de manera
semejante se expresa cuando, al describir a los no regenerados, dice: “La cizaña son los hijos del malo” (Mt.
13:38). Por otra parte, el apóstol Pablo dice que los no salvos son “hijos de desobediencia” e “hijos de ira” (Ef. 2:2, 3).
Siempre
debe recalcarse que ningún ser humano puede por su propia fuerza convertirse en
un hijo espiritual de Dios. Esta es una transformación que solo Dios es capaz
de hacer, y él la efectúa con base en la única condición que él mismo ha
establecido, es decir, que Cristo sea creído y recibido en su carácter de único
y suficiente Salvador (Jn. 1:12, 13). De lo contrario, el pecador seguirá siendo
un hijo del diablo y su fin será la condenación eterna.
La
paternidad de Dios es una doctrina importante del N.T. (Jn. 20:17; 1 Cor.
15:24; Ef. 1:3; 2:18; 4:6; Col. 1:12-14; 1 Jn. 1:3; 2:1, 22; 3:1). Por eso, la
seguridad del amor y el cuidado de nuestro Padre Celestial son un gran consuelo
para los cristianos nacidos de nuevo y un estímulo a la fe y la oración.
Además, nuestro mayor deseo debe ser cada día amar, honrar y obedecer más al
Padre así como Cristo lo hizo; solo entonces podremos ser hijos amados en los
cuales el Padre tiene complacencia.
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