lunes, 7 de septiembre de 2015

Dios el Padre Parte II


- Dios el Padre por relación íntima
El concepto y relación del padre y el hijo se usan en el A.T. en muchas instancias para relacionar a Dios con Israel. De acuerdo a Éx. 4:22, Moisés dijo al Faraón: “Israel es mi hijo, mi primogénito”. Esto era más que ser meramente su Creador y era menos que decir que ellos eran regenerados, pues no todo Israel tenía vida espiritual (como se afirma de los creyentes en Cristo). Así pues, esta relación especial de cuidado divino y solicitud para con Israel es similar a la de un padre hacia un hijo.

Posteriormente, Dios reveló a David que su relación hacia Salomón sería como de un padre hacia un hijo. El dijo a David: “Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo” (2 Sam. 7:14). En general, Dios declara que su cuidado como un Padre será sobre todos aquellos que confían en él como su Dios. Sal. 103:13 dice: “Como el padre se compadece de sus hijos, se compadece Jehová de los que le temen”.

- Dios como el Padre de nuestro Señor Jesucristo
La revelación más importante y extensa con respecto a la paternidad de Dios se relaciona con la vinculación de la Primera Persona a la Segunda Persona. La Primera Persona se describe como “el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo” (Ef. 1:3). Esta es la revelación teológica más comprensiva del N.T.: Dios el Padre, la Primera Persona, es el Padre del Señor Jesucristo, la Segunda Persona.

El hecho de que Jesucristo en el N.T. sea llamado frecuentemente como el Hijo de Dios, y que los atributos y obras de Dios le sean constantemente asignados, constituye la prueba de la deidad de Jesucristo y la doctrina de la Trinidad como un todo, con Cristo como la Segunda Persona en relación a la Primera Persona, así como un hijo está relacionado a un padre.

Obviamente los términos «padre» e «hijo» son usados de parte de Dios para describir la íntima relación de la Primera y Segunda Persona, sin cumplir necesariamente todos los aspectos que serían verdaderos en una relación humana de padre e hijo. Esto es especialmente evidente en el hecho de que ambos, el Padre y el Hijo, son eternos. Sin embargo, en el siglo IV d.C. Arrio dijo que el Hijo fue el primero de todos los seres creados pero este error fue denunciado por la Iglesia temprana como una herejía, en vista del hecho de que la Segunda Persona es tan eterna como la Primera Persona. Realmente, la Segunda Persona ha sido un Hijo en relación a la Primera Persona desde toda la eternidad y este título no aplica solo al tiempo cuando se hizo hombre sino que ha sido una realidad en la eternidad antes de la creación y sigue vigente para siempre por todos los siglos.

La relación del Padre y el Hijo se refiere a una unidad perfecta desde toda la eternidad, en contraste a la Encarnación, en la cual el Padre estaba relacionado a la humanidad de Cristo, la cual empezó en el tiempo de su manifestación en carne.

Usando los términos Padre e Hijo para describir la Primera y Segunda Personas, los términos son elevados a su más alto nivel, indicando unidad de vida, unidad de carácter y atributos, y aún una relación en la cual el Padre pudiera dar y enviar al Hijo, quien vino en obediencia para morir en la cruz. Así pues, la obediencia de Cristo está basada sobre su calidad de Hijo, no en ninguna desigualdad con Dios el Padre en la unidad de la Trinidad ni porque sea inferior en ningún sentido.

La relación entre la Primera y la Segunda Personas de la Trinidad es en realidad como la de un padre con su hijo y la de un hijo con su padre (2 Cor. 1:3; Gál. 4:4; Heb. 1:2); esta ilustración bíblica se ha planteado debido a que los seres humanos podemos identificarnos con esta realidad ya que hace parte de nuestra experiencia.

Miremos algunas declaraciones bíblicas que confirman esta enseñanza:
1. Se declara que el Hijo de Dios ha sido engendrado por el Padre (Sal. 2:7; Jn. 1:14, 18; 3:16, 18; 1 Jn. 4:9). Obviamente, esto aplica a su encarnación.
2. El Padre reconoce como su Hijo al Señor Jesucristo (Mt. 3:17; 17:5; Lc. 9:35).
3. El Señor Jesucristo reconoce a la Primera Persona de la Trinidad como su Padre (Mt. 11:27; 26:63, 64; Lc. 22:29; Jn. 8:16-29, 33-44; 17:1).
4. Los hombres reconocen que Dios el Padre es el Padre del Señor Jesucristo (Mt. 16:16; Mr. 15:39; Jn. 1:34, 49; Hch. 3:13).
5. El Hijo manifiesta su reconocimiento del Padre, sometiéndose a él (Jn. 8:29, 49).
6. Aún los demonios reconocen la relación que existe entre el Padre y el Hijo (Mt. 8:29).

