sábado, 19 de septiembre de 2015

Dios el Hijo Parte VII



IV. La obra presente de Cristo en los cielos
En su posición a la diestra del Padre, Cristo cumple las siete figuras que lo relacionan con la iglesia:
- Cristo como el último Adán y cabeza de una nueva creación.
- Cristo como la Cabeza del cuerpo.
- Cristo como el Gran Pastor de sus ovejas.
- Cristo como la Vid Verdadera en relación a las ramas.
- Cristo como la principal Piedra de Ángulo (fundamento) en relación a la iglesia como piedras de un edificio.
- Cristo como nuestro Sumo Sacerdote en relación a la iglesia.
- Cristo como el Esposo en relación a la iglesia como su novia.

Todas estas figuras están llenas de significado para describir su obra presente; no obstante, su ministerio principal es como Sumo Sacerdote, representando a la Iglesia ante el trono de Dios.

Cuatro importantes verdades en su obra como Sumo Sacerdote:
1. Como Sumo Sacerdote sobre el verdadero tabernáculo en lo alto, el Señor Jesucristo ha entrado en el mismo cielo para ministrar como Sacerdote en favor de aquellos que son su propiedad en el mundo (Heb. 8:1, 2). El hecho de que él, cuando ascendió, fue recibido por su Padre en los cielos, es una evidencia de que su ministerio terrenal fue aceptado. El que se sentara a la diestra del Padre indicó que su obra a favor del mundo estaba completada. Ahora bien, el que se sentara en el trono de su Padre y no en su propio trono, revela la verdad, tan constante y consistentemente enseñada en las Escrituras, de que él no estableció un reino humano en la tierra en su primera venida al mundo, pero que él está ahora «esperando» hasta el tiempo cuando aquel reino vendrá a la tierra y lo divino será hecho en la tierra, así como en el cielo.

“Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos” (Ap. 11:15). Estas palabras tendrán lugar durante los juicios de Dios sobre la tierra en el tiempo conocido como la Gran Tribulación y serán confirmadas cuando Cristo venga a reinar mil años sobre la tierra.

Además, se cumplirá a cabalidad la palabra profética de Sal. 2:7-12: “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás. Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor. Honrad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino; Pues se inflama de pronto su ira. Bienaventurados todos los que en él confían”.

Mientras este reino universal es manifestado y confirmado en la tierra, Cristo está llamando gente de toda tribu y nación para que sea su pueblo, su cuerpo y su novia, y pronto él volverá a la tierra para reinar sobre todos los hombres y se cumplirá la palabra profética de Hch. 15:15-18: “Y con esto concuerdan las palabras de los profetas, como está escrito: Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar,  para que el resto de los hombres busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre, dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos”.

Cristo es un Rey-Sacerdote de acuerdo al tipo de Melquisedec (Heb. 5:10; 7:1-3), él está ahora sirviendo como Sacerdote en el cielo y es Rey de gloria, pero cuando venga otra vez a la tierra será proclamado Rey de reyes en todas las naciones (Ap. 19:16).

2. Como nuestro Sumo Sacerdote, Cristo es el dador de los dones espirituales. De acuerdo al N.T., un don es una capacitación divina traída al creyente a través del Espíritu Santo que mora en él. Es el Espíritu trabajando para cumplir ciertos propósitos divinos y usar a quien él habita para este fin. No es de ninguna manera una obra humana ayudada por el Espíritu.

Aunque ciertos dones generales están mencionados en las Escrituras (Rom. 12:3-5; 1 Cor. 12:4-11; Ef. 4:7-16), la variedad posible es innumerable, puesto que nunca se desarrollan dos vidas exactamente bajo las mismas condiciones. Sin embargo, a cada creyente le es dado algún don; pero la bendición y el poder del don divino serán mayores cuando la vida del creyente está totalmente rendida a Dios y cuando éste los utiliza de forma apropiada (Rom. 12:1, 2, 6-8). Cada don tiene como objetivo servir y cada creyente debe descubrir cómo puede hacerlo mejor, y en qué áreas debe intervenir para cumplir con el plan específico de Dios.

Habrá poca necesidad de exhortación para un servicio honrado por Dios y para aquel que está lleno con el Espíritu Santo, porque Dios estará trabajando en él en ambos sentidos, tanto para querer como para hacer su buena voluntad (Fil. 2:13).

3. El Cristo ascendido como Sacerdote vive siempre para hacer intercesión por los suyos. Este ministerio comenzó antes de que él dejara la tierra (Jn. 17), y está más enfocado en los salvos porque él es su abogado y su mediador ante Dios, aunque incluye a todos los hombres para salvación (Jn. 17:9); además, este sacerdocio continúa en los cielos tanto tiempo como los suyos estén en el mundo. Su obra de intercesión tiene que ver con la debilidad, la necesidad de ayuda y la inmadurez de los santos que están sobre la tierra. Cristo conoce las limitaciones de los suyos, y el poder y la estrategia del enemigo con quien ellos tienen que luchar y por eso, Cristo es Pastor y Obispo (que significa supervisor) para sus almas. Su cuidado es una ilustración de esta verdad maravillosa (Lc. 22:31, 32).

