miércoles, 9 de septiembre de 2015

Dios el Hijo Parte II


Al considerar la encarnación deben de admitirse dos verdades importantes: 1) Cristo fue al mismo tiempo, y en un sentido absoluto, verdadero Dios y verdadero hombre; y 2) al hacerse él carne, aunque dejó a un lado su gloria, en ningún sentido dejó a un lado su deidad. En su encarnación él retuvo cada atributo esencial de su deidad porque su total deidad y su completa humanidad fueron esenciales para su obra en la cruz. Si él no hubiera sido hombre, no podría haber muerto y si él no hubiera sido Dios, su muerte no hubiera tenido tan infinito valor.

Juan declara que Cristo, quien era uno con Dios y era Dios desde toda la eternidad, se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn. 1:1, 14). Pablo, asimismo, declara que Cristo, quien era en forma de Dios, tomó sobre sí mismo la semejanza de hombre (Fil. 2:6, 7); «Dios fue manifestado en carne» (1 Tim. 3:16); y él, quien fue la total revelación de la gloria de Dios, fue la exacta imagen de su persona (Heb. 1:3). Lucas, en más amplios detalles, presenta el hecho histórico de su encarnación, así como su concepción y su nacimiento (Lc. 1:26-38; 2:1-7).

La Biblia presenta muchos contrastes, pero ninguno más sorprendente que aquel que Cristo, en su persona, debería ser al mismo tiempo verdadero Dios y verdadero hombre. Las evidencias de estos contrastes en las Escrituras son muchas: él estuvo cansado (Jn. 4:6), y él ofreció descanso a los que estaban trabajados y cargados (Mt. 11:28); él tuvo hambre (Mt. 4:2), y él era «el pan de vida» (Jn. 6:35); él tuvo sed (Jn. 19:28), y él era el agua de vida (Jn. 7:37). Él estuvo en agonía (Lc. 22:44), y curó toda clase de enfermedades y alivió todo dolor (Hch. 10:38). Aunque había existido desde la eternidad (Jn. 8:58), él creció «en edad» como crecen todos los hombres (Lc. 2:40). Sufrió la tentación (Mt. 4:1) y, como Dios, no podía ser tentado (Stg. 1:13). Se limitó a sí mismo en su conocimiento (Lc. 2:52), aún cuando en él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Col. 2:3).

Refiriéndose a su humillación, él fue hecho un poco menor que los ángeles (Heb. 2:6-10), aunque también dijo: “Mi Padre es mayor que yo” (Jn. 14:28); “Yo y el Padre uno somos” (Jn. 10:30); y “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9).

Él oraba (Lc. 6:12), y él contestaba las oraciones (Mt. 8:1-4). Lloró ante la tumba de Lázaro (Jn. 11:35), y después resucitó al muerto (Jn. 11:43). Él preguntó: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mt. 16:13), aunque él no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre (Jn. 2:25). Cuando estaba en la cruz exclamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mr. 15:34), pero el Padre estaba en aquel momento en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo (2 Cor. 5:19). Él es la vida eterna; sin embargo, murió por nosotros. Él es el hombre ideal para Dios y el Dios ideal para el hombre. De todo esto se desprende que el Señor Jesucristo vivió a veces su vida terrenal en la esfera de lo que es perfectamente humano, y en otras ocasiones, en la esfera de lo que es perfectamente divino. Y es necesario tener presente que el hecho de su humanidad nunca puso límite, de ningún modo, a su Ser divino, ni le impulsó a echar mano de sus recursos divinos para suplir sus necesidades humanas en momentos de dificultad porque la voluntad del Padre fue su prioridad; solo manifestó su gloria y mostró su poder extraordinario cuando fue parte del plan de Dios. Cuando estuvo en el desierto, él tenía el poder de convertir las piedras en pan a fin de saciar su hambre, pero no lo hizo (Mt. 4:1-4); asimismo, cuando fue apresado por los romanos y torturado, pudo escapar para evadir el sufrimiento que esto representaba y cuando estuvo en la cruz, pudo haberse bajado de allí para librar su vida de la muerte, pero no lo hizo por amor de nosotros y para darnos el perdón de pecados y la vida eterna.

