b. ¿Qué dice la
Biblia?
En
el A.T. se enfatiza mucho la idea de un Dios único, en contraste con los
múltiples dioses falsos que son el producto de la imaginación de los hombres.
“No tendrás
dioses ajenos delante de mí” (Éx. 20:3).
“Así dice Jehová
Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo
soy el postrero, y fuera de mí no hay Dios” (Is. 44:6).
De
igual manera, en el N.T. se corrobora este aspecto de la unicidad de Dios.
“Yo y el Padre
uno somos”
(Jn. 10:30).
“Jesús le dijo:
¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que
me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el
Padre?”
(Jn. 14:9).
“Y ya no estoy
en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que
me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Jn. 17:11).
“La gloria que
me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en
ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca
que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Jn. 17:22,
23).
“El es la imagen
del Dios invisible, el primogénito de toda creación” (Col. 1:15).
El
énfasis de la Biblia en este punto ha sido malinterpretado por muchas personas
en la historia y en la actualidad, rechazando el concepto de la Trinidad; sin
embargo, esta verdad espiritual aparece en la Biblia con total claridad. Por
ende, estudiando el asunto a la luz de las Sagradas Escrituras, encontramos lo
siguiente: desde el principio de la Biblia, Dios se revela como un ser único,
pero múltiple a la vez.
Es
innegable para todo conocedor de la lengua hebrea, que Elohim (אֱלהִים), el
primer nombre con que se designa a la Divinidad, es un plural. Esta palabra
que, en efecto, aparece ya en el primer versículo del Génesis, es ciertamente
la forma plural del término El, אֵל, o Eloha, אֱלהַּ.
La
mayor parte de los teólogos eminentes por su piedad y por su saber, han visto
en este vocablo un indicio de pluralidad de personas en la naturaleza divina.
En
Dt. 6:4 hallamos estas palabras notables: “Oye,
Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”. En ocasiones, estas palabras
son citadas de forma equivocada como la prueba más efectiva contra la Trinidad,
pero precisamente estas mismas palabras, leídas en hebreo, constituyen toda una
revelación, y contienen la más segura y clara prueba que pueda hallarse en toda
la Biblia a favor de la Trinidad.
Si
las leemos en hebreo sería así: «SCHEMA, ISRAEL: ADONAI ELOHENU ADONAI EJAD».
En
efecto, al analizar el texto original, por medio de una exégesis objetiva,
descubrimos tres partículas claves importantísimas que arrojan luz para captar
el profundo sentido de esta solemne declaración, lo cual nos demuestra que Dios
sabía lo que hacía cuando inspiró a Moisés para escribir estas palabras y no
otras. Veamos:
ADONAI:
literalmente significa: «mis Señores» (de «Adon»: Señor, y «ai»: mis).
ELOHENU:
es un nombre plural.
EJAD:
expresa la idea de unidad colectiva.
En
hebreo se usan dos palabras para indicar el significado de uno. La palabra uno,
en el sentido de único, es decir, que se emplea para designar una unidad
absoluta, es «JACHID» (Jue. 11:34). No obstante, este término nunca es usado
para designar la unidad divina. En cambio, cuando dos o varias cosas se
convierten en una por una íntima unión o identificación, el vocablo hebreo que
se emplea en la Sagrada Escritura es «EJAD», que significa una unidad compuesta
de varios (Gn. 2:24; Jue. 20:8). Esta palabra es la que siempre se usa para
designar la unidad divina.
En
este orden de ideas, podemos afirmar, basados en argumentos bíblicos, que Dios
existe como una Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. En otras
palabras, un solo Dios verdadero pero manifestado en 3 personas.
Hallamos
en casi toda la Biblia la idea de la pluralidad de personas divinas, lo cual
significa que la doctrina de la Trinidad tiene su apoyo en las Sagradas
Escrituras desde el Génesis hasta el Apocalipsis.
Por
ejemplo, en el libro de Génesis encontramos unos términos plurales en relación
con la acción de Dios y aparecen 3 veces (nada más y nada menos) en los 11
primeros capítulos de la Biblia.
La
primera vez se habla de la pluralidad de personas divinas en relación con la
creación del hombre.
“Entonces dijo
Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y
señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en
toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Gn. 1:26).
La
segunda vez se habla de la pluralidad de personas divinas en relación con el
pecado del hombre.