La intercesión sacerdotal de Cristo no es solo eficaz, sino que también es incesante. Los sacerdotes de la antigüedad desaparecieron a causa de su muerte física, pero Cristo, puesto que vive para siempre, tiene un sacerdocio inmutable. La Biblia dice: “por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25).

4. Cristo se presenta actualmente por los suyos en la presencia de Dios el Padre. A menudo, el creyente salvo es culpable de algún pecado que le separaría completamente de Dios si no estuviera de por medio la abogacía de Cristo y la obra que él efectuó por su muerte en la cruz, aunque el efecto del pecado sobre el cristiano es la pérdida de gozo, y poder espiritual. Por otra parte, estas bendiciones se restauran según la gracia infinita de Dios sobre la sola base de la confesión del pecado (1 Jn. 1:9).

Por medio de la presente abogacía sacerdotal de Cristo en los cielos, hay absoluta seguridad de salvación para los hijos del Padre Celestial. Un abogado es aquel que expone y defiende la causa de otro ante los tribunales públicos. En el desempeño de sus funciones de abogado, Cristo está ahora en el cielo, interviniendo a favor de los suyos (Heb. 9:24) cuando ellos pecan (1 Jn. 2:1). Se revela que su defensa la hace ante el Padre, y que Satanás está allí también acusando sin cesar día y noche a los hermanos (creyentes salvos), en la presencia de Dios (Ap. 12:10). Es posible que al cristiano le parezca que el pecado que ha cometido es insignificante; pero no es así para el Dios santo, quien no podría nunca tratar con ligereza lo que representa una ofensa a su divina justicia. Aún el pecado que es secreto en la tierra es un gran escándalo en el cielo. En la gracia maravillosa de Dios, y sin necesidad de que intervenga solicitud alguna de parte de los hombres, el Abogado divino defiende la causa del cristiano culpable, y lo que el Abogado hace para garantizar así la seguridad del creyente está de acuerdo con la justicia divina porque él es llamado, en relación con este ministerio, para abogar por los suyos, y su nombre es «Jesucristo el justo». El defiende a los hijos de Dios con base en la sangre que fue derramada en la cruz, y en esta forma tiene completa libertad para defenderles contra toda acusación proveniente de Satanás o de los hombres y contra todo juicio que en otras circunstancias el pecado impondría sobre el pecador; y todo esto se hace posible porque Cristo, a través de su muerte, llegó a ser la «propiciación por nuestros pecados» (1 Jn. 2:2).

La verdad referente al ministerio sacerdotal de Cristo en los cielos no está de ninguna manera facilitando para los verdaderos cristianos la práctica del pecado. Al contrario, estas mismas cosas son escritas para que no pequemos (1 Jn. 2:1); porque ninguno puede pecar con ligereza o descuido cuando considera el amor divino y la bondad inmerecida que el Padre mostró al enviar a su Hijo al mundo para morir en lugar del pecador; además, el precio de la sangre del Cordero de Dios es algo que nunca debemos olvidar; por otra parte, recordemos la enorme tarea de defensa que a causa del pecado del cristiano tiene que realizar necesariamente el Abogado Cristo Jesús. Todo esto nos hace comprender la dimensión del pecado y como hemos nacido de nuevo, no queremos pecar porque va en contra de la naturaleza divina que hemos recibido; mientras que el creyente falso pretende seguir a Cristo pero practica el pecado de forma reiterativa y con complacencia, lo cual le hace un esclavo de diablo (1 Jn. 3:8).

Puede decirse, en conclusión, que Cristo cumple su ministerio de Intercesor y Abogado para la eterna seguridad de aquellos que ya son salvos en él (Rom. 8:34).

V. La obra presente de Cristo sobre la tierra
Cristo está también obrando en su iglesia sobre la tierra al mismo tiempo que está a la diestra del Padre en el cielo. En numerosos pasajes se dice que Cristo habita en su iglesia y está con su iglesia (Mt. 28:18-20; Col. 1:27). El está en su iglesia porque es quien le da vida (Jn. 10:10; 14:6; Col. 3:4; 1 Jn. 5:12).

Se puede concluir que la obra presente de Cristo es la clave para entender la presente tarea de Dios de llamar a un pueblo para formar el cuerpo de Cristo; así pues, Dios es quien otorga el poder y la santificación a este pueblo para ser testigos de Cristo hasta lo último de la tierra. Su obra presente es preliminar y a ella seguirán los eventos que tienen relación con su segunda venida, lo cual será tema de estudio en otra serie.

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