I. El hecho de la humanidad de Cristo

1. La humanidad de Cristo fue determinada antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4-7; 3:11; Ap. 13:8). El principal significado del tipo del Cordero está en el cuerpo físico que se ofrece en sacrificio cruento a Dios.
2. Cada tipo y profecía del A.T. concerniente a Cristo anticipa el advenimiento del Hijo de Dios en su encarnación.
3. El hecho de la humanidad de Cristo se ve en la anunciación del ángel a María y en el nacimiento de Jesús como un niño en su vientre (Lc. 1:31-35).
4. La vida terrenal de Cristo revela su humanidad: a) Por sus nombres: «el Hijo del hombre», «el Hijo de David», y otros semejantes; b) por su ascendencia terrenal: se le menciona como «el primogénito de María» (Lc. 2:7), «la descendencia de David» (Hch. 2:30; 13:23), «la descendencia de Abraham» (Mt. 1:1-17; Heb. 2:16, 17), «nacido de mujer» (Gál. 4:4), «vástago de Judá» (Is. 11:1); c) por el hecho de que él poseía parte material y parte inmaterial como humano  (Mt. 26:38; Jn. 13:21; 1 Jn. 4:2, 3); y d) por las limitaciones humanas que él mismo se impuso.
5. La humanidad de Cristo se manifiesta en su muerte y resurrección. Fue un cuerpo humano el que sufrió la muerte en la cruz, y fue ese mismo cuerpo el que surgió de la tumba en gloriosa resurrección.
6. La realidad de la humanidad de Cristo se ve también en su ascensión a los cielos y en el hecho de que él está allí, en su cuerpo humano glorificado, intercediendo por los suyos.
7. Y en su segunda venida se manifestará en el mismo cuerpo, aunque ya glorificado, el cual adoptó en el milagro de la encarnación y con el cual murió en la cruz (Zac. 12:10; Jn. 19:37).

II. Las razones bíblicas de la encarnación

1. Cristo vino al mundo para revelar al Padre ante los hombres (Mt. 11:27; Jn. 1:18; 14:9; Rom. 5:8). Por medio de la encarnación de Cristo, el Dios a quien los hombres no podían comprender, se revela en términos que son accesibles al entendimiento humano.
2. Cristo vino a revelar la condición caída del hombre y el ideal de Dios para el hombre; por eso, él es el hombre ideal según el diseño de Dios, y como tal, se presenta como un ejemplo para los que creen en él (1 Ped. 2:21), pues su objetivo es transformarlos a su imagen para que vivan en la perfecta voluntad del Padre.
3. Cristo vino a ofrecer un sacrificio por el pecado. Por esta causa, él da alabanza por su cuerpo a Dios, y esto lo hace en relación con el sacrificio perfecto y único que él ofreció en la cruz por nuestro pecado (Heb. 10:1-10).
4. Cristo se hizo carne a fin juzgar al diablo y destruir sus obras (Jn. 12:31; 16:11; Col. 2:13-15; Heb. 2:14; 1 Jn. 3:8).
5. Cristo vino al mundo para ser “misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere” (Heb. 2:16, 17; 8:1; 9:11, 12, 24).
6. Cristo se hizo carne para cumplir el pacto de Dios con David (2 Sam. 7:16; Hch. 2:30, 31; Rom. 15:8-12). Él aparecerá en su cuerpo humano resucitado y glorificado, y reinará como “Rey de reyes y Señor de señores”, y se sentará en el trono de David su padre (Lc. 1:31-33; Ap. 19:16).
7. Por medio de su encarnación, Cristo llegó a ser “cabeza sobre todas las cosas y de la iglesia, la cual es su cuerpo” (Ef. 1:22, 23). En la encarnación, el Hijo de Dios tomó para sí, no solamente un cuerpo humano, sino también un alma y un espíritu humanos. Y poseyendo de este modo tanto la parte material como la inmaterial de la existencia humana, llegó a ser un hombre en todo el sentido que esta palabra encierra; por tanto, se identifica tan estrecha y permanentemente con los hijos de los hombres, que él es correctamente llamado “el postrer Adán”; y “el cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21) que está resucitado, es ahora una realidad que permanece para siempre y la promesa para los creyentes es que tendremos un cuerpo semejante al suyo en la resurrección de los muertos y en la eternidad.

El Cristo que es el Hijo Eterno, fue también el hijo de María, el niño de Nazaret, el Maestro de Judea y Galilea, y el Cordero del Calvario. Y un día se manifestará como el Rey de gloria, así como ahora es el Salvador de los hombres, el Sumo Sacerdote que está en los cielos, el Esposo que viene por su Iglesia, y el Señor de todo.

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