“Y dijo Jehová
Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal;
ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y
coma, y viva para siempre” (Gn. 3:22).
La
tercera vez se habla de la pluralidad de personas divinas en relación con el
juicio de los hombres.
“Ahora, pues,
descendamos, y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla
de su compañero”
(Gn. 11:7).
Hay
quienes ven en estos versículos la intervención de los ángeles, pero es una
falta de respeto con el texto bíblico y con Dios mismo, el atribuir a los
ángeles la facultad para crear y juzgar a los hombres en el mismo nivel de
Dios. Por ende, la única interpretación correcta en estos 3 casos es ver a Dios
en una acción plural.
Resulta
curioso e instructivo notar que las tres grandes fiestas religiosas celebradas tres
veces al año por el pueblo judío, muestran también un símbolo de la gloriosa
Trinidad: la Fiesta de los Tabernáculos (Dios Padre); la Fiesta de la Pascua
(Dios Hijo); y la Fiesta de Pentecostés (Dios Espíritu Santo).
He
aquí algunos textos clarísimos y contundentes en los que se menciona una
pluralidad de personas en acción: Gn. 1:1-3; Is. 48:16; 1 Cor. 12:3-6; Ef.
4:4-6; 2 Cor. 13:14; Ef. 2:18; Ap. 1:4-6.
En
Gn. 32:22-32, Jacob tuvo una experiencia con Dios y sostuvo un combate con el
ángel de Jehová (una manifestación de Cristo preencarnado). Jacob vio al Señor
cara a cara y habló con él. En este sentido, en Os. 12:4 dice: “Venció al ángel, y prevaleció; lloró, y le
rogó; en Bet-el le halló, y allí habló con nosotros”. Notemos el uso del
plural, sugiriendo otra vez la pluralidad de personas divinas de la Trinidad.
Sigamos
estudiando las Escrituras y veremos que hay una distinción dentro de la
naturaleza de Dios, en términos de Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En
Is. 7:14 se habla del Hijo como Emanuel, «Dios con nosotros», y tiene que ser
distinto del Dios Padre y del Dios Espíritu. Este Hijo es llamado en Is. 9:6, “Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz”.
Ahora bien, se le llama Padre eterno porque por medio de él vendría la
descendencia de los creyentes salvos y nacidos de nuevo; este título no tiene
ninguna relación con el nombre de Dios el Padre.
En
Sal. 2:7, dice: “Yo publicaré el decreto;
Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; Yo te engendré hoy”. En el N.T. se
confirma que ésta es una referencia a Dios Padre, indicando su propósito:
encarnar a su Hijo en un cuerpo humano y honrarle como el supremo soberano
sobre la tierra.
“Y nosotros
también os anunciamos el evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres,
la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús;
como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he
engendrado hoy”
(Hch. 13:32, 33).
Notemos
que Dios Padre es completamente diferente de Dios Hijo. El primero envía al
Hijo y no toma una forma de hombre pero el segundo nace a través de la virgen y
se hace visible para el mundo.
El
Padre y el Hijo se distinguen como personas con propósitos específicos;
asimismo, el Espíritu Santo es descrito en la Biblia y se distingue de Dios
Padre y de Dios Hijo. Por ejemplo, en el Sal. 104:30 dice: “Envías tu Espíritu, son creados, y renuevas la faz de la tierra”.
A
estas evidencias hay que añadir todas las referencias del Ángel de Jehová, que
señala las apariciones del Hijo de Dios en el A.T. como uno que es enviado por
el Padre, y referencias al Espíritu del Señor, como el Espíritu Santo, distinto
del Padre y del Hijo.
En
el N.T. se hace una revelación adicional sobre el Hijo, el cual es descrito
como Dios encarnado y concebido por el Espíritu Santo (Mt. 1:18-25).
En
el bautismo de Jesús, la distinción de la Trinidad se hace evidente con Dios
Padre hablando desde los cielos, el Espíritu Santo descendiendo como una paloma
sobre Cristo, y el propio Jesucristo bautizado en el río Jordán (Mt. 3:16, 17).
Es imposible que los tres sean la misma persona.
Estas
distinciones de la Trinidad se observan también en pasajes tales como Jn.
14:16, donde el Padre y el Espíritu Santo (el Consolador) son diferentes del
propio Cristo; además, en Mt. 28:19, 20, los discípulos son instruidos para
bautizar a los creyentes “en el nombre
del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.