- Dios como el Padre de todos los que creen en Jesucristo como Salvador y Señor
En contraste al concepto de Dios el Padre como el Creador, el cual se extiende a todas las criaturas, está la verdad bíblica de que Dios es el Padre, en una manera espiritual, de aquellos que creen en Cristo y que han recibido perdón de sus pecados y vida eterna.

El hecho de que Dios es el Padre de toda la creación no asegura la salvación de todos los hombres ni tampoco les da a todos vida eterna. La Escritura declara que hay salvación solo para aquellos que han recibido a Cristo por la fe como su Salvador. La afirmación de que Dios el Padre es el Padre de toda la Humanidad, y que hay, por lo tanto, una hermandad universal entre los hombres como criaturas, no significa que todos son salvos e irán al cielo. La Escritura enseña, en lugar de lo anterior, que solo aquellos que creen en Cristo para salvación son hijos de Dios en un sentido espiritual. Esto no se debe entender en el terreno del nacimiento natural dentro de la raza humana, ni en el terreno en el cual Dios es su Creador, sino que está basado sobre el segundo nacimiento (espiritual) que es el nacimiento dentro de la familia de Dios en el cual el creyente es llamado hijo de Dios (Gál. 3:26; Ef. 2:19; 5:1).

Por medio de la obra de regeneración que efectúa el Espíritu Santo, el creyente es hecho un hijo legítimo de Dios y siendo Dios su Padre en verdad, el redimido es impulsado por el Espíritu a exclamar: “Abba, Padre” (Gál. 4:4-7).

Los hebreos, en el siglo I, utilizaban tres lenguas. En el culto del Templo empleaban el hebreo; en las tareas administrativas y oficiales se valían del griego; en la vida familiar, con los amigos, y en la oración personal, usaban el arameo.

La palabra aramea “abba” fue originalmente (II a.C.) un término del lenguaje infantil: significaba “papá”. En la época del N.T. (I d.C.), el uso no se limitaba al habla de los niños, también la utilizaban los jóvenes y adultos para dirigirse a su padre, cuando la relación era muy entrañable. La mejor traducción de “abba”  es “padre mío querido”. La voz “abba” denota que la relación padre-hijo reposa en la confianza, el respeto, el cuidado, la responsabilidad, el cariño y el conocimiento: el hijo está sostenido en las buenas manos del padre; él sabe que el padre nunca le abandonará sino que le cuidará con amor.

La religión judía del siglo I raramente se dirigía a Dios como Padre. En cambio Jesús, al comunicarse con Dios, le llama Padre (Lc. 10:21); y matiza el significado de Padre con la denominación “Abba, Padre” (Mr. 14:36): el Padre no es alguien distante, sino quien sostiene con ternura la vida de Jesús y la alienta con su misericordia.

Jesús proclama que Dios es nuestro Padre (Mt. 5:45): el “abba” que especialmente cuida de nosotros. Jesús, al enseñarnos el “Padre nuestro” (Mt. 6:9-13), nos invita a dejarnos abrazar por Dios, y a vivir con alegría el evangelio para sembrarlo en el corazón del mundo, tan necesitado de gracia y de ternura.

Por otro lado, por haber nacido de Dios, el creyente ya es participante de la naturaleza divina y sobre la base de ese nacimiento, ha llegado a ser un heredero de Dios y coheredero con Cristo (Jn. 3:3-6; Rom. 8:16, 17; Tito 3:4-7; 1 Ped. 1:3-5).

Existe otra prueba de que todos los hombres no son, por su nacimiento natural, hijos espirituales de Dios. Jesús dijo a los judíos incrédulos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo” (Jn. 8:44). Y de manera semejante se expresa cuando, al describir a los no regenerados, dice: “La cizaña son los hijos del malo” (Mt. 13:38). Por otra parte, el apóstol Pablo dice que los no salvos son “hijos de desobediencia” e “hijos de ira” (Ef. 2:2, 3).

Siempre debe recalcarse que ningún ser humano puede por su propia fuerza convertirse en un hijo espiritual de Dios. Esta es una transformación que solo Dios es capaz de hacer, y él la efectúa con base en la única condición que él mismo ha establecido, es decir, que Cristo sea creído y recibido en su carácter de único y suficiente Salvador (Jn. 1:12, 13). De lo contrario, el pecador seguirá siendo un hijo del diablo y su fin será la condenación eterna.

La paternidad de Dios es una doctrina importante del N.T. (Jn. 20:17; 1 Cor. 15:24; Ef. 1:3; 2:18; 4:6; Col. 1:12-14; 1 Jn. 1:3; 2:1, 22; 3:1). Por eso, la seguridad del amor y el cuidado de nuestro Padre Celestial son un gran consuelo para los cristianos nacidos de nuevo y un estímulo a la fe y la oración. Además, nuestro mayor deseo debe ser cada día amar, honrar y obedecer más al Padre así como Cristo lo hizo; solo entonces podremos ser hijos amados en los cuales el Padre tiene complacencia.

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