lunes, 28 de septiembre de 2015

Dios el Espíritu Santo Parte II

 

- Su Advenimiento

La venida del Espíritu al mundo en el día de Pentecostés debe analizarse en paralelo con su obra en otros tiempos de la historia bíblica. En el A.T. el Espíritu Santo estaba en el mundo como el Dios omnipresente y participó de la creación, entre otros aspectos; sin embargo, él vino al mundo en el día de Pentecostés en forma especial para cumplir un propósito definido en la Iglesia de Cristo en el N.T. Así pues, durante la edad presente, la Biblia muestra que él permanece en el mundo, pero que partirá fuera del mundo (en el mismo sentido como vino en el día de Pentecostés) cuando ocurra el arrebatamiento de la Iglesia. Por ende, con el fin de entender estas verdades sobre el Espíritu Santo, deben ser considerados varios aspectos de la relación del Espíritu con el mundo y con la Iglesia de Cristo.       

I. El Espíritu Santo en el A.T.
A través del extenso período antes de la primera venida de Cristo (su encarnación), el Espíritu estaba presente en el mundo en el mismo sentido en el cual está presente en cualquier parte, y él obraba en y a través del pueblo de Dios de acuerdo a su divina voluntad (Gn. 41:38; Éx. 31:3; Sal. 139:7; Hag. 2:4, 5; Zac. 4:6). En estos pasajes notamos la presencia y la obra del Espíritu de Dios a favor de los creyentes del A.T. pero no se puede decir que moraba en ellos en el sentido que lo describe el N.T. con los creyentes salvos en Cristo (este punto lo analizaremos luego).

Como ya se ha expuesto, en el A.T. el Espíritu de Dios participa en la creación del mundo en unidad con el Padre y el Hijo; igualmente, él tuvo parte en la revelación de la verdad divina a los escritores bíblicos del A.T. (además del N.T.). El inspiró las Sagradas Escrituras y ha tenido un ministerio en general hacia el mundo restringiendo el pecado, capacitando a los creyentes para el servicio y ejecutando milagros. Todas estas actividades indican que el Espíritu Santo estuvo muy activo en el A.T. pero no hay mención de la obra de morar, sellar, regenerar del Espíritu o acerca del bautismo o la plenitud en el Espíritu Santo antes del día de Pentecostés. De acuerdo a ello, podría afirmarse que después de Pentecostés hay una obra mucho mayor del Espíritu de Dios que en las edades precedentes.
  
II. El Espíritu Santo durante la vida de Cristo en la tierra
La presencia encarnada y activa de la Segunda Persona de la Trinidad en el mundo (Cristo hecho hombre) necesitaría la obra del Espíritu, y esto es confirmado por las Escrituras.

- En relación a Cristo, el Espíritu era el poder generador por medio del cual el Dios-hombre fue formado en la matriz virginal de María (Mt. 1:20).
- El Espíritu es visto, descendiendo sobre Cristo en la forma de una paloma, en el momento de su bautismo (Mt. 3:16).
- Al morir en la cruz se revela que Cristo se ofreció a sí mismo a Dios el Padre a través del Espíritu eterno (Heb. 9:14).

Ahora bien, la relación del Espíritu Santo para con los hombres durante el ministerio terrenal de Cristo era progresiva porque Cristo les dio primeramente a sus discípulos la seguridad de que ellos podrían recibir el Espíritu, pidiéndolo (Lc. 11:13). Aunque el Espíritu había venido previamente sobre los hombres de acuerdo a la soberana voluntad de Dios y se manifestó de diversas formas, ésta es una promesa divina que otorga un regalo especial para el creyente y no tiene paralelo en el A.T. Por consiguiente, al término de su ministerio y justamente antes de su muerte, Cristo dijo: “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:16, 17). Esto es un privilegio único y exclusivo para los creyentes del N.T. y no fue una experiencia en el pueblo de Israel. De igual manera, después de su resurrección el Señor sopló sobre ellos y dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22); pero, a pesar de este anticipo del Espíritu, ellos deberían permanecer en Jerusalén hasta que fueran investidos permanentemente con poder de lo alto (Lc. 24:49; Hch. 1:4).

III. La venida del Espíritu Santo en Pentecostés
Hemos confirmado por la Biblia que el Espíritu, como Dios Omnipresente, siempre ha estado presente en el mundo, pero él vino en el día de Pentecostés a desarrollar un propósito especial en la Iglesia de Cristo y a favor de la humanidad a través de la predicación del evangelio. Así pues, él vino como un regalo del Padre mediante la intervención del Hijo (Jn. 14:16, 17, 26; 16:7).

La importancia de su venida en el día de Pentecostés se comprende en el contexto del N.T. porque él vendría a hacer su morada y cumpliría su ministerio de gracia en el mundo.

Dios el Padre, aunque Omnipresente (Ef. 4:6), es, en cuanto a su morada, el Padre que está en los cielos (Mt. 6:9). De la misma manera, Dios el Hijo, aunque Omnipresente (Mt. 18:20; Col. 1:27), en cuanto a su morada, ahora está sentado a la diestra de Dios (Heb. 1:3; 10:12). Del mismo modo, el Espíritu Santo, aunque Omnipresente (2 Cor. 3:17), en cuanto a su morada, está ahora aquí en la tierra. El hecho de ocupar su morada en la tierra es el sentido en el cual el Espíritu vino en el día de Pentecostés. Así pues, se podría decir que su lugar de habitación fue cambiado del cielo a la tierra porque la Deidad, el Dios trino, siempre ha estado en perfecta unidad (en el cielo y en la tierra); se podría decir que esta venida del Espíritu es similar a la venida de Cristo para tomar un cuerpo humano (en el sentido de que vino a cumplir un propósito). Fue por esta venida del Espíritu al mundo que se dijo a los discípulos que esperaran en Jerusalén hasta recibir esta promesa del Padre (Lc. 24:49). El nuevo ministerio de esta edad de gracia no podría comenzar aparte de la venida del Espíritu divino.