Las
muchas indicaciones que hay, tanto en el A.T. como en el N.T., de que Dios
existe como trino y uno, han conformado la doctrina de la Trinidad como un
hecho central de todas las creencias cristianas, desde los principios de la
iglesia hasta el día de hoy. Cualquier desviación de esta doctrina se considera
como un error contrario a la verdad escritural y es una herejía que debe ser
rechazada.
Aunque
la doctrina de la Trinidad es un hecho central, el núcleo de la fe cristiana
está más allá del entendimiento humano y la mejor definición es el sostener
que, aunque Dios es uno, él existe en tres personas. Estas personas son
iguales, tienen los mismos atributos y son igualmente dignas de adoración,
culto y fe. Con todo, la doctrina de la unidad de la Divinidad está clara en el
sentido de que no hay tres dioses separados, como tres seres humanos separados
(por ejemplo, Pedro, Santiago y Juan). De acuerdo con esto, la verdadera fe
cristiana no es un tri-teísmo, como creencia en tres dioses. Por otra parte, la
Trinidad no tiene que ser explicada como tres modalidades de existencia, es
decir, que un solo Dios se manifiesta a sí mismo en tres formas. La Trinidad es
esencial para el ser de Dios y es más que una forma de la revelación divina.
Las
personas de la Trinidad, aunque tengan iguales atributos, difieren en ciertas
propiedades. Por este motivo cada uno tiene una posición específica y un nombre
determinado: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
El
Padre envío al Hijo a la tierra y él tomó forma de hombre; el Espíritu Santo ha
sido manifestado de parte del Padre y del Hijo. Esto es llamado en teología la
doctrina de la procesión, y el orden nunca es invertido, es decir, el Hijo
nunca envía al Padre, y el Espíritu Santo nunca envía al Hijo. De la naturaleza
de la unicidad de la Divinidad no existe ilustración o paralelo en la
experiencia humana. Así pues, esta doctrina tiene que ser aceptada por la fe
sobre la base de la revelación escritural, incluso aunque esté más allá de toda
comprensión y definición humanas.
En
Ef. 1:3-14 vemos a la Trinidad obrando a favor del hombre:
-
La obra del Padre: bendice (v. 3), escoge (v. 4), predestina (v. 5) PARA
ALABANZA DE SU GLORIA (v. 6).
-
La obra del Hijo: redime por su sangre (v. 7), perdona los pecados (v. 7),
descubre el secreto de su voluntad (v. 9), reúne todas las cosas en él (v. 10)
PARA ALABANZA DE SU GLORIA (v. 12).
-
La obra del Espíritu Santo: sella (v. 13) PARA ALABANZA DE SU GLORIA (v. 14).
El
Padre es toda la plenitud de la divinidad invisible (Jn. 1:18); el Hijo es toda
la plenitud de la divinidad manifestada (Jn. 1:14-18; Col. 2:9); el Espíritu
Santo es toda la plenitud de la divinidad, obrando directamente sobre la
criatura (2 Cor. 2:9-16).
Conclusión
Las
tres Divinas Personas están en un nivel de común igualdad y en la Biblia
encontraremos siempre los títulos, perfecciones, obras y hechos atribuidos a
cada una de las tres personas de la Trinidad Divina, con lo cual la evidencia
trinitaria se hace irrefutable a la luz de la Palabra de Dios.
Los
cristianos bíblicos creemos:
-
En un Padre que es Dios (Rom. 1:7; Ef. 4:6).
-
En un Hijo que es Dios (Rom. 9:5; Tito 2:13; Heb. 1:8).
-
En un Espíritu Santo que es Dios (Lc. 2:26; Mr. 12:36; Hch. 28:25-27).
Los
hijos de Dios tenemos comunión con cada una de las personas de la Trinidad:
nuestra comunión es con el Padre y el Hijo (1 Jn. 1:3); y con el Espíritu Santo
(2 Cor. 13:14).
El
Padre y el Hijo habitan en los creyentes, y nuestro cuerpo es templo de Dios y
de Cristo (Jn. 14:23; Ap. 3:20; Gál. 2:20; Ef. 3:17). De igual forma, el
Espíritu Santo habita en los creyentes y nuestro cuerpo es su templo (Jn.
14:16-17; Rom. 8:9; 1 Cor. 3:16; 6:19).
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