En los capítulos que siguen será presentada la obra del Espíritu en la edad presente que es el tiempo de la gracia en Cristo. El Espíritu de Dios primeramente tiene un ministerio hacia el mundo, como se indica en Jn. 16:7-11 y su tarea es convencer al mundo de pecado, de justicia y de juicio en relación con la obra de salvación de Cristo para preparar a un individuo para recibirlo como Salvador; ésta es una labor especial del Espíritu Santo, en su gracia, la cual ilumina en las mentes de los pecadores, cegados por Satanás, respecto a tres grandes doctrinas:

* El Espíritu le hace entender al hombre que el pecado de la incredulidad en Jesucristo como su Salvador personal es el único pecado que permanece entre él y su salvación. No es cuestión de su justicia, sus sentimientos o cualquier otro factor. El pecado de la incredulidad es el pecado que impide su salvación (Jn. 3:18).
* El incrédulo es informado en lo que concierne a la justicia de Dios. Mientras que en la tierra Cristo fue la viva ilustración de la justicia de Dios, luego de su partida, el Espíritu es enviado para revelar la justicia de Dios hacia el mundo. Esto incluye el hecho de que Dios es justo, y demanda mucho más de lo que cualquier hombre puede hacer por sí mismo, y esto elimina cualquier posibilidad de obras humanas como base para la salvación. Más importante, el Espíritu de Dios revela que hay una justicia obtenible por la fe en Cristo, y que cuando se cree en Jesucristo se puede ser declarado justo, justificado por la fe y aceptado por su fe en Cristo, quien es justo en ambas cosas, su persona y su obra en la cruz (Rom. 1:16, 17; 3:22; 4:5).
* Se revela el hecho de que el príncipe de este mundo, esto es, el mismo Satanás, ha sido juzgado en la cruz y está sentenciado al castigo eterno. Esto revela el hecho de que la obra en la cruz está terminada, que ese juicio ha tenido lugar, que Satanás ha sido vencido y que la salvación es obtenible para quienes ponen su confianza en Cristo.

Estas doctrinas esenciales de la Biblia son confirmadas por el Espíritu Santo en el pecador arrepentido en la medida en que éste se acerca a Cristo a través de las Escrituras; por este motivo, era indispensable que el Espíritu viniera a la esfera del mundo e hiciera de ella su residencia mediante la Iglesia de Cristo. Así como la venida de Cristo (encarnación) fue esencial para la salvación y la reconciliación para todo el mundo (especialmente para aquellos que creerían), la venida del Espíritu Santo fue esencial para hacer efectiva la salvación en los creyentes.

En su venida al mundo en el día de Pentecostés, la obra del Espíritu en la Iglesia tomó lugar en muchos aspectos nuevos y esto será considerado en los siguientes estudios. Por el momento se hará una exposición general y luego se ampliará de forma más detallada:

- El Espíritu Santo regenera a cada creyente y lo transforma diariamente a la imagen de Cristo, es decir, lo hace una nueva creación, una nueva persona que refleje el carácter de Cristo.
- El Espíritu Santo mora en cada creyente que está siendo regenerado y transformado por su poder. Habitando en el creyente, el Espíritu Santo es nuestro sello hasta el día de la redención. Así pues, cada hijo de Dios es bautizado dentro del cuerpo de Cristo por el Espíritu. Todas estas acciones del Espíritu se aplican igualmente a cada creyente verdadero en esta edad presente. En adición a estas obras que están relacionadas a la salvación del creyente, está la bendición del ser lleno del Espíritu y el andar por el Espíritu, lo cual abre la puerta a la plenitud del Espíritu en cuanto al creyente. Estas grandes obras del Espíritu son la llave, no solamente de la salvación, sino también de una vida cristiana efectiva, abundante y victoriosa.

Cuando el propósito de Dios en esta edad de gracia sea completado por el arrebatamiento de la Iglesia con Cristo, el Espíritu Santo habrá cumplido el propósito de su especial advenimiento al mundo y partirá del mundo en el mismo sentido de que él vino en el día de Pentecostés y además, participará en la resurrección de los salvos que han muerto y en el arrebatamiento y la transformación de los salvos que estén vivos cuando Cristo venga por su Iglesia (Rom. 8:11). Puede verse un paralelo entre la venida de Cristo a la tierra para cumplir su obra y su partida hacia el cielo. Como Cristo, sin embargo, el Espíritu Santo continuará siendo omnipresente y seguirá una obra a favor de la humanidad después del arrebatamiento similar a aquella que fue verdadera antes del día de Pentecostés.

La época presente es, de acuerdo a esto, en muchos aspectos, la edad del Espíritu, una edad en la cual el Espíritu de Dios está obrando en una manera especial para llamar a una compañía de creyentes de todo pueblo y nación, de toda lengua y cultura, judíos y gentiles, a formar el cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Luego, el Espíritu Santo continuará trabajando después del arrebatamiento, como lo hará también en la edad del reino, cuando Cristo venga a reinar mil años sobre la tierra; sin embargo, es probable que en este reinado divino, el Espíritu Santo ejecute en la humanidad gobernada por Cristo las acciones que realizara en el tiempo de la gracia (regeneración, morada, santificación, llenura, entre otras) a fin de que todas las naciones obedezcan, sirvan y adoren a Jesucristo, el Rey de reyes y Señor de señores.

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